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Cómo fabricar una crisis alimentaria global: Lecciones del Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio
Walden Bello
La Jornada
El aumento global en los precios de los alimentos no es sólo la consecuencia de
utilizar productos agrícolas para convertirlos en agrocombustibles, si no de las
políticas del "libre mercado" promovidas por las instituciones financieras
internacionales. Ahora las organizaciones campesinas están liderando la
oposición a la industria agrícola capitalista.
Cuando cientos de miles de personas se manifestaron en México el año pasado
contra un incremento del 60% en el precio de las tortillas, muchos analistas
culparon a los biocombustibles. A causa de los subsidios del gobierno
estadounidense, los granjeros de ese país dedicaban más hectáreas al maíz para
etanol que para alimento, lo cual disparó los precios. Esta desviación del uso
del maíz fue sin duda una causa del aumento de los precios, aunque probablemente
la especulación de intermediarios con la demanda de los biocombustibles tuvo una
mayor influencia. Sin embargo, a muchos se les escapó una pregunta interesante:
¿cómo es que los mexicanos, que viven en la tierra donde se domesticó el maíz,
han llegado a depender del grano estadounidense?
La erosión de la agricultura mexicana
No puede entenderse la crisis alimentaria mexicana sin considerar que en los
años anteriores a la crisis de la tortilla, la patria del maíz fue convertida en
una economía importadora de ese grano por las políticas de "libre mercado"
promovidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y
Washington. El proceso comenzó con la crisis de la deuda de principios de la
década de los 80s. México, uno de los dos mayores deudores del mundo en vías de
desarrollo, fue obligado a suplicar dinero al Banco y al FMI para pagar el
servicio de su deuda con los bancos comerciales internacionales. El precio de un
rescate fue lo que un miembro del consejo ejecutivo del BM describió como
"intervencionismo sin precedente", diseñado para eliminar aranceles,
reglamentaciones estatales e instituciones gubernamentales de apoyo, que la
doctrina neoliberal identificaba como barreras a la eficiencia económica.
El pago de intereses se elevó del 19 por ciento del gasto federal total en 1982
al 57 por ciento en 1988, en tanto el gasto de capital se derrumbó del 19.3 al
4.4 por ciento. La reducción del gasto gubernamental se tradujo en el
desmantelamiento del crédito estatal, de los insumos agrícolas subsidiados por
el gobierno, los apoyos al precio, los consejos estatales de comercialización y
los servicios de extensión.
Este golpe a la agricultura campesina fue seguido por uno aún mayor en 1994,
cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Aunque dicho tratado consideraba una prórroga de 15 años a la protección de
productos agrícolas, entre ellos el maíz, pronto comenzó a fluir maíz
estadounidense altamente subsidiado, lo cual redujo los precios a la mitad y
hundió al sector maicero en una crisis crónica. En gran medida a causa de ese
acuerdo, México se ha consolidado como importador neto de alimentos.
Con el cierre de la entidad gubernamental comercializadora de maíz, la
distribución de importaciones maiceras de Estados Unidos y del grano nacional ha
sido monopolizada por unas cuantas empresas trasnacionales, como Cargill. Eso
les ha dado un tremendo poder para especular con las tendencias del mercado, de
modo que pueden manipular y magnificar los movimientos de demanda de
biocombustibles tantas veces como quieran. Al mismo tiempo, el control
monopólico del comercio interior ha asegurado que un aumento en los precios
internacionales del maíz no se traduzca en pagar precios significativamente más
altos a los pequeños productores.
Cada vez resulta más difícil a los productores mexicanos de maíz eludir el
destino de muchos otros pequeños productores en sectores como arroz, carne de
res, pollo y cerdo, quienes se han venido abajo por las ventajas concedidas por
el TLCAN a los productos subsidiados estadounidenses. Según un informe del Fondo
Carnegie de 2003, las importaciones agrícolas de EEUU han dejado sin trabajo a
1.3 millones de campesinos, muchos de los cuales han emigrado al país del norte.
