Argentina, la
lucha continua....
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Violencia estatal, violencia privada
La represión en Terrabusi y el cambio de etapa
Daniel Cadabón
¿Podrá, el kirchnerismo, terminar con la nuevas organizaciones obreras,
disciplinando y encarrilando a los trabajadores detrás de las centrales
sindicales adictas a sus políticas? Esta es la pregunta que se realiza la
burguesía argentina, que se declara en estado de emergencia social y que ha
comenzado una campaña "dispuesta a liberar las calles y las fábricas de la
molesta protesta social, que coloca como rehenes de una minoría, al conjunto de
la sociedad".
Esta consigna burguesa, no es otra cosa que el viejo y repetido llamado al
orden, que vuelve a encontrar unidos al más amplio espectro de explotadores,
abarcando desde la centrales empresarias que en su discurso mediado por las
corporaciones mediáticas, incluye al kirchnerismo y al propio gobierno de EE.UU.
Establecer un poder "fuerte", que en última instancia sólo significa disciplinar
las luchas populares, es la divisa que unifica a oficialismo y oposición. La
burguesía argentina está dispuesta a la ejecución de la violencia en contra de
las luchas obreras, como tantas otras veces en la historia, pero la experiencia
acumulada le hace dudar sobre como hacerlo.
Macri y Cristina Kirchner
El macrismo ha avanzado en esta política en forma desembozada y brutal al poner
en funcionamiento un cuerpo especial antipiquetes; claro, para el macrismo es
fácil, ya que limita su poder a una intendencia y esto le da ciertas licencias
para improvisar en función del dialogo que sostiene con los sectores más
reaccionarios del municipio porteño.
Para el kirchnerismo en cambio, pese a que, simplemente, ha ejecutado una
represión abierta y feroz en contra de los trabajadores de Kraft-Terrabusi
confiando en las propias fuerzas de seguridad del estado, la solución represiva
no se le aparece tan viable; desconfía de la reacción popular que puede
despertar maximizar la represión y de un final a lo Duhalde. Para la burguesía,
convertir a las luchas obreras en una cuestión de policía no siempre da
resultados favorables para los gobiernos y, a veces, es peor el remedio que la
enfermedad.
Aquí encontramos la paradoja de toda esta situación: si el macrismo reprime, su
acción va al fracaso por la falta de una dimensión nacional en la política
represiva, que nunca encuentra éxito mientras se refiera a una municipalidad; al
contrario, lo más probable es que los sectores progresistas y opositores al
macrismo utilicen la represión como argumento electoral y que las bandas armadas
antipiquetes comiencen a ser repudiadas por los propios vecinos.
Lo del kirchnerismo es distinto. La acción represiva en Terrabusi adquirió de
inmediato un carácter nacional porque la autoridad de aplicación no fue otro que
el gobierno nacional, de ser honesto el ministro Tomada debería reconocer que es
aquí donde se encuentra "la actividad coordinada" que denuncia como
conspirativa.
No hay aura "progre" que pueda cubrir al kirchnerismo de los efectos de las
balas de goma, los gases, los palos y los perros en contra los despedidos que
luchan por su fuente de trabajo. De hecho, el debate se ha extendido y ha
logrado devaluar figuras que han ocupado un rol distinto en la historia reciente
de nuestro país, hasta el punto de lograr desconcertar todo un sector del
progresismo; es que es intragable que en la coordinación de las labores
represivas de la policía y la gendarmería, del último viernes, estuviera
presente la secretaría de DD.HH provincial, dirigida por una ex
detenida-desaparecida cuyos hijos continúan en situación de desaparecidos,
la sciolista Sara Covacho.
"El trabajo os hará libres"
A la Kraft-Terrabusi le falta un gran cartel en la puerta con la leyenda "el
trabajo os hará libres" para parecerse a un centro de concentración. Púas,
perros, caballería, infantes armados hasta los dientes, no hacen más que
recordar las épocas en que la dictadura militarizaba las fábricas. La
complicidad de la burocracia sindical con todo este operativo es otro elemento a
tener en cuenta. Tras las declaraciones de Moyano y Daer se comprueba que el
fenómeno de la "nueva clase obrera" no solo angustia a la patronal, preocupa a
clases y castas.
El experimento represivo al que apeló la gran burguesía es puramente represivo y
mantiene todavía la esperanza de de que no tenga que ir más lejos en el
derramamiento de sangre; esta no es una actitud bondadosa, es pura especulación
política de que las cosas se le vuelvan en contra. La derecha reaccionaria
demanda mayor represión, pero es inconsistente en su planteo, dado que el
reclamo de violencia para enfrentar las luchas populares está dirigido a un
gobierno del cual dice renegar. De todas maneras, la lucha ideológica para ganar
a la clase media para una postura fascista, se ha vuelto insoportable.
La centro izquierda por su lado reclama profundizar la democracia, desconociendo
que en épocas de dominación financiera y de relaciones – si no ya carnales-
"cariñosas" la democracia carece de la capacidad de ser "pura"; la patronal de
Kraft-Terrabusi entiende esto mejor que varios legisladores del "campo popular",
por eso viola las leyes argentinas en forma desvergonzada.
Los métodos piqueteros
En los cortes de ruta existen: los cortadores y los cortados. El esfuerzo
mediático burgués se basa en dotar de ideología a estos últimos, para lograr un
enfrentamiento mayor y organizado en contra de los primeros. "Tu derecho termina
donde empieza el mío" es la apelación al código penal para poner en
funcionamiento la ideología antipiquetera. Sin embargo, hasta ahora, la
psicología del cortado no ha evolucionado más allá del pensamiento común del
peatón que putea al automovilista, hasta el mismo momento en que él se sube al
auto y entonces putea al peatón.
