Medio Oriente - Asia - Africa
|
Agenda oculta del Estado de Israel, la hoja de ruta secreta del sionismo
Uri Avnery
Israel celebra su 60 aniversario. El gobierno israelí trabaja frenéticamente
para hacer de esa efemérides una ocasión de júbilo y celebración. En un momento
en el que multitud de problemas graves reclaman fondos a gritos, el Gobierno
israelí ha adjudicado 40 millones de dólares para este propósito.
Pero el país no está para festejos. Está sombrío.
Desde todas las direcciones se acusa al Gobierno de ser el causante de ese
pesimismo. «No tienen agenda», reza la cantinela. «Sólo se preocupan por su
propia supervivencia».
Es difícil no culpar al Gobierno. (El primer ministro) Ehud Olmert parlotea
incesantemente, pero nunca dice absolutamente nada. No hay agenda nacional, ni
agenda económica, ni agenda social, ni agenda cultural. No hay nada.
Cuando accedió al poder presentó algo que se asemejaba a una agenda: Hitkansut,
una palabra intraducible que puede ser interpretada como «contrato»
«convergencia», «reunión». Se suponía que aquello era una operación histórica:
Israel renunciaría a una gran extensión de los territorios ocupados,
desmantelaría los asentamientos al Este del «muro de separación» y se
anexionaría los asentamientos situados entre la Línea Verde y el Muro.
Ahora, dos años y medio más tarde, ya no queda nada de eso, incluso la propia
palabra ha sido olvidada. El único juego al que se juega en la ciudad es el de
las «negociaciones» con la Autoridad Palestina, que son una farsa desde su
propio inicio. Igual que actores sobre un escenario bebiendo en vasos vacíos,
todas las partes simulan que hay unas negociaciones en marcha.
Se reúnen, se abrazan, sonríen, posan para los fotógrafos, convocan equipos
conjuntos, conceden ruedas de prensa, realizan declaraciones... y no ocurre
nada, absolutamente nada.
¿Para qué esta farsa? Cada uno de los participantes tiene sus propias razones:
Olmert necesita una agenda para llenar su vacío. George Bush, un pato cojo que
sólo deja tras de sí ruinas en todos los terrenos, quiere exhibir al menos un
éxito, por muy ficticio que sea. El pobre Mahmud Abbas, cuya existencia depende
de su capacidad de mostrar algún logro a su pueblo, se aferra a esta ilusión con
todas las fuerzas que le quedan. Y la farsa sigue adelante.
Sin embargo, quien piense que este Gobierno carece de agenda y que el Estado de
Israel tampoco la tiene está completamente equivocado. Por supuesto que hay una
agenda, pero es una agenda oculta. Más exactamente: es inconsciente.
Dicen que las ideologías han muerto. Es un error. No hay sociedad sin ideología,
como no hay ser humano sin ideología. Cuando no hay una ideología nueva
simplemente sigue funcionando la vieja. Cuando no hay una ideología consciente,
existe una inconsciente que puede ser mucho más potente -y mucho más peligrosa-
¿Por qué? Una ideología consciente puede ser analizada, criticada, confrontada.
Es mucho más difícil combatir a una ideología inconsciente que dirige la agenda
sin delatarse a sí misma.
Por eso es tan importante localizarla, destaparla y analizarla.
Si se pregunta a Olmert negará enérgicamente que carezca de agenda. Tiene una
agenda perfecta: conseguir la paz (lo que hoy en día se llama un «status
permanente»). Pero no una paz cualquiera, sino una paz basada en la fórmula «Dos
Estados para dos pueblos». Sin esa paz, ha declarado Olmert, «el Estado está
acabado».
En tal caso, ¿por qué no hay negociaciones sino solamente un simulacro? ¿Por qué
se sigue construyendo de forma masiva, incluso en los asentamientos situados al
Este del muro, muy dentro del área que los portavoces gubernamentales proponen
como solar del Estado palestino? ¿Por qué el Gobierno lleva a cabo diariamente
decenas de operativos militares y civiles que alejan la paz cada día más? El
propio Gobierno reconoce ahora que no tiene intención de lograr la paz en 2008.
