Latinoamérica
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El día después del referendo
Raúl Zibechi
La Jornada
El referendo revocatorio del 10 de agosto puede consagrar una decisiva victoria
política del gobierno de Evo Morales y producir así un viraje que le permita
pasar a la ofensiva ante la derecha de Santa Cruz. Ese día los bolivianos
deberán decidir si confirman o revocan el mandato del presidente y su vice,
Alvaro García Linera, y de ocho de los nueve prefectos departamentales. Con
seguridad, el gobierno conseguirá más votos que los cosechados en las elecciones
de diciembre de 2005, cuando alcanzó el 53 por ciento. La oposición teme que
varios de los prefectos que apoyan a la derecha autonomista sean revocados por
los electores.
El referendo fue convocado para frenar la ofensiva de los autonomistas, que este
año celebraron varios plebiscitos en los departamentos de la "media luna", que
se saldaron con victorias que contabilizaron hasta 80 por ciento de votos
afirmativos. La derecha está creando un clima de polarización para evitar una
consulta en la que tiene todas las de perder, porque la popularidad del gobierno
es muy alta como resultado de los importantes cambios intoducidos en estos dos
años y medio.
El primer elemento a tener en cuenta es que dos tercios de los bolivianos se
perciben indígenas, siendo la primera vez en su historia que tienen un
presidente de su misma cultura. El segundo es que el gobierno está generando
algunas transferencias hacia los más pobres como el bono escolar Juancito Pinto,
por el cual 1 millón 800 mil escolares perciben 200 bolivianos anuales (28
dólares) para frenar la deserción; además de la renta Dignidad, de hasta 3 mil
bolivianos (425 dólares), que reciben 570 mil mayores de 60 años, y que se
financia con el Impuesto Directo a los Hidrocarburos. El tercero consiste en
cambios estructurales que redundan en el fortalecimiento del papel del Estado en
la economía y en una importante mejora económica del país, en parte por el
aumento de los precios internacionales de los hidrocarburos. Las reservas
internacionales pasaron de mil 700 millones de dólares antes de Evo, a los 7 mil
millones actuales y a fin de este año las exportaciones se habrán multiplicado
por cinco, destacando minerales, hidrocarburos y agroindustria.
Según García Linera, la participación del Estado en la economía pasó de 13 a 22
por ciento en estos 30 meses; en cuanto a la renta petrolera, el Estado pasó de
controlar 27 por ciento a 75 por ciento, elevando sus ingresos de 500 a 2 mil
millones de dólares anuales. En el área de minería, tercer núcleo de poder, el
Estado pasó a controlar 55 por ciento de las ganancias (luego de la aprobación
de la ley de impuestos y gravámenes mineros) frente a sólo 20 por ciento que
recibía antes. Además, ha ingresado en el negocio a través de la minas Huanuni y
Vinto, y prevé poner en marcha cuatro proyectos de explotación para 2009. Aún
sin nacionalizaciones confiscatorias, los cambios son notables.
En el área de ganadería y agroindustria, el Estado dejó de transferir a los
grandes productores 150 millones de dólares anuales en infraestructura y apoyo
técnico, para abrir un programa de apoyo a pequeños y medianos productores de
arroz, trigo, maíz y soya. Comenzó a intervenir en el mercado soyero, comprando
a pequeños productores, a los que paga precios superiores a los del mercado.
Este año espera manejar 80 mil toneladas, 10 por ciento de la producción total.
De los cuatro principales sectores, único donde el Estado no interviene es la
banca.
Estos cambios, que tienden a profundizarse, explican el boicot y las amenazas de
las clases dominantes, que perciben la posibilidad de recibir un duro golpe.
Luego de ganar el referendo, el gobierno llevará a las urnas la nueva
Constitución, aprobada por la Asamblea Constituyente el 9 de diciembre de 2007.
Hasta ahora se abstuvo de dar este paso por la relación de fuerzas creada, en
los primeros meses del año, por la ofesnsiva de la derecha con la convocatoria
de los referendos autonómicos.
Puede objetarse que el gobierno no le ha plantado cara a la oligarquía de Santa
Cruz con la fuerza necesaria, en particular en la polémica cuestión de la
tierra. Hasta ahora se han entregado unas 800 mil hectáreas, de los 30 millones
que se espera transferir a 200 mil familias campesinas. Se están repartiendo
tierras fiscales sin tocarse a los latifundistas, que boicotean de forma
violenta los trabajos del Ministerio de Tierras en Santa Cruz, donde aún viven
comunidades indias en situación de esclavitud. Como señala el antropólogo Pablo
Regalsky, por momentos existe la impresión de que el gobierno se sitúa como
árbitro por encima de los intereses de clase, actitud que "lo empuja a favorecer
que la derecha crezca lo suficiente como para colocar en vereda a los
movimientos sociales" (Viento Sur, No. 97, mayo 2008).
Más que derrocar al gobierno de Evo, esa oligarquía busca blindar sus intereses
construyendo un cordón, material y simbólico, para impedir que los movimientos
indios, abrumadoramente hegemónicos en el Altiplano, puedan barrerla como
hicieron entre 2000 y 2005 con las elites que gobernaban desde La Paz. En ese
sentido, lleva razón Reglasky al recordar que el "cerco" de los movimientos a La
Paz no fue derrotado, razón que empuja a las derechas a trasladar la capital a
Santa Cruz o a Sucre.
Más allá de las insuficiencias del gobierno de Evo, en torno al 10 de agosto se
juega una batalla decisiva, no sólo para Bolivia, sino para toda América Latina.
Una contundente ratificación del gobierno y la posible derrota de los prefectos
opositores de La Paz, Cochabamba y Pando puede ser el comienzo de una necesaria
ofensiva para desarticular a la oligarquía cruceña, revirtiendo 50 millones de
hectáreas que obtuvo ilegalmente desde la reforma agraria de 1953. Para esa
tarea hay fuerza suficiente, como vienen mostrando los movimientos en todo el
país, que nunca bajaron la guardia y ahora están en vigilia para impedir
cualquier maniobra desestabilizadora.