Las perspectivas no son buenas, pues el gobierno mexicano continúa en manos de
neoliberales que desmantelan sistemáticamente el sistema de apoyo al
campesinado, un legado clave de la Revolución Mejicana. Como dice el director
ejecutivo de Food First, Eric Holt- Jiménez, "Llevará tiempo y esfuerzo para
recuperar la capacidad de los pequeños agricultores y no parece que haya ningún
deseo político para esto- sin olvidar el hecho que NAFTA debe ser renegociada".
Creación de la crisis del arroz en Filipinas
Que la crisis global de alimentos se origina en la reestructuración de la
agricultura por el libre mercado resulta más claro en el caso del arroz. A
diferencia del maíz, menos del 10 por ciento de la producción mundial de arroz
se comercializa. Además, en el arroz no ha habido desviación del consumo hacia
los biocombustibles. Sin embargo, sólo en este año los precios se han
triplicado, de 380 dólares por tonelada en enero a más de mil dólares en abril.
Sin duda, la inflación deriva en parte de la especulación de los cárteles
mayoristas en una época de existencias escasas. Sin embargo, el mayor misterio
es por qué varios países consumidores de arroz que eran autosuficientes se han
vuelto severamente dependientes de las importaciones.
Filipinas ofrece un triste ejemplo de cómo la reestructuración económica
neoliberal transforma un país de ser exportador neto a importador neto de
alimentos. Ahora es el mayor importador mundial de arroz. El esfuerzo de Manila
por asegurarse provisiones a cualquier precio se ha convertido en primera página
en los medios de comunicación, y las fotos de soldados que protegen la
distribución del cereal en las comunidades pobres se han vuelto emblemáticas de
la crisis global.
Los trazos generales de la historia de Filipinas son similares a los de México.
El dictador Ferdinand Marcos fue culpable de muchos crímenes y malos manejos,
entre ellos no llevar adelante la reforma agraria, pero no se le puede acusar de
privar al sector agrícola de fondos gubernamentales. Para paliar el descontento
de los campesinos, el régimen les otorgó fertilizantes y semillas subsidiadas,
impulsó mecanismos de crédito y construyó infraestructura rural. Durante los 14
años de su dictadura, sólo en uno, 1973, se tuvo que importar arroz debido al
extenso daño causado por los tifones. Cuando Marcos huyó del país, en 1986,
había 900 mil toneladas métricas de arroz en los almacenes del gobierno.
Paradójicamente, durante los siguientes años de gobierno democrático se redujo
la capacidad de inversión gubernamental. El BM y el FMI, actuando a favor de
acreedores internacionales, presionaron al gobierno de Corazón Aquino para que
diera prioridad al pago de la deuda externa, que ascendía a 26 mil millones de
dólares. Aquino accedió, aunque los economistas de su país le advirtieron que
sería "inútil buscar un programa de recuperación que sea consistente con el pago
de la deuda fijada por nuestros acreedores".
Entre 1986 y 1993, entre el 8 y el 10 por ciento del PIB salió de Filipinas cada
año en pagos del servicio de la deuda. Los pagos de intereses en proporción al
gasto gubernamental se elevaron del 7 por ciento en 1980 al 28 por ciento en
1994; los gastos de capital cayeron del 26 al 16 por ciento. En poco tiempo, el
servicio de la deuda se volvió la prioridad del presupuesto nacional.
El gasto en agricultura cayó a menos de la mitad. El BM y sus acólitos locales
no se preocupaban, porque un propósito del apretamiento del cinturón era dejar
que el sector privado invirtiera en el campo. Pero la capacidad agrícola se
erosionó con rapidez, los sistemas de riego se estancaron, y hacia finales de la
década de los 90s sólo el 19 por ciento de la red de carreteras del país estaba
pavimentada, contra el 82% en Tailandia y el 75% en Malasia. Las cosechas eran
pobres en general; el rendimiento promedio de arroz era de 2.8 toneladas por
hectárea, muy por debajo de las de China, Vietnam y Tailandia, donde los
gobiernos promovían activamente la producción rural. La reforma agraria
languideció en la era posterior a Marcos, despojada de fondos para servicios de
apoyo, que habían sido la clave para las exitosas reformas de Taiwán y Corea del
Sur.
