Medio Oriente - Asia - Africa
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El señuelo de la independencia
¿África liberada?
Damien Millet
África no es una e indivisible. Todas las sensibilidades coexisten en este mosaico. Todas las esperanzas y también todas las dudas. Sin embargo, la identidad africana no es el único rasgo de unión de los pueblos del continente: todos, o casi todos, conocieron durante mucho tiempo la dominación y la opresión. Durante la primera mitad del siglo XX ser africano significaba, en primer lugar, estar colonizado. A principios de los años sesenta el concepto de «colonizado» iba a ser desmontado. Parecía que se abría el horizonte.
El perímetro africano
Vista desde Europa, durante mucho tiempo, África no fue más que un perímetro.
A partir del siglo XV los portugueses fueron los primeros que recorrieron sus
costas, pero sobre todo para bordearla y encontrar un camino hacia la India.
La trata de negros transatlántica (como poco once millones de africanos, según
las estimaciones más bajas, deportados hacia las Américas entre los siglos XVI y
XIX) para los negreros consistía sobre todo en recabar esclavos (1) en las
costas. La caza de los futuros esclavos en el interior del continente a menudo
era realizada por los propios africanos, por el afán de lucro o para entregar a
sus enemigos. Por supuesto eso no altera de ningún modo las responsabilidades:
La propia lógica de la dominación fue impuesta por los ricos europeos que
amasaron sus fortunas gracias al comercio triangular (esclavos africanos
vendidos en América a cambio de azúcar, café, tabaco y algodón importados a
Europa antes de embarcar fusiles, telas y abalorios hacia África). La rica
burguesía europea de Nantes, Burdeos, Londres, Lisboa o Copenhague supo
encontrar aliados y subordinados en África para llevar a cabo sus fines, pero es
ella quien está de principio a fin en el proceso de dominación. El testimonio
del negrero francés Théodore Canot (1806-1860) es diáfano: «Afirmo sin vacilar
que tres cuartas partes de los esclavos exportados de África son producto de las
guerras fomentadas por la codicia de nuestra propia raza» (2). Por supuesto hubo
resistencias: por ejemplo el rey Adandozan de Dahomey (el actual Benín) fue
derrocado en 1818 por oponerse a la trata de negros. La fuerza estaba del lado
de los ricos europeos que pudieron imponer esta trata durante más de tres siglos
(3).
Las consecuencias fueron terribles para África. Las investigaciones del
historiador Joseph Ki-Zerbo demuestran que, efectivamente, África había
alcanzado un alto nivel de desarrollo político, social y cultural antes de que
la trata de esclavos iniciase la decadencia del continente: «La trata de negros
fue el comienzo de la desaceleración, el estancamiento, el frenazo de la
historia africana. No hablo de la historia de África, sino de una inversión, una
regresión de la historia africana. Si se ignora lo que supuso la trata de negros
no se entenderá en absoluto a África» (4).
La exploración del interior del continente por los europeos no empezó hasta el
siglo XIX y, por medio de la violencia, las grandes potencias llegaron a dominar
el conjunto del continente. Tras la conferencia de Berlín en 1885, siete
potencias coloniales europeas estuvieron presentes en África y perpetraron un
saqueo sistemático bautizado como «misión civilizadora»: Francia en el Magreb,
África occidental y ecuatorial, Madagascar, Comoras y Yibuti; Inglaterra en
Nigeria, Sierra Leona, Gambia, Costa de Oro (futura Ghana) y en un arco que iba
de Egipto a Sudáfrica; Alemania en Togo, Camerún, Namibia y en la región de los
Grandes Lagos; Bélgica en el Congo belga; España en Guinea Ecuatorial y el Río
de Oro (Sahara occidental); Portugal en Angola, Mozambique, Guinea-Bissau, Santo
Tomé y Príncipe y Cabo Verde; Italia en Libia, Somalia y Eritrea.
La derrota alemana en la Primera Guerra Mundial condujo al desmantelamiento de
su imperio colonial, que se repartió entre Francia, Inglaterra y Bélgica.
