Argentina, la
lucha continua....
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Mendoza: Postal del infierno a cinco minutos del Kilómetro 0
Ulises Naranjo
MDZOL
Sesenta familias de mendocinos del asentamiento Escorihuela sobreviven en
condiciones indignas en el pecho mismo de la Ciudad de Mendoza. Las embarazadas,
las nenas con cáncer, los perros moribundos, la falta de agua potable y de
desagües, los Narices Paradas, los trenes, el dengue y el basural. Una postal
increíble de la Ciudad de Mendoza en el Tercer Milenio.
En estos días, con estos asuntos de la feria del libro y de Mercedes Sosa, todo
el mundo parece ser hincha de Armando Tejada Gómez. Cualquiera dice "me acuerdo
que el Armando esto" o "el Armando aquello" o "como bien decía el Armando", como
si fuera su compadre. Aclaremos que esto está muy bien, dada la envergadura del
referido. Por eso, hoy lo citamos con los que quizás sean sus versos más
célebres:
Ahora bien, en nuestro caso, dada la calentura que nos embarga, y previas
disculpas al poeta mendocino, debemos decir que no es suficiente con su
referencia y que habría que ser más preciso y, por ejemplo, escribir:
A esta hora exactamente,
en la villa Escorihuela,
en el pecho mismo de esta Ciudad en Flor envejecida,
hay una niña con cáncer
y ni agua tiene y ni padre tiene bajo el sol asesino.
Y aún así, amigos, no sería suficiente. Esta vez es preciso ir más lejos, porque
eso es lo que pide la bronca, este regusto de cal en la boca ante lo absurdo del
mundo. Habrá que recurrir, entonces, por ejemplo, a otro poeta –Roberto Juarroz–
y decir:
Si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo.
Sin embargo, sigue la bronca, porque ya se sabe lo que ocurre en estos casos:
los que mueren, siempre, son los muertos equivocados, mueren los buenos y los
malos viven hasta que se cansan del oficio vertical de la malicia.
Narices Paradas
Es un día de mierda. No puede decirse de otro modo. Cercanos al mediodía, hace
uno de esos calorones que hacen transpirar hasta a las reinas de la vendimia,
hasta a las mariposas de hielo y dejan con sed y sin verbo a las lenguas de la
nieve: un calor de mierda.
En el asentamiento Escorihuela, los chocos está tirados al borde de la ola de
calor, como esperando una muerte que corone su vida de perros. Es así: a cinco
minutos de Peatonal y San Martín, se levanta el asentamiento Escorihuela, un
espacio donde confluye el mito del tren en su categoría de fantasma con la
miseria más honda y clara.
Nadie jamás desearía entrar a este asentamiento; por eso es tan fácil hacerlo,
acercarse a los vecinos y decir cómo les va, soy periodista, quería que
charláramos, que me contaran, qué calor hace y qué dura es la vida, después de
todo.
Pronto, muy pronto, conoceré a Osanna y Pamela, su mamá que espera el cuarto
hijo y fue abandonada por otra que ahora también está embarazada, me contará que
la niña tiene cáncer intestinal y problemas en la piel. Qué día de mierda, a
cinco minutos del Kilómetro 0 y sesenta familias mendocinas, a millones de
kilómetros de la mínima dignidad.
Osanna no sana, está claro, y nadie parece querer sanarla y nadie va a ir a
buscarla ahí, al lado de las vías, en ese nido de ratas. Tampoco quiere fotos,
las elude como puede, como un púgil senil frente a Mike Tyson. Es como si Osanna,
en lo más íntimo, no estuviese satisfecha con sí misma y el destino de las
cosas. Y menos con el intruso.
Pamela, su madre, tiene 28 y ya parece o se siente una locomotora vieja y lo
sabe, y sufre su abandono, pero lo calla y cambia de tema: "Estos terrenos son
del ferrocarril, pertenecen a la Onabe. Por eso, la municipalidad no nos ayuda,
porque dicen que esto es privado", comenta. Estos mendocinos tienen nombre:
Pamela, Caren (9), Bruno (7) y Osanna (6) y sobreviven con un plan social de 200
mangos por mes, más las veredas que puede llegar a barrer Pamela. ¿Quieren un
dato interesante? No sé cómo hace esta chica, pero
todos-sus-chicos-van-a-la-escuela: "Por ahí si les doy de comer no los visto y
si los visto no los calzo, pero van a la escuela".
No tienen agua; bueno, tienen una manguera y que alcance para todos.
Pamela ha puesto a llenar una botella de plástico y, como si se trataran de
lágrimas o perlas, apenas caen gotitas que con el paso de las horas harán que
sean, digamos, un par de litros. "Acá no quiere entrar la municipalidad, ni
Obras Sanitarias ni nadie.
- ¿Hay problemas entre los vecinos?
- No. Hay algunos Narices Paradas, pero los demás nos ayudamos entre todos
cuando alguien no tiene nada…
Abandonamos a Pamela; total, ella ya sabe de qué se trata. Ahí viene Paola:
tiene 16 años, dos ojos verdes que enamoran y ocho meses de embarazo.
Paola es esa clase de chicas que, de haber tenido otro destino, podría haber
sido modelo, por ejemplo, o deportista de élite o tu novia, tu nuera, tu
hermana, tu hija o la máxima concentración de tu deseo.
