Medio Oriente - Asia - Africa
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Entrevista al director de cine nigeriano
Newton I. Aduaka
«Ezra»: retrato de una infancia africana atormentada
Falila Gbadamassi
Afrik.com
Traducido por Caty R.
Una de las facetas de la infancia maltratada en África es la de los niños
soldados. En la película «Ezra», que se estrena en Francia esta semana, el
realizador nigeriano Newton I. Aduaka aborda esta traumática experiencia con una
sensibilidad y un sentido crítico inéditos en el cine.
Ezra es un niño soldado que acude a un centro de rehabilitación de UNICEF, al
que se incorporó al final de la guerra de Sierra Leona. No le gusta, pero sobre
todo tiene que enfrentarse a las acusaciones de su hermana, Onitcha, que le
acusa de haber matado a sus padres. Él lo niega firmemente. Y sabe defenderse
bien. Para empezar, Ezra debe remover un pasado doloroso que el presente no
parece perdonarle. ¿Cómo puede seguir viviendo si fue un niño soldado?, ¿si la
sociedad no tiene en cuenta su trauma y cuando tiende la mano todavía le siguen
condenando? Newton I. Aduaka presenta en Ezra un terrible drama psicológico que
aborda las vivencias de los niños en las guerras en el aspecto más fundamental
pero que a menudo se descuida: su reconstrucción psicológica.
Usted optó por abordar la cuestión de los niños soldados en forma de drama
psicológico. ¿Por qué?
Es muy fácil hacer una película sobre la guerra, las matanzas, etc. El trauma
psicológico que origina la guerra se menciona poco en el cine. La guerra es algo
que marca profundamente, que afecta a nivel psicológico, una experiencia
traumática que atormenta durante mucho tiempo. Quería ir más allá de la guerra y
combinar esta dimensión con la de la justicia. ¿Quién es responsable? ¿La
persona que dispara, la que arma o la que financia? Hay varios niveles de
responsabilidad. Pero lo que más me inquieta es el hecho de que los niños estén
considerados como los primeros responsables cuando son las primeras víctimas.
Quería desenredar esa trama con el fin de permitir a cada uno apreciar los
distintos niveles de responsabilidad.
¿Es especialmente crítico sobre la reinserción de los niños soldados?
La película nació de mi decepción ante la forma en que se tratan los conflictos,
el hecho de que las Naciones Unidas estén informadas de lo que ocurre, saben
quienes son los traficantes y los canales que utilizan para vender las armas. Y
finalmente todo lo que son capaces de ofrecer a los niños se resume en tres
meses de seguimiento psicológico y enseñarles a hacer cestas y jabón. Después se
los envían a personas que quieren acogerlos. Algunos no encuentran familia o no
llegan a vivir en un marco familiar, por lo tanto vuelven a las calles, se
drogan y se enrolan otra vez en una nueva guerra porque es lo único que saben
hacer. No tienen más vida. Y la guinda del pastel: deben comparecer ante una
«comisión de verdad y reconciliación» que más bien parece un tribunal de
justicia. Mi pregunta, una vez más, es: ¿todo eso es justo?
Ezra presenta las secuelas psicológicas de un niño soldado. Usted también es un
niño de la guerra. ¿Cómo lo vive?
El proceso es tan largo que fue durante la realización de Ezra cuando me di
cuenta de que eso todavía me afectaba. A pesar de que tengo 42 años todavía
percibo vívidamente muchas imágenes de la guerra de Biafra. El país parecía una
ciudad fantasma, Biafra estaba destruida. Esa guerra trastornó profundamente mi
vida, para bien o para mal. Hasta hoy, la cuestión de Biafra es un tema tabú en
mi país, nadie quiere hablar del asunto. La guerra civil de Biafra fue el primer
conflicto «post colonial». Causó más de tres millones de muertes en pocos meses.
Los británicos financiaron esta guerra. Proporcionaron las armas y le dijeron al
mundo entero que se encargarían del asunto porque Nigeria era su ex colonia. La
comunidad internacional se dejó convencer sin protestar. Lo que pasó en Biafra
es un crimen contra la humanidad porque utilizaron el hambre como un arma de
guerra. La ayuda humanitaria no se autorizaba en el territorio biafreño. La
gente se moriría de hambre, de desnutrición, los niños del kwashiorkor. Todo eso
revela la hipocresía que hay en torno a las guerras. La película es una condena
de la guerra, pero sobre todo de la inmoralidad de toda esa gente que permite
que pasen este tipo de cosas, de la hipocresía de las organizaciones y de los
dirigentes africanos que se implican en esos conflictos.
