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La heurística del miedo
Mientras que la "guerra sucia" fue el contenido político para la
intervención en contra de la clase obrera en el cono sur durante las décadas de
los sesenta y setenta y la "guerra de baja intensidad" fue el formato de
intervención militar en contra de los sandinistas en los setenta y ochenta;
ahora es la lucha en contra del terrorismo y la seguridad democrática, el nuevo
formato de intervención militar en la región.
Pablo Dávalos *
ALAI, América Latina en Movimiento
Existe una relación entre la noción de "derecho a la autodefensa anticipada" que
permitió, legitimó y justificó la invasión norteamericana a Afganistán y a Irak,
y que fuera anunciada por los halcones de la administración Bush, y la doctrina
de la Seguridad Democrática del Presidente colombiano Álvaro Uribe. En ambas
nociones, la guerra se desterritorializa hacia la búsqueda de un enemigo ubicuo
y casi abstracto: el terrorista; la política asume contenidos bélicos y
panópticos en virtud de la cual todos somos sospechosos y debemos demostrar que
somos inocentes; se convierte a la crítica en acto de disidencia que implica la
conversión en enemigos a destruir bajo la cobertura y legitimidad del discurso
del terrorismo. La admonición del que no está con nosotros necesariamente está
en nuestra contra, de la doctrina Bush, se convierte en estrategia de
intervención y militarización de los conflictos políticos a nivel mundial.
El Plan Colombia (ahora Plan Patriota), se inscribe de lleno en las derivas
totalitarias que asume el capitalismo tardío en su hora neoliberal y
especulativa. La incursión colombiana en territorio ecuatoriano, bajo el
argumento de la "legítima defensa", recuerda la invasión a Irak realizada bajo
la misma tónica. El discurso del terrorismo se revela, en ambas circunstancias,
como un discurso eficaz sobre el cual operan diversas estrategias de
intervención, control y dominio. En efecto, gracias a este discurso que adquiere
una significación especial luego del conflicto entre Ecuador y Colombia, puede
advertirse la manera por la cual los medios de comunicación empiezan a generar
un ambiente de miedo y culpa bajo la cobertura del terrorismo.
Los gobiernos progresistas de la región que de alguna manera querían alejarse de
las coordenadas del neoliberalismo y de las prioridades norteamericanas, ahora
tienen que demostrar que no guardan ninguna relación con el terrorismo. Acosados
por las estrategias semióticas de los medios de comunicación, que en su mayoría
pertenecen a grupos financieros y que siempre están alineados con la agenda
americana, gobiernos, movimientos sociales y líderes de opinión que cuestionaban
y criticaban al Plan Colombia, a las políticas neoliberales, y a la geopolítica
imperial americana, ahora tienen que demostrar su inocencia y su desvinculación
de los grupos terroristas, abjurando de sus ideas y proclamando su lealtad a las
ideas dominantes de la época.
Este mismo discurso del terrorismo, ha construido una argumentación y práctica
jurídica, en la cual el estatus de terrorista incluso permite la
desontologización política del Otro: el terrorista es el enemigo que ni siquiera
tiene derechos fundamentales y que por tanto tiene que ser eliminado en donde
quiera que se encuentre. Colombia repite el discurso de la administración Bush:
"combatiremos a los terroristas en cualquier lugar en el que se hallen". Los
terroristas han perdido todo estatus de interlocución política. Se convierten en
parias ontológicos en el que su Ser ha sido puesto entre paréntesis como
prerrogativa del poder. El poder no ha definido qué los caracteriza ni quiénes
son los terroristas: en su identikit puede caber cualquier rostro, incluso el
nuestro.
Puede advertirse, que inherente a esta estrategia y discurso del terrorismo como
operador político del poder en el capitalismo tardío, subyace una heurística del
miedo como recurso político de dominación, control y sometimiento. La referencia
al terrorismo no está desvinculada de las necesidades de la geopolítica y ésta
de las necesidades de control político y militar. De la misma manera que la
administración Bush utilizó casa adentro el terrorismo como argumento de
disuasión y generó una serie de alertas que mantuvieron a la sociedad
norteamericana en vilo, asustada y en permanente tensión, ahora se utiliza el
recurso del miedo como operador de la geopolítica de la lucha contra el
terrorismo.
El miedo paraliza, destruye las solidaridades sociales, genera reacciones de
defensa en las cuales se sospecha del otro y para evitar la mirada panóptica del
poder, se opta por la auto reclusión, la autocensura. El miedo despolitiza,
fragmenta, corroe, desarma, inmoviliza. El poder utiliza el monopolio de la
violencia para administrar y controlar el miedo social. Ejerce una heurística
del miedo cuyas coordenadas siempre están inscritas en la política. Guerra y
política se imbrican y confunden sus fronteras.
