Nuestro Planeta
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Productos transgénicos, genocidio planetario
Fermín Gongeta
Gara
Si junto a tu casa dispones de un jardín o de un pequeño espacio verde que
procuras mantener limpio, o dispones de un trozo de huerta donde cultivas tus
hortalizas; si en tu que hacer diario te molestan las «malas hierbas», seguro
que alguna vez has comprado y utilizado un herbicida para destruirlas, y ha sido
Roundup, que es capaz de destruir todo tipo de planta y algo más, y también de
contaminar nuestro organismo.
El herbicida Roundup de la empresa americana Monsanto es presentado por su
fabricante como un producto biodegradable y ecológico; lo llaman producto
fitosanitario para extremar la confusión. Pero el herbicida no es biodegradable
ni ecológico, sino peligroso para la salud pública, para quien lo manipula y, a
través de la cadena alimenticia, para nosotros los consumidores. Su principio
activo, el glifosato, ataca a las hormonas del crecimiento de todo tipo de
vegetación hasta su destrucción total.
Se han evidenciado residuos de este producto tanto en aguas subterráneas como en
las superficiales -95% de los ríos bretones- e incluso en el organismo humano.
Estudios de los residuos tóxicos en los agricultores que habían empleado el
herbicida manifestaron su presencia en la orina de un sesenta por ciento de
ellos y, lo que es más grave aún, en una parte de sus familiares, esposas e
hijos. La Sociedad Americana del Cáncer manifestaba que las personas expuestas
al glifosato tenían mayor riesgo de desarrollar un cáncer linfático. Ahora bien,
el Roundup es más que el glifosato, su materia activa, y más peligroso para la
cadena alimenticia, pues va unido a otras sustancias como el POEA, un detergente
que favorece la propagación de las diminutas gotas pulverizadas sobre las hojas
de las plantas. El profesor Bellé, en Bretaña, señala que el Roundup induce las
primeras etapas conducentes al cáncer. La toxicidad aguda del conjunto Roundup
es concluyente para todos los investigadores. Un laboratorio de la Universidad
Tech de Texas ha establecido que la exposición al Roundop de las células Leydig,
alojadas en los testículos, que juegan una función capital en el funcionamiento
del aparato genital masculino, reducía un 94% la producción de las hormonas
sexuales. La extensión mundial de su utilización hace que este producto
incremente su potencial agresivo. El herbicida Roundup se ha convertido en el
producto estrella de la agricultura, de la jardinería y de los gestores de
jardines y espacios públicos. «En el área de herbicidas -afirma Monsanto en su
página 3W- la compañía prevé que su negocio de glifosato, que se comercializa
bajo la marca Roundup, podría generar entre 1.300 y 1.400 millones de dólares de
beneficio bruto en el año fiscal 2.008».
Ha sido utilizado para la destrucción de plantaciones enteras por parte de USA
en Colombia. La empresa Monsanto utilizó el Roundup Ultra, multiplicando por
cuatro su propia eficacia, para pulverizaciones aéreas de la frontera
colombiano-ecuatoriana. Destruyó así más de 1.500 hectáreas de cultivos
alimenticios, manioca, maíz, plátanos, tomates, caña de azúcar, árboles frutales
y provocó la muerte de animales. Entre los años 2000 y 2006 se estima que más de
300.000 hectáreas sufrieron pulverizaciones aéreas y más de 300.000 personas
fueron intoxicadas. No se trata de bagatelas. El libro titulado «El mundo según
Monsanto», escrito por Marie Monique Robín (Ed. La Découverte, 2008)* y
subtitulado «De la dioxina a los OGM, una multinacional que os quiere bien»,
impacta y sobrecoge más allá de los límites imaginables de la realidad. Sin
pretenderlo, recuerda el film «Erin Brockovich» del director Steven Soderbergh,
donde investiga un caso de contaminación de agua por parte de una poderosa
organización que comporta graves y mortales enfermedades a los habitantes de la
zona. Es difícil no terminar asustado con la lista de escándalos que arrastra la
firma americana Monsanto a lo largo y ancho del planeta.
