Nuestro Planeta
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Mario Alejandro Valencia
Asociación Nacional por la Salvación Agropecuaria – Colombia
Agricultura y Comercio, No. 14. Noviembre – Diciembre 2007.
www.gtagricom.org
Ningún ciudadano sensato podría oponerse al avance científico y tecnológico para
mejorar la calidad de vida de las personas y detener la crisis ambiental que
sufre el planeta. Sin embargo, no es gratuito que a nivel mundial venga
creciendo cada vez con más fuerza los cuestionamientos sobre los supuestos
beneficios económicos y ambientales de la producción de agro-combustibles, desde
las críticas por convertir grandes extensiones de áreas cultivables y selvas en
monocultivos de palma de aceite para producir agro-diesel y caña de azúcar para
producir etanol, hasta las denigrantes condiciones humanas que viven los
agricultores y trabajadores de los países pobres del Sur.
Colombia no es la excepción a esta fiebre mundial por encontrar fuentes de
energía alternativas a los combustibles fósiles. No obstante, la solución que
plantean los dirigentes no es producto de su ingenio sino de la política
agrícola impuesta por la globalización neoliberal desde 1990, entregando la
producción de cereales, hortalizas y frutas de clima templado, cárnicos, lácteos
y oleaginosas en los acuerdos comerciales, como el TLC con Estados Unidos, y
especializando al país en la producción de cultivos tropicales, altamente
sobre-ofrecidos en el mundo. Una felonía que se justifica con la falacia de
importar comida barata para toda la población.
La ruina de más de 500.000 productores agropecuarios y campesinos durante la
década del 90 y la destrucción de más de un millón de hectáreas, la crisis del
café y la violencia rural ocasionaron el desplazamiento de cerca de tres
millones de personas del campo a la ciudad y la configuración de una estructura
de la propiedad rural de las más inicuas del mundo: el 0,4% de los propietarios,
que posee predios de más de 500 hectáreas, acapara el 65% de la tierra. Un
resultado de tal estado de cosas es que durante el gobierno del Álvaro Uribe
Vélez se hayan sembrado cerca de 117.000 hectáreas más de palma de aceite del
total de 328.973 hectáreas que hoy están cultivadas con dicho género. Para el
gobierno nacional el potencial de hectáreas cultivables en zonas de rica
biodiversidad, como las llanuras del Oriente colombiano, la Selva chocoana y el
Pacífico colombiano es de 3.5 millones de hectáreas en los próximos diez años.
En Colombia el negocio del agro-diesel se ha desarrollado para beneficiar a
contados conglomerados económicos. Con engañifas, el gobierno de Uribe Vélez
pretende mostrar a los pequeños agricultores como ganadores, al vincularlos como
‘socios’ de este negocio. El cultivo de palma de aceite es de tardío
rendimiento, por lo que el retorno de su inversión no se da antes de los cinco
años de su siembra. Por esta característica sólo es rentables en unidades de
producción no menores a 50 hectáreas. Por lo tanto, la condición predominante es
que es un cultivo de medianos y grandes propietarios. El negocio también deja
sin otra opción a los agricultores que se amarran a un proyecto de largo plazo,
eliminando la característica especial que tienen los cultivos transitorios de
pasarse a otros que puedan presentar mejor rentabilidad en un momento
determinado. En el balance debe tenerse en cuenta el alto costo de oportunidad
que esta decisión significa para un agricultor.
También se le miente al país cuando se presentan a los agricultores y a los
trabajadores como los ganadores en los proyectos de agro-diesel. Por el
contrario, aunque el gobierno afirma que se han creado 90.000 empleos por el
agro-diesel, las cifras demuestran que no son más de 4.500 en las 18.500
hectáreas de palma que se dedican para la producción actual del combustible,
además en viles condiciones laborales dadas por un tipo de contratación
completamente laxo.
Todas las argucias oficiales para mostrar los beneficios de los
agro-combustibles en realidad ocultan que es un negocio que busca darle salida a
excedentes de capitales, y para ello los inversionistas se valen de los estados
que legislan para favorecerlos. El gobierno de Uribe Vélez y especialmente su
Ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, están obsesionados en convertir al
país en un abastecedor mundial de agro-combustibles, mostrándolo como salvación
para el agro nacional y progreso para el país.
