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Lo bereber como seña de identidad en el norte de África
Abderrahman Hafsaui
Afrol News
De todos los problemas que conoce en la actualidad el Norte de África, sobre
todo y con mayor gravedad Argelia, la cuestión identitaria es la que se presenta
de modo más acuciante y angustiosa. Sin duda, es uno de los problemas a los que
el mundo magrebí se enfrenta con mayor apasionamiento. Por ello, la cuestión
debe ser abordada con gran serenidad y recurriendo a los datos históricos,
sociológicos y lingüísticos más fiables. En principio, dos etnias con sus
respectivas culturas, la bereber y la árabe, comparten, con frecuencia
mezcladas, una vasta geografía, pero cada una de ellas suele ser identificada
por su función en el desarrollo de un drama que enfrenta de modo ambiguo a dos
mundos.
Dos lenguas, el árabe y el bereber, y las culturas que representan, poseen, cada
una de ellas, distintos estatutos; mientras que el árabe goza del carácter de
lengua oficial de los Estados de la zona, el bereber es relegado prácticamente a
la marginalidad y cualquier intento por revitalizarlo se realiza casi de modo
clandestino. Esta dualidad es explicada en términos de dominación: los bereberes
autóctonos son considerados a veces una especie de reliquia del pasado
preislámico de la región en trance de desaparecer ante el predominio y prestigio
en todos los terrenos de lo árabe. Los bereberes o imazighen, herederos de una
lengua antinquísima y una cultura milenaria, son presentados muchas veces como
las víctimas históricas de la agresividad del Islam. El irredentismo bereber, ya
sea moderado o radical, despierta fácilmente simpatías en determinados medios
sensibles a las cuestiones nacionales no resueltas, y con frecuencia es
utilizado como arma política en debates y contextos.
Lo árabe, en Marruecos y Argelia, está normalmente vinculado a las ciudades y a
los poderes establecidos tras las independencias formales. El árabe es la lengua
oficial del Estado, y su cultura orientalizante es reivindicada en exclusiva
como seña de identidad que se quiere hacer extensiva a toda la población. El
Magreb proyecta hacia el mundo su condición árabe. Por su lado, lo bereber,
eminentemente rural y con reminiscencias ancestrales, se desmorona ante la
evolución de unas sociedades que se orientan en direcciones que niegan o
desprecian sus valores. Mientras que lo árabe se asocia a lo nacional y a lo
oficial, la intelectualidad bereber es vigilada como enemiga del Estado y
potencial germen desarticulador de la supuesta unidad histórica y política de la
región, y por tanto es una intelectualidad vigilada y bajo sospecha continua de
posible traición a los intereses del Estado y el orden público.
La lengua bereber, principal seña de identidad de los no arabófonos del Magreb,
en la extrema diversidad de sus variantes, es hablada en la actualidad en una
decena de países del conjunto Magreb-Sáhara-Sahel. Pero Marruecos y Argelia son,
con diferencia, los países que cuentan con las poblaciones berberófonas más
importantes. Es en ellos donde la cuestión bereber es propuesta con mayor
entusiasmo.
Es difícil avanzar cifras precisas y fiables en cuanto a la importancia
demográfica de las poblaciones berberófonas. No existen censos lingüísticos y la
situación general de la lengua bereber hace problemática toda evaluación: de
hecho, el número de berberófonos constituye en sí mismo una apuesta política en
los países del Magreb y es, por tanto, el objeto de vivas controversias.
Sin embargo, si se suma el conjunto de cifras ofrecido por diversas fuentes,
razonablemente se puede estimar que los berberófonos constituyen un porcentaje
mínimo del 40 de la población de Marruecos, es decir, algo más de doce millones
de individuos. Por su parte, el Argelia serían el 20 de la población, es decir,
unos cinco millones de personas, según los censos de 1986.
Estas cifras son valores mínimos que pueden considerarse seguros. Pero no puede
excluirse que los porcentajes sean en realidad notablemente más elevados y que
puedan llegar respectivamente al 50 en Marruecos y al 30 en Argelia.
En Marruecos, la berberofonía está repartida en tres grandes zonas que cubren el
conjunto de las regiones montañosas del país: al norte, el Rif; en el centro, el
Atlas Medio y parte del Alto Atlas; al sur-suroeste, el Alto Atlas, el Antiatlas
y el Sus. En Argelia, la principal región berberófona es la Kabilia. Si bien su
superficie es relativamente limitada, está muy densamente poblada. En la Kabilia
se encuentran, probablemente, más de los dos tercios de los berberófonos
argelinos. Otros grupos significativos están en el Aurés ( de quinientos mil a
un milló de personas) y en el Mzab (con Gardaya como capital y otras ciudades
ibaditas, con alrededor de cien mil personas). Existen en Argelia otros grupos
berberófonos menores pero son sólo pequeños islotes residuales que no superan
–en los mejores casos- algunas decenas de millares de hablantes: Wargla, Gurara,
Sur Oranés, Yebel Bissa, Chenoua,...
