Nuestro Planeta
|
La pobreza en el mundo no es un desastre natural, sino fruto de la rapiña capitalista
Editorial Gara
Periódicamente, con motivo de reuniones o cumbres de organismos internacionales
o países ricos, suena la voz de alarma respecto a la trágica situación de
miseria de buena parte de los habitantes del planeta. El hambre, las
enfermedades, los desastres ecológicos son calamidades con las que éstos han de
convivir. Y esa situación, que dichos organismos y países una y otra vez se
comprometen a afrontar, persiste como si fuese inevitable y, al escuchar a los
líderes y a los responsables económicos mundiales, da la impresión de que
hubiera surgido per se, o del mismo modo que se origina un huracán o una tromba
de agua. Y no es casualidad que la retórica de aquéllos conduzca a asociarla con
esos fenómenos naturales, habida cuenta de que a nadie se le le suele hacer
responsable de ellos.
La brutal subida de los precios de los últimos años ha desembocado este año en
el peligro de muerte por inanición de nada menos que cientos de millones de
personas. Primero fueron el petróleo y los metales, y posteriormente los
alimentos básicos. Los precios de productos como el trigo y el arroz se
duplicaron en un año. En las explicaciones que sobre las causas de esa desmedida
subida de precios ofrecen los «expertos» no acostumbran a dar datos falsos, pero
sí a ocultar algunos, los más esclarecedores, y evitar que salgan a la luz
responsabilidades.
La disminución de la producción de cereales en países abastecedores debido a
irregularidades climáticas, el aumento del precio del petróleo y, por tanto, del
transporte y, en consecuencia, de la propia mercancía o la cada vez mayor
demanda de países asiáticos, especialmente China e India, son, efectivamente,
causas del alza de los precios de los alimentos. Ahora bien, las grandes
empresas del sector no están al margen de esa alza, toda vez que su apuesta fue
encarecer los cereales y lograr que los gobiernos de Estados Unidos y la Unión
Europea subvencionasen la producción de agrocombustibles con el «noble» objetivo
de garantizar el abastecimiento de energía de esos países. La consecuencia
inmediata, más devastadora que el clima que limita la producción de cereales en
Ucrania, fue la utilización de gran parte de productos alimenticios básicos en
la industria de los agrocombustibles, con la consiguiente notable disminución de
la oferta y la no menos notable subida de los precios. El propio Banco Mundial
se hizo eco de esta lamentable constatación, si bien no llegó a publicar su
informe, dejando constancia de sus buenos servicios, los que presta a su amo
estadounidense.
Ésas son las prioridades del mundo desarrollado, capitalista, que crea multitud
de asociaciones humanitarias para con su limosna justificar su inacción frente a
las catástrofes humanas, que osa autodenominarse solidario mientras no tiene la
más mínima voluntad de solucionar un enorme problema porque, en primer, lugar,
éste le procura suculentos negocios, y cuyos gobiernos participan y subvencionan
la rapiña con dinero público.
Pero hay más factores que intervienen en la subida de precios de los alimentos,
igualmente relacionados con la falta de escrúpulos, como es la especulación, en
este caso a costa de la única posesión, la vida, de una parte importante de la
Humanidad. Especulación procedente del sector inmobiliario cuando comenzó la
crisis de las hipotecas subprime. Y resulta inevitable la observación de que
tanto en un sector como en el otro, en el inmobiliario como en el agrario, se
especula con los derechos de las personas, derechos que se supone deberían estar
garantizados, tal y como proclama la Declaración Universal de los Derechos
Humanos.
Neoliberalismo o riqueza a costa de pobreza y muerte de muchos
Mientras, organismos como El Banco Mundial y el FMI ponen trabas al desarrollo
de los países más empobrecidos, haciendo competir a pequeños productores contra
multinacionales, limitando e incluso anulando la capacidad de
autoabastecimiento, creándoles una dependencia absoluta de los mercados
mundiales.
La pobreza, el hambre, las enfermedades de tantos y tantos seres humanos son una
terrible realidad, más o menos lejana geográficamente, que de vez en cuando se
cuela por la ventana del televisor o del periódico para perturbar la
tranquilidad de los hogares donde la experiencia de hambre no va más allá de un
ayuno ocasional por prescripción médica. Pero, en efecto, no son un desastre
natural, sino algo peor, provocado, consentido y favorecido por gobiernos que
consideran personas ilegales a quienes huyendo de tanta miseria cierran las
puertas y crean leyes para castigar a quien tenga la osadía de intentar salvarse
y salvar a los suyos.
Por supuesto que hay alternativa para evitar ese tipo de catástrofes
humanitarias, y son las propias organizaciones campesinas quienes la propugnan.
La soberanía alimentaria, que asegura la autosuficiencia, las evitaría, pero
para ello es indispensable la producción de alimentos en sistemas de
diversificación. Sin embargo, los organismos que dicen ayudar a los países
empobrecidos, les imponen un sistema económico que facilita esa rapiña y sus
trágicas consecuencias.
Ésa es la cara que el neoliberalismo intenta no mostrar, pero la más real.
Noticia relacionada:
Repaso de las causas de la crisis alimentaria mundial
Damien Millet y Eric Toussaint