Durante los últimos años se han encargado de expedir toda clase de leyes que
hacen jurídica y económicamente viable la producción agro-diesel. Al definir
como principal materia prima para su producción la palma de aceite, se generaron
incentivos como: exención de impuestos de IVA y global, se definieron como zonas
francas especiales las plantas de agro-diesel, se redujeron o eliminaron los
subsidios a los combustibles fósiles, los cultivos de palma fueron exonerados de
renta líquida por 10 años. Adicionalmente, por el establecimiento o renovación
en cultivos de palma el Ministerio de Agricultura ha aportado 30 millones de
dólares en Incentivos de Capitalización Rural – ICR durante los últimos cuatro
años para 34.047 hectáreas, es decir, 884 dólares por hectárea. También ha
establecido una tasa de crédito preferencial del DTF-2% para establecimiento y
renovación de palma, lo que ha tenido un costo fiscal de 7 millones de dólares
entre enero y agosto de 2007 para 4.189 hectáreas, es decir, 1.700 dólares por
hectárea. Y no obstante lo anterior, el gobierno nacional fija un precio para el
agro-diesel que garantiza la recuperación de las inversiones, de US$3,21/galón.
Ningún otro cultivo en Colombia tiene tantos beneficios estatales como la palma
de aceite.
En la actualidad, en Colombia hay en funcionamiento dos plantas de agro-diesel
con una producción total de 26 millones de galones al año, y existen
proyecciones para construir 7 más que generarían 195 millones de galones
adicionales, todas estas plantas pertenecientes a un oligopolio empresarial que
es el que puede asumir los costos de instalación de una planta que sobrepasan
los 20 millones de dólares.
Aunque el gobierno colombiano habla de un desarrollo del agro-diesel sin
deforestación, ya existen casos que lo contradicen. En Tumaco, por ejemplo,
vastos territorios de selvas húmedas han sido reemplazados por monocultivos de
palma, que hoy superan las 20.000 hectáreas. Las comunidades han sido despojadas
en forma violenta, y destruidos su cultura y los recursos naturales. En la selva
chocoana, en territorios de las comunidades afrodescendientes de las cuencas de
los ríos Jiguamiandó y Curvaradó, grupos paramilitares se han apropiado
violentamente de más de 33.000 hectáreas y desplazado a más de tres mil nativos.
A pesar de las denuncias de las comunidades y los pronunciamientos de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se sabe que en los últimos cinco
años el Banco Agrario ha otorgado préstamos a varias de esas firmas palmeras
para extender sus cultivos. Según la Procuraduría General de la Nación, el
gobierno con la ‘Ley de Desarrollo Rural’ aprobada recientemente, legalizará
predios ilegítimamente adquiridos por los paramilitares. Según el Procurador,
pareciera que el principal objetivo del gobierno de Uribe "fuese legitimar los
cultivos de palma…en el marco de sistemáticas y recurrentes violaciones a los
derechos humanos, los cuales, además, han propiciado las amenazas y asesinatos
contra quienes se oponen a ellos".
El acelerado avance del agro-diesel en Colombia generará un impacto negativo
sobre la soberanía alimentaria, los medios de vida de las poblaciones rurales y
los recursos naturales. Las grandes extensiones de monocultivos de palma de
aceite se convierten en causa de desplazamiento y deforestación y significan en
aumento de la competencia local por la disponibilidad de la tierra y de los
demás recursos limitados para la producción agrícola como el capital, el agua y
la tecnología, generando un modelo distributivo aún más inicuo y contrario al
orden constitucional vigente en Colombia. La conversión de una agricultura para
producir alimentos hacia otra para producir energía, redundará en menos
disponibilidad de comida tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos,
generando un aumento de sus precios, causando hambre, desnutrición y más pobreza
en el país. Los altos precios mundiales de muchos commodities agrícolas en el
presente ya han incidido en Colombia.
Como un agravante, fruto de la Ley de Desarrollo Rural, el gobierno colombiano
puede ofrecer en comodato (tierra entregada gratuitamente) por 20 años terrenos
baldíos a firmas nacionales o internacionales, aunque no tengan como razón
social la producción agraria, para este tipo de iniciativas. Álvaro Uribe ha
hecho tal ofrecimiento a George W. Bush y a personajes como Bill Gates con el
incentivo de que, al certificarse como supuestas iniciativas ambientalmente
amables, podrán gozar de las ventajas financieras otorgadas a través de los
mercados bursátiles de los Derechos de Emisión del Protocolo de Kioto. Es decir,
"se quedan con el santo y la limosna".
Lo democrático en una nación es que un supuesto negocio tan rentable, como lo
afirma el gobierno nacional, beneficie a toda la sociedad. ¿Cómo es que, dentro
de la lógica neoliberal, el Estado tiene que privatizar sus empresas aunque sean
rentables, no puede subsidiar a sus agricultores porque distorsiona el mercado,
pero sí puede llenarle los bolsillos a una escogida y reducida clase
empresarial, dizque porque es un proyecto estratégico de la nación? Si bien es
necesaria la búsqueda de fuentes de energía alternativas a los combustibles
fósiles, es por lo menos irresponsable plantear proyectos de producción de
agro-combustibles sin resolver primero la soberanía alimentaria de los
ciudadanos.