A lo sumo, tal vez, quizá, puede haber un «acuerdo de archivo». Esta es una
invención genuinamente israelí que significa un acuerdo destinado a ser
archivado «hasta que las condiciones maduren». En otras palabras, negociaciones
sin contenido para un acuerdo sin contenido. Ahora dicen que ya ni siquiera hay
lugar para tal cosa, ni en 2008 ni en un futuro inmediato.
La conclusión es inevitable: el gobierno israelí no está trabajando para obtener
la paz. No quiere la paz. Igualmente, no existe una oposición parlamentaria
eficaz a favor de la paz ni presión alguna por parte de los medios de
comunicación.
¿Qué significa todo esto? ¿Que no hay agenda? No, significa que tras la agenda
ficticia que aparece en los medios de comunicación se esconde otra agenda que el
ojo no ve.
Contraria a la paz La agenda oculta es contraria a la paz. ¿Por qué? La opinión
más extendida sostiene dice que el gobierno israelí no busca la paz porque tiene
miedo de los colonos y de sus partidarios. La paz de la que se está hablando -la
paz de dos Estados para dos pueblos- exige el desmantelamiento de decenas de
colonias, incluidas aquellas en las que reside la dirigencia política e
ideológica de todo el movimiento. Tal cosa representaría una declaración de
guerra contra 250.000 colonos, exceptuando a aquellos que aceptaran retirarse
voluntariamente a cambio de una generosa compensación. El argumento actual es
que el Gobierno es demasiado débil para semejante confrontación.
Según la fórmula de moda, «ambos gobiernos, tanto el israelí como el palestino,
son demasiado débiles para hacer la paz. Debe posponerse todo hasta que emerjan
en ambos campos dirigentes fuertes». Algunos incluyen a la administración Bush
en la ecuación, arguyendo que se trata de un pato cojo incapaz de imponer la
paz.
Ahora bien, los asentamientos sólo son un síntoma, no el meollo del problema. Si
no, ¿por qué el Gobierno no los congela, como ha anunciado tantas veces? Si los
asentamientos son el principal obstáculo para la paz, ¿por qué los están
ampliando incluso ahora y por qué están creando nuevos asentamientos que
camuflan bajo la denominación de nuevos «barrios» de asentamientos ya
existentes? En realidad, también los asentamientos son un mero pretexto. Lo que
en realidad está haciendo que el Gobierno -y la totalidad del sistema político
israelí- rechacen la paz es algo más profundo.
Cuando dos pueblos vecinos alcanzan la paz lo primero que hacen es fijar una
frontera entre ambos. Y eso es precisamente lo que el establishment israelí no
desea, pues tal cosa anularía el ethos básico de la empresa sionista.
Cierto, en varias ocasiones a lo largo de la historia el movimiento sionista ha
dibujado mapas. Tras la I Guerra Mundial presentó en la conferencia de paz el
mapa de un Estado judío que se extendía desde el río Litani en el Líbano hasta
El-Arish en el desierto del Sinaí. El mapa de Vladimir Ze'ev Jabotinsky, que se
convirtió en el emblema del Irgun, copiaba las fronteras del original mandato
Británico sobre ambas riberas del Jordán. Israel Eldad, uno de los líderes del
grupo Stern, difundió durante muchos años un mapa del Imperio de Israel que iba
desde el Mediterráneo hasta el Éufrates y que comprendía la totalidad de
Jordania y Líbano, amén de grandes pedazos de Siria y Egipto. Su hijo, el
parlamentario israelí de ultraderecha Arieh Eldad no ha renunciado al mapa de
papá. Y tras la Guerra de los Seis Días, el mapa favorecido por la derecha
comprendía todos los territorios conquistados, incluidos los altos del Golán y
toda la península del Sinaí.
