Latinoamérica
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Ingrid, las Farc y Estados Unidos
Elaine Tavares
Estados Unidos, todavía inmersos en una crisis sin fin en Irak, no cede sobre
lo que cree ser su derecho de intervenir en la vida de los países
latinoamericanos. Ahora, en un típico arreglo modelo CIA, acaba de ayudar al
gobierno de Álvaro Uribe a liberar a Ingrid Betancourt, secuestrada desde hace
años por las FARC. El anuncio de la liberación de la ex candidata presidencial,
junto con otros rehenes estadounidenses - mercenarios a soldo de los EUA - , se
aproxima a los efectos especiales de películas como Rambo y Duro de Matar. Como
siempre, es reforzado el mito del héroe americano. Pero es bueno recordar que
son figuras "místicas" como Rambo o el personaje de Bruce Willis los
responsables por ríos de sangre provocados en la caída de Salvador Allende, en
las dictaduras argentinas, brasileñas y haitianas o en los miles de golpes de
Estado que ya sucedieron en "nuestra América", siempre capitaneados por los
intereses económicos de los Estados Unidos.
En Colombia no es diferente. Desde que el país entró en la era republicana, pos
independencia, la propensión de su elite por el vasallaje se viene registrando
en grados elevados. Su primer presidente, Santander, cuando el país todavía se
llamaba Nueva Granada, practicó el primer gesto al traicionar a Bolívar y
aliarse a los intereses de Inglaterra. Desde entonces, en sucesivos gobiernos
democráticos o autoritarios, el pueblo colombiano no tiene encontrado cobertura
para sus demandas. No por nada que surgieron las FARC y otros grupos
revolucionarios que tienen como objetivo la creación de una Colombia
democrático-popular, en la que todos puedan tener una vida digna. Porque, al
final, Colombia no logró su verdadera independencia.
Desde 1948, después del asesinato de Jorge Gaitán, un político que era capaz de
oír al pueblo, el país fue zambullido en una red de violencia que parece que no
acaba más. Pero es importante que se diga: los mayores estimuladores de este
estado de cosas son los gobiernos que insisten en no incorporar las demandas
populares a la vida nacional. Así, si no bastase el caldo de terror provocado
por las insanas luchas entre los liberales y los conservadores, el pueblo
colombiano precisa enfrentar la saña opresora del imperio estadounidense que no
quiere ver en la punta noroeste de América del Sur otro país fuera de su
planilla de pagos. De allí la cortina de humo que desparrama con su famosa
"guerra contra las drogas".
¿ Por qué combatir as drogas?
En el libro Drogas, Terrorismo e Insurgencia, el escritor ecuatoriano
Manuel Salgado Tamayo, cuenta el origen de esta "cruzada" estadounidense, lo que
muestra bien cuales son los intereses que está por tras de toda la "bondad" que
aparece en el discurso que convoca a la lucha contra las drogas. Tamayo cuenta
que hasta el inicio del siglo XX drogas como el opio y la cocaína eran bastante
utilizadas con fines medicinales. La cocaína, por ejemplo, estaba hasta en la
Coca Cola y era vendida legalmente como tónico revitalizador. Fue alrededor de
1903 que las autoridades comenzaron a asociar la droga a las luchas de las
llamadas clases subalternas. Como no había argumentos para reprimir la lucha de
los negros en el sur de Estados Unidos, que insistían en luchar por cosas
"absurdas" como derechos iguales a los de los blancos, se llegó a la conclusión
de que eran los tónicos a base de cocaína que tornaban a los negros muy
rebeldes. Además, las mujeres estadounidenses empezaron a hacer sexo con los
chinos inmigrantes y eso, decían las autoridades, sólo podía pasar por causa del
uso del opio. ¿Pues, al fin y al cabo, que otro motivo llevaría una mujer
blanca, de buena familia, a acostarse con un chino? Y también estaban los
mexicanos que se empezaban a poner muy violentos. El motivo parecía obvio: era
el uso de la marihuana. Nada que ver con las condiciones deshumanas a la que
estaban sometidos los inmigrantes dichos ilegales. Y fue con base en estas
premisas que comenzaron a ser creadas leyes de criminalización de estas drogas
específicas. El alcohol y el tabaco, porque movían una industria gigantesca y
porque eran también consumidos por la clase dominante no sufrieron muchas
restricciones.
