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El mito del judío errante
Gilad Atzmon
Palestine Think Tank
Traducido por Manuel Talens
El historiador Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv, inicia su
brillante estudio del nacionalismo judío citando a Karl W. Deutsch: "Una nación
es un grupo unido por un error común sobre su origen y una hostilidad colectiva
hacia sus vecinos" [1].
Por muy simple o incluso simplista que parezca, esa cita resume con elocuencia
el producto de la imaginación que yace enredado en el nacionalismo judío moderno
y, sobre todo, en el concepto de identidad judía. Es obvio que señala con el
dedo el error colectivo que los judíos tienden a cometer cada vez que se
refieren a su "ilusorio pasado colectivo" y a su "origen colectivo". De una
misma tacada, la lectura del nacionalismo que hace Deutsch arroja luz sobre la
hostilidad que por desgracia corre parejas en casi cada grupo judío con respecto
a la realidad que lo rodea, ya sea humana o adopte la forma de territorio.
Mientras que la brutalidad con que los israelitas tratan a los palestinos es ya
algo sobradamente conocido, el áspero tratamiento que los israelíes reservan
para su "tierra prometida" y su paisaje sólo empieza ahora a revelarse. El
desastre ecológico que los israelíes van a dejar tras ellos será la causa del
sufrimiento de muchas generaciones futuras. Dejando aparte el muro megalomaníaco
que divide la tierra santa en enclaves de depravación y hambruna, Israel se las
ha arreglado para contaminar sus principales ríos y arroyos con desechos
nucleares y químicos.
When And How the Jewish People Was Invented [Cuándo y cómo fue inventado
el pueblo judío] es un estudio escrito por el profesor Shlomo Sand, un
historiador israelí. Se trata del estudio más serio jamás publicado sobre el
nacionalismo judío y, de lejos, el análisis más valiente del discurso histórico
judío.
En su libro, Sand se las arregla para probar fuera de toda duda razonable que el
pueblo judío no existió nunca como "raza-nación" y nunca compartió un origen
común. Muy al contrario, se trata de una colorida mezcla de grupos que en varias
etapas de la historia adoptaron la religión judía.
En el caso de que el lector siga la línea de pensamiento de Sand y llegue a
preguntarse, ¿cuándo fue inventado el pueblo judío?, la respuesta de Sand es
bastante simple: "En algún momento del siglo XIX, algunos intelectuales de
origen judío en Alemania, influenciados por el carácter folclórico del
nacionalismo alemán, se impusieron la tarea de inventar ‘retrospectivamente’ un
pueblo, ansiosos por crear un pueblo judío moderno." [2].
De acuerdo con esto, el "pueblo judío" es una noción artificial formada por un
pasado ficticio e imaginario con muy poca sustancia que lo respalde desde los
puntos de vista forense, histórico o textual. Además, Sand –que utilizó fuentes
iniciales de la antigüedad– llega a la conclusión de que el exilio judío es
también un mito y de que es mucho más probable que los palestinos actuales sean
los descendientes del antiguo pueblo semita de Judea/Canaán en vez de la
multitud de asquenazíes de origen kazario a la que él reconoce pertenecer.
Lo sorprendente es que, a pesar de que Sand ha logrado desmantelar la noción de
"pueblo judío", de que destruye la noción de "pasado colectivo judío" y
ridiculiza el ímpetu chovinista nacional judío, su libro es un bestseller
en Israel. Este hecho, por sí mismo, puede sugerir que aquellos que se llaman a
sí mismos "pueblo del libro" están ahora empezando a enterarse de las engañosas
y devastadoras posturas e ideologías que los han convertido en eso que Khalid
Amayreh y muchos otros consideran como los "nazis de nuestro tiempo".
Hitler triunfó
Con mucha frecuencia, cuando se le pregunta a un judío laico y cosmopolita qué
es lo que lo convierte en judío, suele replicar masticando una vacía respuesta:
"Fue Hitler quien me hizo judío". Incluso si el judío cosmopolita, que es
internacionalista, critica las inclinaciones nacionalistas de otros pueblos,
insiste en seguir manteniendo su propio derecho a la "autodeterminación". Sin
embargo, no es él quien dirige esta exigencia de orientación nacional, sino el
diablo, ese monstruo antisemita llamado Hitler. Según parece, el judío
cosmopolita celebra su derecho al nacionalismo siempre que pueda echarle la
culpa a Hitler.
En lo que respecta al judío laico cosmopolita, Hitler triunfó. Sand se las
arregla para poner de relieve esta paradoja. Con mucha perspicacia sugiere que
"mientras que en el siglo XIX referirse a los judíos como una ’identidad racial
distinta’ era un signo de antisemitismo, en el Estado judío esta otredad está
mental e intelectualmente arraigada [3]. En Israel, los judíos celebran su
diferencia y sus condiciones únicas. Además, dice Sand, "hubo momentos en Europa
en los que era posible ser tachado de antisemita por decir que todos los judíos
pertenecen a una nación distinta. Hoy en día, el hecho de decir que los judíos
no han sido nunca y siguen sin ser un pueblo o una nación hace que a uno lo
califiquen de odiador de judíos." [4].
