Latinoamérica
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Campo: amarga cosecha
Luis Hernández Navarro
Gritaron y patalearon. Dijeron que lo desconocían y que no tratarían con él los
asuntos del campo. Marcharon por las calles de la ciudad de México pidiendo que
se fuera. A comienzos de 2008, los dirigentes de un buen número de
organizaciones campesinas nacionales exigieron la renuncia de Alberto Cárdenas,
secretario de Agricultura (Sagarpa). Lo mismo hicieron los legisladores del
Partido Revolucionario Institucional (PRI) y del Partido de la Revolución
Democrática (PRD).
Pero, cinco meses después del pleito, Alberto Cárdenas sigue al frente de la
Sagarpa, despachando como si nada hubiera pasado. Y los líderes agrarios y
diputados que lo desconocieron como interlocutor ahora se reúnen y acuerdan con
él y sus subalternos como si no hubieran pedido su salida. Algunos se portan
como si fueran grandes amigos del funcionario. Ya se arreglaron.
El conflicto estalló formalmente como protesta contra la plena entrada en vigor
del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Sin embargo, para muchos líderes, legisladores y gobernadores el problema de
fondo era otro: la aprobación de nuevas reglas de operación para administrar los
programas del campo, aprobadas el 31 de diciembre de 2007.
Las nuevas reglas de operación definen la forma en la que se distribuirán los
más de 204 millones de pesos que el programa especial concurrente para el campo
contempla para 2008. Centralizan la administración de los recursos en el
gobierno federal y compactan los programas. Los 156 planes para el campo que
existían se reducen a 16. La Sagarpa se queda con la mitad. De esta manera se
crean las condiciones institucionales para su manejo con criterios electorales y
para beneficiar a los sectores más capitalizados del agro.
La existencia de diversos programas específicos y presupuestos etiquetados a
ellos permite limitar la tendencia del gobierno federal a definir el destino de
los recursos públicos como le dé la gana. Muchos de estos programas, hoy
desaparecidos, respondían a viejas demandas de pequeños productores y
campesinos. Al compactarlos, el gobierno panista tiene hoy manga ancha para
disponer de los recursos y canalizarlos hacia sus aliados en la sociedad rural.
Cerca de 30 por ciento del presupuesto del sector fue reubicado en rubros
distintos a los originalmente aprobados en 2007. Como resultado de la migración,
los recursos destinados a 2 millones de hectáreas que se dejaron de trabajar
fueron trasladados a Procampo Capitaliza, que beneficia a los grandes
productores rurales.
Una de las consecuencias inmediatas de las nuevas reglas de operación ha sido el
subejercicio en el presupuesto de la Sagarpa. De los 65 mil millones de pesos
que deberían haber sido entregados a los campesinos, únicamente se han otorgado
5 mil millones: tan sólo se ha ejercido 8 por ciento del presupuesto. Los
principales perjudicados con esta situación son, precisamente, quienes más
necesitan de los apoyos de los programas gubernamentales, es decir, los
campesinos que tienen menos.
Es frecuente que los funcionarios de la Sagarpa de los estados ignoren cómo
manejar los programas, cómo llenar los formatos y cuáles son las nuevas reglas.
No es inusual que el presupuesto aprobado por los Congresos estatales para el
campo no coincida con el monto que las nuevas reglas de operación exigen a los
gobiernos locales como aportación.
La manifestación campesina del pasado 31 de enero fue el momento cumbre del
reciente descontento rural. Miles de hombres del campo tomaron las calles de la
ciudad de México. No obstante, desde el 28 de enero ya existía un acuerdo –que
no se hizo público– entre los gobernadores del PRI y el gobierno federal para el
manejo del presupuesto.
Las organizaciones rurales que protestaron en aquella fecha se mantienen unidas
en lo formal, pero cada una de ellas acuerda en lo particular. La negociación se
ha bajado hasta el piso. Cada quien mira para su santo. Por ejemplo, la
Confederación Nacional Campesina busca cómo obtener un asiento en el Comité
Técnico Nacional, la instancia en la que se decide adonde va el dinero para el
campo.
En el momento en que el país vive la más dramática crisis rural en décadas,
expresada bajo la forma de crisis alimentaria, la mayoría de los liderazgos
campesinos nacionales se dedican a otras cosas. Cuando Estados Unidos acaba de
aprobar una nueva Ley Agrícola que destina casi 300 mil millones dólares en
cinco años al campo, guardan silencio. A lo sumo hacen declaraciones de vez en
cuando, amagan con realizar movilizaciones que nunca realizan, y firman pactos
de solidaridad con organizaciones obreras que quedan en el papel.
Muchos están más preocupados por sus disputas partidarias internas o
preparándose para obtener una diputación en los comicios de 2009, que por
organizar la resistencia. Varias de las organizaciones nacionales se metieron de
lleno en la disputa por la dirección nacional del PRD. Entre tanto, montado en
caballo de hacienda, el Partido Acción Nacional se dedica a construir clientelas
electorales, utilizando los recursos destinados al desarrollo agropecuario.
En una reciente reunión con las organizaciones campesinas que dicen
desconocerlo, Alberto Cárdenas aseguró: "tenemos la mejor política agropecuaria
del mundo". El secretario, que nunca se ha distinguido por su inteligencia ni
brillantez, hombre del empresario de la industria alimentaria Lorenzo Sertvije,
puede decir las peores barbaridades sin que pase nada.
El campo mexicano vive uno de los peores momentos de su vida. Y el futuro pinta
peor. Las esperanzadoras siembras de las movilizaciones campesinas del pasado
enero han dejado cosechas muy amargas.