Naturalmente, nos estamos refiriendo a las localizaciones tradicionales. Desde
comienzos de siglo, sobre todo después de la descolonización, el importantísimo
éxodo rural que ha conocido todo el Magreb hace que existan comunidades
consistentes de berberófonos en las principales ciudades del Norte de África:
Argel y Casablanca son las ilustraciones más destacables.
El tercer y último conjunto berberófono está constituido por las poblaciones
tuaregs, a caballo entre varios países a través de la zona Sáhara-Sahel,
principalmente en Níger (unas quinientas mil personas) y Mali (de trescientas a
cuatrocientas mil). Otros países como Argelia, Libia, Alto Volta y Nigeria,
cuentan con efectivos tuaregs más modestos que no superan en cada caso algunas
decenas de millares de personas. El conjunto de las poblaciones tuaregs se
acerca, pues, al millón de individuos.
El resto de la berberofonía está constituido por territorios aislados,
generalmente muy amenazados y diseminados. En Túnez, alrededor de cincuenta mil
personas en parte de Yerba y una docena de pueblos en el centro sur del país. En
el sur de Mauritania hay entre cinco mil y diez mil individuos. En Egipto, en el
oásis de Siwa, cuya población varía según los censos entre cinco y diez mil
personas. En Libia, en la Tripolitania, existen grupos berberófonos más
importantes y resistentes.
Hemos hablado hasta aquí únicamente de berberófonos y de berberofonía. El único
elemento indiscutible que diferencia entre las poblaciones del Magreb es el
estríctamente lingüístico. Cualquier otro rasgo discriminatorio es cuestionable,
por mucho que se quiera subrayar las características específicas de la cultura
bereber. No existen dos etnias demarcables, una árabe y otra bereber, en el
norte de África. La población magrebí, berberófona o arabófona, es de origen
bereber. Los berberófonos, identificables así por su práctica lingüística
específica, son en la actualidad demográficamente minoritarios porque el Magreb
ha conocido desde hace varios siglos un lento proceso de arabización lingüística
vertiginosamente acelerado en los últimos decenios. Los magrebíes arabófonos de
nuestros días son bereberes arabizados en fechas más o menos recientes. Este
proceso ha culminado con la identificación de la arabofía con la cultura árabe,
pero la originalidad de los caracteres generales de lo supuestamente árabe en el
norte de África, tan evidentemente distinto de lo árabe oriental, estriba
precisamente en su calidad bereber. Lo árabe en el Magreb tradicionalmente ha
sufrido más la influencia de al-Ándalus que de oriente. Las aportaciones
orientales son recientes y son el resultado de una voluntad política y a la
influencia de los medios de comunicación.
Originalmente, el bereber y su cultura propia, cubría el conjunto del Magreb y
el Sáhara, por lo que histórica y antropológicamente se puede afirmar, sin
querer entrar en polémicas, que los magrebíes son bereberes. La asunción, por
parte de los poderes establecidos, de la arabidad, haciendo de ello estandarte
de la identidad nacional, es uno de los factores más importantes del nacimiento
de la conciencia bereber entre quienes aún hablan esta antiquísima lengua,
creando un conflicto desestabilizador al marginar una importante parte de la
población que no ha seguido el proceso del resto.
Los caracteres propios de la cultura bereber son los de comunidades tribales.
Tradicionalmente, sedentarios o nómandas, agricultores o pastores, los bereberes,
junto a las tribus que ya se habían arabizado por el contacto con focos
culturales urbanos, compartían una misma sensibilidad y una misma cultura. El
triunfo de las ciudades es el triunfo de lo asociado a lo árabe, y el
desplazamiento y marginación de lo bereber más tiene que ver con la decadencia
de los espacios rurales ante el prestigio de lo urbano que con el ejercico de
una dominación que pretenda borrar las señas de identidad de los vencidos. La
propuesta de los militantes bereberes más radicales, cuando hablan de la
necesaria recuperación de la cultura bereber, a parte de la objetiva cuestión
lingüística, es el intento por fundamentar en unos supuestos su opción por un
modelo occidental de civilización, pues la cultura bereber más auténtica está
lejos de sus aspiraciones al basarse en una sociedad rural y tribal que se desea
superar. En cuanto a los elementos folklóricos, dependen más de su aceptación
por el turismo y el interés que despiertan entre los etnólogos que de las
intenciones de los berberistas enfrascados en luchas políticas. Lo bereber es
más una bandera política y una excusa, en muchos casos, que un planteamiento
objetivo y sincero. Efectivamente, se pretende homologar valores culturales
bereberes a valores europeos para justificar un rechazo a lo árabe dominante.
