Latinoamérica
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Terrorismo de Estado: lo que se nos oculta sobre el conflicto colombiano
Manoel Santos
Altermundo
Traducido del gallego original para Rebelión
El llamado conflicto colombiano no es sólo una guerra entre el gobierno de
Álvaro Uribe y la guerrilla de las FARC. De hecho, este parece ser el menor de
los sus problemas, o cuando menos un menudo esguince al lado de la existencia de
cuatro millones de desplazados –refugiados de guerra se mire por donde se mire–
que en las últimas dos décadas tuvieron que abandonar el campo huyendo de
bombas, asesinatos, torturas y amenazas para engrosar los cinturones de miseria
de las ciudades y por tanto el sistema capitalista dominante.
Detrás de este drama humano están cientos de grupos paramilitares que, en
asociación con las fuerzas gubernamentales, roban las tierras de las comunidades
para entregarlas a las agroindustrias que alimentan la opulencia de los países
indutrializados y empobrecen la biodiversidad de la joya natural mundial que es
Colombia. La sombra del terrorismo de Estado no es sólo una sospecha, es una
realidad de la que gobiernos como español, que mantiene excelentes relaciones
con el oscuro régimen parapolítico y paramilitar de Álvaro Uribe, son, con todas
las letras, cómplices y partícipes.
ENTREVISTA CON GISELA CAÑAS, LUIS ALBERTO RENTERÍA Y TOM KUCHARZ
La Red Capicúa, en la que se integran organizaciones como Ecologistas en Acción,
organizó la gira por Europa de Gisela Cañas Uribe y Luis Alberto Rentería
Mosquera para sensibilizar sobre el desplazamiento ilegal y la ocupación de
tierras para megaproxectos agroindustriales en Colombia. Tan sólo en las cuencas
fluviales del Curvaradó y Jiguamiandó (región del Chocó), de donde ellos vienen,
la expansión de los monocultivos de palma originó 30.000 desplazados y al menos
114 asesinatos. Gisela Cañas es de la "Comisión Intereclesial Justicia y Paz",
que acompaña a comunidades desplazadas y en proceso de retorno. Luis Alberto
Rentería es un líder afrodescendente del "Consejo Comunitario de él Curvaradó",
desplazado de su comunidad cuando las tierras fueron ocupadas en 1996 por la
empresa de palma africana Urapalma, S.A. Ahora regresó, como otros, a sus
tierras. ALTERMUNDO habló con ellos y con su anfitrión, Tom Kucharz, activista
colombiano afincado en Galiza.
"El Estado español debe dejar de apoyar a un gobierno que practica los crímenes
de Estado"
El seis de marzo decenas de ciudades del mundo salían a las calles para
protestar contra el terrorismo de Estado en Colombia convocadas por el
Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado de Colombia (MOVICE). Seis
organizadores de la protesta, sindicalistas y activistas por los derechos
humanos, fueron asesinados. La ONU acaba de pedir una investigación. Mas no fue
un hecho puntual. En Colombia cerca de cuatro millones de personas fueron
desplazadas en las dos últimas décadas, en su mayoría por los grupos
paramilitares. Estos grupos, solos o en alianza con miembros de las Fuerzas
Militares, hicieron desaparecer por lo menos a 15.000 personas enterrándolas en
cerca de 3.000 fosas comunes; asesinaron a más de 1.700 indígenas, 2.550
sindicalistas, y cerca de 5.000 miembros de la UP, un partido de izquierdas que
fue eliminado.
Entre 1982 y 2005 los paramilitares perpetraron más de 3.500 matanzas y robaron
más de seis millones de hectáreas de tierra. Con los empresarios de las
oligarquías dominan la mitad de las tierras rurales del país. Desde 2002,
después de su supuesta "desmobilización", los paramilitares asesinaron 600
personas cada año. Llegaron a "controlar" el 35% de los diputados del
Parlamento. Se sabe también que desde que Álvaro Uribe Vélez llegó a la
presidencia en 2002, miembros del Ejercito Oficial cometieron más de 950
ejecuciones extrajudiciales. Visto el visto, las FARC son el menor de los
problemas para el grueso de la sufrida población colombiana.
