Latinoamérica
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Las condiciones de la resistencia y el desafío de los empeños anticapitalistas
Andrés Figueroa Cornejo
1. La experiencia grabada a fuego de los mil días de la Unidad Popular fue,
entre muchas cosas, el resumen de un largo derrotero de luchas populares,
altibajos, derrotas, maduraciones y aprendizajes colectivos, los cuales se
tradujeron en múltiples fenómenos asociados al fortalecimiento de la Central
Única de Trabajadores (CUT), el crecimiento de los partidos obreros y de los de
origen pequeño burgués e inspiración socialista, y el agotamiento del proyecto
imperialista vehiculado por la Democracia Cristiana de Frei Montalva (años
después asesinado por la dictadura pinochetista, pese al apoyo brindado a la
junta militar por la dirección de su tienda). Asimismo, el gobierno del doctor
Salvador Allende (que obtuvo mayoría relativa ante una burguesía dividida, y
cuya victoria debió ser refrendada condicionadamente por el Congreso Nacional)
expresó los límites históricos del Estado burgués de impronta nacional
desarrollista, en un marco internacional extraordinariamente gravitante para un
país de 9 millones de habitantes, signado por la guerra fría, la revolución
cubana, la guerra de Vietnam, y las luchas de liberación nacional
anticolonialistas.
La denominada "vía chilena al socialismo" confirmó trágicamente las leyes de
hierro de la lucha de clases en una fórmula política que ofreció territorios y
tiempo suficientes para el rearme de las clases dominantes. Nunca antes en el
planeta, a través de elecciones generales y sobre un poderoso soporte de
organización de sustantivas franjas de los trabajadores y el pueblo, gobierno
alguno alcanzó nacionalizaciones y transformaciones de carácter estratégico en
áreas de la economía intocables hasta entonces (cobre, banca, tierra), ni más
serios intentos de redistribución de la riqueza y propulsión de derechos
sociales, sin reprimir a la minoría oligárquica históricamente arriba. Sin la
existencia de la descrita constelación de variables nacionales e internacionales
(relativa simetría en la pugna capital / trabajo a escala mundial), habría
resultado imposible imaginar siquiera el fenómeno de la Unidad Popular. Se
estaba en presencia de un Estado fuerte que lograba influir notablemente en la
economía y dotaba al conjunto social de un altísimo porcentaje de empleo fiscal,
y frente a una burguesía golpeada duramente en Chile y el mundo ante el avance
incontenible del campo de la conciencia y la organización de los trabajadores y
el pueblo. Si bien, Allende siempre notificó que su gobierno sería nacional,
popular, antiimperialista y revolucionario, pero que sólo estaba construyendo
las condiciones necesarias para implementar la hegemonía de relaciones de vida
socialistas, los patrones y el imperio acudieron al recurso castrense para echar
abajo el proyecto de sociedad más avanzado de la historia de los chilenos.
Cuando ocurría el golpe de Estado de 1973, la intelectualidad tecno-económica
amaestrada en las escuelas más ortodoxas del capitalismo en Usamérica, apenas
balbuceaba el paradigma ultra liberal que implementaría, primero en Chile y
luego en grandes extensiones del planeta, las nuevas modalidades y contenidos de
la refundación del reinado del capital que transformarían estructuralmente el
patrón de acumulación burgués, el Estado, la geo-política global y las
relaciones de poder en todas sus dimensiones.
No por accidente, los fundamentos económicos emanados de los acuerdos de Bretton
Woods en 1944 ("época dorada" del capitalismo denominado de bienestar, y período
de creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, prestamistas
y formateadores político-económicos de los países dependientes), terminaron ante
la crisis de la convertibilidad del dólar en oro en 1973. En Chile, con más de
10 años de anticipación, se impuso a sangre y fuego el paradigma neoliberal
consolidado mediante el Consenso de Washington, que en sus claves nucleares
instaló la liberalización del comercio internacional asimétrico, las
privatizaciones de los recursos de propiedad estatal y social, y la
financiarización de los derechos conquistados en el período anterior. El deseo
devorador del capital y su movimiento creciente, expansivo y productor de
desigualdades se sintetiza hoy, como nunca, en la hegemonía del capital
financiero imperialista, transnacionalizado, monopólico y especulativo. Ante la
descompensación de fuerzas entre el capital y el trabajo a favor del primero, el
Estado de bienestar se convierte en pieza de museo y gobierna por medio de la
versión más brutal y radicalizada del capitalismo que garantiza –a costa de
humanidad y naturaleza- la ganancia demandada por la minoría dueña de todo.
