Latinoamérica
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Intervención en la presentación de "Compañero Presidente.
Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo"
"Salvador Allende fue un verdadero revolucionario"
Jorge Arrate
Reflexión y Liberación
Han transcurrido cuarenta años desde mayo de 1968, cien desde el nacimiento de
Allende. Pero sólo dos años separan el "mayo francés" del triunfo de la Unidad
Popular en septiembre de 1970. Ambos acontecimientos --muy diversos entre sí--
se inscriben en el registro de las luchas de quienes han querido cambiar el
mundo y la vida, construir otra convivencia, una nueva humanidad. Son también
parte de un mismo tiempo, aquel en que proponer una sociedad distinta, más justa
y libre, no pudo ser prohibido o acallado por sistemas políticos excluyentes o
por los medios controlados por los dueños del gran capital. Esa fue una época en
que la utopía era una tensión indispensable en el ejercicio de la política de
izquierda. En esos tiempos emergió Allende y alcanzó las mayores alturas su
proyecto político.
Ambos procesos --ese "mayo" con su rebeldía y especialmente Allende y su idea de
un Chile popular-- marcaron a mi generación. Aplicar ese legado para diseñar
futuro, en un mundo como el actual, es un desafío que aún no hemos sido capaces
de superar. Es una deuda política y moral.
He traído a colación el "mayo francés" particularmente para recordar que Sartre
atribuyó a aquel movimiento la capacidad de generar lo que él llamó la
"expansión del campo de lo posible". En esa expresión nos hizo ver aquello que
los mecanismos de disciplinamiento y control social impuestos por los grupos
dominantes intentan ocultar: lo "posible" y lo "imposible" son construcciones.
Por eso uno de los desafíos a superar es construir "posibles" y vulnerar
supuestos "imposibles".
En el Chile del 2008 tratan de convencernos ---y han tenido éxito con una parte
sustancial de la ciudadanía--- que estamos cercados de imposibles. Constatamos,
sin embargo, que lo que ellos llaman "imposibles", son muchas veces aspiraciones
razonables, sensatas, cuando no elementales. Una Constitución consagrada
mediante voto popular, ¿no es acaso razonable? ¿No es sensato plantearse
políticas de defensa de las riquezas básicas cuando una transnacional del cobre
obtiene en un año más ganancias que todas las minas que nacionalizó Allende? ¿No
es elemental terminar con las exclusiones en el Congreso Nacional? ¿No es
razonable que la ley habilite a la gran mayoría de los trabajadores para
negociar colectivamente? ¿No es sensato fortalecer la educación pública --la
pública, quiero decir, la auténticamente pública y no la que se afana por el
lucro-- y levantar las trabas económicas para ingresar a la educación superior?
Sinceramente, esto y más, es razonable y posible en el Chile de 2008.
Amigas y amigos críticos, rebeldes, esperanzados, imaginativos: Creo que Mario
Amorós, a quien había leído pero no conocía personalmente, ama a Chile,
seguramente desde que nació en 1973. Ha dedicado a nuestro país y a nuestra
izquierda mucha reflexión y varios textos. Creo que uno de los motivos
principales de su amor por nuestra historia, es Salvador Allende.
En el libro que hoy presentamos Amorós recorre la vida política de Allende con
pluma segura y sin dejar escapar ni un instante significativo. Demuestra cómo en
su incansable transcurrir vital, desde su iniciación a los textos
revolucionarios gracias al zapatero anarquista italiano Juan Demarchi, hasta el
instante de su muerte, Allende expandió el campo de lo posible, no se dejó
intimidar por los "imposibles" aparentes, construyó un horizonte viable de
cambio social radical.
De particular interés es la reconstrucción que realiza Amorós sobre el período
de gobierno de la Unidad Popular y sus múltiples conflictos y opciones. Hay en
el libro una mirada comprometida pero suficientemente distante como para evitar
prejuicios o juzgamientos. En este sentido, Amorós no toma partido definitivo
con alguno de los actores de la izquierda social y política, más bien nos expone
diferencias, alternativas, reacciones. Encuentros y desencuentros.
Es también apropiada la claridad con que Amorós registra la intervención
estadounidense en el periplo político de Allende y luego en su derrocamiento.
Nunca será suficiente subrayar cómo la acción del gobierno de los Estados Unidos
fue de significativa para el destino de la Unidad Popular. Y --- ¡qué duda cabe!
---- la acción desestabilizadora, ilegal, terrorista en muchos casos, de
sectores significativos de la derecha chilena. A ello se suman las debilidades y
errores nuestros, de la Unidad Popular, y las vacilaciones y compromisos de la
Democracia Cristiana.
La injerencia desvergonzada de la CIA en Chile comenzó su período de máximo
vigor luego de la Revolución Cubana. Por una parte, el triunfo revolucionario de
Fidel Castro en 1959 impactó fuertemente a Allende. Quizá si el Allende antes de
Fidel fuera un político más tradicional, más "reformista", como se usaba decir,
con tono peyorativo, en una época en que ser tal era un claro signo de
moderación y en que el dilema reforma-revolución continuaba siendo eje de los
debates de la izquierda mundial y particularmente de la latinoamericana. En todo
caso, más allá del impacto personal, la Revolución Cubana significó un cambio
radical en las circunstancias que rodeaban el proyecto allendista y muy
especialmente en la percepción que generaba. Me atrevería a decir que el
proyecto de Allende en las elecciones de 1952 y 1958 fue percibido más cercano a
la idea central que animó al Frente Popular de 1938, que al de un proceso
revolucionario destinado a dar inicio a la construcción del socialismo. En
cambio, ya en las elecciones de 1964 y 1970 Allende y su programa adquirieron
otro significado. El continente estaba conmocionado por la experiencia cubana.
