Intentar una reflexión sobre la situación de Argentina al final de 2008 implica
el desafío de salir de las elucubraciones sobre el declive de la popularidad del
gobierno, los escasos logros de la oposición y de la prospectiva más o menos
vulgar sobre el horizonte de crisis económica que todo indica se avecina.
Lo que nos interesa aquí es examinar el cuadro desde el ángulo dado por las
perspectivas de los movimientos populares, atravesados en muchos casos por la
puja entre una tendencia más o menos desfalleciente a dar apoyo a las "políticas
populares" del gobierno Kirchner, y la de mantener claramente la independencia y
la actitud crítica frente a un gobierno que en lo sustancial está ligado a la
suerte de la gran empresa, mas allá de gestos fuertes de "arbitraje" entre
distintos sectores capitalistas, vinculados también a la necesidad de afirmar un
rol más activo para el aparato estatal, en una perspectiva de crisis.
El año 2008 quedó signado por el conflicto que confrontó al gobierno con
diversos sectores del capitalismo dedicado a "agronegocios" bajo el signo de las
retenciones sobre la venta de la soja y otros granos. El oficialismo exhibió
allí todo tipo de contradicciones y torpezas, para terminar derrotado por obra
de las deserciones en su propio bando, no deseoso de afrontar ningún choque,
siquiera simbólico, con sectores concentrados del capital. Una polarización
confusa dominó la lucha política, al punto de que sectores de izquierda apoyaran
a los productores que trataban de proteger sus ganancias, y otros se alinearan
con la presidenta Kirchner y su esposo, viéndolos como defensor de los
"intereses populares".
Otra fuente de alineamientos confusos han sido las medidas que apuntan en un
sentido progresivo, como la reestatización de Aerolíneas Argentinas y del
sistema de jubilaciones y pensiones, las que necesitan ser contextualizadas en
un plano más amplio, en el que campean por sus fueros el otorgamiento de
subsidios, concesiones y moratorias impositivas a los grupos más concentrados
del gran capital. Generar oportunidades de negocios para los capitalistas
aliados sigue siendo una prioridad de los Kirchner, no incompatible con la
realización de estatizaciones puntuales o el establecimiento de controles de
precios o trabas burocráticas en otros ámbitos del capitalismo local.
Frente a la crisis económica en ciernes las respuestas gubernamentales transitan
paralelamente el sendero del estímulo a la oferta (el apoyo directo al
incremento de ganancias del gran capital) con las medidas tendientes al
incremento del consumo, dirigidas sobre todo a los sectores medios urbanos entre
los cuales el gobierno pretende recuperar terreno, alentando medidas como una
reforma impositiva que reduce gravamenes a los salarios altos, mientras el
impuesto al valor agregado sigue cayendo con todo su porcentaje sobre los
alimentos básicos. Y allí se cuelan generosas posibilidades de "blanqueo de
capitales" que apuntan ante todo a fortalecer la libertad de maniobra para las
grandes empresas.
Se necesita examinar no sólo las políticas del gobierno sino su forma de
construir y ejercer poder, el tipo de vínculo que establece con las
organizaciones que lo sustentan. Su actitud de apoyarse cada vez más claramente
en el Partido Justicialista, ahora presidido por el propio Kirchner, encuentra
proyección en la relación privilegiada con estructuras de la burocracia
peronista como los intendentes del conurbano y la conducción de la CGT. El
cultivo de estas coaliciones obliga al elenco gubernamental a dejar de lado
posibles iniciativas democratizadoras (como el reconocimiento a la CTA), y sobre
todo a realizar una construcción política verticalizada desde arriba, hacia un
"abajo" donde los "punteros" se sienten como pez en el agua y los militantes
populares tienden a experimentar desamparo y desorientación. De hecho, varias
organizaciones y personalidades que venían apoyando más o menos críticamente al
gobierno, han terminado alejándose de él
El resultado es catastrófico para los sectores más empobrecidos, hacia los
cuales el gobierno destina escasa atención, en parte por considerarlos "seguros"
en términos de política electoral, mientras el sistema de salud y el de
educación públicas se derrumban a ojos vista, convenientemente sometidos a las
jurisdicciones provinciales y locales y por tanto situados en apariencia fuera
de las responsabilidades del poder político nacional.
El espacio en ámbito gubernamental y sus alrededores para organizaciones
populares con alguna aspiración de autonomía, no sólo no crece sino que se
estrecha a ojos vista, al exigir complicidades con medidas de forma y contenido
antipopulares. El de los K no es un gobierno popular, ni tampoco uno "en
disputa". Apenas expresa en el poder político una relación más compleja y
matizada con el poder económico que la que exhibían el menemismo y sus sucesores
de la Alianza, lo que está en gran parte signado por una etapa diferente de la
acumulación del capital, y no por la sola voluntad gubernamental.
Esto alcanza, sin embargo para que la gestión Kirchner sea detestada por los
sectores más férreamente afirmados en el neoliberalismo, más empeñados en la
defensa de línea dura del capitalismo de libre mercado, y con pocas o ninguna
simpatía por las políticas de derechos humanos y las iniciativas no ortodoxas en
materia de relaciones exteriores. Y allí queda tendida la trampa habitual, la
que invita a integrarse al "campo popular" para combatir a las fuerzas más
abiertamente derechistas. Contra las apariencias superficiales, no hay razones
para apoyar un "neodesarrollismo" más preocupado por mantener los negocios del
capital que por el nivel de vida de los asalariados, por más que sufra el ataque
de los sectores reaccionarios.
Hoy resulta esencial construir un espacio situado claramente a la izquierda del
gobierno, lo que significa articular diversos sectores que compartan el
posicionamiento autónomo frente a las diversas encarnaciones del establishment,
con una vocación anticapitalista que no dependa de una proclamación repetitiva y
genérica, sino de una práctica constante que construya cada día formas de poder
al margen y a la vez en contra del sistema social vigente, que vayan de abajo
hacia arriba. Ello implica asimismo capacidad para desarrollar maneras nuevas de
hacer política, sin por ello condenarse a la abstención en el plano electoral y
a la consiguiente ausencia en los organismos de representación. La aspiración a
la democracia radical y directa no implica darle la espalda a la democracia
representativa, sino saber desenvolverse en su campo con una actitud
independiente y superadora. Debería ser innecesario agregar que no se trata de
ser "antikirchneristas" sino de enfrentar en su conjunto a la política
procapitalista, con la cual no hay alianza posible.