Alfredo Molano, sociólogo colombiano que estudió los desplazamientos de la
población en Colombia por la violencia armada escribe: "La violencia no es un
fenómeno coyuntural en la historia de Colombia. Es una constante. ¿A que se
debe? Creo que en última instancia a la resistencia y a la fuerza con la que la
gente busca conservar y reconstruir sus relaciones sociales primarias frente a
regímenes políticos abusadores. La violencia acompaña siempre al expansionismo
–se llame mercantilismo, liberalismo económico o globalización–, fue establecida
en rigor a la catástrofe democrática que significó la colonización española en
América, en parte fue producto de una guerra de exterminio tendente a la
dominación y de ahí el término de conquista con la que se define la época, y en
parte un cometido religioso de naturaleza cultural. Las dos armas, la espada y
la cruz, sirvieron para desplazar a la población nativa, arrebatarles sus
tierras y riquezas para subordinarla, explotarla y en el mejor de los casos
volverla tributaria de la corona española". Algo semejante encontramos cuando
hablamos de los desplazamientos de población civil en Colombia.
—En los últimos meses Colombia está bastante presente en la prensa del Estado
español, pero sólo haciendo referencia a las FARC, a los secuestrados, a Ingrid
Betancourt, pero nada se conoce sobre la parapolítica que lleva instaurada
décadas en el país y sobre el drama de los desplazados. Son cuatro millones en
veinte años. ¿Cuáles son las causas principales?
Gisela: Fueron variando con los años. Por ejemplo en el Jiguamiandó y el
Curvaradó hay gente que viene de la violencia de los en los cincuenta y sesenta.
Pero fundamentalmente nosotros vinculamos estos desplazamientos a los intereses
económicos en la región. Había un plan preconcebido para expulsar a la gente.
—¿De donde viene ese plan?
Gisela: Es una estrategia paramilitar encubierta. Y es también la fuerza
pública. Si uno se pone a mirar por donde va a pasar la carretera Panamericana
ya lo descubre. Es algo que viene ya del siglo pasado.
—Luís Alberto es un desplazado. ¿Por que causa?
L.A.: A nosotros nos desplazaron en el 1996 y tres años después iniciaron la
implantación de ganadería estensiva y la plantación de grandes monocultivos de
palma aceiteira, que fundamentalmente se emplea para la industria
agroalimentaria –el aceite de palma es el 59% de todos los aceites vegetales
comercializados– y ahora también para agrocombustibles. El gobierno pretende
cultivar entre 3 y 6 millones de hectáreas de palma destinadas al biodiésel. Hay
que decir que la producción de una tonelada de aceite de palma para hacer
agrocombustibles emite diez veces las cantidades de gases de efecto invernadero
que una tonelada de combustíbel fósil.
—Y esos desplazamientos forzados ¿por quién vienen auspiciados?
L.A.: Por grandes corporaciones, por industrias dedicadas a la palma y la
ganadería intensiva que entran protegidas con los paramilitares.
Tom: Muchas veces sólo se descubre años más tarde la razón de los
desplazamientos.
—¿Son empresas nacionales?
Gisela: Normalmente sí. Son empresas con vínculos probados con los paramilitares
y familias relacionadas con el tráfico de drogas. Los empresarios son llevados
allí por los paramilitares y la palma se siembra a sangre y fuego. Pero no sólo
es la palma, manejan la gasolina, la ganadería, etc.
—¿Como se produce físicamente ese desplazamiento?
L.A.: Llegan los paramilitares y por ejemplo agrupan pueblos enteros, de hasta
50 familias, matan 4 o 5 personas y los demás huimos.
Gisela: Hay incursiones militares y paramilitares, pues actúan en conjunto, y
también hay rafagueos sobre la población con la excusa de atacar a la
insurgencia y las comunidades tienen que salir.
—¿Emplean entonces la lucha contra la guerrilla como un pretexto?
