"Glorias navales" de asesinos y torturadores
La noche de la Armada
Tito Tricot
Punto Final
Fue tan abrumador el silencio nocturno, que le entró por la garganta, haciéndole
estallar el corazón en un galope insoportable. Así un día cualquiera desapareció
Miguel, sumergiéndose, acaso para siempre, en la bruma costeña. Allí se encontró
con otros como él cuyo único sueño era tener una cascada de gorriones y
ruiseñores para bañarse cualquier día sin pedirle permiso a nadie. No sé, ser un
poco menos pobres y un poco más felices. Entonces, no les hablen ahora del Mes
del Mar ni de las Glorias Navales, pues éstos se tiñeron para siempre de la
vergüenza de una Armada que torturó y asesinó en los tiempos de su única gloria:
la del poder absoluto. Sin embargo, por las fisuras del miedo asomaba eterna la
esperanza de que algún día todo cambiaría. Y así fue, por ello hoy se encuentran
procesados seis altos oficiales de la Armada y, a pesar de los abyectos
esfuerzos del senador Jorge Arancibia y de otros nostálgicos de la muerte por
demostrar su inexistente inocencia, la ministra Eliana Quezada ha establecido
fehacientemente que la Academia de Guerra Naval, el Cuartel Silva Palma, el
Buque Escuela Esmeralda y el buque Lebu fueron utilizados como centros de
detención y tortura donde, "a fin de obtener información, los capturados eras
sometidos a múltiples sesiones de interrogatorio con aplicación de tormento
físico y psíquico de variada índole". Asimismo, se sostiene que, como acaecía en
esa época, se verificaba el seguimiento de las victimas que terminaba en
secuestro. Por lo mismo, declaró reos a los Vicealmirantes (R) Adolfo Walbaum
Wieber; Guillermo Aldoney Hansen y Juan Mackay Barriga; a los capitanes de navío
(R) Sergio Barra Von Kretschmann y Ricardo Riesco Cornejo, así como al Dr.
Carlos Costa Canessa por el delito de secuestro calificado en el caso del
sacerdote Miguel Woodward. La información recabada por la jueza, incluidas las
declaraciones de los propios procesados, constituyen testimonio irredarguible de
la responsabilidad de los mencionados oficiales en el crimen que se investiga.
No obstante lo anterior, se ha iniciado una ofensiva comunicacional por parte
del ex almirante Jorge Arancibia la cual busca revertir la supuesta injusticia
que "se está cometiendo con nuestros distinguidos camaradas que, en forma
estoica, están enfrentado esta situación, pero con un profundo sentimiento de
impotencia". Es lo que señala en un documento donde, además, critica a la
"Familia Naval" por su falta de reacción ante lo sucedido. Su accionar ha tenido
poca repercusión aparente, excepto la reaparición en Valparaíso de un reducido
número de miembros del Movimiento Unitario Nacional-MUNA, en la ceremonia de
despedida de un nuevo crucero de instrucción de la Esmeralda. Cabe señalar que
el MUNA es un partido en formación que considera al golpe militar como una
"gesta patriótica, libertadora y restauradora de nuestra patria", por lo que no
puede sorprender que hoy sostengan que sus familiares se encuentran presos por
"servir a Chile"; menos aún si uno de sus fundadores y primer presidente fue el
almirante Jorge Martinez Busch, iracundo e irredento golpista. Asimismo,
lectores del diario El Mercurio han manifestado su apoyo a los uniformados
presos y proferido veladas amenazas al señalar, por ejemplo, que al parecer "la
solución de estas injusticias no va por el lado de los reclamos ni por el de las
presiones, ni tampoco por el de la justicia"… "el consuelo es que, el mundo gira
y siempre las tortillas se dan vuelta" para, finalmente, expresar que
"voluntaria o involuntariamente el sacerdote Woodward debió encontrarse en el
lugar inoportuno, en el momento inoportuno…" Y claro que estuvo en varios
lugares equivocados, pero no voluntariamente, sino que a la fuerza, toda vez que
fue detenido por una patrulla de Infantes de Marina en el cerro Placeres,
conducido a la Universidad Santa María, a la Academia de Guerra, al Cuartel
Silva Palma, a la Esmeralda y, finalmente, al Hospital Naval donde se pierde
definitivamente su rastro. Aunque, en todo caso, se sabe que un funcionario del
servicio funerario de la Armada acude al Registro Civil del puerto para
inscribir su defunción, existiendo también una inscripción en el Registro de
Sepultación del Cementerio Nº 3 de Playa Ancha. En dicha necrópolis se
realizaron excavaciones para intentar encontrar los restos de Woodward, sin
embargo, éstas fueron infructuosas, pues, al parecer, dichas osamentas habrían
sido removidas clandestinamente hace años, tal vez en la misma época en que el
general Pinochet dio la orden para llevar a cabo la operación "Remoción de
televisores" para exhumar cadáveres de prisioneros asesinados y desaparecidos
por la dictadura para volverlos a hacer desaparecer. ¿Hay algo más siniestro que
esto? ¿Hay algo más cruel que matar dos veces? El ex almirante Miguel Ángel
Vergara, en una misa en apoyo a los oficiales presos realizada en Viña del Mar,
expresó que: "me violenta que distinguidos oficiales se encuentren detenidos".