Desgraciadamente no es todo. Al herbicida le han sucedido los OGM, los
organismos genéticamente modificados.
En 1972 uno de los investigadores de Monsanto afirmó: «En lugar de investigar
sobre nuevos herbicidas, ¿por qué no crear plantas selectivas -manipulando su
patrimonio genético- capaces de sobrevivir a las pulverizaciones de nuestro
Roundup?».
Una treintena de investigadores trabajaron en el proyecto creyéndose verdaderos
revolucionarios «verdes». Tras 700.000 horas de trabajo y una inversión de 80
millones de dólares, descubrieron la bacteria insensible a su desherbante
Roundup, era el conocido como 35S, el virus del mosaico de la coliflor, junto a
trozos del ADN de la petunia. Era lo que debían introducir en las semillas
utilizando un «cañón de genes» -común en la ingeniería genética- sin saber el
punto exacto donde introducían el elemento patógeno dentro del organismo a
manipular, ni sus consecuencias en la alimentación. Nació la soja Roundup Ready,
la soja resistente al herbicida Roundup, que según su fabricante poseía la misma
sustancia que la soja convencional. Nada más falso, pues contiene entre 12 y 14%
menos de fitoestrógenos y mantiene en su interior cantidades importantes de
glifosato, el principio activo del desherbante, 20mg/kg, que naturalmente fue
permitido por los poderes públicos. Es así como los fabricantes de productos
transgénicos han convertido el producto activo del desherbante en alimento.
Una investigación de la universidad de Pavia sobre la alimentación de soja
transgénica en animales señala que «el hígado había tenido una actividad
fisiológica mucho más elevada, encontrándose modificaciones similares en las
células del páncreas y de los testículos». Indicando como posible origen los
residuos del desherbante en la soja transgénica.
Añadamos los problemas ligados a la producción. La soja resistente al Roundup
tiene un rendimiento inferior a la soja tradicional; el que sea resistente al
desherbante, hace de la soja transgénica una mala hierba que precisa la
utilización de desherbantes cada vez más frecuentes y potentes; la soja
transgénica debilita los suelos agrícolas y hacen al agricultor completamente
dependiente de la empresa Monsanto.
La patata, el tomate, el maíz, la soja, el arroz, el trigo... ¿todos ellos
transgénicos? Parece cierto si no lo detenemos. El doctor Darío Gianfelici,
médico en Cerrito, a 50 kilómetros de Paraná, en Argentina, decía: «Las
autoridades sanitarias de este país son completamente irresponsables...
Preparamos un verdadero desastre sanitario y desgraciadamente los poderes
públicos no se han dado cuenta de lo que nos jugamos».
Las multinacionales Novartis, Sandoz, Syngenta y, más agresivamente si cabe,
Monsanto, pretenden incrementos de producción agrícola a base de la
contaminación genética de productos, suelos, animales y personas. Infectan el
mundo sin solucionar el hambre, y cuando les hacen descubrir sus aberraciones,
proponen transformar sus productos transgénicos en combustible, en una imparable
marcha hacia adelante, infectando el mundo con la aquiescencia de gobernantes.
El jueves 5 de junio terminó la Cumbre de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria
de la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU) que se
celebró en Roma. No se mencionó la invasión de maíz transgénico que sufre
México, ni se habló de la conquista de la soja resistente al desherbante en
Argentina, en Brasil y Paraguay, ni de la desertización del planeta provocada
por las multinacionales de la des-alimentación. Al contrario, como escribe Win
Dierckysens, «la especulación creada en torno a los alimentos básicos se
transforma en carburante y empuja los precios de los cereales y del azúcar hacia
unos nuevos máximos inalcanzables para una inmensa masa de la población que
principalmente se encuentra en Asia, África y América Latina». Como señaló un
judío de Nazaret, «al que tiene se le dará más, y al que no tiene hasta lo poco
que tenga se le quitará». Es el liberalismo.
* El libro será publicado en castellano en noviembre por la editorial Península.