Como en México, los campesinos filipinos padecieron la retirada a gran escala
del Estado como proveedor de apoyo. Y el recorte en programas agrícolas fue
seguido por la liberalización comercial; la entrada de Filipinas en la
Organización Mundial de Comercio (OMC) tuvo igual efecto que la firma del TLCAN
para México. La entrada en la OMC requería eliminar cuotas en las importaciones
agrícolas excepto el arroz, y permitir que cierta cantidad de cada producto
ingresara con bajos aranceles. Si bien se permitió al país mantener una cuota en
importaciones de arroz, tuvo que admitir el equivalente entre el 1 y el 4 por
ciento del consumo doméstico en los 10 años siguientes. De hecho, a causa del
debilitamiento de la producción derivada de la falta de apoyo oficial, el
gobierno importó mucho más que eso para compensar una posible escasez. Esas
importaciones, que se elevaron de 263 mil toneladas en 1995 y a 2.1 millones en
1998, hundieron el precio del cereal, lo cual desalentó a los productores y
mantuvo la producción a una tasa muy inferior a la de los dos principales
proveedores del país, Tailandia y Vietnam.
Las consecuencias del ingreso de Filipinas en la OMC barrieron con el resto de
la agricultura como un tifón. Ante la invasión de importaciones baratas de maíz,
los campesinos redujeron la tierra dedicada a ese cultivo de 3.1 millones de
hectáreas en 1993 a 2.5 millones en 2000. La importación masiva de partes de
pollo casi acabó con esa industria, mientras que el aumento de importaciones
desestabilizó las de aves de corral, cerdo y vegetales.
Los economistas del gobierno prometieron que las pérdidas en maíz y otros
cultivos tradicionales serían más que compensadas por la nueva industria
exportadora de cultivos "de alto valor agregado" como flores, espárragos y
brócoli. Poco de eso se materializó. El empleo agrícola cayó de 11.2 millones en
1994 a 10.8 millones en 2001.
El doble golpe del ajuste impuesto por el FMI y la liberalización comercial
impuesta por la OMC hizo que una economía agrícola en buena medida
autosuficiente se volviera dependiente de las importaciones y marginó
constantemente a los agricultores. Fue un proceso cuyo dolor fue descrito por un
negociador del gobierno filipino durante una sesión de la OMC en Ginebra:
"Nuestros pequeños productores agrícolas son masacrados por la brutal injusticia
del entorno del comercio internacional".
La gran transformación
La experiencia de México y Filipinas se reprodujo en un país tras otro, sujetos
a los manejos del FMI y la OMC. Un estudio de la Organización de Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 14 países descubrió que los
niveles de importaciones agrícolas en 1995-98 excedieron los de 1990-94. No era
sorprendente, puesto que uno de los principales objetivos del acuerdo agrícola
de la OMC era abrir mercados en países en vías de desarrollo para que
absorbieran la producción excedente del norte.
Los apóstoles del libre mercado y los defensores del dumping parecieran estar
en extremos opuestos del espectro, pero las políticas que propugnan producen el
mismo resultado: una agricultura capitalista industrial globalizada. Los países
en desarrollo se integran en un sistema en el que la producción de carne y grano
para exportación está dominada por grandes granjas industrializadas como las
manejadas por la trasnacional tailandesa CP, en las que la tecnología es
mejorada continuamente por avances en ingeniería genética de firmas como
Monsanto. Y la eliminación de barreras tarifarias y no tarifarias facilita un
supermercado agrícola global de consumidores de elite y clase media, atendidos
por corporaciones comercializadoras de granos como Cargill y Archer Daniels
Midland, y minoristas trasnacionales de alimentos como la británica Tesco y la
francesa Carrefour.
