Argentina, la
lucha continua....
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Argentina: Pobreza y clientelismo
Salvador María Lozada
Argenpress
La necesidad de combatir la creciente pobreza en la Argentina
ha movilizado a la oposición a fin de evitar que este objetivo sea frustrado y
pervertido por las conocidas prácticas clientelistas. A ellas acuden asiduamente
los gobernantes en su afán obsesivo por contradecir a George Bernard Shaw, quien
urgía cambiar frecuentemente de políticos en el poder y de pañales a los niños,
en ambos casos por las mismas razones tan obvias como fétidas.
Dice la información que el Acuerdo Cívico y Social y el Proyecto Sur pugnan, con
razón a mi juicio, para que la asignación propuesta para esa lucha sea
universal, es decir, deba alcanzar a todos los niños, más allá de la condición
económica de sus padres, sosteniendo que la universalización del beneficio
impedirá las prácticas clientelistas del Gobierno.
No es la primera vez, por cierto, que el asunto del clientelismo sale a la luz.
No hace mucho la Cámara Nacional Electoral produjo una sentencia que enfrentó
esta distorsión de la democracia y suscitó diversos comentarios.
En uno de ellos recordaba yo que en estos años últimos del posperonismo se ha ha
ido acentuando la tentación clientelista. Antes que los cambios drásticos en la
distribución de la renta, antes que la restauración de la soberanía sobre los
recursos estructurales de la economía, antes que modificar la tendencia
neoliberal al crecimiento con altísima desigualdad, se ha ido imponiendo y se
sigue imponiendo como desideratum político la mera permanencia en el poder a
través del reparto sistemático de bienes en las instancias electorales. Bienes
obviamente adquiridos con los recursos del Estado, esto es con el dinero de los
contribuyentes. Y hecho a través de una trama compleja y eficiente de caudillos,
caudillitos, punteros y punteritos. La eficiencia aludida resulta demostrada por
un hecho elocuente. Allí donde hay intensas pobreza y desempleo, marginación y
analfabetismo, como en algunas provincias o en partes de éstas, esa técnica
clientelista permite, con alguna rara excepción, ganar las elecciones. En la
Capital Federal, donde los bolsones de pobreza son más reducidos y hay una
mayoritaria clase media independiente de la asistencia prebendaria del partido
gobernante, sus candidatos no son los primeros ni los segundos ni siquiera los
terceros a la hora de contar los votos.
Clientelismo de segundo grado
Esa trama eficiente de dominación clientelista sobre las mayorías empobrecidas,
desempleadas, y analfabetas o desalfabetizadas de las provincias está al alcance
del gobierno de turno, es decir pertenece al Partido Único del Poder, quien la
expropia con facilidad al grupo gobernante anterior, si lo hubiera habido,
mediante el uso precisamente de la misma materia prima, el dinero público, a
través de una suerte de clientelismo de segundo grado. Allí están los mil y un
intendentes, concejales, diputados y senadores y sus desvergonzadas e
interminables legiones nepotistas, las parentelas parasitarias, los "ñoquis"
inextinguibles, los beneficiarios numerosos de sinecuras y canonjías
burocráticas y legislativas. Todos ellos con "lealtades" tan irrisorias como
transferibles, casi automáticamente actualizadas, puestas al día y al mejor
postor, rápidamente endosadas al nuevo tenedor ocasional. Por otra parte, la
ostentosa, y hasta jactanciosa, captación de un legislador más, en el
esperpéntico, aunque paradigmático, caso "Borocotó", ha producido una situación
límite de mutabilidad, una suerte de apoteosis del oportunismo que parece una
tardía invasión del realismo mágico literario sobre el campo de la política
partidocrática, junto a un espectáculo degradante de saltimbanquismo politico-circense.
Es la plásticidad extrema, en el más amplio sentido de la palabra, la
flexibilidad total, de la clase política del Partido Único del Poder. Sus
miembros son como bienes fungibles en manos de quienes pueden, preferentemente
en las proximidades electorales, realizar unas formas típicas del abuso de
poder.
Entretenimiento de la pobreza y lumpenproletariat
El clientelismo necesita de la pobreza. No osaría llevar adelante políticas que
produjeran la reducción significativa de ella. Sería una conducta
autodestructiva. No ataca a la pobreza. La mantiene y la perpetúa. Es un
entretenimiento ilimitado de la pobreza. Requiere la pasividad, la abulia y la
inferiorización del indigente al que años de penuria le han quitado energías y
estímulos para reaccionar activa, altiva, productiva o creativamente. El
clientelismo es perfectamente complementario a la existencia de un vasto
Lupenproletariat.
