Latinoamérica
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Por los caminos de la autonomía: algo más que autogobiernos
Gilberto López y Rivas
La Jornada
El estudio de las autonomías indígenas contemporáneas en América Latina,
particularmente en México, desde una perspectiva integral y comparativa, muestra
la naturaleza transformadora de estos procesos no sólo en su articulación, las
más de las veces contradictoria con los estados nacionales existentes, sino
también en el interior de los sujetos autonómicos. Así, no se trata sólo de la
existencia de autogobiernos tradicionales indígenas que se desarrollan de
diversas formas a lo largo de la Colonia y la vida independiente, y que perduran
hasta nuestros días en numerosas comunidades de la geografía latinoamericana.
Las prácticas autonómicas actuales van más allá.
Cuando los zapatistas –por ejemplo– trascienden el autogobierno y lo asumen a
partir de los principios de mandar obedeciendo, la rotación de los cargos
de autoridad, la revocación del mandato, la participación planeada y programada
de mujeres y jóvenes, la reorganización equitativa y sustentable de la economía,
la adopción de una identidad política anticapitalista y antisistémica y la
búsqueda de alianzas nacionales e internacionales afines a ésta, se lleva a cabo
un cambio cualitativo de las autonomías, a la par que se transforman los propios
pueblos indígenas en sus relaciones de género y grupos de edad, en sus procesos
de identidad política, étnica y nacional, en su apropiación regional del
territorio y la extensión del poder desde abajo.
La formación y el fortalecimiento del sujeto autonómico pasan también por la
ruptura con las viejas formas de las políticas indigenistas que durante muchos
años puso en práctica el Estado para mantener el control de los pueblos y las
comunidades indígenas por medio del paternalismo y el clientelismo. El
movimiento indígena independiente del Estado revela que indigenismo y autonomía
son conceptos antitéticos.
Igualmente, el reservorio de votos que el partido oficial (en los tiempos del
sistema de partido de Estado en México) imponía por conducto de los cacicazgos
indígenas se ve seriamente afectado por un movimiento indígena que rechaza
frontalmente el sistema de partidos y pone en tela de juicio los deteriorados
componentes de la democracia tutelada. Se considera entonces que la política es
un asunto demasiado serio para ponerlo en manos de los políticos profesionales y
se impone otra forma colectiva de hacer política. Desde el racismo de la
sociedad nacional sólo es posible la democracia representativa y se niega toda
experiencia relacionada con las democracias directas de las comunidades
indígenas, las cuales desarrollan una cultura política de la resistencia, que es
la base misma de los actuales procesos autonómicos.
La experiencia zapatista y la de otros procesos en América Latina muestran que
el desarrollo de una red multiétnica consolidada de comunidades y regiones, e
incluso de pueblos diversos, es otro de los cambios trascendentes en las
actuales autonomías, en las que la pugna intracomunitaria por conflictos
seculares, linderos o recursos se supera para responder unidos ante los embates
de los estados y las corporaciones capitalistas.
Todas las transformaciones internas, rupturas y redefiniciones en los ámbitos
comunitarios, regionales y nacional son imposibles sin esa conformación y
fortalecimiento de un sujeto autonómico con capacidades de afirmación hegemónica
hacia adentro, de tal forma que garantice la cohesión interna a través de la
construcción de consensos, la democracia participativa, la superación de las
divisiones religiosas, étnicas o políticas, la lucha contra la corrupción y los
intentos de cooptación por parte del Estado y sus agentes. Este sujeto concita
la movilización de pueblos y comunidades en defensa de sus derechos y demandas y
tiene el apoyo para una representación legítima hacia fuera.
Las autonomías indígenas contemporáneas están lejos de los estereotipos de
autarquía que sus adversarios de mala fe han señalado como característico de
estos fenómenos. Por el contrario, como se observa en prácticamente toda América
Latina, la irrupción de los pueblos indígenas en los acontecimientos políticos
de sus respectivas naciones es una realidad innegable.
Estos procesos autonómicos se proponen cambios sustanciales en la naturaleza
misma de esas naciones como entidades pluriétnicas, pluriculturales y
plurilingüísticas, y a los indígenas los reafirma como sujetos políticos de
derechos colectivos irrenunciables en su carácter de pueblos y nacionalidades.
En esta dirección, una de las conclusiones fundamentales de la investigación
Latautonomy es la siguiente:
"Rechazando tanto la aculturación modernizante como el repliegue
tradicionalista, denunciando su histórica exclusión y dominación, los pueblos y
movimientos indígenas se afirman históricamente por primera vez con sus
especificidades en los espacios públicos para reclamar el reconocimiento de sus
aportes potenciales a la construcción de la sociedad futura y su contribución a
"otro mundo posible". Las reivindicaciones de los pueblos indígenas, los valores
que defienden –el bien común y la solidaridad, el respeto de la naturaleza y la
noción de equilibrio, el rechazo de las lógicas de consumismo y la preminencia
de los valores inmateriales, la búsqueda de la armonía y del consenso– van más
allá de los intereses estrechamente comunitarios. Constituyen la afirmación de
valores que permiten una adhesión universal y trascienden los límites de la
etnicidad."
(Monique Munting, "Radiografía de la autonomías multiculturales en América
Latina", en Leo Gabriel y Gilberto López y Rivas: el universo autonómico:
propuesta para una nueva democracia. México, Plaza y Valdés, 2008.)