No se trata sólo de la erosión de la autosuficiencia alimentaria nacional o de
la seguridad alimentaria, sino de lo que la africanista Deborah Bryce-son, de
Oxford, llama la "descampesinación", es decir, la supresión de un modo de
producción para hacer del campo un sitio más apropiado para la acumulación
intensiva de capital. Esta transformación es traumática para cientos de millones
de personas, pues la producción campesina no es sólo una actividad económica: es
un modo de vida milenario, una cultura, lo cual es una razón de que en India los
campesinos desplazados o marginados hayan recurrido al suicidio. Se calcula que
unos 15 mil campesinos indios han acabado con su vida. El derrumbe de precios
por la liberalización comercial y la pérdida de control sobre las semillas ante
las empresas de biotecnología son parte de un problema integral, señala Vandana
Shiva, activista por la justicia global: "En la globalización, el campesino o
campesina pierde su identidad social, cultural y económica de productor. Ahora
un campesino es ‘consumidor’ de semillas y químicos caros que venden las
poderosas corporaciones trasnacionales por medio de poderosos latifundistas y
prestamistas locales".
Agricultura Africana: desde la complacencia al desafío
La descampesinación se encuentra en un estado avanzado en Latinoamérica y en
Asia. Si el BM se sale con la suya, África seguirá el mismo camino. Cómo
Bryceson y sus colegas afirman correctamente en un artículo reciente, The World
Development Report 2008, con amplia información sobre la agricultura en África,
es prácticamente un plan para la transformación de la agricultura continental en
una agricultura a gran escala comercial. Pero como en muchos otros lugares, la
gente esta pasando de un resentimiento a un completo desafío.
En el tiempo de la descolonización en los 60s, África era un exportador neto de
alimentos. Hoy el continente importa el 25% de su comida; casi todos los países
son importadores netos. El hambre y la falta de alimentos están al orden del
día, con emergencias de alimentos durante los tres últimos años en el Cuerno de
África, el Sahel, el sur y el África Central.
La agricultura en África está en una profunda crisis, las causas van desde las
guerras a los gobiernos, la falta de tecnología agrícola y el aumento del sida.
Como en México y Filipinas una gran parte de la explicación es el abandono de
los controles de los gobiernos y los mecanismos de ayudas que bajo el ajuste
estructural impuesto por el FMI y el BM como el precio a pagar para la
asistencia en pagar la deuda externa.
Los ajustes estructurales trajeron un decline en la inversión, aumentaron el
desempleo, reducción del gasto social, reducción del consumo y baja producción.
El aumento de los precios de los fertilizantes y al mismo tiempo la reducción de
los sistemas de créditos agrícolas lo único que hizo fue reducir el uso de
fertilizantes, el tamaño de las cosechas y la reducción de la inversión. La
realidad rehusó confrontarse a las expectativas doctrinales de que el estado
allanaría el camino para que el mercado dinamizara la agricultura.
En lugar de ello, el sector privado que vio que la reducción en el gasto del
estado crearía más riesgos, no cubrieron el desfase. País tras país, la salida
del estado "lleno" en lugar de "vaciar" la inversión privada. Donde el sector
privado sustituyó al público, según un informe de OXFAM "A menudo lo han hecho
en unos términos muy desfavorables para los granjeros pobres, dejando a estos
con más inseguridad alimentaria, y a los gobiernos a depender de unas ayudas
internacionales poco predecibles." El sector económico, normalmente a favor del
sector privado, estuvo de acuerdo, admitiendo que "muchas de las empresas
privadas que vinieron a reemplazar a los investigadores estatales resultaron ser
monopolistas en busca de dinero."