Pero, ni una sola palabra acerca de los torturados, las mujeres violadas, los
gritos eternos en medio de la noche: la noche de la Armada.
Torturas y asesinatos
Y la noche de la Armada se entronizó en la Academia de Guerra Naval por donde, a
pesar de las reiteradas negativas y declaraciones de inocencia de los altos
mandos a través de los años, pasaron millares de prisioneros políticos, todos
torturados física y psicológicamente. Entre ellos estuvo Miguel Woodward quien,
de acuerdo a testimonios de carabineros asignados a la Academia, fue torturado
inmisericordemente. El teniente (R) de carabineros, Nelson López Cofré, señala
que se enteró de la detención y presencia de Woodward en la Academia y asistió
al interrogatorio llevada cabo por personal de la Armada. Se encontraba en el
cuarto piso del edificio, "encapuchado, sentado en una silla, atado de manos y
frente a él, el principal interrogador Jaime Román Figueroa, junto a gente de la
Armada". Además de Román, se hallaban presentes Juan Mackay Barriga, Sergio
Bidart Ramirez y Ricardo Riesco Cornejo, todos oficiales de la Armada; asimismo,
el subteniente de carabineros Angel Lorca Fuenzalida, los tenientes Luis Araya
Maureira y Enrique Corrales y, posiblemente, el capitán Héctor Tapia Olivares y
los suboficiales Eduardo Vergara Branner y Jorge Leiva Cordero. "Varios de los
nombrados le daban golpes de puño" en una sesión de tortura que se prolongó por
más de una hora. Como consecuencia de lo anterior, concluye la jueza Quezada,
"luego de un fuerte interrogatorio y aplicación de tormentos, Woodward es
llevado en grave estado de salud hasta el buque escuela Esmeralda, nave que la
marina había destinado como centro de detención e interrogatorio". Desde allí es
trasladado el Hospital Naval donde "se pierde su rastro físicamente".
Lo anterior desmiente categóricamente las aseveraciones del senador Arancibia
quien, basado en lo que le contaron sus ex camaradas de armas, dice que son
inocentes, señalando que eran sólo analistas y que jamás cumplieron funciones
operativas. Los casos de Mackay y Riesco son particularmente sintomáticos,
puesto que diversas declaraciones de terceros – y en el caso de Riesco, también
la propia – los ubican como miembros importantes del aparato represivo de la
Armada. El cabo de carabineros Jorge Leiva, partícipe del interrogatorio de
Woodward, fue destinado a la Academia donde Carabineros tenía una oficina a
cargo del oficial de enlace con la Armada, comandante Héctor Trobok. Allí
recibían órdenes directas del capitán de corbeta Juan Mackay, con el objetivo de
detener opositores a la dictadura quienes eran trasladados al buque mercante
Lebu. "Luego de haber sido detenida una gran cantidad de personas – declara
Leiva – el capitán de corbeta Mackay ordenó trasladar a algunos detenidos hasta
el buque Escuela Esmeralda". En ese lugar, personal de la Armada, del ejército,
carabineros e investigaciones, todos vestidos de civil, procedían a la
interrogación de los detenidos, con torturas, entre éstas, la aplicación de
electricidad. Acorde a Leiva, carabineros sólo utilizaba presión psicológica,
además de dar "un golpe menor en el estómago para ablandarlos". De acuerdo a
Riesco, el tampoco torturaba, pues sólo tenía a cargo la custodia de los
prisioneros, quienes "eran interrogados al interior del Buque Escuela,
específicamente en la cámara o comedores de los guardiamarinas, por un grupo de
personas externas a la nave que llegaban vestidos de civil y que estaban a cargo
del capitán de fragata Jaime Román". También se hallaban en la Esmeralda el
subteniente Rafael Mackay, sobrino del almirante actualmente detenido, y, entre
otros, los oficiales Adolfo Carrasco, Jorge Sabugo, comandante de la Esmeralda;
Eduardo Barison, segundo comandante; Hernan Middleton; Gabriel Campos y Sergio
Espinoza Simonetti. Middleton por mucho tiempo negó haber estado en la
Esmeralda, sin embargo es sindicado por un oficial que compartió con él en esa
época como uno de los torturadores. En la actualidad es gerente general de
Antarctic Shipping S.A. una compañía naviera que invirtió 6 millones de dólares
en la reconversión de la motonave Piloto Pardo para realizar turismo en la
Antártica. Mario Kreutzberger, el conocido "Don Francisco", es uno de los socios
de la empresa. Por otra parte, la misma fuente que menciona a Middleton como
torturador, sostiene que Espinoza fue el artífice de la tortura en la Esmeralda,
además de afirmar que es un hecho indesmentible que el actual vicealmirante
Cristián Gantes, tercera antigüedad de la Armada, se encontraba en el buque con
posterioridad al golpe militar. Es decir, cuando los prisioneros eran
torturados. Lo que queda meridianamente claro es que, a pesar de las
sistemáticas negativas de la Armada, en la Esmeralda se torturó a decenas de
hombres y mujeres inermes, como también que se configuró una estructura
represiva jerárquica donde Juan Mackay y Ricardo Riesco eran operativos y no
simples analistas o empleados administrativos que, por lo demás, es lo que
arguyen todos los integrantes de los organismos represivos cuando son detenidos.
De hecho, Riesco, teniente de infantería de marina y quien se retiraría con el
grado de capitán de navío, realizaba detenciones en la zona e incluso en
Santiago, con la chapa de "Alfonso". Los detenidos, según propia confesión, eran
llevados a la Academia de Guerra Naval y al Cuartel Silva Palma donde se
efectuaban los interrogatorios, "específicamente en unas casetas que fueron
habilitadas para tales efectos por un grupo de infantes de marina que estaban a
mi cargo". Entre ellos se puede mencionar a los comandos Manuel Leiva, Juan
Reyes. Francisco Lagos, Jaime Lazo, Bertalino Castillo, Juan Jonquera y Alejo
Esparz, Francisco Prado, Miguel Concha. Según afirma el suboficial mayor ( R )
de la Armada, Valentín RiquelmeVillalobos , se encontraban todos al mando del
capitán de fragata IM Hernán Soto Aguilar. Asimismo, los interrogatorios eran
habitualmente "presenciados y supervigilados por oficiales de la Armada…entre
los que puedo mencionar al capitán de fragata Juan Mackay, al teniente infante
de marina Ricardo Riesco y al teniente Rafael Mackay…"
Además de los oficiales mencionados, el vicealmirante Guillermo Aldoney también
tuvo activa participación en la represión post-golpe en la región, toda vez que
era éste quien entregaba las ordenes para los distintos grupos operativos
existentes. En el caso concreto de Miguel Woodward, Aldoney admitió que supo de
la presencia del sacerdote en la Esmeralda y sostiene que fue él quien ordenó su
traslado al Hospital Naval. Dijo que su muerte fue un accidente y que al
interrogador se "le habría pasado la mano". A pesar de lo anterior, nunca se
realizó una investigación interna al respecto. Por su parte, todo indica que el
capitán de navío (R) Sergio Barra, es pieza clave en todo el aparato represivo
de la Armada, puesto que era director de la Academia de Guerra y, al mismo
tiempo, jefe del Servicio de Inteligencia de la Comandancia del Área
Jurisdiccional de Seguridad Interior (SICAJSI) que dependía directamente del
comandante en jefe de la primera zona naval, es decir de Adolfo Walbaum. Todas
las órdenes de detención eran firmadas por Barra y fue éste último el que ordenó
a Riesco desarrollar labores operativas, tales como allanamientos y detenciones,
entre otras. El caso de Barra es peculiarmente siniestro, pues no sólo "prestó
servicios" en la Academia, principal centro de detención, tortura y exterminio
de la Armada, sino que también en el Comando Conjunto y en la DINA, donde llegó
a ser el segundo hombre en importancia. En otras palabras, no es cierto lo que
ha sostenido sistemáticamente la Armada: que sus hombres no participaron en la
represión o que, si hubo algo, fue solamente en los días posteriores al 11 de
septiembre de 1973 producto de la situación excepcional que se vivía. Nada de
eso es cierto, porque la Armada reprimió a los chilenos antes, durante y después
del golpe militar.