Estado sin fronteras Ahora bien, todos estos mapas sólo eran juegos. La
auténtica visión sionista no admite mapas, pues es la visión de un Estado sin
fronteras, un Estado que se expande incesantemente en función de su poderío
demográfico, militar y político. La estrategia sionista se asemeja a las aguas
de un río que fluye hacia el mar. El río avanza por el paisaje trazando meandros
y esquivando obstáculos, se desvía ora a la derecha, ora a la izquierda,
discurre a veces por la superficie y otras bajo tierra, y en su camino va
captando el caudal de otras corrientes. Hasta que al final llega a su destino.
Ésa es la auténtica agenda, inmutable, oculta, consciente e inconsciente. No
requiere decisiones, fórmulas o mapas, pues está grabada en el código genético
del movimiento. Ello explica, entre otras cosas, el fenómeno que aparece
descrito en el informe de la abogada de la acusación Talia Sasson con respecto a
los asentamientos, a saber: que todos los órganos del establishment israelí, el
Gobierno y los militares, aún sin existir una coordinación oficial pero
desarrollando una cooperación milagrosamente eficaz, actuaron conjuntamente para
crear los asentamientos «ilegales«. Cada uno de los millares de funcionarios y
oficiales que se consagraron durante décadas a esa empresa sabían exactamente
qué hacer, incluso sin recibir instrucciones expresas.
Ésta es la razón de la negativa de David Ben Gurion a incluir en la Declaración
de Independencia del Estado de Israel ninguna alusión a las fronteras. El hombre
no tenía la más mínima intención de conformarse con las fronteras fijadas por la
resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de
1947. Todos sus predecesores compartían idéntico punto de vista. Incluso en los
acuerdos de Oslo se delineaban «zonas» pero no se fijaba ninguna frontera. El
presidente Bush dio por bueno este planteamiento cuando propuso «un Estado
Palestino con fronteras provisionales», toda una novedad en el ámbito de la
legislación internacional.
También en esto Israel se parece a los Estados Unidos, que se fundaron a lo
largo de la Costa Este y que no descansaron hasta alcanzar la Costa Oeste en el
extremo opuesto del continente. El incesante y masivo flujo de inmigrantes
procedentes de Europa se desparramó hacia el Oeste, rompiendo fronteras,
violando todos los tratados, exterminando a los nativos americanos,
desencadenando una guerra contra México, conquistando Texas e invadiendo
Centroamérica y Cuba. La consigna que los espoleaba y que justificaba todas sus
acciones la acuñó en 1845 John O'Sullivan: el «Destino Manifiesto».
La versión israelí del «Destino Manifiesto» es el slogan de Moshe Dayan:
«Estamos predestinados». Dayan, un típico representante de la segunda generación
(de judíos asentados en Palestina) realizó dos discursos importantes a lo largo
de su vida. El primero y más conocido lo pronunció en 1956 ante la tumba de Roy
Rutenberg, miembro de Nahal Oz, un kibbutz situado enfrente de Gaza: «Ante sus
propios ojos (los de los palestinos de Gaza) estamos transformando en nuestra
patria las tierras y pueblos en los que moraron ellos y sus antepasados. Es el
destino de nuestra generación, la opción de nuestra vida: estar preparados y
armados, ser fuertes y recios, o de lo contrario la espada se deslizará de
nuestras manos y nuestra vida se extinguirá».
Dayan no se refería solamente a su generación. El segundo discurso es menos
conocido pero más importante. Lo pronunció en agosto de 1948, tras la ocupación
de los Altos del Golán, frente a una concentración de jóvenes kibbutzniks.
Cuando le pregunté sobre él en la Knesset, insertó la totalidad del discurso en
las actas, un procedimiento de lo más inusitado en nuestro Parlamento.
Esto es lo que Dayan dijo a aquellos jóvenes: «Estamos condenados a vivir en un
permanente estado de lucha con los árabes. Para los cien años del Regreso a Sión
estamos trabajando en dos frentes: construir la tierra y construir el pueblo. Se
trata de un proceso de expansión que requiere de más judíos y más asentamientos.
Es un proceso que no ha llegado a su fin».