La sigla ONU, todo el mundo lo sabe, significa Organización de
Naciones Unidas, es decir, a la luz de la realidad, nada o muy poco. Que lo
digan los palestinos de Gaza a quienes se les están agotando los alimentos, o se
les han agotado ya, porque así lo ha impuesto el bloqueo israelí, decidido, por
lo vistos, a condenar al hambre a las 750 mil personas registradas allí como
refugiados. Ni pan tiene ya, la harina se ha acabado, y el aceite, las lentejas
y el azúcar van por el mismo camino. Desde el día 9 de diciembre los camiones de
la agencia de Naciones Unidas, cargados de alimentos, aguardan a que el ejército
israelí les permita la entrada en la faja de Gaza, una autorización una vez más
negada o que será pospuesta hasta la última desesperación y la última
exasperación de los palestinos hambrientos. ¿Naciones Unidas? ¿Unidas? Contando
con la complicidad o la cobardía internacional, Israel se ríe de
recomendaciones, decisiones y protestas, hace lo que viene en gana, cuando le
viene en gana y como le viene en gana. Ha llegado hasta el punto de impedir la
entrada de libros e instrumentos musicales como si se tratase de productos que
iban a poner en riesgo la seguridad de Israel. Si el ridículo matara no quedaría
de pie ni un solo político o un solo soldado israelí, esos especialistas en
crueldad, esos doctorados en desprecio que miran el mundo desde lo alto de la
insolencia que es la base de su educación. Comprendemos mejor a su dios bíblico
cuando conocemos a sus seguidores. Jehová, o Yahvé, o como se le diga, es un
dios rencoroso y feroz que los israelíes mantienen permanentemente actualizado.