Argentina, la
lucha continua....
|
Pobreza e indigencia, la otra gran mentira del Indec
MDZOL
El gobierno elabora una canasta básica de alimentos y otra, que incluye todo
lo demás que a un ser humano le hace falta para vivir. Está bien calculado lo
que va adentro. El problema es el precio que el Indec dice que tiene cada cosa.
Al final del camino, la incredulidad que genera el organismo no permite conocer
cuántos son los argentinos que peor están pasando este momento.
El gobierno fija, periódicamente, un valor estimativo para la canasta básica de
alimentos y otro para la canasta básica total, que incluye otros aspectos que
hacen a la vida cotidiana, más allá de la comida.
Con ese dato, podemos saber desde qué nivel de ingresos un pobre deja de ser
indigente y un escalón más arriba, con cuánta plata se sale de la pobreza.
Claro, todavía no decimos quién dice cuánto vale cada cosa que va adentro de esa
canasta: el Indec.
A partir de aquí –y desde que el primer militante de este gobierno maneja el
área "a la carta"- sobreviene la duda en torno de la veracidad de estos datos.
Una aclaración necesaria es que la conformación de las canastas obedece a una
construcción científica, sin posibilidades de que el diablo meta la cola.
Para lograr la conformación estimativa de qué es lo que come un argentino
promedio se recurre a una tabla que equilibra una serie de elementos que no
pueden ser alterados por decreto.
Por ejemplo, la canasta básica mensual de alimentos de una persona adulta que es
considerada por el gobierno como parámetro, está compuesta por un poco más de 6
kilogramos de pan, un poco menos de medio kilo de galletas saladas, 3 cuartos de
galletas dulces, un kilo de harina, 1 kilo 300 de fideos, 7 kilos de papas, 1
kilo y medio de azúcar, casi 700 gramos de camote, un cuarto kilo de dulce de
algún tipo (leche, batata o mermelada), un cuarto de legumbres (porotos,
lentejas o arvejas), casi 4 kilos de hortalizas, un poco más de 4 kilos de
frutas, 8 kilos de leche, más de medio kilo de huevos, aceite, gaseosas, sal
fina y gruesa, vinagre, café, té y más de medio kilo de yerba.
El daño y el engaño
Sin embargo, es la manipulación de los precios de cada uno de esos productos lo
que genera un efecto dominó sobre las políticas públicas del país.
¿Tanto así? Sí. Porque si el cálculo de la canasta aparece como bien conformada,
pero mucho más barata de lo que en realidad le cuesta a cualquier argentino a la
vuelta de su casa, una consecuencia obvia es que los registros oficiales de la
pobreza demostrarán –como de hecho ocurre- una disminución.
El gobierno calcula, cree y quiere hacer creer que los pobres son menos de los
que son. Por lo tanto, vivimos en medio de un gran engaño.
El abismo que hay entre las estadísticas oficiales de disminución de la pobreza
y lo que uno ve en la calle tiene fundamento: no estamos locos ni nos hemos
vuelto todos unos incurables incrédulos, sino que la pobreza y la indigencia
están allí. Tal vez en menor escala, comparando la situación con, por ejemplo,
el año 2001. Pero siguen allí. Y hay más que los que el gobierno dice que hay.
Esta falta de criterio del gobierno nacional al manipular cifras de precios de
alimentos en una institución que, antes de Moreno, gozaba de prestigio
internacional, genera un efecto paradojal, ya que, lejos de convencernos de que
todo está mejor, ocurre "la gran Pastorcito Mentiroso", minando de cuajo con su
credibilidad.
Argentinos, ¡a las cifras!
Hay muchas cifras disponibles en el portal oficial del Indec, pero no todas
están lo suficientemente actualizadas.
En lo que respecta a los valores de la canasta básica de alimentos que tomamos
como ejemplo, hay que decir que lo disponible es tan sólo un botón de una gran
prenda. Pero para muestra, sirven.
En enero de 2007 para no adscribirse a la lista de indigentes un argentino
adulto debía consumir alimentos por 137, 62 pesos. Una familia –entendida como
un núcleo de 3 adultos Indec, o dos adultos y dos niños normales- necesitaba
para no ser un excluido de la sociedad comprar alimentos por la suma de 412,92
pesos. Sólo en alimentos, sin contar vivienda, escuela, esparcimiento,
transporte, etc.
Los cálculos más optimistas de inflación real entre 2007 y 2008 hablan de un 25%
de crecimiento de los precios. Sin embargo, para el gobierno, en enero de 2008
esa misma canasta sólo se había incrementado a 144,21 pesos, con el increíble
dato alentador de que en Julio, mes del conflicto entre campo y gobierno que
hicieron subir los precios y escasear los principales productos, la cifra ¡cayó!
a 143,43, siguiendo en caída libre hasta Agosto en que se valoró en 142,04 pesos
por persona adulta. Es decir, que un año después del primer cálculo, para que
una familia no fuera considerada indigente debía comprar comida por 432,63
pesos, centavos más o menos, 20 pesos inferior a la un año antes.
Ya en noviembre de 2008 no era una familia menesterosa la que accediera a
comprar 430,77 pesos de comida.
Y más aun: para no ser pobre (recordemos: un escalón más arriba de la
indigencia), cada adulto debía invertir en este menester vital en noviembre
316,69 pesos, lo que representa unos 950 pesos por grupo familiar tipo.
Y entonces, ¿cuántos pobres hay?
Para saber cuánta es la cantidad de gente pobre e indigente, no sirven los datos
que difunde el gobierno.
Pero cualquier gobierno, ya sea aquí en cualquier municipio o en la China,
necesita saber a quién destina sus acciones, para poder redistribuir, igualar y
desarrollar, algo a lo que se le llama (también en todo el mundo y bajo
cualquier régimen, gobernar).
El área oficial del gobierno de la que puede requerirse la información sobre
pobreza nos informa que en el país hay un 17,8 por ciento de la población bajo
la línea de pobreza y un 5,1 por ciento, bajo la línea de la indigencia
(establecidos, ambos límites, por los ingresos que contamos más arriba).
Pero claro, el cálculo está hecho sobre la base distorsionada de cuánto vale un
kilo de papas o una bolsa de pan.
Parece increíble (y lo es, por cierto) pero para poder establecer políticas
públicas el Estado argentino se auto engañó. Si éste es el diagnóstico que se
hace, la programación de las inversiones sociales del Estado serán equivocadas.
Y la fábrica de pobres será la última en cerrarse.