Resulta bastante sorprendente que el único pueblo que ha logrado mantener una
identidad nacional racialmente orientada, expansionista y genocida, la cual no
se diferencia en nada de la ideología étnica nazi, sean los judíos, que fueron,
entre otros, las principales víctimas de la ideología y la práctica nazis.
Nacionalismo en general y nacionalismo judío en particular
Louis-Ferdinand Celine mencionó que durante la Edad Media, entre las guerras,
los caballeros cobraban un alto precio por estar dispuestos a morir en nombre de
sus reinos, mientras que en el siglo XX los jóvenes no dudan en morir en masa,
pero sin pedir nada como recompensa. Para poder comprender este cambio en la
conciencia de masas es necesario un modelo metodológico elocuente que nos
permita descifrar en qué consiste el nacionalismo.
Al igual que Karl Deutsch, Sand considera la nacionalidad como un discurso
fantasmático. Es un hecho establecido que los estudios antropológicos e
históricos de los orígenes de diferentes "pueblos" y "naciones" conducen a la
embarazosa desintegración de cualquier etnia o identidad étnica. De ahí que
resulte interesante encontrar que los judíos tienden a tomarse muy en serio su
propio mito étnico. La explicación puede ser simple, tal como Benjamin Beit
Halachmi señaló hace años. El sionismo estaba ahí para transformar la Biblia,
que de texto espiritual pasó a ser un "acto notarial". Por eso, la verdad de la
Biblia o de cualquier otro elemento del discurso histórico judío tiene poca
importancia siempre que no interfiera con la causa o con la práctica política
nacional de los judíos.
Puede suponerse que la ausencia de un claro origen étnico no impide que la gente
tenga el sentimiento de pertenencia étnica o nacional. El hecho de que los
judíos estén lejos de ser un pueblo y de que la Biblia sea un texto de muy
limitada verdad histórica no impide que generaciones de israelíes y judíos se
identifiquen con el rey David o con el gigante Sansón. Está claro que la
ausencia de un origen étnico inequívoco no impide que la gente se considere
parte de un pueblo. De manera similar, tampoco impide que el judío nacionalista
tenga el sentimiento de pertenencia a una gran colectividad abstracta.
En los años setenta, Shlomo Artzi, que entonces era un joven cantante israelí a
punto de convertirse en la mayor estrella del rock de Israel, grabó una canción
que alcanzó un éxito multitudinario en cuestión de horas.
He aquí los primeros versos:
De repente
Un hombre se despierta
Por la mañana
Siente que es pueblo
Y echa andar
Y a todo el que se le cruza
Le dice shalom
Hasta cierto punto Artzi expresó inocentemente en sus versos la brusquedad y
la casi eventualidad de la transformación de los judíos en un pueblo. Sin
embargo, de forma simultánea Artzi contribuyó a la ilusión del mito nacional de
la nación que busca la paz. A aquellas alturas Artzi debería haber sabido ya que
el nacionalismo judío era un acto colonialista a expensas del pueblo autóctono
palestino.
Según parece, el nacionalismo, la pertenencia nacional y el nacionalismo judío
en particular son objeto de una importante tarea intelectual. Resulta
interesante que los primeros en analizar teórica y metódicamente los asuntos
relativos al nacionalismo fueran ideólogos marxistas. Aunque el propio Marx no
logró encontrar una respuesta adecuada, el auge de las exigencias nacionalistas
durante el siglo XX en la de Europa oriental y central pilló desprevenidos a
Lenin y Stalin.
La contribución marxista al estudio del nacionalismo puede considerarse como el
foco que ilumina la profunda relación existente entre el auge de la libre
economía y el desarrollo del Estado nacional [5]. De hecho, Stalin resumió la
posición marxista: "La nación", dijo, "es una sólida colaboración entre seres,
históricamente creada y formada de acuerdo con cuatro fenómenos compartidos: la
lengua, el territorio, la economía y la significación psíquica..." [6].
Como era de esperar, el intento materialista marxista de comprender el
nacionalismo carece de una visión histórica adecuada. En ausencia de ésta se
basa en la lucha de clases. Por razones obvias, esta visión fue muy popular
entre quienes creen en el "socialismo de una nación", entre los cuales podemos
incluir a los proponentes de una rama izquierdista del sionismo.