G.: Ese es un pretexto y fue el argumento por ejemplo en el Cacarica y en el
Curvaradó. Pero la guerrilla no está ahí instalada, sólo usa la zona como mucho
de lugar de tránsito. Las poblaciones desplazadas acaban en los cinturones de
miseria de las ciudades, donde muchas veces no hay ni que comer. Cuando hacían
intentos de volver para recopilar alimentos en los cultivos de pancoger
(plátano, maíz, yuca, etc) y muchas veces se encontraban con los militares o
paramilitares que hacían rondas, les decían: ustedes o se van o siembran palma o
siembran coca, porque esta tierra es de tal o cual paramilitar, el que tiene la
jurisdicción en la zona.
Tom: Hay todo un entramado político-económico que hay que cuestionar y analizar.
Por una parte hubo muchos desplazamientos porque la población local tenía una
lucha política fuerte, donde funcionaban ciertos procesos de democracia
participativa, donde hubo asambleas, la elección de representantes por parte del
pueblo. La gente creía en la lucha política. Los cuadros políticos que salían en
los años 70 o 80 recibían todo el apoyo de las comunidades. Salían a estudiar
fuera y volvían después a prestar el servicio a la comunidad. Muchos
deplazamentos van pues contra esta organización civil que defiende el derecho a
vivir en su tierra y que no acepta que Colombia se convierta en un país
capitalista donde todo vale y donde todo se vuelve mercancía. Las poblaciones
campesinas, las indígenas y las afrodescendientes tienen una relación muy ligada
con el territorio.
El otro complejo económico-político tiene que ver con la fase de globalización,
donde hay un deterioro sobre el suelo muy importante en los países centrales,
por lo que precisan la adquisición de territorio en los países del sur para la
mera reproducción y crezca del sistema capitalista. Buscan recursos naturales y
terrenos para sembrar lo que se demanda en las grandes metrópolis. Y también por
otra parte, aunque en Colombia de forma algo retrasada, se vive ese proceso que
obliga a concentrar las poblaciones campesinas en las ciudades. Es una migración
forzada hacia las ciudades, en las que se genera el modelo capitalista.
—¿Y por qué en Colombia se mantiene un conflicto armado que fue despareciendo en
los otros países del entorno?
Tom: Colombia es especial. La gente tenía un fuerte componente de resistencia y
una formación política importante que hizo que estas resistencias duraran en el
tiempo a pesar de todo el terrorismo de Estado. Las personas creían en su lucha.
Los campesinos, los sindicalistas los dirigentes sociales o indígenas siempre
dicen que prefieren morir por algo a vivir para nada.
—Vaya, que estamos en un proceso de ocupación por intereses económicos pero
también políticos.
Tom: Una población muy dispersa en el campo puede ser políticamente
incontrolable. Una población empobrecida en los cercos de las chabolas, de los
cinturones de miseria en las grandes ciudades es más controlable por la
oligarquía y sirve para hacer crecer el sistema capitalista.
—¿El destino de los desplazados siempre es a esos cintos de miseria?
L.A.: Sí. Pasas a no tener nada y si te resistes mueres. Además, cuando nos
desplazaron no podías ir a cualquier parte. Éramos repudiados porque la gente
pensaba que eras un desplazado por ser de la guerrilla. A muchos nos mataban y
la gente ocultaba que era desplazada. En las comunidades faltaban todos los
servicios básicos, pero nunca la dignidad.
—La Comisión Intereclesial Justicia y Paz trabaja con la gente que quiere
regresar.
Gisela: Nosotros acompañamos la comunidades desplazadas. O bien a las que están
en proceso de desplazamiento o en proceso de retorno. Es un acompañamiento
permanente, 350 días al año, desde lo educativo a lo psicosocial, lo jurídico.
Vivimos en las comunidades y nos convertimos en testigos de lo que allí sucede,
velando porque las medidas cautelares que existen jurídicamente se cumplan. Hay
personas que permanecen en los cascos urbanos, que no pudieron regresar y otras
que a través de mecanismos creados por ellos mismos, como las llamadas Zonas
Humanitarias o las Zonas de Biodiversidad, regresan.