Ahora, en Colombia, la historia sigue repitiéndose. Las luchas llevadas
adelantes por las FARC y otros grupos revolucionarios en el país no tienen
absolutamente nada que ver con la cocaína. Estos movimientos nacieron allá en el
inicio de la década del 50, fruto de la inestabilidad y de la violencia
generadas por el propio estado. Y más, estos grupos tienen la osadía de
reivindicar ideas "muy ultrapasadas" como el socialismo, la participación
popular, la reforma agraria, otro tipo de organización de la vida.
El cultivo de la coca, que para algunas familias es la única posibilidad que
resta en medio de una guerra sin fin, no tiene la finalidad de drogar al mundo.
Todo el proceso de refinamiento y transformación de la droga queda a cargo de
otras gentes, con otros acentos, que mueven ríos de dinero los cuales nunca son
vistos por los pobres campesinos colombianos acosados entre el estado, los
paramilitares, los traficantes y la miseria.
Pero es justamente la cocaína el motivo que lleva al gobierno colombiano a
asociarse con el gobierno de Estados Unidos para "salvar" al mundo. El Plan
Colombia, nacido en 1998, durante la campaña presidencial de Andrés Pastrana,
que buscaba una negociación para la paz política acabó, a través del gobierno de
Bill Clinton, transformando-se en una cruzada antidrogas, como si todo el
problema colombiano se resumiese a eso. De verdad, el plano, arreglado por los
estadounidenses y siquiera apreciado por el congreso colombiano, sólo tenía una
preocupación: destruir el foco socialista que representaban las FARC y el ELN.
Los últimos hechos
No es por acaso que la media cortesana insiste en divulgar por todos los
rincones la tesis de que las FARC y el narcotráfico son lo mismo. Es como el
argumento de que los negros se ponían rebeldes por causa de la cocaína, que los
chinos seducían a las blancas por causa del opio y que los mexicanos se ponían
violentos por efectos de la marihuana. Los motivos de la guerra contra los
pobres son otros, se esconden, y la gran masa va absorbiendo las mentiras. No
fue por gusto que Hugo Chávez, el presidente venezolano, convocó a las FARAC
para que liberasen a los rehenes. Curtido en las artimañas del imperio él ya
debería haber intuido que la CIA estaba muy próxima de lograr una victoria
contra la guerrilla. Pues, ahí está.
Ahora, el gobierno colombiano va a despejar en el mundo, vía media
estadounidense, que él es quien está "limpiando" a Colombia, que las FARC están
derrotadas, que no existe más el liderazgo de Marulanda, que todo está
fragilizado con está nueva victoria gubernamental. Entonces, destruidas las
FARC, el pueblo habrá de tener nuevamente la paz soñada. De nuevo, las mentiras
cubren todo con su manto azul.
Jamás le contarán al mundo que las FARC y el ELN sólo nacieron por causa de la
violencia del Estado contra las gentes, y que sólo siguen luchando porque esta
violencia sigue creciendo. Para tener una idea, el desgraciado plan Colombia ha
desalojado a millones de familias a lo largo de estos años, almas que vagan por
el territorio colombiano sin lugar, sin casa, sin tierras, sin nada. El mismo
plan de liberación es el responsable por las fumigaciones que destruyen la
tierra, las plantaciones y la posibilidad de una vida mejor para los campesinos.
La cortina de humo de la liberación de la ex senadora va a alimentar a la media
durante días. Ya hablan hasta de elecciones y de que ella puede ser la sucesora
de Uribe en la presidencia. Una gerente más del imperio. Nada más que
"negocios". Mientras, las gentes colombianas seguirán siendo la carne de cañón
de una guerra que no quieren. El tráfico de drogas es una gran industria, una
más de las grandes transnacionales que le chupan la vida a las gentes de Abya
Yala, y permanecerá intocado mientras el pueblo no enfrente el verdadero
monstruo: el sistema capitalista y su lógica de explotación y destrucción. Ese
es enemigo que hay que enfrentar porque, al fin de cuentas, nosotros, los
pobres, los negros, los chinos, los mexicanos y todos los demás "subalternos",
no nos ponemos rebeldes por causa de la cocaína, del opio o de la marihuana.
Nosotros nos ponemos rebeldes porque sabemos que otra sociedad puede ser
construida, con solidaridad, con justicia y riquezas repartidas.
Traducción: Raul Fitipaldi de América Latina Palabra Viva.