Para Sand, el nacionalismo evolucionó a causa del "éxtasis creado por la
modernidad, que escinde a la gente de su pasado inmediato" [7]. La morbilidad
creada por la urbanización y la industrialización pulverizó el sistema
jerárquico social, así como la continuidad entre pasado, presente y futuro. Sand
señala que antes de la industrialización el campesino feudal no sentía
necesariamente la necesidad de un discurso histórico de imperios y reinos. El
sujeto feudal no necesitaba un abstracto discurso histórico de amplias
colectividades, que tenían muy poca importancia para la necesidad existencial
inmediata y concreta. "Sin una percepción de progresión social, se las arreglaba
bien con un relato religioso imaginario que contenía un mosaico de memoria sin
dimensión real de un tiempo que avanza. El ‘fin’ era el principio y la eternidad
hacía de puente entre la vida y la muerte." [8]. En el mundo urbano moderno y
laico, el "tiempo" se había convertido en el principal navío de la vida que
ilustra un sentido simbólico imaginario. El tiempo histórico colectivo se había
convertido en el ingrediente elemental de lo personal y lo íntimo. El discurso
colectivo da forma a la significación personal y a lo que parece ser "real". Por
mucho que gentes banales sigan insistiendo en que "lo personal es político",
sería mucho más inteligible afirmar que en la práctica sucede lo contrario. En
la condición posmoderna, lo político es personal y el sujeto es hablado en vez
de hablar por sí mismo. La autenticidad es un mito que se reproduce a sí mismo
bajo la forma de un identificante simbólico.
La lectura que hace Sand del nacionalismo como producto de la industrialización,
la urbanización y la laicidad tiene mucho sentido si se considera la sugerencia
de Uri Slezkin, según la cual los judíos son los "apóstoles de la modernidad",
la laicidad y la urbanización. Si los judíos se encontraron a sí mismos en el
centro de la organización y de la laicidad no debería sorprendernos que los
sionistas fuesen bastante creativos, como cualquier otro, a la hora de inventar
su propio relato imaginario colectivo y fantasmático. Sin embargo, al insistir
en su derecho a ser "como cualquier otro pueblo", los sionistas han logrado
transformar su pasado colectivo imaginario en un programa global, expansionista
y despiadado y en la mayor amenaza contra la paz del mundo.
No existe una historia judía
Es un hecho establecido que entre el siglo I y principios del XIX no se
escribió ningún texto histórico judío. El hecho de que el judaísmo se base en un
mito histórico religioso puede tener algo que ver con esto. La tradición
rabínica no se preocupó nunca de investigar adecuadamente el pasado judío. Es
probable que una de las razones sea la ausencia de necesidad de proceder a un
esfuerzo metódico. Para los judíos que vivían en tiempos antiguos y en la Edad
Media, la Biblia estaba ahí para responder las preguntas más relevantes
relacionadas con la vida diaria, la significación y el destino judíos. Tal como
señala Shlomo Sand, "el tiempo cronológico laico era ajeno al ‘ tiempo de la
diáspora’, determinado por la espera de la llegada del Mesías".
Sin embargo, a la luz de la laicidad, la urbanización y la emancipación alemanas
y a causa de la menor autoridad de los líderes rabínicos, surgió la necesidad de
una causa alternativa entre los nacientes intelectuales judíos. El judío
emancipado se preguntaba quién era, de donde venía. También empezó a especular
que su función podría estar en el interior de una sociedad europea cada vez más
abierta.
En 1820 el historiador judío alemán Isaak Markus Jost (1793-1860) publicó la
primera obra histórica seria sobre los judíos, titulada The History of the
Israelites. Jost evitó los tiempos bíblicos, prefirió iniciar su viaje con
el reino de Judea y también compiló un discurso histórico de las diferentes
comunidades judías del mundo. Jost se dio cuenta de que los judíos de su tiempo
no formaban una continuidad étnica. Intuyó que los israelitas de distintos
lugares eran diferentes. De ahí que pensase que no había nada en el mundo que
pudiese impedir la total asimilación de los judíos. Jost creía que en el
interior del espíritu ilustrado, tanto los alemanes como los judíos darían la
espalda a la opresiva institución religiosa y formarían una saludable nación
basada en un creciente sentido de pertenencia geográficamente orientado.
Aunque Jost era consciente del desarrollo del nacionalismo europeo, sus
seguidores judíos estaban bastante descontentos con su optimista lectura liberal
del futuro judío. "A partir del historiador Heinrich Graetz, los historiadores
judíos empezaron a dibujar la historia del judaísmo como la de una nación que
había sido un "reino", que fue expulsada al "exilio" y que se convirtió en un
pueblo errante que terminaba por regresar a su tierra natal" [9].
Para el difunto Moses Hess lo que definiría la forma de Europa era una lucha
racial más que una lucha de clases. En consonancia, sugirió, más valdría que los
judíos reflexionasen sobre su herencia cultural y su origen étnico. Para Hess,
el conflicto entre judíos y gentiles era el producto de la diferenciación
racial, es decir, algo inevitable.
