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Esther Vivas: "Vivimos una deslocalización alimentaría"
Esther Vivas explica en el libro "Supermercados, no gracias" (Editorial Icària) que el modelo de gran cadena de distribución comporta consecuencias nefastas no sólo para los bolsillos y los estómagos de los consumidores, sino también para el campo.
Eva García
En los últimos tiempos se habla mucho de aumento de la inflación, escalada en
los precios de los alimentos, especulación con productos como el arroz o los
cereales y graves problemas para mantener la renta agraria. El libro
"Supermercados, no gracias", escrito conjuntamente por Xavier Montagut y Esther
Vivas (Ed. Icària), del cual se ha hecho una segunda edición, aporta luz al
papel que la distribución moderna juega en este asunto.
¿-Por qué tenemos que decir «no, gracias» a los supermercados?
- «En el libro analizamos cuál es la lógica de la gran distribución y cuáles son
los actores en el Estado español. También se identifican los impactos, la forma
como este modelo de distribución genera graves consecuencias en el modelo de
agricultura, en los derechos laborales, en el modelo de consumo y en el medio
ambiente. Y también damos a conocer los movimientos contrarios a esta gran
distribución y cuáles son las alternativas que plantea. Damos a conocer la
realidad del modelo de distribución comercial, denunciamos su impacto y
planteamos otras posibilidades como son la soberanía alimentaria o el consumo
responsable.»
-Explicáis que otro modelo de consumo es posible...
- «Sí. El modelo actual de distribución de alimentos está monopolizado por siete
grandes empresas en el Estado español: cinco distribuidoras (Carrefour,
Mercadona, Eroski, Alcampo y El Corte Inglés) y dos centrales de compra (Euromadi
e IFA), y entre todas concentran el 75% de la distribución de alimentos. Por lo
tanto, si eres campesino y quieres vender tu producto estás obligado a pasar por
estas empresas de distribución. Son ellas, las empresas, las que determinan qué
pagan al campesino y el precio que el consumidor tiene que pagar.»
-Y se establece un precio injusto, imagino. Porque la inflación crece pero la
renta del campesino es baja.
- «Actualmente, la renta agraria es el 55% de la renta general, según datos de
la organización de campesinos y ganaderos COAG. El campesino cada vez recibe
menos dinero por aquello que vende y nosotros como consumidores cada vez pagamos
más. Tenemos que pensar que la media del diferencial entre el precio de coste y
el precio de venta es de un 390%, y en algunos productos, como en los limones,
del 2.000%. Es la gran distribución la que se queda con el 60% del beneficio en
la venta de un producto.»
-En caso que al campesino le interese, también debe ser difícil conseguir una
buena posición en el súper.
- «Es muy complicado. La gran distribución pone unos condicionantes muy fuertes
a la hora de comprar un producto a un proveedor. Acaban pagando a la empresa
sólo para que tenga su producto, y el precio crece si quieres estar en la repisa
central o en los cruces de los pasillos. Además, previamente, le has tenido que
dejar una parte del producto gratuitamente, para ver si tiene salida o no. Tiene
más peso la superficie comercial que el distribuidor. Las empresas
multinacionales todavía tienen margen para entrar en el juego, pero el pequeño
productor no.»
-Y eso comporta que compremos productos de centenares de kilómetros de
distancia.
- «Es un modelo irracional. La mayor parte de los productos que consumimos
vienen de la otra parte del mundo. Estamos viviendo una deslocalización
alimentaria y la producción se concentra allí donde la mano de obra es más
barata y donde las normativas ambientales son más laxas. Pero, además, en los
países del sur están viviendo una invasión creciente de productos subvencionados
del norte, como la leche de Europa o el maíz norteamericano. En Cataluña sólo un
1% de la población activa es campesina. Se ha perdido mucho campesinado
familiar.»
*Entrevista realizada por Eva García, publicada en El Punt, 19/05/2008.