Latinoamérica
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La lucha ideológica decisiva de nuestra era
Ana Esther Ceceña
Se ha empezado a explorar la idea de que entre las principales amenazas a
enfrentar en el presente, la insurrección popular debería colocarse al lado del
narcotráfico y el terrorismo
Los escenarios
El año 2007 inicia con el reconocimiento inusitado, por parte de George W. Bush,
de que Estados Unidos está perdiendo la guerra en Irak: "El desafío al que nos
enfrentamos en el gran Oriente Medio es más que un conflicto militar. Es la
lucha ideológica decisiva de nuestra era". Sin embargo, en contra de los
reclamos de la sociedad norteamericana, Bush propone extender la ofensiva en vez
de regresar los soldados a casa.
No solamente se anuncian nuevos contingentes de soldados para Irak sino que se (re)inicia
otro conflicto bélico en el área de Somalia, ampliando el alcance geográfico de
la guerra y de la incursión de Estados Unidos en esa zona del planeta. Se
acuerda la instalación de bases militares en nuevos destinos, como la república
Checa; la ampliación de otras, como la base de Vicenza en Italia; y el mapa de
África parece ser objeto de un rediseño del tendido de redes de control militar
en que las bases se combinan con cuerpos de paz, misiones humanitarias,
modernización de ejércitos locales, golpes militares, bombardeos directos y
políticas de ajuste dictadas por los organismos internacionales y acatadas por
las oligarquías de la región.
Los conflictos desatados en Medio Oriente y Asia Central tienen como puntos
extremos a Irak y Palestina pero comprenden todo un mosaico de situaciones
particulares de mayor o menor monta que no pueden ser soslayadas y que abonan a
la complejidad de la problemática de guerra en el mundo.
En Palestina se ha colocado a la población en una situación terminal en la que
la única salida claramente delimitada es la extinción. Ningún derecho, ninguna
posibilidad, ninguna capacidad propia de sobrevivencia. El suministro de agua
controlado, de manera que cerrando el paso se puede provocar (como ya se ha
intentado) una catástrofe total. La lucha del pueblo palestino, irreductible, se
ha convertido casi en una lucha suicida, y la comunidad internacional, como si
no tuviera responsabilidad sobre lo que ahí ocurre, simplemente mira hacia otro
lado.
Afganistán es un territorio ocupado donde ocasionalmente se decide bombardear,
ocasionalmente sólo perseguir y siempre controlar. No es el escenario neurálgico
pero es un punto de soporte ubicado estratégicamente para controlar la región
central de Asia y mantener la cuña entre China y los yacimientos de petróleo del
Medio Oriente.
Con Irak y Afganistán se logran posiciones privilegiadas para estar siempre en
la posibilidad de invadir o atacar a Irán y apropiarse de esta manera del área
de salida del petróleo del Mar Caspio y alrededores, contando el de Irak e Irán.
Esto permitiría cerrar el paso de la salida hacia Europa y obligarla a
abastecerse por otra ruta, bajo el control no de Rusia sino de Estados Unidos.
Pero como esta es una de las apuestas más arriesgadas que se ha propuesto
Estados Unidos y la entrada a Irán no tiene condiciones de suceder en este
momento, el área se extiende para colocar al cuerno de África en posición de
colaborar con el cercamiento de la zona. Djiboutí y Somalia son posiciones
estratégicas para el cercamiento del Medio Oriente. Con una base militar
importante en Djiboutí y la semiocupación de Somalia, está cubierto el
propósito.
No obstante, estas posiciones son de propósito múltiple. El cuerno de África
apunta hacia el Medio Oriente pero es también una vía de entrada al África
nororiental. Difícil de penetrar por su geografía y sus costumbres, África sigue
siendo un territorio altamente codiciado, sobre cuyas riquezas se juegan los
equilibrios de poder entre Estados Unidos y las potencias europeas. Saqueado por
todos lados, su tamaño y sus diversidades han obligado a subdividirlo para
ensayar diferentes formas de penetración adecuadas a las condiciones regionales.
Con Sudáfrica y su área de influencia por un lado; Nigeria y Congo como puntos
estratégicos del control de petróleo, biodiversidad y minerales, Liberia
controlando la cabeza de Lumumba, según aquel famoso diseño de homenaje en el
momento de su asesinato; y Egipto y Marruecos como los socios amigables que
hacen la pinza en la región árabe.
Sin descuidar las posiciones en el sudeste asiático y con la atención puesta en
Corea, la zona segura también empieza a ser reorganizada. Está claro que Europa
constituye una especie de territorio de relanzamiento desde donde, con algunas
otras potencias asociadas o, por lo menos, con la complicidad o complacencia de
muchas, Estados Unidos afianza sus punterías hacia la parte central de la región
de riesgo, identificada por el Pentágono como "the critical gap" y que incluye a
una porción importante del Tercer mundo, casualmente la que alberga la mayor
cantidad de recursos estratégicos.