El camino ideológico que va desde la orientación racista pseudocientífica de
Hess y el historicismo sionista es bastante obvio. Si los judíos son una entidad
racial distinta (tal como creían Hess, Jabotinsky y otros), lo mejor que pueden
hacer es dirigirse a su patria natural, y ésta no es otra que Yeretz Yisrael.
Está claro que el razonamiento de Hess con respecto a una continuidad racial
carecía de base científica. Con vistas a mantener el emergente discurso
fantasmático, era necesario erigir un mecanismo orquestado de negación para
asegurarse de que algunos hechos embarazosos no interfiriesen con la emergente
creación nacional.
Sand sugiere que el mecanismo de negación fue algo orquestado y muy bien
planeado. La decisión de la Universidad Hebrea en los años treinta de separar la
Historia Judía y la Historia General en dos departamentos distintos fue algo más
que un asunto de conveniencia. El logos que subyace a esta división es
una ojeada en la autorrealización judía. Para los universitarios judíos, la
condición y la psique judías eran algo único que debía estudiarse por separado.
Al parecer, incluso en el interior del entorno académico hebreo los judíos, su
historia y la percepción de sí mismos tienen reservado un estatus supremo. Tal
como Sand perspicazmente desvela, en los departamentos de Estudios Judíos el
investigador está disperso entre lo mitológico y lo científico, mientras que el
mito mantiene su primacía, lo cual hace que a menudo se atasque en un dilema
provocado por "pequeños hechos tortuosos".
El nuevo israelita, la Biblia y la arqueología
En Palestina, los nuevos judíos, más tarde israelíes, estaban determinados a
reclutar el Antiguo Testamento y transformarlo en el código amalgamado del
futuro judío. La "nacionalización "de la Biblia estaba ahí para implantar en los
jóvenes judíos la idea de que son los descendientes directos de sus grandes
antepasados antiguos. Teniendo en cuenta que la nacionalización era un
movimiento ampliamente laico, se extirpó el significado espiritual y religioso
de la Biblia, que pasó a ser considerada como un texto histórico que describía
una cadena real de acontecimientos en el pasado. Los judíos que habían logrado
matar a su Dios aprendieron a creer en sí mismos. Massada, Sansón y Bar Kochva
se convirtieron en discursos suicidas. A la luz de sus heroicos antepasados, los
judíos aprendieron a amarse a sí mismos tanto como odian a los demás, excepto
que esta vez poseían la capacidad militar de infligir un dolor real a sus
vecinos. Más preocupante era el hecho de que en vez de una entidad sobrenatural
–es decir, Dios– que les ordenaba invadir un territorio, llevar a cabo un
genocidio y robar la "Tierra Prometida" a sus habitantes autóctonos, en su
renacido proyecto nacional eran ellos mismos, Herzl, Jabotinsky, Weitzman, Ben
Gurion, Sharon, Peres, Barak, quienes decidieron expulsar, destruir y matar. En
vez de Dios, eran los judíos quienes mataban en nombre del pueblo judío. Lo
hicieron con símbolos judíos decorando sus aviones y sus tanques. Siguieron las
órdenes que se les daban en la lengua recién restaurada de sus antepasados.
Lo sorprendente es que Sand, que es sin duda alguna un lúcido historiador, no
mencione que el secuestro sionista de la Biblia fue de hecho una desesperada
respuesta judía al temprano romanticismo alemán. Sin embargo, por muy ideológica
y estéticamente excitados que estuviesen los filósofos, poetas, arquitectos y
artistas alemanes por la Grecia presocrática, sabían muy bien que ellos no eran
exactamente hijos e hijas del helenismo. El nacionalista judío dio un paso más
lejos, se integró en una cadena sanguínea fantasmática con sus míticos
antepasados al poco tiempo de haber restaurado su lengua antigua. De ser una
lengua sagrada, el hebreo se había convertido en una lengua hablada. El temprano
romanticismo alemán nunca llegó tan lejos.
Los intelectuales alemanes durante el siglo XIX eran también perfectamente
conscientes de la distinción entre Atenas y Jerusalén. Para ellos, Atenas era lo
universal, el capítulo épico de la humanidad y el humanismo. Jerusalén era, por
el contrario, el gran capítulo de la barbarie tribal. Jerusalén era una
representación de un Dios despiadado, banal, no universal y monoteísta, capaz de
matar a ancianos y a lactantes. La era romántica alemana inicial nos legó a
Hegel, Nietzsche, Fichte y Heidegger y a unos cuantos judíos que se odiaban a sí
mismos, entre los cuales el más importante fue Otto Weininger. Los jerusalenitas
no nos legaron ni un solo pensador ideológico. Algunos académicos judíos
alemanes de segunda categoría trataron de predicar Jerusalén en la exedra
germánica, entre ellos Herman Cohen, Franz Rosenzveig y Ernst Bloch. Obviamente,
no llegaron a darse cuenta de que los románticos alemanes iniciales despreciaban
las huellas de Jerusalén en la cristiandad.
