Latinoamérica
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Exito de la guerra
Eduardo Ibarra Aguirre
Mientras dormían fueron asesinados por bombarderos colombianos en territorio
ecuatoriano, Luis Edgar Devia, mundialmente conocido como Raúl Reyes, integrante
del Secretariado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejercito del
Pueblo, su compañera Gloria y Julián Conrado, del Estado Mayor de las FARC, y 15
insurgentes más.
De la autoría intelectual y la responsabilidad en la orden militar, Alvaro Uribe
Vélez no sólo no deja el menor margen de duda, sino que con frívolo
comportamiento, propio de un presidente de república bananera, la festejó
acompañado de Carlos Miguel Gutiérrez, secretario de Comercio de Estados Unidos,
como "una derrota de la farándula terrorista", asumió "toda la responsabilidad
de los hechos", y anunció que a los delatores "se les pagará su recompensa".
Los señores de los negocios en Colombia, entre ellos los de la guerra,
encabezados por Uribe Vélez y su aliado principal George Walker Bush, hacen
lecturas apresuradas y simplistas, drogados como están por el trofeo de guerra
conquistado con el cadáver de quien era vocero de la guerrilla para la búsqueda
de un acuerdo humanitario, portavoz y principal negociador con el gobierno de
Andrés Pastrana Arango en los diálogos de paz de hace una década.
Dicho en palabras del periodista Carlos Lozano: "Realmente Raúl Reyes no tenía
mucha incidencia militar en las FARC, su función era desarrollar actividades
políticas y diplomáticas. Por lo tanto su muerte corresponde más a un golpe
político. Pero yo no creo que eso signifique que las FARC están acabadas o
diezmadas, aunque por supuesto que el gobierno va a utilizar esto como un trofeo
de guerra y a cantar victoria reclamando que ahora sí es verdad ‘el fin del
fin’. Esto hay que mirarlo con mucha más serenidad dentro de la complejidad del
conflicto colombiano y una guerrilla como las FARC".
En efecto, el fin de 44 años de guerrillas -convertidas en un verdadero ejército
que controla 40 por ciento del territorio- es lo que festinan todos los que
desde el poder institucional y fáctico apuestan obtusamente por la vía militar
para afrontar un litigio con hondas raíces políticas y sociales.
Se equivocan las elites que actúan en la inmediatez y mueven sus piezas
militares, mediáticas y gubernamentales para la segunda reelección de Alvaro
Uribe, para obstruir las promociones humanitarias de múltiples gobiernos y
torpedear el papel de Hugo Rafael Chávez Frías en la liberación de seis
políticos secuestrados por la guerrilla más antigua, numerosa e influyente de la
aldea global.
El 1 de marzo sufrió un severo revés no tanto las FARC como el proceso
negociador para el intercambio de 500 prisioneros políticos por 40 políticos
profesionales e integrantes del aparato represivo gubernamental.
Retrocedieron, además, seriamente las posibilidades gubernamentales de empeñar
mayores y mejores esfuerzos en la vía de las soluciones políticas al conflicto
militar de larga data y de mayor aliento. La vía militar recibe, ahora, fuertes
estímulos con la verborrea y el triunfalismo del grupo gobernante.
Coloca, también, a la región en un momento particularmente delicado, si nos
atenemos a la enérgica advertencia del presidente Chávez sobre cualquier intento
del Ejército colombiano de irrespetar la soberanía del territorio venezolano y
las airadas reacciones de Rafael Correa Delgado por la intervención de
bombarderos colombianos en tierra ecuatoriana.
Alvaro Uribe presta, así, invaluables servicios a la Casa Blanca en la
generación de escenarios de inestabilidad y conflicto en una América del Sur
sellada por el cambio socioeconómico y la integración regional en pie de
igualdad.