Si exceptuamos algunos casos particulares como Liberia -comprada en el siglo XIX
por una sociedad «caritativa» estadounidense para devolver a los esclavos
afroamericanos liberados, pero sobre todo totalmente dominada por la sociedad
estadounidense de neumáticos Firestone Tire & Rubber CO, que desde 1926
explota una gigantesca plantación de heveas (árbol productor de caucho, N. de
T.) de 400.000 hectáreas- y Etiopía -bajo la soberanía italiana sólo durante un
breve período-, África, en los años treinta, era un continente bajo la bota
colonial.
La descolonización en marcha
Las primeras protestas surgieron inmediatamente después de la Primera Guerra
Mundial. En Francia el primero fue Lamina Senghor, militante comunista
relacionado con el movimiento negro estadounidense, quien denunció el
colonialismo con la mayor virulencia. Los decenios siguientes vieron crecer las
protestas contra el sistema colonial y empezaron a estructurarse los movimientos
independentistas. La Segunda Guerra Mundial se reveló como un cambio decisivo en
el camino de las independencias. Por primera vez las colonias vieron a sus
metrópolis en posición de extrema debilidad y las tropas que vinieron de África
desempeñaron un papel importante. Francia e Inglaterra propusieron entonces a
sus colonias una autonomía relativa, bien controlada, con el fin de evitar la
pérdida total de su influencia. Pero el viento de la historia soplaba en el
sentido de la descolonización y a partir de los años cincuenta el asunto saltó
al primer plano de la actualidad. El término «Tercer Mundo» surgió en 1952 de la
pluma de Alfred Sauvy en L’Observateur. La auténtica partida de
nacimiento de este término fue la conferencia de Bandoeng (Indonesia) en 1955,
cuyo objetivo era poner fin definitivamente al colonialismo (5). En África las
situaciones eran muy distintas de unos países a otros.
Globalmente el África del norte asumió rápidamente esta pretensión y,
progresivamente, las antiguas colonias consiguieron la independencia: Libia en
1951, Egipto en 1953, Sudán, Marruecos y Túnez en 1956. Francia rechazó la de
Argelia y le impuso una guerra a partir de 1954 que condujo lógicamente a la
independencia argelina en 1962 y además originó un cambio de régimen en Francia
y la llegada del general de Gaulle al poder en mayo de 1958.
En el África negra, después de Ghana en 1957, las colonias británicas obtuvieron
su independencia a principios de los años sesenta. A partir de 1958 Francia
propuso a sus colonias, por referéndum, integrarlas en la comunidad francesa.
Sólo la Guinea de Sékou Touré respondió «no» y declaró su independencia. Pero la
presión anticolonial se intensificó y la comunidad no duró: las demás colonias
francesas, a su vez, obtuvieron sus independencias en los años siguientes. El
Congo en 1960 y Ruanda y Burundi en 1962, se emanciparon de la metrópolis belga.
Algunas zonas muy limitadas de África accedieron a la independencia más tarde:
Guinea Ecuatorial en 1968, las colonias portuguesas entre 1973 y 1975 al final
de la dictadura en Lisboa (que por otra parte fue una consecuencia de las
guerras de liberación de las colonias), algunos archipiélagos como Comoras,
Seychelles o Yibuti en los años setenta, Zimbabwe en 1980, finalmente Namibia se
liberó de Sudáfrica en 1990 y Eritrea de Etiopía en 1993. La cuestión del Sahara
occidental permanece: anexado por Marruecos tras la retirada de España en 1975,
se declaró independiente bajo el nombre de República Árabe Saharaui Democrática
(RASD) en 1976, pero continúa bajo la dominación marroquí y todavía no es el 54
país de África. Del mismo modo, Mayotte y Reunión siguen siendo en la actualidad
departamentos franceses del Océano Índico.
La violencia como frágil refugio
Aunque la guerra de Argelia caló en todas las conciencias por su duración,
hubo otras guerras de liberación, por ejemplo en las colonias portuguesas
(especialmente Angola y Mozambique). En general las metrópolis respondían a las
rebeliones independentistas y a las guerrillas insurrectas con una represión
masiva y brutal. Por ejemplo en Madagascar, donde las tropas francesas
perpetraron más de 80.000 muertes en 1947; Camerún, donde las pretensiones del
líder de la Unión de las Poblaciones Camerunesas (UPC), Ruben Um Nyobé,
condujeron a la prohibición de su partido por las autoridades francesas en 1955
y a su asesinato en 1958, así como al de su sucesor, Félix Moumié en 1960, y a
una represión masiva y muy mortífera de las guerrillas de la UPC; o también
Kenia donde, entre 1952 y 1960, las tropas inglesas reprimieron violentamente la
rebelión de los Mau-Mau, de la etnia de los kikuyus (6).
