Argentina, la
lucha continua....
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Los límites del sistema representativo
¿Y las nuevas instancias de democracia directa?
Natalia Brite
Agencia Periodística del Mercosur
Las nuevas tecnologías posibilitan la creación de institutos como revocatoria de mandatos y asambleas populares. Recomponer la relación entre sociedad y política. La mirada de Roberto Follari, destacado académico argentino.
Una reforma política profunda debería contemplar el establecimiento de
mecanismos de cierta democracia directa, como los son la revocatoria de mandatos
y ciertas formas de asambleas populares. Instituciones de semejante naturaleza
permitirían que la ciudadanía pudiese actuar en forma eficaz en torno a los
grandes temas que hacen a su existencia como tal y al funcionamiento del Estado.
Esas y otras consideraciones fueron abordadas, en entrevista con APM, por
Roberto Follari, director de Maestría en Estudios Latinoamericanos de la
Universidad Nacional de Cuyo (Argentina) y docente de grado y postgrado en
varios centros de estudios de este país.
- Para entrar en tema, ¿cómo podría explicarse la cuestión de fondo, que es la
representatividad política?
En términos teóricos debemos partir de los que en Grecia se pensaba como
democracia directa, que no puede practicarse como tal en una sociedad compleja
como la nuestra. La representación, de algún modo, es necesaria. Pero si
no se establecen mecanismos muy precisos se da la condición actual de la
política argentina, que se vuelto un cambalache. Hay dirigentes que se van de un
lado para el otro, recordemos que hasta se dio vuelta el propio vicepresidente,
Julio Cobos. Si se respondiera estrictamente al mandato popular, al partido por
el que se resultó electo, y no a una decisión personal, habría una mejor
relación entre el mandato dado originalmente y lo que se hace. Eso hoy no está
garantizado y cada uno va actuando según conveniencias o decisiones, que pueden
ser legítimas, pero que no siempre son afines a la condición por la cual se ha
llegado al cargo. La representación siempre es problemática, no hay manera de
que otro me represente tal cual yo mismo, ese otro tiene un margen de
exterioridad en relación a aquel que está siendo representado. Por otro lado no
puede haber 40 millones de argentinos, o 200 millones de brasileros gobernando
de manera directa el país. Pero la representación, para poder ser
medianamente efectiva, debe estar obligada a márgenes de consulta y control.
Ello no está fijado hoy en las formas habituales de manejo del sistema político,
y esto es así en la mayoría de las llamadas "democracias occidentales".
- ¿El gran tema sería, entonces, el control sobre este contrato entre
representado y representante?
La representación debiera estar sometida a modos bastante más precisos de
exigencia. Esto de que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus
representantes es casi una expropiación, donde los representantes pasan a
ser los dueños de decidir lo que les viene en gana, y ni siquiera se sabe bien
quiénes son a la hora de votarlos. Pongo como ejemplo el caso de un legislador
de Mendoza, que es a las claras un agente del multimedios más grande de la
provincia, pero que era uno más en el montón dentro de una lista de candidatos.
Más allá de por qué lo votaron termina siendo el representante de un
conglomerado económico. Estas cosas no se pueden controlar si no hay exigencias
más precisas sobre qué significa representar. Debieran contemplarse mecanismos
como la revocatoria de mandato o asambleas populares, mediante los que se
pueda ejercer opinión y tomar partido sobre los grandes temas, con un valor
vinculante. Algo de esto se vivió en la discusión acerca de la ley de Servicios
de Comunicación Audiovisual (recientemente promulgad), oportunidad en la que se
percibió una mayoría de la población a favor de la medida pero aún así
legisladores que fueron electos por esos sectores finalmente se opusieron. En
ese caso no representaron los intereses por los cuales fueron elegidos y no
existe ningún medio por el cual se les pueda exigir otro comportamiento. Se
pueden pensar métodos de consulta que resulten rápidos y no muy complicados,
electrónicos u otros, que corrijan esos perjuicios que sufren los actualmente
los representados.
- ¿Cómo se enmarca esa discusión en el escenario de crisis de representación
actual?
La crisis de representación, tal cual se expresó el estallido de diciembre de
2001, de algún modo fue superada desde el gobierno de Néstor Kirchner y en el
comienzo de éste, de Cristina Fernández de Kirchner. Después, sobre todo la
acción mediática y los propios errores del gobierno durante el conflicto con las
patronales agrarias lesionaron la representatividad gubernamental, la que, sin
embargo, sigue siendo importante. De manera que se ha producido una erosión
de la representatividad gubernativa, y a la vez no hay ninguna representatividad
en la oposición. Los medios han logrado imponer una especie de
antikirchnerismo furioso en un sector amplio de la población argentina, pero sin
que crear una alternativa. La oposición no tiene otro proyecto que no sea
volver a los ajustes, y tampoco tienen alguna personalidad que parezca
medianamente atractiva como líder. Entonces, es verdad que hay cierta crisis de
representación, pero no es la del 2001, es bastante menor. Los sectores
populares, en buena medida, tienen una relación no de plena representación pero
sí de cierto margen de aceptabilidad respecto del gobierno nacional. Los
sectores medios y altos han quedado a la deriva, y en términos generales no
se sienten representados.