—¿Quien crea esas zonas?
Gisela: Es por iniciativa de la comunidad que permite la reconstrucción de los
proyectos de vida de las comunidades pero también permiten a otras acercarse a
las suyas, como dar el primero paso. En el Jiguamiandó y en el Curvaradó había
14 veredas y unas 12 comunidades que fueron desplazadas para sembrar la palma.
Las zonas humanitarias acercaron gente de varias comunidades que luego estudian
cómo reconstuír lo que queda de las suyas. La idea de estas zonas humanitarias
surge en la cuenca del Cacarica. Estas comunidades fueron desplazadas en febrero
de 1997 –unas 30.000 personas, de ellas 4.000 afrodescendientes– por causa de
los bombardeos por tierra, aire y agua. La gente salió al casco urbano, al
municipio de Turbo. Pasó mucho tiempo y varias conversaciones con el presidente
de la época, Ernesto Samper, que se negaba a reconocer que había habido un
desplazamiento masivo y que las comunidades vivían en condiciones deplorables en
el coliseo de Turbo (un estadio de fútbol). Cuando estas personas salían al
pueblo muchas veces eran perseguidas y amenazadas. Al regresar lo que tratan es
de crear zonas cerradas al conflicto, a pesar de que el ejército diga que no
existe terreno vedado para ellos, pero se buscó una figura jurídica para crear
estas zonas humanitarias donde vivan los no combatientes.
—¿La gente cuando regresa a su tierra que encuentra?
L.A.: Nosotros en el Curvaradó encontramos que las tierras habían sido todas
destinadas para megaproxectos y los caseríos destruidos. Ya no había pueblo. En
el Curvaradó por ejemplo la escuela estaba literalmente comida por la palma. A
nosotros los tocó la palma, a los del Cacarica el plátano, a otros la madera,
etc.
Gisela: las comunidades hicieron el proceso de regreso sin el acompañamiento de
la fuerza pública porque no había garantías. Los mismos que los desplazaron no
podían acompañarlos y brindarles seguridad. Muchos iniciaron sus propias
estrategias porque llegaban la zonas destrozadas, sin educación, sin sistema de
salud, por lo que se autoorganizaron. El gobierno hacía promesas pero no
cumplían ninguna.
—Y aún con las amenazas, los paramilitares, la guerra, volvéis. ¿Como os
protegéis?
Tom: El Jiguamiandal y el Curvaradó son ejemplos de dignidad y valentía que
consiguieron muchos apoyos internacionales. Son un ejemplo de valor.
L.La.: La primera iniciativa que nace en el Cacarica fue esa configuración de
las Zonas Humanitarias, lugares pequeños, vallados y en los que se visibilice
que allí hay población civil que no hace parte del conflicto.
—¿Y las Zonas de Biodiversidad?
L.A.: Son lugares más amplios en los que renovamos nuestro compromiso con la
naturaleza. Reforestamos y recuperamos lo poco que nos queda porque el
territorio fue desertizado por la palma.
—¿La agroindustria intensiva que efectos tiene sobre lo medio ambiente
colombiano?
Tom: El desastre ecológico es enorme. El caso de Colombia aun es pequeño si lo
comparamos con las deforestaciones masivas del sureste asiático –de Indonesia o
de Malasia–, con las zonas del Amazonas del Brasil o las deforestaciones por el
cambio de cultivo hacia soja de la Argentina, Paraguay o el mismo Brasil. No
obstante en Colombia se deforestan anualmente extensiones enormes de selva
virgen para el aprovechamiento de los materiales de los bosques o son
sustituídas por plantaciones de árboles o monocultivos agroindustriales. El
simple hecho de destrozar, de hacer desaparecer un ecosistema ya tiene de por si
implicaciones, como el cambio climático, porque pierdes el sumidero de CO2.