Gracias a esta heurística, el poder puede construir y mantener aquello que
Gramsci denominaba hegemonía. Esta heurística del miedo, puede ser comprendida,
a nivel contemporáneo, en tres grandes procesos históricos en América Latina. El
primero hace referencia a los procesos de industrialización luego de la última
posguerra, cuando concomitante a la industrialización y el desarrollo endógeno,
se fortaleció la clase obrera y los partidos comunistas de la región se
convirtieron en importantes referentes políticos, sobre todo en aquellos países
de desarrollo más avanzado y que, en general, se situaban en el cono sur del
continente.
En efecto, en Chile, el Partido Comunista pudo ganar las elecciones con Salvador
Allende y emprender una vía pacífica de transición al socialismo. Estados Unidos
intervino directamente en el derrocamiento de Allende a través de la CIA, y
apoyó la política represiva y criminal del régimen de Pinochet. En Argentina,
EEUU apoyó el golpe de los militares en contra de María Estela de Perón. De la
misma manera, EEUU estuvo detrás de los golpes militares de Uruguay y Brasil. El
cono sur de América Latina se convirtió en un territorio de experimentación en
el cual se utilizó el terrorismo de Estado, bajo la figura de la "guerra sucia",
para exterminar cualquier tipo de organización social, popular y sindical afín a
las ideas socialistas y comunistas.
La "guerra sucia" fue un experimento social y político que utilizó el miedo como
recurso y tecnología del poder. Las sociedades que vivieron el último círculo
del infierno de la mano de las dictaduras militares, surgieron traumatizadas de
esta experiencia. Los treinta mil desaparecidos argentinos, amén de las víctimas
de la represión en Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, fueron el saldo tenebroso
de la "guerra sucia". La izquierda política, casi desaparece del mapa político y
dejó de convertirse en un enemigo real del sistema. Gracias a esta heurística
del miedo, se desarticuló cualquier posibilidad de transición al socialismo por
la vía pacífica. La "guerra sucia" salvó al sistema político liberal de
cualquier contaminación de comunismo, en tiempos de guerra fría y de
confrontación Este-Oeste.
Un segundo momento de esta heurística del miedo, y de la utilización estratégica
del terror, puede visualizarse en Centroamérica durante la década de los setenta
y los ochenta. El centro de gravedad estuvo en Nicaragua y la revolución
sandinista. EEUU intervino directamente en la región financiando a la guerrilla
contrarrevolucionaria de Nicaragua e interviniendo con apoyo logístico y bases
militares, sobre todo desde Honduras.
La frontera militar abarcó también a Guatemala y a El Salvador. El Frente
Sandinista de Liberación Nacional, de Nicaragua, el Frente Farabundo Martí para
la Liberación Nacional, de El Salvador, y la Unión Revolucionaria Guatemalteca,
URGN, se convirtieron en enemigos militares a los cuales había que derrotar
bélicamente. No estaba en cuestión, solamente, el poder de los sandinistas en
Nicaragua o la amenaza de que lleguen al poder el FMLN en El Salvador, o la URGN
en Guatemala, en realidad, estaba en juego los contenidos de la política en todo
el continente.
De la misma manera que la derrota a los partidos comunistas del cono sur de la
región, implicó un efecto dominó en el continente y posibilitó que el sistema
político liberal procese los conflictos sociales sin opciones ni alternativas
radicales en contra del sistema capitalista, la derrota a los sandinistas estaba
pensada también a nivel continental. Aquello que estaba en juego eran los
contenidos de la democracia. Si la revolución sandinista se consolidaba, el
retorno a la democracia en América Latina habría adquirido otras
características, porque los formatos liberales de la democracia habrían tenido
que disputar los sentidos de la política con la experiencia sandinista. Había,
por tanto, que destruir los contenidos políticos de la nueva democracia que se
estaba construyendo en Nicaragua por fuera de los moldes del liberalismo, sobre
todo en un contexto en el cual el sistema mundo capitalista entraba en plena
especulación y crisis financiera de la deuda externa, y América latina se
sumergía en la larga noche neoliberal.
EEUU aplicó el concepto de "guerras de baja intensidad" para legitimar la
intervención y para darle contenidos políticos a esa intervención. La "guerra de
baja intensidad" fracturó a las sociedades centroamericanas. El genocidio de
Guatemala, la violencia de la guerra civil salvadoreña, la guerra en Nicaragua
que condujo a la derrota electoral de los sandinistas, abrieron el camino para
el retorno a la democracia en el continente. La democracia que sustituía a las
dictaduras militares y a los proyectos alternativos, solamente podía inscribirse
en los contenidos del neoliberalismo. El miedo como heurística del terror que
sintieron las sociedades centroamericanas fracturó sus sueños de alcanzar
incluso su liberación nacional. Las "guerras de baja intensidad" derrotaron a
los proyectos alternativos como opciones reales de poder y abrieron el espacio
político para el "Estado social de derecho" neoliberal, que será el formato
único del retorno a la democracia en el continente.
