Latinoamérica
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Hay que poner un poco mas de evos
Santiago O’Donnell
Página12.com.ar
Dio pena ver por televisión esta semana a jóvenes clasemedieros bolivianos
armados con palos, piedras, pistolas y escopetas tomando aeropuertos, canales de
televisión y todo tipo de instituciones públicas, destruyendo mercados populares
y apaleando a campesinos, en decenas de acciones de choque repartidas entre
Santa Cruz, Beni, Pando y Chuquisaca, coordinadas y previamente concertadas por
los gobernadores, con un diplomático estadounidense actuando como facilitador,
acciones que culminaron con la masacre de quince líderes indígenas ametrallados
a la vera de un camino en Pando, asesinados por un escuadrón de la muerte que
respondería al gobernador, Leonel Fernández, hoy buscado por genocidio.
Bolivia te rompe el corazón. Tanto odio, tanta destrucción, tanta impotencia
escenificada en una especie de pueblada burguesa en contra de los indígenas y
los campesinos para mantener viejos privilegios, ante la pasividad del gobierno,
de su policía y de las fuerzas armadas. El presidente Evo Morales, recientemente
ratificado por dos tercios del voto, debe tragar saliva ante cada nueva
embestida para evitar dar la orden que lleve al baño de sangre.
Bolivia está al borde de la guerra civil. Aunque el gobierno y los líderes de la
oposición acordaron sentarse a negociar esta tarde, las rebeliones son muy
difíciles de controlar una vez que se desatan, y su propia inercia las lleva a
radicalizarse. No hay salida política posible cuando se desconoce la ley, las
autoridades legítimamente elegidas y las reglas de juego de la democracia.
Cuando las disputas se dirimen a través del uso de fuerza, ganan los que tienen
más fierros.
En Bolivia los fierros pesados son de las fuerzas armadas. Por algo sus
cuarteles y destacamentos son prácticamente las únicas instituciones federales
que las patotas autonomistas no han atacado. Los militares en actividad han dado
muestras de lealtad al gobierno de Morales. Se trata de una cuestión cultural.
El 90 por ciento de los soldados bolivianos son indígenas. El servicio militar
es obligatorio, pero muchos blancos consiguen libretas médicas. "El indígena que
no hace cuartel (colimba) es mal visto en su comunidad, como que no se hizo
hombre. Evo es el primer presidente que hizo cuartel desde la dictadura y eso
los militares lo respetan", cuenta uno de sus asesores.
Cuando asumió en el 2006, Morales pasó por alto una promoción de generales,
presuntamente involucrados en una compra irregular de misiles, para nombrar a su
cúpula militar. Desde entonces no ha habido intrigas ni complots dentro de la
fuerza y la cúpula se ha mantenido intacta, a pesarde los esfuerzos de algunos
militares retirados vinculados a la oligarquía cruceña.
Los autonomistas dicen que no van a devolver los edificios federales que
tomaron, sino que los van a reconvertir en entes provinciales, y así van a
empezar a aplicar los estatutos autonómicos que votaron el año pasado.
Pero no es lo mismo tomar el edificio de la dirección impositiva que capturar
los ingresos que esa oficina percibía antes de la toma, por la sencilla razón de
que el gobierno redireccionó a los grandes contribuyentes para que paguen sus
impuestos y tributos directamente en La Paz. Así como los estatutos fueron
declarados ilegales de antemano por la Corte Electoral y desconocidos por la
comunidad internacional, lo mismo pasa con las instituciones que surgen de su
aplicación.
Sin fuentes de ingresos y con las rutas cortadas, la rebelión de los ricos no
puede durar mucho porque los empresarios pierden plata. Por dar un ejemplo, la
feria de Santa Cruz, la más grande del país, debía arrancar en dos semanas. El
año pasado reunió a 3000 empresarios de 40 países. Ahora quién sabe si se hace,
ni quién va a participar, ni cómo van a llegar con las rutas cortadas y los
aeropuertos tomados.
Lo más triste es que todo este caos se desató porque el gobierno impuso un
recorte promedio del seis por ciento en sus transferencias a las prefecturas
para pagarle una modesta jubilación a los más pobres, la llamada Renta Dignidad.
Y no es que las prefecturas venían sufriendo la codicia del gobierno central,
sino todo lo contrario: además de contar con uno de los sistemas fiscales más
federales del mundo, la estatización de los hidrocarburos que decretó el
gobierno que hoy combaten había triplicado sus ingresos en menos de tres años.
El problema principal que tienen los autonomistas es la creciente popularidad de
Evo Morales. El presidente que llegó al gobierno con poco más de la mitad de los
votos había prometido una reforma redistributiva pero necesitaba algún tipo de
acuerdo con la oposición para sumar los dos tercios en la Asamblea Legislativa
que iba a modificar la Constitución. Pero en el referéndum revocatorio del mes
pasado Morales sumó más del 67 por ciento de los votos. Si repite la performance
en el referéndum constitucional de principios del año que viene, entonces su
Constitución habrá sido refrendada por mayoría absoluta, reelección incluida,
sin necesidad de hacer concesiones.
Este es el escenario que desespera a los autonomistas. Su única esperanza es que
Morales muerda el anzuelo y desate una represión feroz que los ponga en el lugar
de víctimas, para así justificar su insurrección. Pero hasta ahora Morales ha
hecho prevalecer su paciencia aymara, su muñeca de gremialista y su visión de
estadista, prefiriendo mostrarse débil antes que entrar en la espiral de
violencia.
Pero en un punto Morales es prisionero de su propio éxito. Cuanto más avanza con
sus reformas, más crece su popularidad. Cuanto más crece su popularidad, más se
aísla la oposición autonomista. Cuanto más se aísla la oposición, más arriesga.
Perdida por perdida, sale a quemar las naves. El objetivo ya no es imponer el
programa propio sino incendiar el proyecto del gobierno en un acto de
destrucción mutua. Para lograrlo, los autonomistas no dudan en recurrir a lo más
bajo de la política: el racismo, la xenofobia, el macartismo, la demagogia, el
nacionalismo barato, los insultos, las patotas, los palos, las palizas, los
saqueos, las masacres.
Entonces el pueblo agredido quiere reaccionar y el jefe de Estado intenta
contenerlo. Pero no es fácil esperar que actúe la Justicia, que funcionen las
instituciones, que se calmen las aguas para recuperar lo robado y rehacer lo
destruido. No es fácil sentarse a ver cómo las llamas del odio se devoran rutas,
oficinas, estaciones, mercados, vidas humanas y la esperanza de un futuro mejor.
Te rompe el corazón.
sodonnell@pagina12.com.ar