Sin embargo, le tocó ser Paola: atraviesa las vías seguida por dos perros, se
espanta las moscas con la mano izquierda y sonríe para una foto, como si la
vida, en verdad, fuese bella, como ella.
Crecer sanitos
Ahora estamos con Bibiana Zachetti, presidenta de la Unión Vecinal, en el living
de su casa. Su living es también la cocina, los dormitorios, las salas de armas
y de juegos y la biblioteca.
Bibiana también es una mujer inteligente y hermosa: sus ojos asumen un marrón
claro de inexplicable tibieza y la mirada de esos ojos naturalmente genera
confianza y empatía. Bibiana es el resumen de todas las madres del mundo.
La escuchamos: "Nosotros estamos en contacto con Raúl Morcos, el abogado de la
Onabe, el Organismo Nacional de Administración de Bienes y él nos dice que no
está en sus manos dar una respuesta social a estas familias. Por otro lado, la
Municipalidad de Capital nos pone la excusa de que no pueden pasar por encima de
la Onabe y que no tiene presupuesto para dar una solución".
- ¿Siempre fue así, Bibiana?
- Para que te des una idea, hace dos años, cuando asumió Fayad, acá había una
docena de familias. En estos dos años, esto empezó a crecer y ahora hay como
sesenta. Si no dieron respuesta a una docena, ¿cómo van a hacer con sesenta? Acá
hay 130 niños y veinte adolescentes.
- ¿Saben qué va a pasar?
- Dicen que viene un emprendimiento privado. Si es así, no creo que estén
interesados en tener a gente como nosotros acá.
- ¿Por qué este lugar se llama Escorihuela?
- Se me ocurrió a mí, porque nos decían Costa Esperanza II y esa villa estaba
mal vista. Entonces, me puse a buscar un nombre y se me ocurrió Escorihuela.
- ¿Han pedido ayuda social a la municipalidad o al gobierno provincial?
- Yo fui a la comuna a Viviendas y a Acción Social y me dijeron que no pueden
hacer nada por nosotros. Acá casi todos somos gente honesta y trabajadora, que
espera la oportunidad de pagar su casa para vivir dignamente. Puede haber
delincuentes, pero también hay delincuentes de guante blanco en los barrios
privados y esos son los peores.
Bibiana hace silencio y me dejo mirar hacia adentro de su casa. En la penumbra,
sobre una cama, una niña hojea su carpeta: ¡está estudiando! Se llama Daiana y
tiene once años. Me voy, con él íntimo deseo de que esa niña alguna vez tenga un
20% de las oportunidades de crecer sanitos que tiene los lectores de este diario
o mi propio hijo.
Y nada salió de vos
El Agustín y el Jonhattan me invitan a jugar al fútbol con una pelota de
básquet. Bibiana nos sigue y, mientras le pregunto qué podrían necesitar,
pateamos tiros libres sin barrera y nos reímos un poco.
- ¿Y..?
- Y necesitamos cosas, pero no creo que nadie quiera venir a meterse acá…
- Hagamos una cosa, Bibiana: ponemos en la nota algunos celulares y los que
quieran donar algo, que lo acerquen a Perú y Suipacha y ustedes van a buscarlos
ahí. ¿Le parece?
Claro que le parece. Estas familias mendocinas dicen necesitar desinfectante
para combatir el dengue, leche en polvo para instaurar la copa de leche gratis
para todos los niños y calzados. Me dan tres números: Bibiana, 156885422; Paola,
156933136 y Yamila, 153037761. Usted lector, si elige ayudar a esta gente, puede
llamarlos.
Sigo mi camino. Más allá, los Flores, los Salinas y los Abarza, me invitan a
pasar y a charlar debajo de un arbolito.
Quieren transmitir las mismas carencias: el trabajo que no hay, el agua que no
hay, los desagües que no hay, el laburo que no hay, las zapatillas que no hay,
el techo que se cae y una niña con bronquitis, guardando reposo en ese infierno
y sin los remedios que cuestan 100 pesos, medio sueldo mensual.
Ya casi en la despedida, María Esther y su hija Macarena me cruzan en el basural
que es el patio de su casa. "No es fácil, m’ hijito", dice al mujer que tiene un
gesto duro, duro y largo tatuado en la cara de tanto ser madre, padre y
recicladora de basuras.
Qué calor.
Salgo a la calle; camino hasta mi auto. Con el control remoto, le quito la
alarma, subo, lo enciendo, prendo el aire y el MP3 me devuelve los sonidos del
único disco que amo, "Artaud", de Pescado Rabioso:
"Abríste la piel, creíste en todo lo que te dí y nada salió de vos. / Mirá el
fuego: las luces que sangran a lo lejos / no esperan que vayas a apagarlas…
Jamás", canta Spinetta.
Qué calor y qué día de mierda para ponerse a sacar fotos y tomar nota del
infierno. Por suerte, estoy a cinco minutos del paraíso, ese lugar donde reina
el aire acondicionado y la anestesia social es un trago largo con siete cubos de
hielo y donde Osanna se sana, estudia inglés, abre una cuenta en Facebook y, en
sus ratos libres, sueña con conocer Disney.
Hablo de un lugar donde Daiana, mientras estudia, no siente que su casa tiembla
cada vez que, a tres metros de su cama, pasa un tremendo y triste tren que tira
enormes bocanadas de humo con sabor a sobaco de fantasma.