Como se sabe, este concepto fue introducido por Marx y Engels en la obra
conjunta La Ideología Alemana, de 1845, y usado por el primero en El Dieciocho
de Brumario de Luis Bonaparte, de 1852, para referirse al segmento del
proletariado que se comporta de un modo improductivo y regresivo, aliado
implícito de los sectores dominantes, y es desperdicio o rezago de todas las
clases productivas, como expresa en esta última obra. En último análisis,
transpuesto al presente, es la marginalidad social dependiente para su
subsistencia del asistencialismo gubernamental.
Es que en nuestros días el clientelismo no se limita a usufructuar el lumpen
proletariat existente. Es promotor de nuevos acopios de lo mismo. El
clientelismo que aprovecha del lumpen es asimismo generador de más de esa misma
sustancia. El clientelismo es en si mismo lumpenizador, difunde marginalidad, la
acrecienta y la aprovecha.
Nadie podía imaginar a mediados del siglo XIX que esa marginalidad , la pobreza
y el desempleo sin horizonte podía constituir una parte decisiva de la población
electoral. Dicho de otro modo que el tamaño del "margen" fuera mayor que el
"centro" del espacio social. Es el producto de las políticas neoliberales que en
lo sustancial no se quieren cambiar, como no cambian tampoco los servicios
públicos privatizados, algunos subsidiados "generosamente", la enajenación de
Y.P.F., el trato privilegiado y reverencial al Fondo Monetario, la minería
expoliadora y contaminante y el menemismo estructural y residual que nadie
cercano al poder se atreve a cuestionar y menos a aun a modificar. Antes bien,
el futuro inmediato le propone a los argentinos una repsolización también del
petróleo de la plataforma continental. Esta vez a través del nada sorprendente
artilugio de Enarsa u otros "socios" petroleros del poder, para decirlo con
candor o con ironía.
Aunque la economía creciera, lo cual ahora para nada ocurre, es preciso afirmar
que sigue en la Argentina, como en los años 90, una concepción de ese
crecimiento, un tipo o índole de enriquecimiento, que incluye muy centralmente
la acentuación de los desniveles entre sectores y consiguientemente una marcada
injusticia social. Es lo que demuestra múltiples estudios por demás conocidos.
No se puede dudar que si se volviera a ese proceso de crecimiento el mismo no
resolvería sino que produciría la expansión de la desigualdad distributiva.
Compra de votos
La sentencia aludida del Tribunal Electoral recuerda que "las prácticas
clientelares –entre las que se encuentra la denominada ‘compra de votos’-
conspiran precisamente contra la expresión de la libre voluntad que constituye
un presupuesto indispensable del ejercicio del sufragio" (1) También señala que
"el concepto general de clientelismo político esta acotado en nuestra sociedad a
una mera permuta de favores entre jefes partidarios y potenciales electores
provenientes en su mayoría de clases bajas y desamparadas. Sin embargo, la
lógica del poder que responde a su raíz profunda va mas allá de un simple
intercambio de mercaderías por votos. El esquema desplegado es mucho más
complejo y aquel es, en ultima instancia, el resultante final de una larga
cadena" (2) Recuerda asimismo que "la compra de votos" … se presenta entonces
como la practica típica del clientelismo político- electoral, pues - aun cuando
aquella puede presentarse como fenómeno autónomo - este constituye su contexto
natural. En efecto, ésta ha sido definida como el mecanismo en el que los
votantes son ‘ sobornados’ para que se comprometan a un particular y determinado
comportamiento electoral" (3).
Se trataba de una denuncia por prácticas de adulteración electoral en las
elecciones internas de un partido político, que la juez federal electoral de la
Capital había desestimado, y que la Cámara electoral le ordenaba continuar
investigando. Este tribunal está integrado por los jueces: Rodolfo E. Munné,
Alberto Ricardo Dalla Vía, y Santiago H. Corcuera.
Sin perjuicio ni desmedro de esa excelente sentencia de la Cámara Nacional
Electoral, en el estado actual de las cosas, no se pueden alentar expectativas
sobre una corrección judicial del clientelismo. La referida cámara actúa como
tribunal de apelaciones respecto de las decisiones de los jueces electorales de
primera instancia, quienes, como se sabe, son hijos notorios del poder, y
tienden a consolidar la técnica del hecho consumado y del dejar hacer. Por otro
lado, el matonismo prelectoral, sobre todo en los sectores más desfavorecidos de
la sociedad, aleja la posibilidad de denuncias oportunas y documentadas de las
conductas clientelistas.