Cuando labras la tierra emites todo el carbono orgánico acumulado durante el
ciclo vital de los ecosistemas. Cuando tienes monocultivos, que en el Chocó por
ejemplo les llaman desiertos verdes porque hace un calor terrible en comparación
con el que antes tenían con los bosques autóctonos, secan las tierras al hacer
canales de drenaje para que las palmas no estén en medio del agua. Emplean
grandes cantidades de fertilizante y pesticidas, porque en los cultivos se
desarrollan muchas plagas cada vez más resistentes. Hay por tanto contaminanción
de tierras y acuíferos y también pérdidas irreversibles de biodiversidad. El
Jiguamiandal y el Curvaradó son la segunda zona con más biodiversidad de
Suramérica. Es un patrimonio de la humanidad que va muriendo para siempre jamás.
Ya no se trata sólo de la pérdida de vidas humanas, sino de la pérdida de una
cultura y de la madre naturaleza. Los monocultivos siempre significan la muerte,
de la biodiversidad y de la soberanía alimentaria de la gente. Además, hay un
doble crimen, porque a parte de los efectos de estos monocultivos insostenibles
en la tierra, la producción no queda en Colombia, va para Europa, para Estados
Unidos, para apoyar su crecimiento económico. El crecimiento en el norte global
está teñido de sangre.
—¿Y regresa mucha gente?
L.A.: En nuestra comunidad éramos unas cien familias hasta el desplazamiento de
1996. Ahora sólo 10 regresamos.
—Pero seguís teniendo sus más y sus menos con los paramilitares.
L.A.: Las amenazas son constantes, tanto a nosotros como a los acompañantes. Hay
también violencia del ejército, que no quiere que regresemos.
—¿La gente es neutral en el conflicto?
Gisela: No. La gente tiene su posición con respeto al conflicto interno, pero no
son combatientes, son población civil. Pero saben reconocer quien los desplazó.
Tom: En el conflicto colombiano se quieren desdibujar las diferencias. Todo
parece igual. Guerrilla es igual la paramilitares, es igual a Estado, pero no es
así. Las comunidades lo tienen políticamente muy claro, saben que fue el Estado
y que los grupos paramilitares forman parte de una política de Estado que los
desplazó y que lo sigue haciendo.
—¿Y cuál es el papel de la guerrilla? ¿Quien la forma?
Tom: En los años sesenta el conflicto era tan fuerte que no se permitía la
tenencia de tierras. Hubo una fuerte lucha por la reforma agraria y los
campesinos se protegían, por lo que fundaron lo que eran las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC). Pero los grupos paramilitares se fundan
antes del surgimiento de las FARC. Se crean con una visita de altos mandos
militares de Estados Unidos en 1961 y las FARC se crean en 1964. No es tan
cierto que los grupos paramilitares surjan como reacción a la guerrilla. Fueron
mas bien grupos creados para eliminar la oposición política, la llamada "amenaza
roja".
—Pero después de tantos años, ¿qué es hoy el llamado conflicto colombiano, como
describiríais lo que acontece? ¿Hay una guerra?
L.A.: Desde mi punto de vista en Colombia hay un conflicto sí, pero no contra
los grupos insurgentes sino contra el campesinado. En Colombia hay guerrilla y
hay paramilitares pero quien sufre es la población civil.
—¿Y si tuvieses que definir las razones de este conflicto?
L.A.: El territorio.
Gisela: hay tantos puntos de vista. Si lo miras desde el punto de vista de los
desplazados es el territorio, si lo miras desde el punto de vista de la
respuesta paramilitar a la guerrilla ves otra cosa, si lo ves según el drama de
los secuestrados miras otra cosa... Es muy complicado, nunca se abordó en serio
la causa del conflicto en sí.
Tom: En Colombia no existió nunca la libertad real de ejercicio político. Esa es
una de las causas fundamentales del conflicto armado en Colombia. Todo esto está
ligado la una pequeña oligarquía muy organizada y altamente academizada que
concentra el poder de la administración pública, el jurídico, el parlamentario,
el militar y toda la ruqueza ya desde la liberación nacional de la monarquía
española. Colombia es uno de los países más ricos del continente y una zona
estratégica, la entrada del cono sur y el control a partir de los Andes del
Amazonas. Quien controle Colombia controla la síntesis de la riqueza y los
bienes comunes de América Latina y del Mundo, la Amazonía, que es un bien de la
humanidad. La ausencia de una reforma agraria siempre reclamada por el pueblo es
también crucial.