Pero hoy, y como resultado de los procesos históricos, ya no se puede negar la
existencia en el Magreb de varias lenguas, de una cultura plural y por lo tanto
de una identidad que escapa por completo al cerco de las ideologías oficiales.
Esta identidad magrebí ha sido forjada por siglos de historia y es la
capitalización de todos los aportes que han desembocado en lo que tal vez
convendría llamar una cultura nacional del Magreb. El reconocimiento de tal
identidad plural presupondría un poder democrático, abierto y tolerante capaz de
admitir la diversidad. Pero este no es el caso puesto que los sitemas políticos,
obsesionados por la idea de que sólo una idea ya absoleta de unidad podría
mantenerlos, defienden a capa y espada una cultura y una lengua oficiales, es
decir, una identidad oficial y por tanto artificial y esencialemente
discriminatoria. Para hacer posible esta situación, los gobiernos que se han
sucedido desde las independencias formales han tenido que falsificar la
historia, única manera de convencer e imponer su dominio.
En este sentido, la historia reciente de Argelia en particular y de todo el
Magreb en general, es una sucesión dramática de tentativas de desculturización y
de despersonalización. Esto ha degenerado en extremismos que no auguran un
futuro claro y estable para la región. Todo ello unido a la gravísima crisis
económica, social y política, hace que la situación sea delicada y carente de
expectativas a corto y medio plazo. La explatación ideológica con el fin de
fundamentar los Estados surgidos de las luchas de liberación en una arabidad
ficticia y un Islam ficticio ha marginado la compleja realidad cultural de los
pueblos que no pueden sentirse identificados con los discursos oficiales y
buscan alternativas.
En lo que nos concierne ahora, el problema bereber, que es el que plantea la
cuestión de la identidad de los pueblos que habitan el Norte de África, es un
tema, como ya hemos señalado, con una historia ambigua y compleja. El interés
por lo bereber no casualmente aparece en las estrategias coloniales, que si bien
paracticaron hacia él, como hacia todo lo indígena, un auténtico desprecio, no
dudaron en hacer de él un motivo de enfrentamiento entre las poblaciones del
Magreb creando un mito que les sirviera coyunturalmente. El antagonismo entre
árabes y bereberes fue creado con tal fin y se apoyó interesadamente en
referencias históricas. Los militantes berberistas más radicalizados que recogen
en gran medida su material ideológico de las argumentaciones que se fabricaron
entonces siguen insistiendo en el carácter fatal que tuvo para la región la
invasión árabe. El doctor Mouloud Lounaouci, miembro de la Comisión Nacional del
Movimiento Cultural Bereber escribió lo que sigue en la revista Amazigh (nº 3-4,
abril-julio de 1994): "Pero, de todas las invasiones (que ha sufrido el Norte de
África y que no han permitido a los bereberes imponer su manera de ser y de
gobernar) la que tuvo más impacto fue la de los árabes. No se puede ocultar la
larga e intensa resistencia (setenta años) e igualmente debe restablecerse una
verdad histórica diciendo que la conquista árabe fue inicialmente una rapiña".
No obstante, en el mismo número de la revista Amazigh un entusiasta artículo
firmado por la Asociación bereber Tanukri subraya el carácter autóctono del
Islam norteafricano: "En el siglo VII, una parte de la población bereber se
había adherido ya al Islam. Jamás hubo una conquista árabe de nuestro país. Meca
y Medina, con un total exagerado de veinticinco mil habitantes entre los que no
eran extraños los extrangeros, no pudieron conquistar el mundo". En ambos casos,
en el que los arabófonos son considerados por ello extrangeros, y en el otro en
el que se busca la reconciliación de todos los bereberes, es fácil advertir las
distintas orientaciones que va a seguir el movimiento bereber.