A pesar de estos sobresaltos a menudo violentos, la fuerza de las
reivindicaciones populares obligó a las potencias colonizadoras a reconocer a la
mayoría de las colonias como Estados soberanos. El sentimiento que prevalecía en
África a principios de los años sesenta es que, a veces a un precio muy alto, el
continente había conseguido globalmente la independencia. Algunos países,
simbólicamente, optaron por cambiar sus nombres, como Oubangui-Chari que se
convirtió en la República Centroafricana, Nyasaland que pasó a llamarse Malawi,
o Rodesia del Norte que se transformó en Zambia -mientras que Rodesia del Sur,
en 1980, pasó a ser Zimbabwe-. Varios líderes africanos se hicieron célebres por
sus declaraciones y actos emblemáticos en esta fase de la emancipación.
Nasser y el Canal de Suez
Una de las actuaciones más importantes de este período es el anuncio de la
nacionalización del Canal de Suez por el régimen nacionalista de Gamal Abdel
Nasser en Egipto, el 26 de julio de 1956. El discurso que pronunció en
Alejandría es todo un símbolo:
«Hoy celebramos el quinto aniversario de la Revolución. Hemos pasado cuatro años
en la lucha. Hemos luchado para deshacernos de los rastros del pasado, del
imperialismo y del despotismo; los rastros de la dominación extranjera y el
despotismo interno. [...] La pobreza no es una vergüenza, pero la explotación de
los pueblos sí lo es. Recuperaremos todos nuestros derechos, todas las riquezas
que nos pertenecen, y el canal es propiedad de Egipto. La Compañía es una
sociedad anónima egipcia y el canal fue excavado por 120.000 egipcios que
hallaron la muerte mientras realizaban ese trabajo. La Sociedad del Canal de
Suez en París no esconde más que una pura explotación. [...] En cuatro años
hemos sentido que nos hemos vuelto más fuertes y más valientes, y así como
conseguimos destronar al rey el 26 de julio [1952], en la misma fecha
nacionalizamos la Compañía del Canal de Suez. [...] Hoy somos libres e
independientes».
Las poblaciones de toda el África del norte y Oriente Medio se entusiasmaron.
Francia e Inglaterra, gestoras conjuntas del tráfico del canal hasta entonces,
intervinieron militarmente con la complicidad del ejército israelí, pero
tuvieron que batirse en retirada tras las presiones de la Unión Soviética, que
apoyaba a Nasser, y de Estados Unidos.
El panafricanismo de Nkrumah y Sékou Touré
Kwame Nkrumah, el padre de la independencia de Ghana, era un panafricanista
convencido. Algunos meses después de acceder a la presidencia, en 1960,
escribió:
«El nacionalismo africano no se limita solamente a la Costa de Oro, hoy Ghana.
Desde ahora debe ser un nacionalismo panafricano y es preciso que la ideología
de una conciencia política entre los africanos, así como su emancipación, se
extiendan por todo el continente».
Así apoyaba el planteamiento de otra importante figura del panafricanismo, Sékou
Touré, de Guinea, primer país del África negra que se sustrajo de la zona de
influencia francesa. En el momento en que Guinea dijo «no» a la Francia del
general de Gaulle, Sékou Touré dejó muy claro el sentido de su planteamiento:
«No hay dignidad sin libertad: preferimos la libertad en la pobreza a la riqueza
en la esclavitud».
La afrenta de Lumumba
El 30 de junio de 1960, día de la independencia del Congo, el rey de los
belgas pronunció un discurso de intenso colorido:
«La independencia del Congo es el resultado de la obra concebida por el ingenio
del rey Leopoldo II, emprendida firmemente por él y secundada con empeño por
Bélgica. [...] Cuando Leopoldo II emprendió la gran obra que hoy culmina no se
presentó ante ustedes como conquistador, sino como civilizador. [...] El gran
movimiento de independencia que implica a toda África encontró la mayor
comprensión de los poderes belgas. Ante el deseo unánime de sus poblaciones no
dudamos en reconocerles desde ahora su independencia».