En su esfuerzo por resucitar a "Jerusalén", se acudió a la arqueología para que
proporcionara una base "científica" necesaria al epos sionista. La
arqueología estaba ahí para unificar el tiempo bíblico con el momento de la
reinstauración. Es probable que el momento más sorprendente de esta extraña
tendencia ocurriese en 1982 con la "ceremonia del
entierro militar" de los huesos de Shimon Bar Kochva, un rebelde judío
que había muerto 2000 años antes. Dirigido por el rabino militar en jefe, se
procedió al entierro militar de unos cuantos huesos encontrados en una cueva
cerca del Mar Muerto. En la práctica, los supuestos restos de un rebelde judío
del siglo I fueron tratados como si fuese una baja del ejército israelí. Estaba
claro que la arqueología tenía una función nacional, había sido reclutada para
consolidar el pasado y el presente, dejando fuera al Galut, el exilio judío.
Lo sorprendente es que no pasó mucho tiempo antes de que las cosas dieran un
giro completo. Conforme la investigación arqueológica se fue independizando del
dogma sionista, la embarazosa verdad salió a la luz. Era imposible demostrar la
veracidad del relato bíblico con hechos forenses. De hecho, la arqueología
refuta la historicidad del argumento bíblico. Las excavaciones revelaron este
incómodo hecho. La Biblia es un compendio de innovadora literatura de ficción.
Tal como señala Sand, la historia bíblica primigenia está impregnada de
filisteos, arameos y camellos. Lo embarazoso es que las excavaciones demuestran
que los filisteos no aparecieron en la región antes del siglo XII a. de J.C.;
los arameos un siglo después y los camellos no mostraron sus caras joviales
antes del siglo VIII. Estos hechos científicos sumieron a los investigadores
sionistas en una grave confusión. Sin embargo, para algunos académicos no
judíos, como Thomas Thompson, estaba bastante claro en la Biblia es un "conjunto
tardío de innovadora literatura escrita por un talentoso teólogo" [10]. La
Biblia parece ser un texto ideológico que estaba ahí para servir a una causa
social y política.
Lo peor es que en el Sinaí no se pudieron encontrar muchas pruebas que probasen
la historia del legendario éxodo egipcio, en el que unos tres millones de
hombres mujeres y niños hebreos vagabundearon en el desierto durante 40 años sin
dejar el menor rastro. Ni siquiera una mísera bola de Matzá, el pan ácimo judío.
La historia del nuevo reasentamiento bíblico y del genocidio de los cananeos,
que los israelitas contemporáneos imitan con tanto éxito, es otro mito. Jericó,
la ciudad fortificada que fue destruida a toque de trompetas con la intervención
sobrenatural del altísimo, era sólo un pequeño pueblecito durante el siglo XII
a. de J.C.
Por mucho que Israel se considere a sí mismo como la reactivación del monumental
reino de David y Salomón, la excavación que tuvo lugar en la vieja ciudad de
Jerusalén durante los años setenta reveló que el reino de David no era más que
un pequeño asentamiento tribal. Las pruebas que había aportado Yigal Yadin
respecto al rey Salomón fueron refutadas más tarde con estudios forenses
realizados con carbono 14. Estos incómodos hechos han quedado científicamente
establecidos. La Biblia es un relato de ficción y no existe base alguna sobre la
que pueda basarse cualquier gloriosa existencia del pueblo hebreo en Palestina
en ningún momento.
¿Quién inventó a los judíos?
Ya desde el inicio de su texto, Sand plantea preguntas cruciales muy
relevantes: ¿Quiénes son los judíos? ¿De dónde vinieron? ¿Cómo es que en
períodos históricos diferentes aparecen en lugares muy distintos y remotos?
Aunque la mayoría de los judíos contemporáneos están totalmente convencidos de
que sus antepasados son los israelitas bíblicos, que fueron brutalmente
exiliados por los romanos, es preciso decir la verdad. Los judíos contemporáneos
no tienen nada que ver con los antiguos israelitas, que nunca fueron enviados al
exilio porque dicha expulsión nunca tuvo lugar. El exilio romano es otro mito
judío.
"Empecé a buscar estudios de investigación sobre el exilio", ha dicho Sand en
una entrevista concedida al Haaretz [11], "pero descubrí con asombro que
no existe ninguna literatura al respecto. La razón es que nadie exilió al pueblo
de este país. Los romanos no exiliaron gente y no podrían haberlo hecho incluso
si hubieran querido. Carecían de trenes y camiones para deportar a poblaciones
enteras. Ese tipo de logística no existió hasta el siglo XX. Mi libro nació,
efectivamente, de una constatación: de la certeza de que la sociedad judaica no
fue ni dispersada ni exiliada.".