El apoyo que recibieron los gobiernos fue canalizado por el Banco Mundial para
la exportación de los productos agrícolas para generar divisa extranjera, la que
necesitan los estados para pagar su deuda. Pero como en la hambruna en Etiopia
en los años 80, este llevo a que la mejor tierra agrícola se dedicase a la
exportación forzando a mover las cosechas para la alimentación a tierras menos
favorables, lo que aumento la inseguridad alimentaria, además las indicaciones
del BM a varias economías para que se centraran en el mismo tipo de productos
para la exportación a menudo llevo a una sobreproducción, lo que hizo que los
precios bajasen en los mercados internacionales. Por ejemplo el éxito de Ghana
en la expansión del cultivo de cacao llevo a una bajada del precio del 48% entre
1986 y 1989. En 2002-03 la caída en el precio del café contribuyó a otra
emergencia de alimentos en Etiopia.
Como en México y Filipinas, los ajustes estructurales en África no fueron sólo
sobre la falta de inversión sino de la des-inversión de los gobiernos. Hubo otra
diferencia importante, en África el FMI y el BM administraron a pequeña escala,
tomando decisiones sobre la velocidad en que los subsidios se terminaban,
cuantos funcionarios debían ser despedidos e incluso en el caso de Malawi, que
cantidad de reservas de grano se venderían y a quien debían ser vendidas. O sea
que los procónsules residentes del BM y del FMI llegaron hasta las entrañas de
cómo el estado manejaba la economía agrícola para quedarse con todo.
Mezclando el impacto negativo del ajuste con las injustas practicas de comercio
de EEUU y de UE. La liberación permitió que la carne de vacuno subvencionada de
la UE llevase a muchos ganaderos del Oeste y el Sur de África a la ruina. Con
los subsidios legitimados por la OMC, el algodón procedente de EEUU inundó los
mercados con unos precios de entre el 20 y el 55% del coste de producción, por
lo que llevaron a la bancarrota a los productores africanos.
Según OXFAM el número de subsaharianos viviendo con menos de 1 dólar diario casi
se dobló entre 1981 y 2001 alcanzando los 313 millones, un 46% de la población.
El papel que jugó el ajuste estructural es innegable. Como admitió el principal
economista del BM para África, "No pensamos que el coste humano de esos
programas seria tan grande, y que las ganancias económicas tardasen tanto en
llegar".
Malawi es un ejemplo representativo de la tragedia africana propagada por el FMI
y el BM. En 1999 el gobierno de Malawi inició un programa para dar a cada
pequeño negocio familiar un paquete con fertilizantes y semillas gratuitamente.
El resultado: excedente nacional de maíz. Lo que vino después es una historia
que debe ser encumbrada como un estudio clásico de uno de los grandes errores de
la economía neoliberal.
EL BM y otros donantes de ayuda forzaron la disminución y eventualmente el
abandono del programa, diciendo que el subsidio distorsionaba los mercados. Sin
los paquetes gratuitos, la producción cayó. Al mismo tiempo el FMI insistió al
gobierno a que vendiera una gran parte de sus reservas de grano para permitir
que la agencia de la reserva de alimentos pagase la deuda. El gobierno cumplió.
Cuando la crisis alimentaria se convirtió en hambruna en 2001-02, las reservas
eran prácticamente inexistentes. Unas 1.500 personas murieron. El FMI no se
arrepintió, de hecho, suspendió los pagos de un programa de ajuste aludiendo que
"el sector paraestatal continuaría siendo un riesgo para la exitosa
implementación del presupuesto de 2002/03. Las intervenciones del gobierno en la
agricultura y otros mercados alimentarios están socavando otras inversiones más
productivas".
Pero otra crisis alimentaria aún peor se gestó en 2005, el gobierno había tenido
bastante con la estupidez del FMI y del BM. Un nuevo presidente reintrodujo el
subsidio para los fertilizantes, permitiendo que 2 millones de familias lo
comprasen a un tercio del precio de mercado y las semillas también con
descuentos. El resultado: aumento espectacular de las cosechas durante dos años,
un excedente de 1 millón de toneladas de maíz y el país se transformó en un
exportador de maíz a todo el cono sur de África.