Un tercer momento puede apreciarse ahora, sobre todo desde mediados de la década
de los noventa, y tiene a la región andina como el principal foco militar y
político. El centro de gravedad está en Colombia, e incluye a Venezuela,
Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil. En todos estos países, el Banco Mundial y el
Banco Interamericano de Desarrollo, BID, han intervenido sobre las estructuras
sociales y sobre la institucionalidad estatal para desarmar las resistencias a
la transformación neoliberal.
Mientras que la "guerra sucia" fue el contenido político para la intervención en
contra de la clase obrera en el cono sur durante las décadas de los sesenta y
setenta y la "guerra de baja intensidad" fue el formato de intervención militar
en contra de los sandinistas en los setenta y ochenta; ahora es la lucha en
contra del terrorismo y la seguridad democrática, el nuevo formato de
intervención militar en la región.
La seguridad democrática y la lucha en contra del terrorismo son dispositivos de
un discurso hecho para legitimar la apropiación de los territorios en una de las
regiones más biodiversas del mundo: la cuenca del amazonas y el chocó andino, y
en donde se encuentra la reserva de agua dulce más importante del planeta: el
acuífero guaraní. El enemigo bélico a derrotar en esta nueva geopolítica de
intervención, son los pueblos indígenas y los movimientos sociales de la región.
Las políticas de ajuste neoliberal al tiempo que desarticularon al Estado,
posibilitaron la emergencia de movimientos sociales fuertes y con gran capacidad
de movilización nacional e incluso continental. La organización indígena CONAIE
en Ecuador, el MST en Brasil, y la convergencia de una serie de organizaciones
sociales bolivianas en el MAS, amén de otras expresiones organizativas del
continente, como la CONACAMI del Perú, y las organizaciones mapuches de Chile,
abrieron el espacio político de la región hacia la disputa de sentidos de la
democracia, del Estado, del socialismo, y las resistencias, con discursos
alternativos y propuestas novedosas, como aquellas del "mandar obedeciendo",
"nada para nosotros, todo para todos", o el "Estado plurinacional".
Estos movimientos sociales generaron prácticas políticas novedosas en la región
como los Foros Sociales Mundiales y disputaron los contenidos de la ideología
del liberalismo como fin de la historia, y recuperaron el sentido de la utopía
social con su propuesta de que "otro mundo es posible". La emergencia y
consolidación de los movimientos sociales del continente se produce en un
momento de radicalización del momento neoliberal en la región, cuando a la
reforma estructural neoliberal que el Banco Mundial había trabajado en filigrana
en casi todos los países del continente, se suma la propuesta de privatización
territorial con la Iniciativa de Integración de la Infraestructura Regional de
Sud América, IIRSA. De hecho, los ejes multimodales de esta propuesta son la
expresión más avanzada del neoliberalismo.
Los movimientos sociales, y a su interior los movimientos indígenas, son la
amenaza más directa para la ejecución y puesta en marcha del IIRSA. La
desarticulación y destrucción de sus capacidades de movilización, solamente
puede hacerse a condición de que sus prácticas políticas sean puestas en el
rasero del terrorismo y sean neutralizadas militarmente como parte de la lucha
global en contra del terrorismo. En adelante, no será difícil "descubrir" los
lazos que tenían organizaciones sociales del continente con la guerrilla
colombiana o con cualquier otra organización o persona que haya sido
estigmatizada como terrorista. De ahí a su calificación de movimientos
terroristas y la ulterior persecución militar, hay un paso.
En el conflicto Colombia-Ecuador, no está en juego solamente la soberanía de un
país, sino una estrategia de geopolítica que busca la privatización de los
territorios y su vinculación a la especulación financiera mundial. La
privatización de los territorios adquiere las modalidades de: agroindustria (biocombustibles),
commodities, agua, biopiratería, ejes multimodales, etc. El miedo como
heurística del poder está construyendo los nuevos enemigos, y está fundamentando
los argumentos que permitirán su destrucción física. Los verdaderos enemigos en
este momento neoliberal de privatización territorial, son los poseedores
ancestrales de estos territorios, vale decir, los pueblos indígenas, que tendrán
que ser desalojados, perseguidos y criminalizados por defender sus tierras, vale
decir, por "terroristas".
* Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.