La aguda respuesta de Patrice Lumumba, Primer Ministro congolés, permanece
grabada a fuego en las memorias africanas:
«Si hoy se declara la independencia del Congo de acuerdo con Bélgica, país amigo
con el que tratamos de igual a igual, ningún congolés digno de este nombre podrá
olvidar jamás que ésta se ha conquistado por la lucha, una lucha en la que no
hemos escatimado esfuerzos, ni privaciones, ni sufrimientos ni nuestra sangre.
De esa batalla que ha sido de lágrimas, sangre y fuego, estamos orgullosos hasta
lo más hondo de nosotros mismos, ya que fue una lucha noble y justa, una batalla
imprescindible para poner fin a la humillante esclavitud que nos era impuesta
por la fuerza.
Nuestra suerte nos deparó 80 años de régimen colonialista y nuestras heridas
todavía están demasiado frescas y son demasiado dolorosas para poder expulsarlas
de nuestra memoria.
Nosotros hemos conocido trabajos acuciantes exigidos a cambio de salarios que no
nos permitían ni saciar nuestra hambre, ni vestirnos y alojarnos decentemente,
ni sacar adelante a nuestros hijos y seres queridos.
Hemos conocido las burlas, los insultos, las palizas por la mañana, al mediodía
y por la noche porque somos «negros». ¿Quién puede olvidar que a los negros se
les trataba de «tú», pero no como a un amigo, sino porque el «usted» honorable
sólo estaba reservado para los blancos?
Conocimos el expolio de nuestras tierras en nombre de textos supuestamente
legales que no hacían más que reconocer la ley del más fuerte.
Conocimos que la ley nunca era la misma según se tratara de un blanco o un
negro, complaciente para unos, cruel e inhumana para los otros.
Conocimos los atroces sufrimientos de los relegados por opiniones políticas o
creencias religiosas: exiliados en su propia patria, su suerte fue realmente
peor que la muerte misma.
Conocimos que en las ciudades había casas espléndidas para los blancos y chozas
ruinosas para los negros, que no se admitía a los negros ni en los cines, ni en
los restaurantes, ni en los almacenes llamados «europeos», que un negro viajaba
incluso en el casco de las gabarras, a los pies del blanco en su cabaña de lujo.
Y para terminar, ¿quién olvidará los fusilamientos en los que perecieron tantos
de nuestros hermanos o los calabozos adonde arrojaron brutalmente a quienes ya
no querían someterse al régimen de injusticia, opresión y explotación del que el
colonizador hizo la herramienta de su dominación? [...]
Se declara la República del Congo y nuestro país está ahora en las manos de sus
propios hijos. [...] La independencia del Congo marca un paso decisivo hacia la
liberación de todo el continente africano».