Además, a la luz de la simple introspección de Sand, la idea del exilio judío
resulta graciosa. Puede que el hecho de pensar que la armada imperial romana se
dedicaba veinticuatro horas por día, siete días por semana a transportar
dificultosamente a Moishe’le y a Yanka’le hasta Córdoba y Toledo sirva para que
los judíos se sientan importantes y transportables, pero el sentido común
sugiere que los romanos tenían cosas más importantes que hacer.
Sin embargo, mucho más interesante es el resultado lógico: si el pueblo de
Israel no fue expulsado, entonces los verdaderos descendientes de los habitantes
del reino de Judá deben ser los palestinos.
"Ninguna población permanece pura durante un período de miles de años", dice
Sand [12]. "Pero las posibilidades de que los palestinos sean descendientes del
antiguo pueblo judaico son mucho mayores que las de que usted o yo seamos sus
descendientes. Los primeros sionistas, hasta la Sublevación Árabe (1936-1939)
sabían que no había habido exilio y que los palestinos eran los descendientes de
los habitantes del territorio. Sabían que los campesinos no se van hasta que se
los expulsa. Incluso Yitzhak Ben-Zvi, el segundo presidente del Estado de
Israel, escribió en 1929 que "la mayoría de los campesinos no descienden de los
conquistadores árabes, sino más bien de los campesinos judíos, que eran
numerosos y mayoritarios en la construcción del territorio."
En su libro, Sand va aún más lejos y sugiere que hasta el primer Levantamiento
Árabe (1929), los denominados líderes sionistas izquierdistas tenían tendencia a
creer que los campesinos palestinos, que son en realidad "judíos por su origen",
se asimilarían en el interior de la emergente cultura hebrea y terminarían por
unirse al movimiento sionista. Ben Borochov creía que "un falach
(campesino palestino) si se viste como un judío y se comporta como un judío de
la clase trabajadora, no se diferencia en nada de los judíos". Esta misma idea
reapareció en el texto de Ben Gurion y Ben-Zvi en 1918. Ambos líderes sionistas
se dieron cuenta de que la cultura palestina está impregnada de huellas
bíblicas, tanto desde el punto de vista lingüístico como geográfico (nombres de
aldeas, pueblos, ríos y montañas). Ben Gurion y Ben-Zvi, al menos en un
principio, consideraban a los palestinos nativos como parientes étnicos que
permanecían apegados a la tierra y eran hermanos potenciales. También
consideraban el islam como una amistosa "religión democrática". Claramente,
después de 1936, tanto Ben Gurion como Ben-Zvi diluyeron su entusiasmo
"multicultural". En lo que respecta a Ben Gurion, la limpieza étnica de los
palestinos le pareció mucho más atractiva.
Vale la pena plantear la pregunta: si los palestinos son los auténticos judíos,
¿quiénes son esos que insisten en llamarse a sí mismos judíos?
La respuesta de Sand es bastante simple, pero está cargada de sentido. "El
pueblo no se diseminó, fue la religión judía la que se diseminó. El judaísmo era
una religión de conversos. Contrariamente al sentir popular, el judaísmo inicial
adoraba convertir a los demás." [13].
Es evidente que las religiones monoteístas, al ser menos tolerantes que las
politeístas, tienen un ímpetu de expansión. El expansionismo judaico en sus
primeros días no sólo era similar al cristianismo, sino que fue el expansionismo
judaico quién plantó las semillas de la diseminación en el pensamiento y en la
práctica cristianos iniciales."Los hasmoneos", dice Sand [14], "fueron los
primeros en contribuir con un gran número de conversos a la masa judía, y ello
bajo la influencia del helenismo. Fue esta tradición de las conversiones lo que
preparó el terreno para la posterior diseminación de la cristiandad. Tras la
victoria de la cristiandad en el siglo IV, la tendencia a la conversión al
judaísmo se detuvo en el mundo cristiano y hubo un descenso importante en el
número de judíos. Es probable que muchos de los judíos del entorno mediterráneo
se convirtieran en cristianos. Pero entonces el judaísmo empezó a permear otras
regiones paganas, tales como el Yemen y África del Norte. Si el judaísmo no
hubiera continuado su avance en aquel momento convirtiendo pueblos del mundo
pagano, habría seguido siendo una religión completamente marginal, caso de haber
sobrevivido."
