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Desidia de las multinacionales agroexportadoras en Centroamérica
Isabel Soto Mayedo
Prensa Latina
Los pueblos centroamericanos conocen como pocos lo nocivo del Nemagón y del
Fumazone, agroquímicos aplicados fundamentalmente por cinco multinacionales
agro- exportadoras del Norte en las plantaciones bananeras de la región.
Técnicos de las Shell Oil Company y de la Dow Chemical demostraron los efectos
tóxicos de estos productos, empleados por filiales y subsidiarias de la Standard
Fruit Company, Dole Food, Chiquita Brands y Del Monte.
El Dibromo Cloro Propano o DBCP, fórmula química base de ambos insecticidas,
surgió en laboratorios estadounidenses en los años sesenta del siglo XX y es
usado por varias multinacionales en Latinoamérica pese a su prohibición en ese
país, en 1979.
De acuerdo con el investigador español Vicent Boix, desde entonces es conocido
que el tóxico provoca cáncer de pecho, testicular, estomacal, renal, duodenal,
de matriz y uterino; esterilidad, malformaciones genéticas y otros trastornos.
Sólo en Nicaragua, 466 personas expuestas al Nemagón murieron de cáncer desde
1990, según estadísticas oficiales.
En El parque de las hamacas, libro de la editorial ICARIA, el especialista
denunció la coyuntura en la que avanzó la aplicación del agroquímico en el área,
su impacto en el deterioro medioambiental y en la calidad de vida de los obreros
bananeros.
Boix también reflejó cómo las empresas norteñas eluden las demandas interpuestas
por los afectados por el DBCP, amparados por instrumentos legales como el
denominado Foro no conveniente.
La estrategia, inaugurada hace varias décadas en Estados Unidos, frenó el avance
de más de 470 procesos judiciales impulsados desde Centroamérica ante las quejas
de cerca de 26 mil trabajadores víctimas de la desidia de las multinacionales.
Largo y tortuoso es el camino hacia la justicia en estos casos, pocos de los
cuales derivaron en auténticos juicios o acuerdos extrajudiciales en Nicaragua,
Costa Rica, Panamá y Honduras, según el citado autor.
El agroquímico y la batalla contra su aplicación también están en el sustrato de
varios secuestros, chantajes, sobornos, negociaciones turbias, enfrentamientos,
acusaciones a funcionarios estatales, entre otros efectos.
La dimensión de la problemática puede percibirse cuando aparecen nombres como el
del ex Subsecretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell; o el de Otto
Reich, sugirió el investigador.
El contacto con esos insecticidas por la absorción, aspiración, ingestión en
agua o alimentos, u otras vías, produce gravísimos daños a la salud, ratificó el
embajador de Nicaragua en España, Augusto Zamora.
Pero esos daños, opinó el también profesor de Derecho Internacional y Relaciones
Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid, eran evitables a partir
del equipamiento adecuado de los trabajadores y de su instrucción sobre los
riesgos.
Las transnacionales que vendieron y emplearon los insecticidas no hicieron ni lo
uno ni lo otro. Las consecuencias fueron devastadoras para los trabajadores y
sus familias, de infertilidad a muertes y pérdida general de salud, afirmó.
El prologuista de El parque de las hamacas validó los testimonios acopiados por
Boix, quien durante su estancia en la zona central del continente constató la
vigencia de la lucha de los agricultores centroamericanos por lograr justicia
ante tal situación.
Mientras, los directivos de las multinacionales sólo procuran acallar rumores y
comprar hasta tribunales enteros con tal de proseguir al libre albedrío sus
operaciones.
Desde los albores del Siglo de los vientos, al decir del ensayista uruguayo
Eduardo Galeano, las bananeras estadounidenses irrumpieron en las conocidas
eufemísticamente como banana republics.
La expresión despectiva visibilizó la concepción norteña de que estos eran
apenas países de opereta, inestables y corruptos, donde los gobernantes actuaban
como capataces al servicio de las compañías foráneas y sobre todo de Washington.
Historiadores coinciden en que bajo la égida de esos monopolios agroexportadores
echó raíz el modelo de expolio que aún señorea en los países de la región con la
venia de las autoridades estatales.
Salarios de hambre, limitación de derechos laborales, sanitarios y otros,
resultan de este binomio de poder, que sin miramientos recurrió en más de una
ocasión al apoyo del ejército y de la policía para sofocar huelgas o acciones de
protesta de sus víctimas.
La avaricia enterró bosques y selvas. Arrasó con poblados y culturas,
desplazando lo autóctono…Ahogó al pequeño campesino plantador de cacao y lo
obligó a vender sus tierras, de las que nacieron miles de bananos, manifestó
Boix.
Tal proceso implicó que la agricultura de subsistencia autóctona transitara
hacia el monocultivo industrial, fomentado en extensas fincas, al lado de las
cuales proliferaron prostíbulos y tabernas de poca monta junto a señales tímidas
de desarrollo rural.
Un siglo después poco cambió el panorama: el hambre avanza por los campos
centroamericanos y los hijos de los trabajadores de las piñeras, bananeras y
otras compañías agroexportadoras, arriesgan hasta la vida con tal de salir del
ciclo de pobreza.
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