¿Qué se siente cuando se recibe «l’étalon d’or du Yennega» (Primer premio de la
vigésima edición del festival panafricano de cine y televisión de Ouagadougou,
N. de T.) por una película tan personal?
El premio es, por supuesto, una hermosa recompensa, algo muy estimulante. Me
quedé muy sorprendido. Pero haber conseguido rodar Ezra, en sí mismo, ya fue una
gran recompensa. Todo lo que vino después es un regalo suplementario, pero todo
sigue siendo duro cuando se ha hecho una película tan dolorosa. Quizá habría
disfrutado más del premio si la película hubiera sido menos personal, al igual
que el personaje de Ezra, su sistema de valores… Pasé por muchos avatares y mi
vida sigue cambiando, tal como ocurre con mi percepción de las cosas después de
Ezra. Sin embargo, es una distinción que aprecio mucho porque es muy respetada.
Todo el equipo se alegró. Pero no es para eso para lo que hago cine. Seguiré
haciendo películas tan comprometidas como Ezra.
¿Cómo se convirtió en cineasta?
Por casualidad. Dejé Nigeria debido a la dictadura de Sony Abacha. Cerraron
todas las escuelas y universidades. Tenía una tía que vivía en Inglaterra y que
me permitió proseguir mis estudios. Terminé por decidir que no quería
convertirme en un ingeniero electrónico más. Si debía seguir en el ámbito
científico, tendría que haberme convertido en inventor, porque soy creativo.
Tenía que encontrar una disciplina para expresar mi creatividad. Descubrí el
cine y decidí que podía ser mi oficio. Tenía 19 años, me gustaba la música,
había hecho un poco de fotografía… El cine reúne muchas disciplinas, la técnica
me remitía a mi pasado de ingeniero. La idea de crear a partir de la tecnología
es algo que me es familiar. El cine parecía contener todo lo que necesitaba para
calmar mi sed de nuevos retos. Me gustan los retos. Ezra es uno. Me entregué
totalmente en esta película porque me prometí a mí mismo, y también a los niños
que entrevisté en Sierra Leona durante mis investigaciones, que haría la mejor
película posible sobre este asunto. Es lo que intenté hacer, y no fue fácil.
Volviendo a mi carrera, terminé mis estudios a los 23 años y me di cuenta de que
no es fácil ser un realizador negro en Gran Bretaña. Muchos cineastas negros no
pueden trabajar, algunos realizadores reconocidos como John Aconfra e Isaac
Julian siguen luchando. La historia del cine negro en Inglaterra es lamentable.
Es comparable a un boicot. Así que me volví hacia el cine independiente que
emergía entonces en Estados Unidos con realizadores como Spike Lee. Empecé
también a hacer películas independientes y así enfoqué mi carrera. Ezra fue la
primera película para la que recibí subvenciones.
¿Cuánto tiempo trabajó en esta película?
Estuve tres años buscando en Sierra leona para organizar el escenario. Allí hay
muchos niños soldados y es donde hice las pruebas.
Ahora vive París, donde ser un realizador negro es peor de lo que describía más
arriba como un boicot…
Vivo en París y es verdad que hacer una película sobre las experiencias de la
inmigración es casi imposible. Lo que refleja claramente la hipocresía de la
política de financiación de Francia por lo que se refiere al cine y los
realizadores africanos. Tienen una idea bien precisa de lo que quieren ver. Lo
sé porque lo viví en Gran Bretaña. Si deseo hacer un cuento sobre mi pueblo, no
hay problema. Pero si es para contar la vida de un inmigrante africano, es mucho
más difícil. Hay un tipo de censura sobre lo que pueden hacer los africanos.
Todo eso crea la ilusión de que Francia sostiene el cine africano, pero es
únicamente para un género de películas. Encierran el cine africano en una
especie de gueto.
Como cineasta nigeriano, ¿qué piensa del boom de Nollywood?
La industria de la imagen hecha por africanos para africanos amenaza al cine
occidental. El interés de Nollywood reside en el hecho de que la gente ve sus
propias historias. Pero esta industria tiene que ganar en calidad, y así será
porque el público la reclama. Lo más difícil ya está hecho: captar espectadores,
porque la gente quiere ver películas que le informen sobre su propia realidad a
la vez que le divierten.
Si entendí bien, usted seguirá haciendo cine en la línea de Ezra pero, ¿cuál
será su próxima etapa?
Estoy trabajando en un proyecto de película titulada Waiting for an Angel, que
se desarrolla en Nigeria a mediados de los años 80, durante el régimen de Abacha.
Esta película es una ocasión para revisar las razones que me obligaron a
abandonar Nigeria….
