Medio Oriente - Asia - Africa
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La opción militar
Uri Avnery¿Guerra con Siria? ¿Paz con Siria?
¿Una gran operación militar contra Hamás en la Franja de Gaza? ¿Un alto el fuego
con Hamás?
Nuestros medios de comunicación discuten estas cuestiones desapasionadamente,
como si fueran opciones equivalentes. Como un comprador en un muestrario que
eligiera entre dos automóviles. Éste es bueno y éste también. Así, ¿cuál
comprar?
Y nadie clama: ¡La guerra es el colmo de la estupidez!
Carl Von Clausewitz, el famoso y renombrado teórico militar, dijo la conocida
frase de que la guerra no es nada más que la continuación de la política a
través de otros medios. Lo que significa que la guerra está para servir a la
política y es inútil cuando no lo hace.
¿A qué políticas sirvieron las guerras en los últimos cien años?
Hace noventa y cuatro años estalló la Primera Guerra Mundial. La causa inmediata
fue el asesinato del heredero austriaco, aparentemente a manos de un estudiante
serbio. En Sarajevo me mostraron cómo pasó: después un primer intento fallido en
la calle principal, los asesinos ya habían perdido la esperanza cuando uno de
ellos se encontró de nuevo con la víctima, por pura casualidad, y la mató.
Después de este asesinato casi accidental, muchos millones de seres humanos
perdieron sus vidas en los cuatro años siguientes.
El asesinato sirvió, por supuesto, sólo como pretexto. Cada una de las naciones
beligerantes tenía intereses políticos y económicos que les empujaban a la
guerra. Pero, ¿realmente sirvió la guerra a esos intereses? Los resultados
sugieren lo contrario: tres poderosos imperios -el ruso, el alemán y el
austriaco- se derrumbaron; Francia perdió su lugar como potencia mundial más
allá de toda esperanza de recuperación y el Imperio británico resultó herido de
muerte.
Los expertos militares apuntan a la chocante estupidez de casi todos los
generales que lanzaron una y otra vez a sus pobres soldados a batallas
desesperadas que lo único que consiguieron fueron masacres.
¿Hubo algún estadista sabio? Ninguno de los políticos que empezaron la guerra
imaginó que duraría tanto y sería tan horrible. A principios de agosto de 1914,
cuando los soldados de todos los países marchaban a la guerra con alegre
entusiasmo, les prometieron que estarían en casa «antes de Navidad».
No se logró ningún objetivo político con aquella guerra. Los acuerdos de paz que
se impusieron a los vencidos fueron monumentos a la imbecilidad desenfrenada. Se
puede argumentar que el principal resultado de la Primera Guerra Mundial fue la
Segunda Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial fue, aparentemente, más racional. El hombre que la
lanzó prácticamente solo, Adolf Hitler, sabía exactamente lo que quería. Sus
antagonistas fueron a la guerra porque no tenían otra opción si no querían que
los invadiera un dictador monstruoso. La mayoría de los generales de ambos lados
eran más inteligentes que sus predecesores.
Y a pesar de esto, fue una guerra estúpida.
Hitler era, básicamente, una persona primitiva que vivía en el pasado y no
entendió el Zeitgeist. Quiso convertir Alemania en la primera potencia
mundial, un objetivo insensato que estaba más allá de sus capacidades. Pensó
conquistar grandes partes de Europa oriental y vaciarlas de sus habitantes para
establecer alemanes allí. Tenía un concepto desesperadamente obsoleto del poder.
Como todas las ideas de establecer colonias como instrumento nacional, la suya
pertenecía a siglos pasados. Hitler no entendió el significado de la revolución
tecnológica que estaba a punto de cambiar la faz del mundo. Podemos decir que
Hitler no sólo era un horrible tirano y un monumental criminal de guerra, sino
que, finalmente, también era una persona completamente imbécil.
El único objetivo que casi logró fue la aniquilación del pueblo judío. Pero
incluso este loco intento falló al final: actualmente los judíos tienen una
fuerte influencia en el país más poderoso del mundo y el Holocausto jugó un
papel fundamental en el establecimiento del Estado de Israel.
Hitler quiso destruir la Unión Soviética y alcanzar un compromiso con el imperio
británico. No dio importancia a Estados Unidos y casi lo ignoró. El resultado de
la guerra fue que la Unión Soviética tomó una gran parte de Europa, Estados
Unidos se convirtió en la principal potencia mundial y el imperio británico se
desintegró para siempre.