Los judíos de España, que creemos relacionados mediante lazos de sangre con los
israelitas iniciales, parecen ser bereberes convertidos. "Me pregunté a mí
mismo", dice Sand, "como fue que aparecieron en España unas comunidades judías
tan numerosas. Entonces vi que Tariq ibn Ziyad, el comandante supremo de los
musulmanes que conquistaron España, era berebere, y que la mayor parte de sus
soldados eran bereberes. El reino berebere judío de Dahlia al-Kahima había sido
derrotado sólo 15 años antes. Y la verdad es que un cierto número de fuentes
cristianas dicen que muchos de los conquistadores de España eran conversos
judíos. La fuente más profunda fe la gran comunidad judía de España eran
aquellos soldados bereberes que se convirtieron al judaísmo."
Como era de esperar, Sand aprueba la ampliamente aceptada asunción de que los
kazarios judaizados constituyeron los principales orígenes de las comunidades
judías de la Europa del Este, que él denomina la Nación Yiddish. Cuando se le
preguntó cómo fue que llegaron a hablar el yiddish, que está considerado como un
dialecto medieval alemán, respondió: "Los judíos eran un pueblo que dependía de
la burguesía alemana en el Este, así que adoptaron palabras alemanas".
En su libro, Sand ofrece una enumeración detallada de la saga kazaria en la
historia judía. Explica qué fue lo que condujo al reino kazario hacia la
conversión. Teniendo en cuenta que el nacionalismo judío está liderado en su
mayor parte por una elite kazaria, puede que debamos expandir nuestro
conocimiento íntimo de este grupo político tan único e influyente. La traducción
de la obra de Sand a otras lenguas es una necesidad inmediata (la traducción
francesa está a punto de aparecer, tal como se dice en
Are the Jews an invented people?, de Eric Rouleau
.
¿Qué viene a continuación?
El profesor Sand nos deja con la inevitable conclusión: los judíos
contemporáneos no tienen un origen común y su origen semita es un mito. Los
judíos no se originan en Palestina de ningún modo y, por lo tanto, su denominado
"retorno" a su "tierra prometida" debe considerarse como una invasión ejecutada
por un clan ideológico tribal.
Sin embargo, a pesar de que los judíos no constituyen una raza, por alguna razón
parecen tener una orientación racial. Es de señalar que muchos judíos todavía
consideran el matrimonio mixto como la mayor amenaza. Además, a pesar de la
modernización y la laicidad, la mayoría de quienes se identifican como judíos
laicos siguen sucumbiendo al ritual de la sangre, la circuncisión, un
procedimiento religioso único en el que un Mohel, el ejecutante,
chupa la sangre del circuncidado.
En lo que respecta a Sand, Israel debe convertirse en "un Estado de sus
ciudadanos". Al igual que Sand, yo también comparto la misma visión utópica
futurista. Sin embargo, contrariamente a Sand, considero que el Estado judío y
los grupos de presión que lo apoyan han de ser ideológicamente derrotados. La
hermandad y la reconciliación son ajenos a la visión del mundo tribal de los
judíos y no caben en el concepto de resurgimiento nacional judío. Por muy
terrible que suene, antes de que los israelíes puedan adoptar una noción moderna
y universal de la vida civil será necesario un proceso de desjudeización.
No cabe duda de que Sand es un extraordinario intelectual, probablemente el
pensador izquierdista israelí más avanzado. Representa la forma más elevada de
pensamiento que un israelí laico puede alcanzar antes de retroceder o de incluso
desertar al lado palestino (lo cual es algo que ha sucedido con unos pocos, yo
incluido). Ofri Ilani, el entrevistador del Haaretz, dijo de Sand que
contrariamente a otros "nuevos historiadores" que han tratado de socavar las
asunciones de la historiografía sionista, "Sand no se contenta con retroceder a
1948 o a los principios del sionismo, sino que retrocede miles de años". Es así,
contrariamente a los "nuevos historiadores", que "desvelan" una verdad que
cualquier niño palestino conoce, es decir, la verdad de que están siendo objeto
de una limpieza étnica, Sand erige un corpus de obra y pensamiento que
busca la comprensión del significado del nacionalismo judío y de la identidad
judía. Ésa es la esencia verdadera de la erudición. Más que reunir fragmentos
históricos esporádicos, Sand busca el significado de la historia. Más que un
"nuevo historiador" que busca un nuevo fragmento, es un auténtico historiador
motivado por una tarea humanista. Contrariamente a algunos de los historiadores
judíos que contribuyen al denominado discurso de izquierda, la credibilidad y el
éxito de Sand se basan en sus argumentos más que en sus antecedentes familiares.
Evita adornar sus argumentos con sus parientes que sobrevivieron al holocausto.
Al leer los feroces argumentos de Sand uno debe admitir que el sionismo, con
todos sus defectos, ha logrado erigir en el interior de sí mismo un discurso
orgulloso y autónomo que es mucho más elocuente y brutal que la totalidad del
movimiento antisionista en el mundo entero.