La lucha de Amilcar Cabral
Amilcar Cabral, originario de Guinea-Bissau, es uno de los líderes de la
lucha contra la colonización portuguesa. Tras fundar el PAIGC (Partido africano
para la independencia de Guinea y Cabo Verde) en 1956, se lanzó a promover la
independencia y la revolución en estas dos colonias portuguesas, especialmente
por medio de la movilización de las poblaciones campesinas. Desencadenó la lucha
armada en Guinea-Bissau a partir de 1963, controló rápidamente una buena parte
del país y la guerra de liberación que dirigió se considera ejemplar. Declaró
que «Nadie puede poner en duda, ni en nuestro pueblo ni en cualquier otro pueblo
africano, que esta guerra de liberación nacional en la que estamos comprometidos
pertenece a África entera» (7). Creó especialmente los Comités del pueblo
(compuestos de cinco miembros, entre ellos obligatoriamente dos mujeres),
encargados de la organización social de las zonas liberadas, por ejemplo, la
construcción de escuelas, centros sanitarios y hospitales de campaña. Según
Tobias Engel:
«En menos de diez años se formaron entre 300 y 400 enfermeros y enfermeras, así
como una decena de médicos -a comparar con los 35 enfermeros y enfermeras,
producidos por la administración colonial, que había en 1956 para el conjunto de
Guinea-Bissau y Cabo Verde-. Otra prioridad del PAIGC fue la enseñanza, con la
construcción de escuelas y la admisión de las chicas en los centros educativos
de la guerrilla: se construyeron 200 escuelas durante los once años de lucha, se
escolarizó a 20.000 niños en internado o semi internado y se enviaron 300
alumnos al extranjero a escuelas profesionales o superiores. Portugal, en 500
años de colonización, sólo había escolarizado a 2.000 niños, lo que representa
cuatro al año, y había formado a 14 universitarios…»
El planteamiento de Nyerere
El primer presidente de Tanzania, Julius K. Nyerere, es otra de las figuras
destacadas del África negra que pretendió ponerse de pie. Dando la prioridad al
desarrollo social, instauró en su país un socialismo africano caracterizado,
entre otras cosas, por cooperativas estatales para atender las necesidades de la
población y se explotaban las propiedades agrícolas de forma comunitaria. En los
años setenta apoyó activamente a los independentistas de Mozambique y las tropas
tanzanas, en 1979, pusieron fin a la dictadura de Idi Amin Dada en la vecina
Uganda. Nyerere reivindicó muy pronto la unidad africana: «Sin unidad los
pueblos de África no tienen futuro excepto como perpetuas y débiles víctimas del
imperialismo y la explotación».
La independencia, una idea compartida
La contribución política y la económica se unen. Joseph Ki-Zerbo escribió:
«Cuando con Kwame Nkrumah, Amilcar Cabral y los demás luchábamos por la
independencia africana nos replicaban que: ‘Ni siquiera pueden fabricar una
aguja, ¿cómo quieren ser independientes?’ Pero precisamente, ¿por qué nuestros
países no podían fabricar una aguja? Porque durante cien años de colonización
nos relegaron a esa situación precisa: no fabricar ni siquiera una aguja
mientras despojaban de sus materias primas a todo un continente» (8).
Cuando un pueblo oye esos discursos siente en su carne que la hora de la
independencia ha sonado para el conjunto del continente. Cuando un pueblo supera
el sufrimiento para enfrentarse a una metrópolis odiosa siente que antes o
después nada se lo impedirá. Cuando un pueblo sale victorioso de una guerra de
liberación sabe que el colono huyó y que por fin es el dueño de su destino.
A principios de los años sesenta África sintió que se había liberado. Pero a
pesar de todo no fue más que un señuelo, la dominación no ha cesado: La deuda
entró en el juego.
Notas:
(1) La suerte de los esclavos se regulaba, por lo que se refiere a Francia,
por el famoso Código negro elaborado por Colbert y decretado en 1685 «para
mantener la disciplina de la Iglesia católica, apostólica y romana, para regular
lo que se refiere al estado y calidad de los esclavos en nuestras islas»; el de
Estados Unidos declara en su artículo 44 que «los esclavos son bienes muebles».
Las demás superpotencias de la época también tenían un equivalente a este Código
negro.
(2) Le Gri-gri international, 24 de marzo de 2005. Ver también: Fauque
Claude, Thiel Marie-Josée, Le routes de l’esclavage. Histoire d’un très grand
«dérangement», Hermé, 2004. Francia reconoció oficialmente el 10 de mayo de
2001 que la trata de negros es un crimen contra la humanidad.
(3) Ver de M’Bokolo Elikia, «La dimension africaine de la traite des Noirs»,
Le Monde diplomatique, abril de 1998.
(4) Ver de Ki-Zerbo Joseph, A quand l’Afrique?, L’Aube, 2003.
(5) Ver de Lacouture Jean, «Bandoeng o la fin de l’ère coloniale», en Le
Monde diplomatique, abril de 2005.
(6) Ver de Milne Seumas, «Réhabilitation du colonialisme», Le Monde
diplomatique, mayo de 2005.
(7) Citado por Engel Tobias, «Ginée-Bissau: un pays bouillonnement»,
Géopolitique africaine n° 14, primavera de 2004.
(8) Ver de Ki-Zerbo Josep, Op. cit.
Texto original en francés: