Argentina, la
lucha continua....
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Nueva ley de radiodifusión
¿Ley K?
Mauro Paradiso
En el presente artículo intentaremos reflexionar acerca de la ley de
radiodifusión. Haremos este ejercicio en un momento en que ya pasaron varias
semanas de que la ley se aprobara en el congreso. Tal vez el paso del tiempo nos
permita analizar este hecho con un poco más de ecuanimidad.
Una de las opiniones más difundidas es que esta ley es un producto de la
voluntad arbitraria del gobierno, que pretendería comenzar a manipular la
información pública para que todos piensen como el matrimonio K quiere. Pero es
necesario detenerse un poco a analizar esta opinión. Es cierto que el gobierno
gana promoviendo esta ley y organizando a su tropa (legisladores oficialistas)
para que la vote. Pero lo que gana tiene que ver con la recuperación de la
iniciativa política, que caracterizó al gobierno durante gran parte de la
gestión K. Es decir, el gobierno, derrotado en las últimas elecciones, necesita
volver a fortalecer su gestión, y recuperar aliados.
No está necesariamente interesado en promover lo que la ley de medios promueve,
es decir, democratizar la información, luchar contra los monopolios, facilitar
el acceso universal a las nuevas tecnologías, favorecer la participación de las
radios comunitarias, de las universidades, de los pueblos originarios en la
producción de la comunicación. Y decimos que no lo está porque fue el mismo
gobierno el que prorrogó las licencias por 10 años a los grandes grupos que hoy
manejan la comunicación audiovisual y radiofónica en el país. Efectivamente,
Néstor Kirchner firmó en mayo de 2005 el decreto 527 argumentando que "en virtud
de la grave crisis que atravesó el país... los medios de comunicación,
orientados básicamente al mercado interno, fueron uno de los sectores afectados
por la intensa recesión sufrida lo que provocó situaciones de rentabilidad
negativa en la mayoría de las empresas.
Esta medida fue muy objetada. El presidente del Foro Argentino de Radios
Comunitarias, Néstor Busso, sostuvo que el decreto 527 era una capitulación ya
que, a través de él, los grandes grupos económicos tendrían 10 años más para
imponer su discurso único y su modelo de concentración de la riqueza. A su vez,
desde la Central de los Trabajadores de la Argentina se criticó la extensión de
las licencias a los canales de televisión y a "grupos monopólicos que son
explotadores de trabajadores, fomentan el trabajo en negro, realizan
persecuciones ideológicas, y propician la falta de libertad de expresión".1
Es decir, no estamos frente a un gobierno que haya mostrado una voluntad
coherente con respecto a este tema. Es por eso que debemos tener en cuenta,
nuevamente lo afirmamos, que no se trata de una ley del gobierno. Porque el
espíritu de la ley se basa en los 21 puntos que fueron elaborados por
organizaciones sociales que vienen trabajando hace muchos años para que esta ley
se hiciera realidad. Así se formó la Coalición para una Radiodifusión
Democrática, integrada por todos los gremios de trabajadores de la Comunicación,
la CGT y CTA, los organismos de defensa de Derechos Humanos, Madres y Abuelas de
Plaza de Mayo, las Universidades Nacionales y sus Carreras de Comunicación o
Ciencias de la Información o Periodismo, el movimiento Cooperativo, radios
comunitarias y de pequeños y medianas empresas, y numerosos movimientos
sociales. Esta coalición se reunió en el 2004 para buscar consensos en torno a
una Ley que reclamaba desde la recuperación de la democracia en 1983. Así se
acordaron 21 puntos que fueron presentados en agosto de 2004.
Por lo tanto hay que diferenciar: lo que la ley promueve, de lo que el gobierno
se propone. Y como consecuencia: la oposición al gobierno de la oposición a la
ley. Es decir, podemos ser opositores al gobierno, pero eso no implica que nos
tengamos que oponer mecánicamente a la ley, por el hecho de que haya sido
promovida por este gobierno.
En caso contrario, correríamos el riesgo de caer en una postura oposicionista, a
la que adscriben tan sistemáticamente Lilita Carrió, Mauricio Macri, De Narvaez,
Cobos, y gran parte de la UCR. En este sentido es interesante ver quienes fueron
los que se opusieron tan visceralmente a la nueva ley. Entre ellos se destacó el
grupo Clarín (que posee el monopolio de medios de comunicación más grande de la
Argentina, integrando la empresa Artear -que produce y comercializa canal Trece
de Buenos Aires y las señales de cable TN, Volver, Magazine y Metro, entre
otras- junto con decenas de empresas como editoriales, emisoras de radio y
televisión, productoras, internet, telecomunicaciones, imprentas gráficas,
correo tradicional y servicios de tercerización. Fue este grupo el que destinó
una campaña feroz en contra de la nueva ley, llamándola ley K, como si se
tratase de una ley que le pertenece al matrimonio Kirchner. Indudablemente esta
campaña tiene sus causas en el perjuicio que le provoca a su actividad
monopólica la sanción y futura implementación de la ley.
Pero hubo también operadores políticos, que actuaron en consonancia con los
intereses de estos grandes medios.
La pregunta que nos hacemos es la siguiente: Sabiendo que la ley derogada era
una ley obsoleta, impuesta por la última dictadura militar ¿Qué hicieron quienes
se opusieron a la nueva ley para que aquella sea transformada? ¿Qué tipo de
lobbies? ¿Qué movilizaciones o campañas realizaron para formar una agenda social
que se trasformase en algún momento en agenda pública? La respuesta sólo puede
formularse por la negativa: nada. Si a esto le sumamos el hecho de que frente a
la nueva ley el polvaderal que levantaron fue considerable, debemos pensar mal:
les molestaba menos la ley de la dictadura. Es importante entonces, para los que
todavía no lo saben bien, recordar algunas de las diferencias que separan ambas
leyes.
La anterior ley (22.285) que llevaba las firmas del ex dictador Jorge Videla, el
ex ministro de Economía José Martínez de Hoz y el ex ministro del Interior
Albano Harguindeguy, admitía restricciones a la libertad de expresión, basadas
en las necesidades de seguridad nacional. Todos sabemos como interpretó el poder
de facto estas necesidades y cuántos periodistas y comunicadores terminaron
siendo amordazados, apresados y asesinados, por causa de dicha interpretación.
El problema de una ley que restrinja el derecho a la libertad de expresión por
motivos de "seguridad nacional" es determinar qué se entiende por dicho término,
ya que el mismo puede prestarse a ambigüedad. Esto abre una brecha para
cualquier poder de turno que quiera aplicar mordazas a la prensa.
Por el contrario, la nueva ley garantiza el derecho humano universal a la
información y a la libertad de expresión, como lo prevé el artículo 13 de la
Convención Americana sobre Derechos humanos. Esto implica el derecho a recibir,
difundir e investigar informaciones y opiniones. Cabe aclarar, por lo demás, que
los tratados de Derechos Humanos son una pieza fundamental del espíritu de esta
propuesta.
La ley de la dictadura preveía que el organismo que regulara la Radio y la TV
estuviera integrado por militares, servicios de inteligencia y empresarios.
Por el contrario, el organismo que regula los Servicios de Comunicación
Audiovisual en la nueva ley estará dirigido por un órgano colegiado, integrado
por representantes de la legislatura nacional (de la segunda y tercera minoría)
y representantes del Poder Ejecutivo Nacional.
En la ley de la dictadura la radiodifusión sólo se podía ejercer como actividad
con fines de lucro. Recién en el año 2005 el Congreso Nacional permitió a las
personas jurídicas sin fines de lucro ser titulares de licencias de
radiodifusión, pero con algunas restricciones. Con lo cual miles de radios
comunitarias, ancladas en los barrios marginales, que militaban por proyectos de
transformación social, se encontraban con dificultades para sostenerse.
La nueva ley de radiodifusión les permite el acceso a esas entidades sin fines
de lucro, reservando, con carácter inderogable, el 33% del espectro para
asociaciones, fundaciones, mutuales, etc.
La antigua ley admitía los monopolios y los oligopolios. Entre otras cosas,
permitía que una sola persona fuera titular de 24 licencias de servicios
abiertos (radio y TV).