El desafío de Malawi al BM podría haber sido un acto de resistencia heroica
pero inútil hace una década. El medioambiente hoy es diferente, desde que los
ajustes estructurales han sido desacreditados en toda África. Incluso algunos
gobiernos donantes y ONGs que lo apoyaban se han distanciado del Banco. Puede
que la motivación es prevenir su perdida de influencia en el Continente por
asociarse con unas políticas fracasadas y con unas instituciones impopulares
cuando la ayuda de China está emergiendo como una alternativa a los programas de
ayudas del BM, FMI y los gobiernos occidentales.
Soberanía Alimentaria: ¿el paradigma de una alternativa?
No es solamente el desafío de gobiernos como el de Malawi y la disidencia de sus
aliados lo que esta socavando al FMI y al BM. Organizaciones campesinas de todo
el mundo, cada vez más militantes en resistir la globalización de la agricultura
industrial. De hecho, es por la presión de grupos de agricultores que los
gobiernos del Sur han rechazado conceder mayor acceso a sus mercados agrícolas y
demandando el fin de los subsidios agrícolas en los EEUU y en la UE, lo que
llevo a la Ronda de Doha de la OMC al fracaso.
Los grupos de agricultores han creado redes internacionales; uno de los
movimientos más dinámicos es Vía Campesina. Ellos no solo buscan "echar a la OMC
de la agricultura", oponerse al paradigma de una agricultura industrial
capitalista; también proponen una soberanía alimentaria alternativa. Esto
significa en primer lugar el derecho de los países a determinar su producción y
su consumo de alimentos y la liberación de la agricultura de los regimenes de
comercio global como la OMC. También significa la consolidación de la
agricultura a pequeña escala con la protección del mercado interior de los
productos importados baratos; precios remunerativos para agricultores y
pescadores: abolición de todos los subsidios directos e indirectos a la
exportación; y el fin de los subsidios domésticos que promuevan un tipo de
agricultura insostenible. Vía Campesina también pide el final de los derechos de
propiedad intelectual relacionados con el comercio (TRIPs) que permite a las
corporaciones patentar las semillas; se oponen a la agro-tecnología basada en la
ingeniería genética; y demanda una reforma del campo. Como contraste a un
monocultivo integrado global, ofrecen la visión de una economía tradicional
agrícola compuesta de diversas economías nacionales agrícolas comerciando entre
ellas pero centradas principalmente en la producción domestica.
Una vez fueron considerados como una reliquia de la era pre-industrial, los
campesinos están liderando la oposición a una agricultura industrial capitalista
que los relegó a la papelera de la historia. Se han convertido en lo que Karl
Marx describía como una "clase en si misma" con conciencia política
contradiciendo sus predicciones sobre su fin. Con la crisis de alimentos global,
se están posicionando en el primer plano y tienen aliados y gente que los apoya.
Los campesinos rehúsan ir dócilmente a esa buena noche y combaten la
descampesinación, los acontecimientos en el siglo XXI están mostrando que la
panacea de una agricultura industrial capitalista es una pesadilla. Con las
crisis medioambientales multiplicándose, las disfunciones sociales de la vida
urbana-industrial apilándose y la agricultura industrializada creando una mayor
inseguridad alimentaria, el movimiento de los agricultores cada vez está ganando
relevancia no solo en los agricultores sino en todos los que se encuentran
amenazados por las consecuencias catastróficas de la visión global del capital
de una organización de la producción, la comunidad y la vida en si misma.
Este artículo aparece publicado en la edición de 2 junio 2008 de The Nation
(Nueva York)
Walden Bello, miembro del Transnational Institute, es presidente de Freedom from
Debt Coalition, profesor de sociología en la Universidad de Filipinas en Diliman
y analista senior en Focus on the Global South.
Versión integra del articulo original y publicado en versión reducida en
www.jornada.unam.mx
http://www.tni.org/detail_page.phtml?&lang=sp&page=bello_globalfoodcrisis&lang_help=sp
Artículo completo:
http://www.focusweb.org/how-to-manufacture-a-global-food-crisis-lessons-from-the-world-bank-imf-an.html?Itemid=159
Traducción: Jorge Anaya para La Jornada versión reducida y Félix Nieto para
Globalízate versión integra.