De hecho, el dictador nazi demostró, más que nadie, la inutilidad absoluta de la
guerra como instrumento político a estas alturas de los tiempos. Después de la
destrucción del Reich de Hitler, Alemania logró su meta. Actualmente Alemania es
el poder económico y político dominante en una Europa unida, pero esto no se
logró con tanques y armas pesadas, ni con guerra y poderío militar, sino
únicamente por la diplomacia y las exportaciones. Una generación después de la
aventura nazi que convirtió en ruinas todas las ciudades alemanas, Alemania ya
estaba floreciendo como nunca anteriormente.
Lo mismo puede decirse de Japón, que era todavía más militarista que Alemania.
Ha logrado por medios pacíficos lo que los generales y almirantes no lograron
por la guerra.
De vez en cuando leo entusiastas informaciones de turistas estadounidenses sobre
Vietnam. ¡Vaya país maravilloso! ¡Que pueblo más afable! ¡Qué buenos negocios se
pueden hacer allí!
Hace sólo una generación, una guerra brutal se estaba librando allí
furiosamente. Murieron personas en masa, cientos de pueblos quemados, bosques y
cosechas destruidos por armas químicas, los soldados cayeron como moscas. ¿Por
qué? Por el efecto dominó.
La teoría era así: si los comunistas lograsen tomar Vietnam entero, todos los
demás países del sudeste asiático caerían. Cada uno derrumbaría a su vecino,
como una ficha de dominó. La realidad ha demostrado que eso no tenía ningún
sentido: los comunistas tomaron todo Vietnam sin tocar la estabilidad de
Tailandia, Malasia y Singapur. Cuando los recuerdos de la guerra se marchitaron,
Vietnam siguió el camino de su vecino del norte, la China Roja, pero entre tanto
China tiene una floreciente economía capitalista.
En la guerra de Vietnam la estupidez de los generales compitió con la de los
políticos. El campeón fue Henry Kissinger, un criminal de guerra cuyo
sobresaliente ego enmascaró su estupidez básica. En plena guerra invadió la
pacífica vecina Camboya y la rompió en pedazos. El resultado fue un repugnante
autogenocidio, cuando los comunistas asesinaron a su propio pueblo. Todavía
muchos consideran a Kissinger un genio político.
Hay quien mantiene que, por su absoluta inutilidad, la invasión de Iraq se lleva
el premio a la estupidez, a pesar de que la competencia es feroz en este campo.
Parece que la dirección política de Washington preveía el dramático aumento de
la demanda mundial de petróleo y, por consiguiente, decidió fortalecer su
suministro del crudo del Golfo Pérsico y de la ribera del Mar Caspio. Pensaba
que la guerra convertiría a Iraq en un satélite de EEUU y podría estacionar
allí, bajo un régimen amistoso, una guarnición estadounidense permanente que
tendría bajo control a toda la zona.
Los resultados, hasta ahora, han sido los contrarios. En lugar de consolidar
Iraq como un país unido bajo un régimen estable pro estadounidense, ha surgido
una rabiosa guerra civil, el estado se tambalea al borde de desintegración, la
población odia a los estadounidenses y los considera un ocupante extranjero. La
producción de petróleo es menor de lo que era antes de la invasión, los inmensos
costes de la guerra minan la economía estadounidense, el precio del crudo
aumenta continuamente y la elevada posición que Estados Unidos tuvo una vez en
la opinión pública ha caído a ras de suelo y el público estadounidense exige que
los soldados vuelvan a casa.
No hay ninguna duda de que los intereses estadounidenses se podrían salvaguardar
mucho mejor por medios diplomáticos utilizando el impacto económico de EEUU. Eso
habría salvado a miles de soldados estadounidenses y a diez veces más de civiles
iraquíes, además de ahorrar miles de millones de dólares. Pero el problemático
ego de George Bush, que esconde su vacuidad e inseguridad detrás de una
ventolera de arrogancia ruidosa, le llevó a optar por la guerra. En cuanto a su
gran capacidad cerebral, se ha logrado un consenso mundial generalizado incluso
antes del final de su mandato.
En sus 60 años de existencia, el Estado de Israel ha luchado en seis grandes
guerras y varias «más pequeñas» (la Guerra de Desgaste, las Uvas de Ira, las dos
Intifadas, y más.)