Juicio a la Armada
Con anterioridad al golpe, la marina detuvo y torturó a más de un centenar de
marineros constitucionalistas que tuvieron el coraje de denunciar la
conspiración de la oficialidad de la Armada contra el gobierno de la Unidad
Popular. Ricardo Alberto Tobar Toledo, cabo 2do, destinado en la Escuela de
Armamentos de Las Salinas, en Viña del Mar, fue torturado "con el denominado
teléfono, a patadas, culatazos, ensartado con yatagán bajo los omóplatos, y con
golpes diversos, con diferentes objetos. Después de varios días de tortura,
incluyendo simulacro de fusilamiento, fui trasladado al cuartel Silva Palma".
Los torturadores fueron todos oficiales de la Armada: Jorge Davanzo, capitán de
fragata; Rafael González y Carlos Cárdenas, capitanes de corbeta y los tenientes
Braulio Villarroel y Oscar Rodríguez. En otras palabras, la Armada infligió y
practicó en su propio personal las torturas que posteriormente masificaría en la
región. No sólo eso, sino que la Armada proporcionó explosivos e instruyó a
miembros de Patria y Libertad para llevar a cabo sus acciones terroristas.
Asimismo, de acuerdo a diversas fuentes – incluido el recientemente publicado
libro "Los que dijeron No", de Jorge Magasich – con antelación al golpe, el
entonces Capitán Guillermo Aldoney, Jefe del Estado Mayor de la I Zona Naval,
tuvo la responsabilidad de elaborar un plan de contra-insurgencia que dividía a
Valparaíso en siete sectores y que, sin duda, fue utilizado para implementar los
operativos en septiembre del 73, todo lo cual posibilitó el temprano copamiento
de la ciudad por parte de la Armada. Además, facilitó la estructuración de un
sistema represivo que torturó, violó, asesinó e hizo desaparecer personas
impunemente. Al menos hasta hoy en que en un "acto de valentía" – como dice
Tobar – la jueza Quezada ha comenzado a hacer justicia y, al parecer, "se quiere
llegar al fondo de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la
Armada". Claro, porque la aclaración del secuestro, tortura y desaparición de
Miguel Woodward, es sólo la punta del iceberg de una trama de horror urdida
desde los Altos Mandos de la Armada y en la que participaron civiles y
uniformados. Incluidos doctores, como Carlos Costa Canessa quien, según propio
testimonio, nunca conoció al sacerdote "ni vi su cadáver, pues…sólo certifiqué
el cadáver de una persona que presentaba un traumatismo craneano, pero en ningún
caso ese cuerpo correspondía al ex sacerdote, pues no estaba identificado." Esto
desmiente, sin duda, lo afirmado por el ex almirante Arancibia que dice qué
Costa si vio el cuerpo de Woodward y, simultáneamente, refrenda la tesis de la
ministra Quezada de que el médico que se desempeñaba en el Hospital Naval
extendió un certificado de defunción sin ver cadáver alguno. Menos aún pudo ver
su corazón de hombre bueno que ha resurgido desde las profundidades oceánicas en
un fárrago de luciérnagas para alumbrar este paisito del fin del mundo
desprovisto de memoria. Por Miguel y por tantos otros caídos, no nos hablen del
Mes del Mar ni de las Glorias Navales.
Tito Tricot: Sociólogo- DirectorCentro de
Estudios Interculturales ILWENCHILE