Una importancia distinta tiene América Latina por tener el privilegio de formar
parte, junto con Estados Unidos, de un mismo gran territorio insular que en
conjunto reúne un repertorio suficientemente variado y abundante de recursos
como para constituir una especie de fortaleza autosuficiente. Por eso la
doctrina Monroe sigue siendo uno de los principios básicos de la política de
Estados Unidos hacia el continente y, aunque aparentemente los escenarios de
guerra se encuentran en otras regiones, esta gran isla continental está cubierta
ya por una retícula de bases y posiciones militares que intentan no descuidar
ningún punto relacionado con "los intereses vitales" de la potencia hegemónica,
y que se despliegan en una estrategia combinada con el fin de poder manejar
situaciones variadas.
Estrategia combinada para América Latina
Es sabido que el punto central de la penetración militar de Estados Unidos en
América Latina ha sido Colombia, con el argumento de su relativa incapacidad
para controlar el narcotráfico y resolver el viejo problema de las guerrillas,
sobre todo porque impiden el libre paso por un territorio de grandes riquezas.
Pero si bien el primer dato a relevar es la presencia directa de oficiales
norteamericanos, ya sea actuando autónomamente o asesorando a los cuerpos de
seguridad colombianos, es también de destacarse la gran presencia de
mercenarios. Es decir, Colombia, como Irak y muchos lugares de África, sería
escenario de lo que se llama un ejército de "apoderados", muchos de los cuales
son, paradójicamente, colombianos contratados por empresas norteamericanas como
Dynncorp.
Nuevas maneras de establecer un control militar se ponen en juego en el Caribe
garantizando la ocupación y disciplinamiento de Haití a través de la
participación conjunta de otros ejércitos, varios de ellos latinoamericanos,
esta vez bajo la investidura de "cuerpos de paz".
Presiones para el cambio de legislaciones que permitan la injerencia directa de
Estados Unidos en el juicio de detenidos pidiendo su extradición (México);
introduciendo algunas restricciones ciudadanas correspondientes a iniciativas
antiterroristas y, en el extremo, logrando convenios de inmunidad, como en el
caso de Paraguay (aunque este convenio no fue renovado en diciembre pasado e
interrumpió su continuidad).
Otra modalidad reciente es la de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de
América del Norte (ASPAN) que parece ser el complemento perfecto del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Esta alianza, que se establece a
nivel presidencial y no pasa entonces por el Congreso, introduce la novedad de
considerar todo el territorio de América del Norte, compuesto por México y
Canadá además de Estados Unidos, como área de seguridad "nacional", y con ello
se justifica la colaboración de los sistemas de seguridad de los tres países en
el cuidado de las fronteras externas del área completa.
La ASPAN parece una iniciativa destinada a sentar precedentes que puedan más
adelante ser transferidos al resto del continente, de la misma manera como se
hizo con el TLCAN. En ese sentido constituye uno de los focos rojos de la
región, a pesar de que por sus repercusiones inmediatas su impacto sea
evidentemente menos devastador que el de las otras subáreas mencionadas.
A todo esto se agrega, como una capa envolvente a lo largo de América Latina,
una frontera virtual creada por los sistemáticos recorridos y patrullajes
realizados por la marina de Estados Unidos. Muchas veces bajo la forma de
ejercicios militares, otras combinados con fuerzas de la DEA, pero siempre con
instrucciones de interceptar cualquier nave que se encuentre en la zona, los
barcos que rodean América Latina establecen una nueva frontera, ahora en el mar,
bajo la responsabilidad y jurisdicción (¿por qué?) de Estados Unidos.
¿Nueva amenaza?
El balance de la situación general que hacen el Pentágono y sus asesores
externos parece indicar su preocupación por la manera como las diferentes
resistencias han estado limitando sus condiciones de posibilidad. Efectivamente,
tanto la resistencia de los pueblos invadidos (Irak, Afganistán, Colombia,
Haití, Paraguay) como las luchas por la defensa de recursos, de territorios, de
derechos y capacidades de autogestión, están impidiendo el libre acceso de
Estados Unidos a los recursos que le son necesarios o incluso estratégicos.
De la misma manera las campañas en contra del ALCA u otros tratados de libre
comercio nocivos, las campañas por la desmilitarización y contra la deuda han
planteado serias dificultades a la libre acción de los agentes del poder
hegemónico. Por esta razón, se ha empezado a explorar la idea de que entre las
principales amenazas a enfrentar en el presente, la insurrección popular debería
colocarse al lado del narcotráfico y el terrorismo.
Por supuesto esto equivale a convertir el derecho de los pueblos a rebelarse en
un comportamiento criminal. Rebelarse contra la corrupción; contra gobernantes
ilegítimos o autoritarios; contra transnacionales saqueadoras; contra
violaciones a los derechos humanos, pasaría a ser una amenaza a la democracia en
vez de una lucha por la democracia. Pero por más absurdo y paradójico que
parezca, los síntomas parecen perfilarse en ese sentido.
Esto no es más que una prueba de la fuerza de la organización popular y de la
globalización de las resistencias.
Si ya se consiguió detener la instalación de la base de Alcántara, ¿por qué no
empeñarnos en sacar todas las bases militares de nuestros territorios? Cada
victoria sobre una base militar, no importando dónde se encuentre, es una
victoria para la humanidad.
Desmilitarizar el mundo no depende sólo de echar fuera las bases. Es necesario
desmilitarizar también el pensamiento. No obstante, amabas cosas avanzan
simultáneamente y quitar hoy la base de Manta, será una de nuestras grandes
apuestas y, seguramente, de nuestras grandes victorias.