Es que con los tarifazos al alcance de la mano y un 300% de aumento en la luz y
el gas los vecinos se colocan en situación de volverse piqueteros antes que
indignados ciudadanos.
El palo y el gas lacrimógeno no son por sí mismos un programa político, son
apenas instrumentos del "orden" y los sectores medios empobrecidos temen sufrir
en sus propias cabezas el rigor del "orden" que la derecha le reclama defender.
Es decir: la movilización política de la pequeña burguesía contra los
trabajadores esta armada de demagogia antiobrera, pero la burguesía sabe que
jugar con fuego no es lo más conveniente
Diferente es lo que sucede con los escribas K, estos sectores defienden su
billetera y para eso los mueve su gusto por la certeza y su temor a un cambio
que descoloque a sus patrones. La pequeña clase media progresista, en el
sentido del progreso de sus ahorros, encuentra así en las divisas de orden y
progreso un refugio seguro para su extremo temor al desenlace de la lucha entre
los trabajadores y sus patrones.
Esta clase media "progre", que ha bebido inveteradamente de la fuente del
individualismo cínico, junto a todos sus referentes sociales y académicos hacen
del derecho burgués una inagotable fuente de creencias. El recurrente fracaso
que han logrado con esta manía de adhesión a los postulados de las
diferentes variables de la burguesía y su propia inconsistencia política, está
basada en el cálculo y en el conservadorismo individual de sus privilegios.
El pillaje de los recursos naturales, la represión a luchadores, le
justificación en el desacuerdo con los métodos "violentos", tiene sentido
propio, siempre y cuando las migajas del reparto lleguen a su mesa. Es
importante alertar sobre el rol del progresismo y su complicidad con el gobierno
y la burocracia sindical, sobre todo en momentos como los actuales, en que la
burguesía recurre a la represión y a la maniobra para frenar las lucha obreras.
Kirchnerismo y represión
La evaluación que el kirchnerismo haga sobre las luchas obreras es un motivo de
mayor preocupación por parte de las patronales y el imperialismo. La
radicalización de las mismas; los métodos de democracia obrera basados en la
toma de decisiones en medio de asambleas; la aparición de nuevos delegados más
dispuestos a la acción directa que a la negociación sindical en términos
tradicionales; la disposición al enfrentamiento con las fuerzas de seguridad en
la defensa de sus piquetes; el carácter indeterminado de los planes de lucha,
etc. tienen para la burguesía un dramatismo sorprendente.
La mayoría de los conflictos que se vienen desarrollando van en contra de las
políticas de conciliación burocrática de las centrales obreras. La burguesía es
consciente que esta disposición a la lucha "intransigente" por parte del
movimiento obrero, en momentos en que se hace necesario un incremento de las
tarifas y en medio de una situación inflacionaria, puede transformarse en
explosiva a corto plazo. La patronal, reclama que en épocas de crisis los
trabajadores deben ponerse la camiseta de la empresa; pero ya son 260 mil los
trabajadores que en el último año han quedado descamisados.
La gran preocupación es que los popes sindicales se han vuelto demasiado ricos y
aparecen despreocupados de lo que pasa entre las bases.¿Cómo se le pudo escapar
a Daer que en Terrabusi se estaba gestando semejante situación explosiva? ¿Es
que la burocracia sindical de tanto enriquecerse, dándole agua por medicamentos
oncológicos a sus afiliados, se ha vuelto distraída?
Las patronales están determinadas a no ceder en la lucha de Terrabusi. Piensan
que este caso testigo arreglará los problemas a futuro. Si en Terrabusi gana la
patronal se acaba gran parte de los problemas y los trabajadores volverán a
recuperar "la cultura del trabajo". La reacción de los Daer y Moyano, es una
reacción nerviosa de aquel que se dio cuenta tarde de lo que pasa en la base.
Con la CTA pasa algo parecido; condena de palabra a los popes sindicales que se
transforman en millonarios a expensas de sus trabajadores. Pero, basta con que
los trabajadores salgan a la lucha para condenar la "violencia de cualquier
signo". El "progre" ha aprendido a moverse en medio de la lucha de clases, más
dedicado a la semántica y a la condena moral que a ensuciarse las manos con el
tizne del piquete.
La CTA, como el ciudadano medio, ha asimilado la afirmación de que el derecho
del individuo en democracia lo es todo, con lo cual justifica su persistente
política de apoyo al gobierno y se sostiene como un intermediario ministerial
que pretende discutirle a la clase obrera sobre sus derechos a usar métodos no
convalidados con la patronal. Sin duda, la nueva clase obrera esta muy lejos de
la "cultura del trabajo" y de los métodos racionales que reclaman burócratas,
curas e intelectuales; quizá sea esa la razón que ha llevado al triunfo a los
últimos conflictos gremiales.
Las políticas de ajuste, reclamadas por la UIA; las relaciones "cariñosas"
reclamadas por la embajadora de EE.UU y su representante a cargo del Ministerio
de Economía, están centradas en que los trabajadores moderen sus reclamos
salariales y que el ajuste se soporte sin chistar. Enfrente encontramos a una
clase obrera dinámica, joven que considera a las direcciones gremiales como
empresarios recaudadores de sus aportes mensuales. Una clase obrera, que se
acostumbra a los piquetes y no a las oficinas alfombradas de las gerencias de
personal.