El Estado tenía una participación subsidiaria, ya que sólo podía dar servicio en
áreas geográficas no rentables para los privados. Es decir, se trataba de una
ley pensada para un régimen que le estaba abriendo las puertas al
neoliberalismo, doctrina que destraba los mecanismos que protegen a los pequeños
actores dentro de la economía nacional y les brinda posibilidades de crecimiento
a los grandes agentes. De esta forma se constituyen o se fortalecen los
monopolios. Si el Estado, como lo preveía la antigua ley, debía tener una
presencia subsidiaria, los servicios de comunicación audiovisual quedan entonces
en propiedad de los grupos privados, cuyo interés es vender la noticia, para lo
cual recurren a cualquier tipo de estrategia. Sangre, violencia, noticieros
amarillistas, pornografía en horarios de protección al menor, un collage de
imágenes difíciles de decodificar para la gran mayoría de los niños argentinos
que pasan gran parte de su día enfrente de un televisor. Esos niños se educan
bajo esa televisión, y son los que el día de mañana irán a votar influenciados
por las líneas editoriales de los principales diarios y noticieros del país.
Quiero decir, que los monopolios y oligopolios uniformizan las conciencias, ya
que la noticia bajo un aparente halo de diversidad, termina siempre teniendo el
mismo sustrato, la misma tendencia de fondo, la misma intencionalidad.
Es por eso que para que una democracia funcione, deberá existir pluralismo en
los medios de comunicación. A su vez el Estado deberá cumplir un rol esencial en
la comunicación, no sólo en la función de regulación sino en la de producción.
Esta es la única manera de que los medios dejen de intentar vender una noticia a
cualquier precio y comiencen a operar con una lógica menos comercial y más
educativa, como ocurre hoy con canal 7, que -aunque le podríamos cuestionar
muchas cosas- destina una parte importante de su programación al área educativa
(uno de los mejores ejemplos de ello lo constituye el canal encuentro).
La nueva ley impide la formación de monopolios y oligopolios (una persona no
puede tener más que 10 licencias de servicios abiertos), a la vez que promueve
el pluralismo del espectro y de los servicios de Comunicación Audiovisual. El
Estado Nacional, las Provincias, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y los
Municipios tendrán asignadas frecuencias.
Existen opiniones "liberalizantes" que ponen el acento en el peligro que supone
el hecho de que el Estado tenga participación en los servicios de radiodifusión.
Se producirá una "chavización" de la Argentina, suelen decirnos. Habría que ver
que significa esa frase, y en todo caso, cómo interpretan esas voces lo que hoy
se esta produciendo en Venezuela. Pero estrictamente, hablando de Argentina,
nada nos debe hacer temer: la nueva ley prevé diferentes controles para que el
poder ejecutivo no termine manipulando la voluntad de los medios. Por empezar el
organismo que regulará los Servicios de Comunicación Audiovisual será dirigido
por un órgano colegiado integrado por representantes de la legislatura nacional,
de la segunda y tercera minoría y representantes del Poder Ejecutivo Nacional.
Además se establecerá un Consejo Multisectorial y Participativo integrado por
representantes de las Universidades, de las Asociaciones sin fines de lucro, de
los trabajadores del sector, etc.
A su vez, para evaluar el funcionamiento de la Autoridad de Aplicación estará
previsto el control del Congreso de la Nación. Para ello se crea la Comisión
Bicameral de Seguimiento y Promoción de los Servicios de Comunicación
Audiovisual.
Por lo tanto, tenemos ciertos mecanismos institucionales como para confiar en
que la nueva ley podrá superar ampliamente a la anterior. Lo que resta es ver
como se implementará, quienes son las personas que estarán a cargo de su
aplicación, lo cual necesariamente remite a la idea de democracia. Funcionarios
del poder ejecutivo, legisladores, miembros de la sociedad civil, serán los
encargados de llevar esto adelante. Habrá que estar atentos: no vaya a ser que
el espíritu de la ley termine desdibujándose por una mala implementación. Pero
ese ya no es un problema de la ley.