El mismo doctor Mouloud Lounaouci señala más adelante en su artículo que a pesar
del triunfo del Islam los bereberes continuaron practicando sus propias lenguas
y culturas, y así Ibn Tumart predicó su causa almorávide en bereber, el Corán
fue traducido y la literatura en lengua autóctona conoció un despegue que aún no
ha sido igualado. La verdadera arabización comenzaría más tarde, en el siglo XI
con la llegada de los Banu Hilal. No obstante, siempre según el doctor Mouloud
Lounaouci, el árabe quedaría acantonado en los escasos centros urbanos y nunca
habrtía tenido lugar una larga y profunda arabización. La colonización frances
–y la española en el Rif- es el origen de una absoluta desestructuración social
y económica con expropiaciones, secuestros y colegios indígenas, entrañando por
consiguiente una política de desculturización. La apertura de escuelas no
perseguía inicialmente la finalidad de instruir (no se permitía el acceso al
principio a un cierto nivel) sino que su finalidad era la de instalar una
cultura francesa cuyo objetivo era la autodespersonalización y la
autoinfravaloración. Ello sembró el norte de África un extendido complejo de
inferioridad ante los europeos. La civilización occidentas fue presentada como
panacea inalcanzable. Esta política de desculturización llevada a cabo por las
potencias coloniales que despreciaban o ignoraban del todo a las poblaciones
autóctonas tuvo una contestación al principio dispersa y desorganizada que
pronto dio nacimiento a los movimientos nacionales. Pero quizás ya era demasiado
tarde. Las jóvenes generaciones que liderarían las luchas por la independencia
ya habían sido desarraigadas y sus planteamientos fueron ajenos a las realidades
sociales y culturales de las que habían sido separados.
Efectivamente, los movimientos nacionales que conseguirían la independencia
fundaron los nuevos Estados en la premisa de lo arabo-islámico. De los
movimientos nacionales serán eliminados todos los elementos que rehusen acatar
la nueva ideología (como la llamada crisis berberistas de Argelia en 1949 y que
entrañó la expulsión de Omar Imache). El partido del pueblo argelino impuso un
modelo calcado del modelo jacobino francés: Opuso a la nación francesa la nación
árabe, a la lengua francesa la lengua árabe y a la cristiandad opuso el Islam.
No cabe junto a esto la lengua, la cultura y la identidad bereber, como tampoco
tiene cabida el Islam popular. A esta negación la siguió una política activa de
marginalización: supresión de la cátedra de bereber de la universidad de Argel,
prohibición a los niños berberófonos de expresarse en su lengua en las escuelas,
enseñanza dogmática de los contendios de la ideología oficial, negación de la
berberidad juzgada como creación de los Padres Blancos. Si en esto podía tener
parte de razón el Estado argelino, no es menos verdad que también la arabidad
había sido un invento de los estrategas franceses e ingleses en oriente.
El Estado no se resistirá a la tentación de usar la fuerza: se arresta e incluso
a veces se ejecuta a los ciudadanos que denuncian esta política que margina
conscientemente a una gran parte de la población.
Esta política agresiva y violenta de opresión y exclusivismo practicada por los
gobernantes (entre los que se encontraban berberófonos), lejos de conseguir que
el pueblo acepte la cultura arabo-islámica justificará la cración de movimientos
de contestación. Estos movimientos de contestación se van a sumar al trabajo
colosal emprendido por el catedrático Mouloud Mammeri y ello conducirá a la toma
de conciencia identitaria de parte de la juventud berberófona, principalmente
kabil, gracias a los aportes de cantaautores como Idir y del teatro
reivindicativo como el de Katib Yasin, Muhand o Yahia.
En Argelia, las reivindicaciones berberistas pronto se van a masificar. La gente
pierde el miedo a hablar en bereber en público y la vestimenta tradicional kabil
se convierte en símbolo de berberidad. A partir de 1979, los militantes de la
causa bereber emprenden una intensa campaña de lucha y sensibilización. El
momento culminante llegó en abril de 1980: la exigencia identitaria bereber será
asumida entonces públicamente en el cuadro de la reivindicación de libertades
democráticas.
Los acontecimientos de la Primavera Bereber tuvieron como consecuencia la
internacionalización de la cuestión, obligando al poder a admitir el origen
bereber de los argelinos. Parecía que las esperanzas estaban permitidas. Tras la
liberación de veinticuatro detenidos en abril de 1980, se impuso la necesidad de
una reflexión profunda que conducirá a la creación del Movimiento Cultural
Bereber en agosto de 1980.
Ante la amplitud de un movimiento de masas preludio de una organización
estructurada, el poder reacciona con arrestos y decisiones administrativas. Se
votará una constitución cultural cuya característica principal es la negación de
la berberidad. Se aplicará el artículo 120 del partido FLN (expartido único)
para cerrar las puertas a los puestos de responsabilidad a los militantes de la
causa bereber.