—¿Y no hay resistencia política?
Tom: En Colombia asesinaron la muchísimos candidatos a la presidencia, algunos
muy aclamados polo pueblo como Gaitán, que lo asesinaron a punto de tomar el
poder, a punto de romper ese bipartidismo creado en la Colombia oligárquica
entre liberales y conservadores que se turnaban entre ellos. Todos los
candidatos de la Unión Patriótica fueron asesinados, también los del M-19, que
fue una guerrilla no muy de izquierdas, sino bastante socialdemócrata, y que
cuando abandonó las armas y entró en la vida política vio como asesinaron a su
candidato, que era muy popular y tenía muchas posibilidades de llegar a la
presidencia. Eso pasó con todos. No tener la posibilidad de ejercicio político
real y que en el seno del Estado colombiano, en la cabeza de sus gobernantes,
siempre exista esa tendencia al terrorismo de Estado y al aniquilamento de los
adversarios políticos es la principal causa del conflicto.
—Pero no defiendes a la guerrilla.
Tom: El tema es muy claro. La guerrilla viola los derechos humanos. Un 20% de
los cuatro millones de desplazados fueron producidos por diferentes actuaciones
de los grupos de la guerrilla. Pero la guerrilla no es igual que los grupos
paramilitares. Es una insurgencia que en un momento dado usa el derecho te
existía en el derecho internacional de hacer una insurgencia frente al Estado.
Hoy esto se llama terrorismo, pero antes las Naciones Unidas reconocían ese
derecho. Pero se trataba de un actor frente al Estado opresor, mientras que los
grupos paramilitares son creados para hacer el trabajo sucio, los asesinatos
extrajudiciales que legalmente no puede hacer el Estado y la oligarquía, que es
quien tiene la autoridad ideológica.
—¿Uribe es un terrorista de Estado?
Tom: Sí, yo le llamaría así. Fue responsable de muchos crímenes –y hay
testigos–, incluso de su propia familia de terratenientes, que provocó muchos
desplazamientos. Lo diferente de Uribe es que los anteriores presidentes eran de
ciudad y Uribe también es de buena familia, pero es del campo, y él utiliza eso.
Es como un caudillo que gobierna Colombia como quien gobierna una hinca.
—¿Uribe niega que haya desplazados?
Tom: ES que hasta hace bien poco ni reconocía que hubiese un conflicto armado.
Gisela: Las cifras oficiales nunca coinciden con las cifras de las
organizaciones de derechos humanos. Cuando una persona es desplazada tiene que
ir a registrarse como tal la una entidad del gobierno para que pueda recibir las
ayudas y para que puedan iniciarse acciones para su regreso. Esto mucha gente no
lo hace por miedo, muy pocos se registran. En el Chocó el gobierno decía que no
había desplazados y hubo, entre otros, 30.000 que sairon en 1996 pero no estaban
registrados. Hay sentencias a favor de los tribunales de justicia pero cuando
recibes ayudas seis meses en el casco urbano dejas de figurar cómo desplazado,
desapareces del sistema.
—¿Y hay programas de desmobilización para paramilitares?
Gisela: Sí. El gobierno reconoce que hay paramilitares pero no que los creó él.
Tom: Hay un texto de Javier Giraldo en "Guerra y Democracia" que define esas
conversaciones entre el gobierno y los paramilitares. Le llama monólogos.
Dialogan consigo mismos, como si el Estado se hubiese vuelto esquizofrénico.
—¿Cuál es la reacción internacional?
Tom: Actualmente el gobierno colombiano ganó el discurso internacional porque en
el exterior se piensa que los paramilitares son un ente diferente a la
guerrilla, que es cierto, pero también al Estado.
—¿Y que imagen os lleváis? ¿aquí la gente sabe de vuestro conflicto?
Gisela: Aquí la gente sólo habla de Ingrid Betancourt y de los secuestrados cómo
tú decías al principio.
Altermundo