Algo ocurría en el "patio trasero" de la gran potencia norteamericana.
El libro de Amorós, por otra parte, contribuye a reponer los términos del debate
siempre vigente sobre Allende y la Unidad Popular. La pregunta clave que los
detractores eluden es: ¿por qué existió Allende y la Unidad Popular? Algunos han
dicho que fue un accidente en la historia de Chile. Eso quisieran. Uno podría
coincidir con una cierta interpretación de este aserto, que no es obviamente la
de quienes lo formulan: la historia de Chile fue, hasta Allende, la historia del
predominio de un pequeño sector de la sociedad sobre la mayoría. Encomenderos,
latifundistas y oligarcas, rentistas del salitre y del cobre e industriales
protegidos por el estado, condujeron --- con estremecimientos, como el triunfo
del Alessandri popular en 1920 y el del noble Pedro Aguirre Cerda en 1938 --
cuatro siglos de historia.
Entonces, el fuerte enfrentamiento social que se produjo durante el gobierno de
Allende tiene una explicación primaria: los intereses y privilegios centenarios
de los grupos dominantes corrieron, por primera vez, un riesgo serio. La masa
allendista, el pueblo de Allende, comunistas, socialistas, radicales, cristianos
revolucionarios, sindicalistas, jóvenes, mujeres, pobladores, obreros y
campesinos, creyeron que podían mandar, que su opinión y participación tenían un
valor irreemplazable, que eran dignos para gobernarse y gobernar, que eran
capaces de construir un Chile distinto.
La combinación de esos dos factores, el largo y laborioso desarrollo del
movimiento de masas y la radicalización de los procesos sociales en América
Latina, dieron lugar a aquel empeño por cambiar el signo del poder económico,
social y político en Chile. Es la única oportunidad en nuestra historia en que
un proyecto de esa naturaleza ha tenido posibilidades de realizarse. Es, por
tanto, un gran momento histórico, pienso que el más importante del siglo XX.
En ese esfuerzo digno y justo creo que, como ya señalé, la izquierda ---el gran
protagonista colectivo--- mostró debilidades y cometió errores. Era un camino
inexplorado. Todos los actores políticos tuvieron vacilaciones, dudas no
resueltas, percepciones no suficientemente afinadas. Incluso Allende, que fue un
héroe, un pertinaz elaborador de un proyecto histórico de izquierda, un líder
social imbatible y, también --no lo olvidemos--, un ser humano. En el libro de
Mario Amorós surgen con claridad aquellos momentos decisivos, cuando algo
distinto pudimos hacer para evitar el destino fatal que algunos presagiaban y
que la derecha procuraba con afán.
Sigo pensando que la democracia y el socialismo deben complementarse imaginativa
y eficazmente, como Allende creyó. Pienso también que Allende fue un verdadero
revolucionario, un revolucionario que creía en la democracia. Marxista y
revolucionario. Así se consideró a sí mismo, así lo sostuvo mil veces. Fue un
revolucionario por la radicalidad de sus objetivos, en la mejor tradición de la
izquierda chilena que Eugenio González había sintetizado: "Se es revolucionario
por los fines, no por los medios que se emplean".
Al comienzo de aquellos mil días, tuve el privilegio de trabajar como joven
asesor económico de Allende en La Moneda antes de ser destinado al sector
minero, donde viví con intensidad el proceso de nacionalización del cobre.
Compartíamos oficina, a pasos del despacho presidencial, con mi inolvidable
amigo Arsenio Poupin, que era el asesor jurídico, hasta hoy desaparecido.
Hablábamos con el Presidente varias veces durante la jornada y a veces
terminábamos el día escuchando sus reflexiones o comentarios, en ocasiones
llenos de humor, sobre los acontecimientos del día. Éramos jóvenes y admirábamos
a Allende. Pero, mirados los hechos en retrospectiva, éramos algo presuntuosos,
algo impetuosos, también. De allí que concibiéramos la idea de someterlo a la
sutileza de nuestro lenguaje. Cuando no concordábamos con sus decisiones nos
dirigíamos a él como "Presidente". Cuando no éramos negativos pero tampoco
entusiastas nos referíamos a Allende como "Doctor". Y cuando participábamos
plenamente de sus ideas o acciones le decíamos "Compañero".
Allende, perceptivo como era, receptivo como era, se dio cuenta de nuestro
juego. Nunca nos dijo nada, a veces esbozó una sonrisa irónica. Nosotros
llegamos a creer ingenuamente que aquella táctica tenía en él alguna influencia.
Pero un repaso de acontecimientos indica que en muchos casos no hizo como
nuestro ímpetu hubiera deseado. Y esos recuerdos de juventud me dicen además que
Allende tenía razón, que hizo bien. Bien, digo yo, la mayoría de las veces, casi
siempre, en aquellos inolvidables mil días. El título que Mario Amorós ha
elegido para su texto sobre Salvador Allende es entonces justo y preciso, y es
la fórmula que a él lo enorgullecía: "Compañero Presidente".
- Intervención en la presentación del libro de Mario Amorós Compañero
Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo
(Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2008. 372 págs.) en el Instituto
de Ciencias Alejandro Lipchstuz (Santiago de Chile) el 24 de junio de 2008.
- Jorge Arrate fue ministro de Minería del Presidente Salvador Allende,
secretario general del Partido Socialista de Chile y desde 1990 ministro y
embajador de distintos presidentes.