2. Después de 35 años del fin de la experiencia trágica y luminosa de la "vía
chilena al socialismo", el país es administrado por los intereses del gran
capital, bajo la hegemonía inhumana de las relaciones económicas, políticas,
culturales, simbólicas y sociales del fetiche de la mercancía y la supuesta
teoría del libre mercado (que en la práctica, promueve los oligopolios, la
concentración de la riqueza y osifica la desigualdad de clases y la dependencia
del capital financiero y especulativo). El pacto interburgués que puso término a
la dictadura militar y abrió el actual período de gobiernos civiles, ha
mantenido intactos los resortes profundos de los intereses del capital y su
dinámica antipopular. Gobierno tras gobierno, la Concertación, primero acudiendo
al temor de los cuartelazos, y luego actuando francamente desde el acomodo y la
conveniencia, ha consolidado una sociedad estamental, sin derechos sociales
asegurados para las grandes mayorías, y ha terminado de desmantelar y vender a
privados las rémoras de la propiedad estatal. De esta manera, los gobiernos
concertacionistas –cuya confianza la burguesía, recién a casi 20 años de
elecciones, comienza a relativizar- han prometido cambios pro populares
reiteradamente incumplidos; impedido la organización de los trabajadores y el
pueblo; y castigado cualquier asomo de cabeza de los de abajo, muertos mediante.
El Estado subsidiario, tutelado transitoriamente por la Concertación, ha
reducido su "vocación popular" a insuficientes programas sociales, mientras en
la realidad dominante ofrece señales de descomposición, envejecimiento de
horizonte de sentido (si es que lo tuvo, más allá de la buena publicidad de los
primeros años), corrupción, reformas aparentes, alienación, desastres en el
ámbito educacional, sanitario y medioambiental, precariedad y pésimo pago del
empleo; pan caro y mal circo.
De este modo, Chile padece la mutación y extinción del Estado tal como se
conoció hasta 1973. El aparato fiscal, históricamente de contenido burgués,
actualmente se expresa anémicamente en su peso burocrático, poderosamente en su
papel militar, y defensor a ultranza de la propiedad privada en materia
jurídica. ¿Qué puede ofrecer como objeto de demanda un Estado impotente,
enrejado en las tramas de la subordinación del gran capital? ¿Qué más recursos
le quedan a un Fisco, sino los ahorros millonarios devenidos del alza
provisional del precio del cobre? Hoy el Estado parece ser una caja fuerte
repleta de dólares para la contención parcial de eventuales conflictos sociales
(Transantiago, Fondo de Estabilización del Precio Petróleo, bonos miseria) y
útil como aval de los poderosos en aprietos; tiene el monopolio de la fuerza
militar; es el guardia privado de la burguesía; y sostiene un parlamento
monocorde y legitimador del poder de los privilegiados. La extraña transparencia
sin contradicciones del rol del Estado chileno en una sociedad de clases,
mandata la reconstrucción de las fuerzas anticapitalistas al calor de la lucha
entre capital y trabajo, en sus maneras más desnudas, multidimensionales y
originarias.
3. Las cifras oficiales de 2008 hablan que el promedio de los trabajadores gasta
más de lo que gana y adeuda un año de salario; menos de la mitad de la fuerza
laboral está contratada; apenas un 8,7 % puede negociar colectivamente
(independientemente de los resultados de los convenios); el desempleo se empina
sobre el 8 % a nivel nacional; la inflación para el 40 % más pobre está en un 20
%; la pobreza es femenina y juvenil; el subcontratismo y la precariedad laboral
campean y el descrédito del sistema político supera el 50 %. Asimismo, la
desaceleración económica producto de la crisis cíclica del capital financiero
parasitario y del alza estructural de los precios de los alimentos y la energía,
destruyen el poder adquisitivo de las remuneraciones, mientras el Banco Central
aumenta las tasas de interés para paliar la inflación a costa de las grandes
mayorías. Las proyecciones del Ministerio de Hacienda en materia de crecimiento
varían a la baja en tanto pasan las semanas. Al respecto, el país crecerá
alrededor de un 4 %, el número más bajo de la región.
4. Como resulta histórico –salvando algunas nuevas maneras-, los dispositivos
materiales que reproducen el sostén cultural de la alienación requerida por el
capital se encuentra en la escuela, el ejército, la iglesia, la empresa, el
relato político dominante y el control monopólico de la clase en el poder de los
medios de comunicación de masas (en especial, de la televisión). En su conjunto,
los dispositivos de la alienación propalan la resignación, la igualación del
consumo a la felicidad, la fatalidad del actual orden de cosas, el temor, la
espectacularización de los acontecimientos y sus personajes, el espejismo de la
enseñanza formal como palanca social, los metadiscursos para especialistas, la
mala conciencia, la participación bajo control e irrelevante, el analfabetismo
funcional, el consenso como imposición vertical, la lumpenización de las
relaciones sociales, la idiotez indolente y el egoísmo.
5. Históricamente, las posibilidades de la construcción de la hegemonía de los
intereses de los trabajadores y el pueblo están ligadas a las luchas concretas
contra las relaciones de dominación, el capital y los patrones; la
alfabetización política; la arquitectura sincrética, mestiza, creativa, cultural
y simbólica devenida de las necesidades y experiencias concretas propias de las
grandes mayorías; la religión liberadora; la ética insobornable; la solidaridad;
la dignificación de los contenidos y formas genuinas de las clases dominadas; y
la edificación incesante del malestar colectivo frente a los privilegios de la
minoría en el poder.
6. Pero "¿De dónde saldrá el martillo, verdugo de esta cadena?". Sobre todo de
los trabajadores precarizados y tercerizados del conjunto de las áreas
económicas; de los jóvenes excluidos; de los estudiantes arrojados al mal empleo
y la expoliación; de las mujeres; de los mapuche cuya pelea rime con la de los
mestizos castigados; de los ecologistas auténticos cuyas luchas se contraponen
al capital; de los intelectuales críticos; de los artistas incómodos; de los
sexualmente marginados; del pueblo profundo que advierte su desgracia como
potencia y necesidad liberadora. Y de los militantes populares provenientes de
esas fuentes. De la memoria y la recreación de la convicción de poder.
En este sentido, la independencia política de los intereses de los trabajadores
y el pueblo es el eje determinante a la hora de recomponer las fuerzas y el
proyecto emancipador de los de abajo. De no cautelar con celo metálico este
principio, se corre el riesgo alto de, al igual que bajo la dictadura
pinochetista, de entregar la hegemonía política a fracciones sociales
formalmente democráticas y pro populares, pero incapacitadas para transformar el
orden estructural de las cosas. De ganar el empresario derechista Sebastián
Piñera las elecciones presidenciales de fines de 2009, los cuadros de la
Concertación deberán aterrizar –al menos en algún porcentaje significativo- al
territorio popular que abandonaron hace 20 años. Al respecto, sólo la convicción
y madurez política de las agrupaciones anticapitalistas estarán en condiciones
de jugarse políticamente en la disputa. Y toda política de alianzas debe
conducirse sobre esta matriz.
La diáspora de los empeños políticos anticapitalistas e inspiración emancipadora
deben abandonar la autoreferencia infructuosa, cobrar fuerzas e incorporarse
desde el seno mismo de las luchas concretas de los trabajadores y el pueblo.. De
lo contrario, simplemente, no existe sintonía entre el empeño político y los
intereses, modos, ritmos y expresiones mixtas del pueblo, y se corre rápidamente
hacia el encapsulamiento sin porvenir. En el mejor de los casos, sus
ilustraciones propagandísticas se convierten en puro lema estrategista, deseo o
máxima edificante, pero jamás en comunicación o política justa para el período.
Lo que sí tiene sentido es la promoción popular de la lucha directa y llana
contra los enclaves patronales, donde, de algún modo, se produce la mayor
densidad de lucha de clases.
En el actual período, los trabajadores y el pueblo están recién comenzando un
nuevo ciclo de luchas sociales, el cual, si supera su fragilidad sensible, puede
aspirar a sostenerse sobre dos pies. La frecuencia de la lucha, la urgencia de
victorias parciales, el aumento de su tonelaje, junto a la recomposición de los
embriones aspirantes a compartir la conducción política, al menos, territorial y
sectorial, son las condiciones para la multiplicación y reunión de las fuerzas
anticapitalistas. La incipiente organización del o los futuros destacamentos
orgánicos y políticos de los intereses de los trabajadores y el pueblo serán
fruto de la lucha de clases, su naturaleza, composición, maneras nuevas y
continuidad liberadora. Más allá de los segmentos sociales ordenadores, los
sujetos centrales y las formas de lucha adecuadas al estadio potencial de los de
abajo, hoy debe abrazarse toda lucha que atente contra el imperio del capital.
La cualidad del conflicto no es escindible de sus posibilidades de futuro
multiplicado.
7. De cara a la actual coyuntura, entregada la lectura sobre la naturaleza del
Estado chileno y sus extensiones, se advierte la debilidad menos que relativa
del cuerpo legislativo, la realidad tangible de habitar una democracia sin
pueblo y oligárquica (como condición sin la cual el capital no podría gozar de
las tasas de ganancia que luce, ni la burguesía podría llevar un tren de vida
primermundista a expensas de la sobrevida de la mayoría) y, por tanto, el papel
probadamente adjetivo que comporta la participación en las elecciones de los
poderosos. Los empeños anticapitalistas no pueden desdeñar por principio ningún
modo de lucha, aunque sea en el ámbito testimonial de un parlamento sin fueros y
reflejo fiel de la hegemonía de los intereses de la burguesía.
Pero las iniciativas capilares de los empeños anticapitalistas diseminados deben
reconcentrase en la formulación de las fuerzas populares por abajo. Aun para
aquellos que todavía consideran que es posible reeditar una experiencia
meridianamente parecida a la Unidad Popular de 1970, como para quienes apuran su
cabeza, manos y corazón en la transformación integral de la sociedad, no
esquivan el poder como objetivo, y comprenden la política emancipadora como un
conjunto complejo de construcción de fuerzas, incluso más allá de las fronteras
acotadas que enjaula el concepto de país en la era de la mundialización del
devenir en todas las esferas del quehacer humano.
- Andrés Figueroa Cornejo es miembro del Polo de Trabajador@s por el
Socialismo.