Si Sand tiene razón, y estoy convencido de que la tiene, los judíos no son una
raza sino un colectivo de mucha gente ampliamente secuestrada por un movimiento
nacional fantasmático tardío. Si los judíos no son una raza, no forman un grupo
racial y no tienen nada que ver con el semitismo, el antisemitismo es,
categóricamente, un significante vacío. Claramente se refiere a un
insignificante que no existe. En otras palabras, nuestra crítica del
nacionalismo judío, de los grupos de presión judíos y del poder judío sólo
pueden concebirse como una crítica legítima de ideología y de práctica.
Lo repito de nuevo, no estamos y nunca lo estuvimos contra los judíos (el
pueblo) ni tampoco contra el judaísmo (la religión); estamos contra una
filosofía colectiva de claros intereses globales. Algunos pueden preferir
llamarla sionismo, pero yo prefiero no hacerlo. El sionismo es un significante
demasiado estrecho para comprender la complejidad del nacionalismo judío, su
brutalidad, su ideología y su práctica. El nacionalismo judío es un espíritu y
los espíritus no tienen fronteras bien delimitadas. De hecho, ninguno de
nosotros sabe exactamente dónde termina la judeidad y dónde empieza el sionismo,
de la misma manera que no sabemos dónde terminan los intereses israelíes y donde
empiezan los intereses de los neocons.
En lo que respecta a la causa Palestina, el mensaje es devastador. Nuestros
hermanos y hermanas palestinos están en la vanguardia de una lucha contra una
filosofía devastadora. Pero está claro que no son sólo los israelíes, a quienes
se enfrentan con valiente pragmatismo, quienes inician conflictos globales de
escala gigantesca. Se trata de una práctica tribal que busca la influencia en
los pasillos del poder y del superpoder. El American Jewish Committee busca una
guerra contra Irán. Sólo para situarse en el lado seguro, David Abrahams, un
"amigo laborista de Israel", dona dinero por delegación al Partido Laborista.
Más o menos al mismo tiempo, 2 millones de iraquíes mueren en una guerra ilegal
diseñada por alguien llamado Wolfowitz. Mientras que todo esto ocurre, millones
de palestinos pasan hambre en campos de concentración y Gaza está al borde de
una crisis humanitaria. Mientras esto ocurre, judíos "antisionistas" y judíos de
izquierda (Chomsky incluido) insisten en neutralizar las críticas contra el
AIPAC, el grupo de presión judío y el poder judío de Mearcheimer y Walt [15].
¿Es sólo Israel? ¿Es realmente sionismo? ¿O debemos admitir que es algo mucho
mayor de lo que podemos contemplar dentro de las fronteras intelectuales que nos
imponemos a nosotros mismos? Tal como están las cosas, carecemos del coraje
intelectual para enfrentarnos al proyecto nacional judío y a sus muchos
mensajeros en todo el mundo. Sin embargo, como todo es cuestión de invertir
conciencias, las cosas van a cambiar pronto. De hecho, este texto ha sido
escrito para probar que ya están cambiando.
Defender a los palestinos es salvar el mundo, pero para hacerlo hemos de tener
suficiente coraje como para admitir que no se trata meramente de una batalla
política. No es sólo Israel, su ejército o su dirigencia; no son tampoco
Dershowitz, Foxman y sus ligas silenciadoras. Se trata de una guerra contra un
espíritu canceroso que ha secuestrado a Occidente y, al menos de momento, lo ha
desviado de su inclinación humanista y de sus aspiraciones atenienses. Luchar
contra un espíritu es mucho más difícil que luchar contra gente, precisamente
porque quizás sea necesario luchar primero contra sus huellas dentro de uno
mismo. Si queremos luchar contra Jerusalén primero tendremos que confrontar a la
Jerusalén que llevamos dentro. Puede que tengamos que situarnos frente al espejo
y mirar alrededor. Puede que tengamos que buscar rastros de empatía en nuestro
interior, si es que todavía nos queda alguno.
Notas
[1] When And How The Jewish People Was Invented?, Shlomo Sand, Resling
2008, p. 11.
[2] http://www.haaretz.com/hasen/spages/966952.html
[3] When And How The Jewish People Was Invented?, Shlomo Sand, Resling
2008, p. 31.
[4] Ibid, p. 31.
[5] Ibid, p. 42.
[6] Ibid.
[7] Ibid, p. 62.
[8] Ibid.
[9] http://www.haaretz.com/hasen/spages/966952.html
[10] When And How The Jewish People Was Invented?, Shlomo Sand, Resling
2008, p. 117.
[11] http://www.haaretz.com/hasen/spages/966952.html
[12] Ibid.
[13] Ibid.
[14] Ibid.
[15] http://www.lrb.co.uk/v28/n06/mear01_.html
Fuente:
http://palestinethinktank.com/2008/09/02/gilad-atzmon-the-wandering-who/
El ex judío Gilad Atzmon es músico, escritor y activista propalestino.
Manuel Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala