Argentina, la
lucha continua....
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Relojes-rieles-rejas: el color de la palabra
Emiliano Bertoglio
La extensión del sistema de explotación capitalista de la tierra hacia las
latitudes más australes de América se efectuó a partir de la apropiación
violenta del espacio y de la destrucción de la profunda cosmovisión aborigen.
Con el tiempo, la mal denominada "Campaña del Desierto" se transformó en símbolo
representativo de tantos otros genocidios efectuados por el mundo ilustrado y
desarrollado contra los pueblos aborígenes. No son pocas las voces del propio
poder cívico-militar que la ejecutó las que reconocen la bestialidad de la
incursión. No obstante, permanece incuestionada en su verdadera dimensión, quizá
por haber sido realizada en pos del modelo de relación sujeto-medio hoy
dominante en la zona pampeana.
Construir las tierras del sur argentino como espacio económico-productivo de
acuerdo a los parámetros europeos requirió de la imposición de las rejas
(ya no la tierra como lugar de la vida, sino como sustento de un sistema
productivo generador de riqueza privada); del reloj (el tiempo lineal
sustituyó el circular, fundamento aborigen de la armonía hombre – mundo); de los
rieles (medios indispensables para el tráfico de dichas riquezas, y que a
futuro pasarían a considerarse emblemas del "progreso gringo").
Y Julio A. Roca allanó el camino para esto. Ejecutó su proyecto con tal
vehemencia que la empresa militar de 1879 se ha constituido con el tiempo en un
relato-símbolo –una "muestra"- de todo lo efectuado por el entonces aún
naciente Estado nacional contra los pueblos de la tierra.
Contradiciendo a quienes la relativizan y desestiman, certificando su ferocidad,
de entre aquellos mismos que cantan loas a la "gesta del sur" se alzan voces que
reconocen –incluso, celebran- lo caníbal del proyecto. Nada mejor que recurrir a
estas palabras, pronunciadas desde el propio poder cívico-militar cuanto de sus
simpatizantes, para demostrar que la calificación de la incursión al sur como
"genocidio" no corresponde al estante de las leyendas mal intencionadas.
Por ello, este recorrido documental que por momentos trasciende las escisiones
espaciales y temporales que separan entre sí los diferentes testimonios
convocados. Hechos que igual se unen en el propósito de legitimar la campaña de
exterminio aborigen.
Alguien que viviera unos treinta años después de la incursión en General Roca,
parte del territorio conquistado, reconoce y justifica el aniquilamiento de las
sociedades ancestrales. Dice con tinte glorificador: "Y efectivamente; un día
vieron las indiadas avanzar a pie a los cristianos armados de un fusil que
disparaba y disparaba incesantemente. No más combates a caballo, no más
revoloteo de lanzas y de bolas! Una lluvia de proyectiles detuvo en su carrera a
la horda montada y pataleante, apagando sus aullidos. Se acabaron los malones;
las tolderías fueron pasto de las llamas y las tribus desechas, para siempre,
repartidas y disgregadas en sus territorios más lejanos. La mujer blanca pudo
vivir tranquila en su casa de campo sin miedo a verse convertida en manceba de
un indio sucio y borracho. No se repitió más la vergüenza de que algunas damas
de excelente educación y honrosa cuna fueran a acabar su triste vida en un
campamento de salvajes, embrutecidas por el dolor y la afrenta, como bestias de
carga y procreadoras de mestizos. […] Esto ocurrió en la Argentina antes y
después del fusil Remington".