Usted parece un autor muy introspectivo
Creo que todo lo que hacemos empieza en el espíritu. Lo demás es la
exteriorización de los pensamientos íntimos y por eso siempre vuelvo a ellos, a
los pensamientos de lo que está mal en el mundo, la hipocresía, la corrupción; e
intento materializar mis pensamientos escribiéndolos. Volviendo a Waiting for an
Angel, es la historia de un joven escritor que intenta que le publiquen su
libro. La película habla del arte, de cómo se convierte en un artista y cómo se
refugia en sí mismo en un régimen totalitario. Y cuando tiene que elegir, ¿debe
comprometerse o encerrarse en su mundo?
Para usted es obvio que hay que comprometerse…
Cuando percibimos el mundo como es, no hay otra opción. El mundo es un lugar
terrible, una fuente de decepciones donde las civilizaciones occidentales se
hunden porque no se construyen sobre valores auténticos, sino sobre la
corrupción, sobre la tiranía hacia las demás razas humanas con respecto a las
cuales se proclaman superiores. Simplemente porque pusieron a los demás de
rodillas por medio de la esclavitud, del colonialismo… Lo único que permite
sobrevivir a la civilización occidental es la tiranía. Con la India y China, las
cosas están cambiando. Estamos llegando al final de esta civilización que
finalmente tiene que asumir lo que hizo durante los cinco últimos siglos, que no
son nada en el tiempo, y no justifican tanta arrogancia. Se habla mucho del
siglo de las luces, pero ¿qué clase de civilización ilustrada tolera el racismo?
También se habla mucho «de igualdad, de fraternidad»… pero la gente ni siquiera
conoce el significado de esas palabras. Sólo son bellas palabras que no reflejan
la realidad del mundo ni de la sociedad francesa. Los filósofos son cobardes
incapaces de decir la verdad. Existe una especie de ilusionismo, una ruptura
entre las palabras y la realidad.
¿Qué opina del futuro del cine africano que narra diferentes realidades en el
oeste, el norte o el sur del continente?
Pienso que de aquí a una decena de años las cosas cambiarán. El cine africano va
más allá del propio continente. África ya no es únicamente un lugar geográfico,
sino un estado de ánimo guiado por la diáspora. Para mí, el cine africano
debería extenderse a Brasil, Cuba, América, a todos los lugares donde viven los
negros. Este cine está llamado a ser uno de los más ricos del mundo porque bebe
de numerosas culturas. Sólo en Nigeria, el cine que se hace en el norte del país
no es igual que el del sur. Finalmente, es un cine que no quiero definir, sería
como matarlo. Sólo deseo que llegue a ser lo que merece. La gente quiere
encasillar el cine africano pero, al contrario, hay que dejar que evolucione. Se
convertirá en un cine muy complejo, muy importante, con historias verdaderas y
sofisticadas.
Original en francés: http://www.afrik.com/article14457.html
Newton I. Aduaka nació en 1966 en el norte de Nigeria. Estudió cine en la London
International Film School de Gran Bretaña. En 1991, trabajó como ingeniero de
sonido en el largometraje «Quartier Mozart» del camerunés Jean Pierre Bekolo.
Poco después creó la productora Granite Film Works e inició una destacada
carrera como cineasta. Es autor de varios cortometrajes: «Voices Behind the Wall»
(1990), «Carnival of silence» (1994), «On the Edge» (1998), «Funeral» (2002) y «Aicha»
(2004). Con «On the Edge», una película de 28 minutos sobre las dramáticas
confesiones de una toxicómana, atrajo la atención del público y la crítica. Esta
obra le valió el premio al mejor cortometraje en FESPACO y en el Festival Cinema
Africano, Asia e América Latina de Milán en el año 1999. Al año siguiente
presentó su primer largometraje, «Rage» (2000), en el escenario de los barrios
de Londres, este film penetra en la desesperada búsqueda de identidad de tres
jóvenes que se unen para editar un álbum de hip-hop. «Rage» obtuvo el premio
Oumarou Ganda a la primera obra en FESPACO 2001. «Ezra» es su segundo
largometraje y además de haber sido seleccionado en importantes festivales
internacionales ha cosechado numerosos premios durante el pasado 2007, entre los
que destacan el Etalon d’Or de Yennenga y el premio especial de las Naciones
Unidas en FESPACO, el premio del público en el Festival Cinema Africano, Asia e
América Latina de Milán, premio a la mejor película en el 28th Durban
International Film Festival de Sudáfrica y el Alhambra de Plata en la primera
edición del Festival de Granada Cines del Sur.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta
traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad
y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.