- La reforma política, en los términos en los que se expresa por estos días ¿es
un debate instalado en la sociedad? ¿Es necesaria?
Creo que una reforma es necesaria, aunque el tema no aparece visible para la
población. Quizás si hoy se hace una consulta respecto de qué tema resulta
más importante para la sociedad, seguramente cuestiones como el de la seguridad
tendrían más relevancia. Sin embargo, reitero que se trata de un punto
definitivamente necesario, puesto que desde una mirada integral de lo político
resulta claro el distanciamiento existente entre la población y "la política".
En este sentido una reforma colaboraría para modificar esa realidad.
- ¿Cuáles son los límites de una reforma política como la que parece ser
impulsada por el gobierno?
Hay que ver cuál es la propuesta y habría que intentar que no se quede
empantanada como un instrumento solamente útil de cara a las próximas
elecciones, tanto por parte del gobierno como de la oposición. Es importante
que los distintos actores políticos estén a la altura de discutir algo que se
ubique más allá de lo inmediato. Sin ser ingenuos, en política no se puede
no pensar en lo inmediato, pero si la reforma política termina siendo solo una
cuestión de ventajas y desventajas para la próxima elección, estaríamos frente a
una dirigencia política que está por debajo de lo que acá se requiere; hay
que pensarla en un sentido estratégico.
- Se cuestiona el hecho de que no se discutirían el voto electrónico o las
listas sábana…
Creo que la discusión respecto del voto electrónico o de las listas sábana no
modificaría en mucho el problema de representación. El grado de satisfacción
de la población con el sistema político no cambiaría sustancialmente. No estaría
mal pretender modificarlo, pero está lejos de ser una gran solución.
- ¿Qué otros puntos deberían ser contemplados en un proyecto de reforma
política?
La cantidad de partidos políticos que compiten en cada elección parece poco
sensata. Qué peso puede tener, por ejemplo para una minoría, lograr un
legislador entre veintiocho bancas; seguramente terminará "vendiendo" su voto a
cambio de alguna prebenda. Y si no lo hace es una especie de Robinson Crusoe
de la política, sin ninguna capacidad decisoria. Deberíamos poder pensar en
la existencia de siete u ocho partidos, no caer en el bipartidismo como el caso
chileno, en el cual la izquierda tiene un buen porcentaje de votos pero no
accede a la representación parlamentaria. Creo que un partido con un cinco o
seis por ciento de electores a favor debe tener representación institucional;
ello evitaría la atomización caótica que, en algunos casos, termina siendo hasta
grotesco. Para eso se requiere, por ejemplo, ajustar razonablemente las
exigencias para conformar partidos nacionales o provinciales. Se evitaría la
creación de partidos que son sólo sellos, o que se prestan a negociar una
personería para las elecciones, u otros casos en lo que existen partidos
solamente en un municipio.
- ¿Podríamos pensarse, al menos en esta etapa, que los partidos tengan una mayor
igualdad de oportunidades durante las campañas electorales?
El dinero siempre termina siendo una cuestión de hecho, está bien que desde
el Derecho se establezcan límites. Vimos como el empresario Francisco De
Narváez hizo campaña de manera ilegal, fuera del tiempo que correspondía, entre
otros lugares, en las canchas de fútbol. Si alguien le oponía alguna queja,
argumentaba que no era campaña sino propaganda. Siempre, de un modo u otro, se
pueden burlar las leyes y pueden aparecer recursos para hacer las cosas por
debajo. Esto no es sólo un tema de legalidad sino también de cultura política.
Pero está muy bien que se establezcan reglamentos para que el acceso a los
recursos por parte de los partidos tienda a ser lo más igualitario y
transparente, pero no hay que ser ilusos y creer que con hacer leyes vamos a
resolver cuestiones de poder. Los actores sociales que responden a los
intereses de la economía concentrada intentarán siempre favorecer a sus
expresiones políticas.
- ¿Cómo impactaría la promoción de una mayor participación electoral en el
proceso de selección de candidatos?
La idea de hacer un sistema electoral similar a las primarias en Estados Unidos
es bastante novedosa para la Argentina. Seguramente puede ser sentida, en parte,
como la pérdida de la acción más directa por parte del ciudadano en la elección.
Pero tiene una ventaja importante y es que, en una época de alejamiento de la
población respecto de lo político, el proceso electivo se hace más rico, más
reñido y por lo tanto no resoluble en un solo y simple acto comicial cada un par
años; implicaría mucho mayor protagonismo de la ciudadanía.
- ¿En una reforma más profunda, qué medidas ayudarían a resolver el divorcio
entre sociedad y política?
Hay ciertos aspectos de reforma política que vale la pena trabajar, como la
revocatoria de mandatos -instaurada en Venezuela y utilizada en contra del
gobierno que la había impuesto-, el referéndum, la constitución de asambleas
populares; todas instituciones que tienden a una mayor participación popular.
Implicarían reformas más de fondo, distintas a la simple reforma política
superestructural. Aquí, en cambio, lo que se pone en juego es la forma de
representación por vía de partidos, la elección de candidatos, el manejo
económico de las estructuras partidarias. De cualquier modo eso es importante,
aunque no suele ser percibido desde la población como algo muy determinante,
hasta tanto, en todo caso, funcione de manera positiva.
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