El Movimiento Cultural Bereber dará origen a una extensa red de asociaciones que
reivindican la defensa de los derechos del hombre y denuncian la legitimidad del
régimen.
Para acabar ya, la emergencia y pujanza de un Islam militante agrava
considerablemente la situación en el Norte de África. Y también ese Islam se
plantea cuestiones de identidad que hay que tener en cuenta. Lo común, por lo
general, entre los musulmanes, pertenezcan a la etnia o a la nación a la que
pertenezcan, es la de hacer preceder su identidad musulmana a la que les
correspondería por cualquier otra consideración. El Islam está arraigado hasta
esos extremos. Un ejemplo de ello lo tenemos en Melilla donde la población
musulmana es berberófona. Tras los conflictos generados por las reivindicaciones
de los musulmanes que exigían el reconocimiento de sus derechos en una ciudad en
la que habían estado viviendo hasta entonces en una situación lamentable, y al
acceder la mayoría de ellos a la nacionalidad española como consecuencia de las
movilizaciones que habían tenido lugar, inmediatamente se puso en marcha una
mentalidad que ve en ellos siempre a enemigos potenciales y por tanto había que
desarticularlos.
El máximo temor era que los musulmanes apoyaran las pretensiones de Marruecos o
bien que se decantaran hacia extremismos islámicos. Pronto las autoridades
recordaron que la población musulmana era rifeña y pensaron en fomentar al
bereber díscolo que jamás aceptaría la autoridad de un árabe. Cuál no fue la
sorpresa cuando se descubrió que los habitantes de Melilla se dedicaban a
aprovechar las ayudas oficiales para promocionar la enseñanza del árabe como
fundamento para el entendimiento del Corán y se dedicaban a abrir mezquitas por
todos los barrios. Varios artículos de la prensa local expresaba su
disconformidad con la actuaciópn de los bereberes que debían haber respondido a
la imagen tradicional sobre ellos y despotricar conrtra los árabes y el Islam
ahora que tenían la oportunidad histórica de hacerlo.
El Islam, para los musulmanes, es un hecho vertebrador mucho más poderoso que
cualquier otra pertenencia. Acéfalo y descentralizado, el Islam ha sabido
convertirse en el esquelo que sostiene las manifestaciones culturales de los
distintos pueblos a los que ha llegado. Y así, el bereber es ante todo musulmán
y no duda en militar en movimientos islamistas.
Ahora bien, las corrientes islámicas adolecen de prejuicios heredados por la
gran confusión creada por el colonialismo. El magrebí medio se encuentra
constantemente en bifurcaciones en las que se le exige decisiones y adhesiones
extrañas. El problema de la identidad en el norte de África no tiene una
solución clara. Las elecciones no son fáciles. En la actualidad lo bereber es
planteado al margen del Islam y el Islam al margen de lo bereber, y cada cual
elige en función del valor específico que de a cada una de las dos facetas de su
identidad. Lo berever, en los planteamientos de los intelectuales de la
cuestión, es una opción por lo occidental y una actitud de rechazo a todo lo que
se asocie con lo árabe y lo oriental, mientras que el Islam, también según los
planteamientos más en boga y fuertemente impregandos por sus raíces en un Islam
oriental y panárabe, es presentado como una afirmación de la tradición y un
rechazo frontal a lo occidental. Sólo en pocos casos parece superarse esta
dicotomía que marca el tono general de los debates. Sin embargo sólo su
superación devolverá el sentido de sí mismos a los magrebíes en el marco de un
respeto a la pluralidad dejando atrás definitivamente la etapa colonial que
desestructuró completamente un mundo y lo condenó al exilio en su propia tierra
y en su propia identidad.
Y ya por último, simplemente como observación a quienes estén interesados por
estos temas, me queda por decir que los estudios berebers en general disfrutan
de una gran interés en algunos países. El interés por el bereber no está
concentrado únicamente en los países donde se habla sino que ha transpasado sus
fronteras.
Acualmente hay a disposición de los estudiosos un abundante material
bibliog´rafico, un material que abarca casi todos los ámbitos socioculturales y
políticos y que ha venido saliendo a la luz gracias a la preocupación de varios
centros y los esfuerzos colectivos y personales de algunos berberizantes. Hoy
día existen varios centros académicos en distintas partes del mundo que han
inaugurado departamenteos para el estudio del bereber. Podemos citar el caso de
Estados Unidos, la Universidad de los Angeles (UCLA) donde se imparten clases de
tashelhit y de los dialectos del Aurás u el Medio Atlas marroquí; lo mismo
sucede en Ann Arbor en Michigan.