Reforma
Para que pueda funcionar un control judicial del clientelismo, hace falta una
reforma drástica de la justicia electoral.
No es que falten normas, tanto en el derecho comparado como en la legislación
local, como lo señalan los jueces del tribunal cuya sentencia mencionamos.
Es en el momento de la vigilancia inmediata, de la comprobación oportuna, de la
aplicación efectiva y circunstanciada de esas normas, –del "enforcement" de los
anglosajones-, donde se produce el inmenso charco sobre la que bogan los usos y
abusos destructores de la autenticidad electoral.
Esa reforma implicaría algunos elementos que parecen esenciales. Por un lado, la
justicia electoral. Los jueces con competencia en la materia deben ser
designados a través de un procedimiento que de ningún modo incluya miembros de
la clase política. Ni representantes del ejecutivo, ni de las cámaras
legislativas, cuyas mayorías son prolongación automática de la voluntad de
aquel, debieran integrar el Consejo de la Magistratura en ocasión de tratar esas
designaciones.
Por otra parte, a los de primera instancia es necesario dotarlos de unas
facultades muy precisas y amplias para controlar sobre el terreno, las etapas
preelectorales desde el mismo comienzo de estas. Lo cual no se podrá practicar
sin otorgarles el auxilio de una también amplia dotación de veedores judiciales,
competentes, decididos, y comprometidos con el bien público, capaces de
comprobar y documentar, -sin prescindir de los modernos elementos
audiovisuales-, las infracciones a las normas represivas de la compra o permuta
de votos a cambio de bienes de toda especie, lo cual en la última elección ha
avanzado hasta los electrodomésticos de un costo considerable. Sería decisivo
que una institución prestigiosa como la Federación Argentina de Colegios de
Abogados quedara asociada por ley a esta tarea, y fuera ella la que en cada
rincón del país asumiera la responsabilidad de proponer a los jueces electorales
la designación de esos veedores con amplias facultades para realizar todos los
actos probatorios de las conductas de falseamiento electoral. También debe
protegerse de represalias a quienes denuncian esas prácticas, mediante los
mecanismos procesales conocidos que ayudan a la preservación de algunos
testigos.
Otra demorada reforma
Lo dicho antes tal vez pueda resultar insuficiente si no se encara de una vez la
tan postergada, y obviamente tan temida, reforma política. O si esa reforma
política es bastardeada y sirve expresamente para la adulteración de la
veracidad electoral, lo cual no es un riesgo remoto dado el estado de
complicidad profunda de las mayorías legislativas y el auge de la "borocotización".
Un aspecto de esta debe crear mecanismo que hagan a la rectitud cívica, a la
decencia ciudadana, y a la transparencia efectiva de los partidos, sus
elecciones internas y la confección cuidadosa de sus listas electorales. Y es
importante que esta reforma avance sobre un aspecto decisivo del clientelismo.
Este sería mucha más difícil si la formulación del presupuesto nacional y de los
presupuestos provinciales, y sobre todo su ejecución, fueran tales que el uso de
los dineros públicos para comprar votos o conciencias tendiera a ser muy
difícil, o muy arriesgado ante severas normas represivas. Los actuales
presupuestos con partidas difusas, de una gran generalidad, o partidas de una
dimensión exorbitante, como las que recibe la S.I.D.E., y la total falta de
control parlamentario sobre la conducta del poder ejecutivo en el uso de esas
partidas, por la existencia de esas mayorías legislativas servilmente adictas,
son fuentes precisas del clientelismo, con la consecuencia de una democracia que
tiende peligrosamente a perder, no solo legitimidad de ejercicio, sino también,
legitimidad de origen.
Notas:
1) Fallo del 10-11-05 de la Cámara Nacional Electoral en la causa: "Hectór T.
Polino y otros por la Lista N º 1 "Conducción Socialista" del Partido Socialista
distrito
Cap.Fed.. s/queja" (Expte. N° 4058/05 CNE) CAPITAL FEDERAL, FALLO Nº 3605/2005
2) idem
3) idem
Salvador María Lozada es Presidente Honorario, Asociación Internacional de
Derecho Constitucional.