En 1948, el enfrentamiento era una guerra «sin alternativa», si uno justifica la
intrusión judía en Palestina, por el hecho de que no había ninguna otra solución
para el problema de su existencia. Pero la segunda vez, la guerra de 1956, fue
el ejemplo de una increíble cortedad de miras.
Los franceses, que comenzaron la guerra, estaban en una actitud negativa: no
podían admitir que estaba teniendo lugar en Argelia una auténtica guerra de
liberación. Por consiguiente, estaban convencidos de que el líder egipcio, Gamal
Nasser, era la raíz del problema. David Ben Gurion y sus adláteres
(particularmente Simon Peres) querían eliminar al «tirano egipcio» (como lo
llamaban entonces todos en Israel), porque había izado el estandarte de la
unidad árabe que ellos consideraron una amenaza existencial para Israel. Gran
Bretaña, el tercer socio, anhelaba las pasadas glorias del imperio.
Todos estos objetivos fueron totalmente destruidos por la guerra: Francia fue
expulsada de Argelia, junto con más de un millón de colonos; Gran Bretaña fue
empujada a los márgenes de Oriente Próximo y el «peligro» de la unidad árabe
demostró que era un espantapájaros. El precio: una generación árabe entera se
convenció de que Israel era el aliado de los regímenes coloniales más sucios, y
las oportunidades de paz retrocedieron para muchos años.
Se pensaba, al principio, que la guerra de 1967 rompía el asedio a Israel. Pero
en el transcurso de la lucha, la guerra de defensa se convirtió en una guerra de
conquista que condujo a Israel a una vertiginosa borrachera de la que realmente
no ha recuperado todavía. Desde entonces estamos cautivos en un círculo vicioso
de ocupación, resistencia, asentamientos y guerra permanente.
Uno de los resultados directos fue la guerra de 1973, que destruyó el mito de la
invencibilidad de nuestro ejército. Aunque no es lo que pretendía nuestro
gobierno, esa guerra tuvo un resultado positivo: tres personajes peculiares -Anwar
Sadat, Menajem Begin y Jimmy Carter- lograron un gran éxito al respetar el
orgullo egipcio y convertir el asunto del cruce del Canal de Suez en un acuerdo
de paz. Pero la misma paz se podía haber logrado un año antes, sin guerra y sin
los miles de muertos, si Golda Meir no hubiera rechazado arrogantemente la
propuesta de Sadat.
La Primera Guerra de Líbano fue, quizá, la más desesperado y confusa de las
guerras de Israel, una combinación de arrogancia, ignorancia y total falta de
comprensión del oponente. Ariel Sharon trató, cómo me dijo de antemano, de (a)
destruir la OLP, (b) la causa de los refugiados palestinos a los que haría huir
de Líbano a Jordania, (c) expulsar a los sirios fuera de Líbano, y (d) convertir
Líbano en un protectorado israelí. Los resultados: (a) Arafat se fue a Túnez y
después, como resultado de la primera Intifada, volvió a Palestina triunfante,
(b) los refugiados palestinos permanecieron en Líbano, a pesar de las matanzas
de Sabra y Shatila que se planificaron para que cundiera el pánico en ellos y
huyeran, (c) los sirios permanecieron en Líbano durante veinte años más, y (d)
los chiíes que habían sido pisoteados y estaban agradecidos a Israel, se
convirtieron en una fuerza poderosa en Líbano y en el enemigo más determinado de
Israel.
Cuanto menos se diga de la Segunda Guerra de Líbano, mejor; su verdadero
carácter era obvio desde el propio comienzo. Sus objetivos no se frustraron,
sencillamente porque no había en absoluto ningún objetivo claro. Hoy Hezbolá
está donde estaba, más fuerte y mejor armado y protegido de los ataques
israelíes por la presencia de una fuerza internacional.
Después de la Primera Intifada, Israel reconoció a la Organización para la
Liberación de Palestina y Arafat regresó al país. Después de la Segunda Intifada,
Hamás ganó las elecciones palestinas y posteriormente tomó el control directo de
una parte del país.
Albert Einstein consideraba un síntoma de locura repetir una y otra vez algo que
ya ha fallado y esperar un resultado diferente cada vez.
La mayoría de los políticos y generales se adhieren a esta fórmula. Una y otra
vez intentan lograr sus objetivos por medios militares y obtienen los resultados
contrarios. Los nuestros, los israelíes, ocupan un lugar de honor entre esos
dementes.
La guerra es el infierno, como dijo un general estadounidense. Y además
raramente logra sus objetivos.
Original en inglés: