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Latinoamérica

La nostalgia oceánica de Bolivia: El mar Aymará que perdimos

Wilson García Mérida
Datos & Análisis

"La justicia de Dios ha caído sobre ellos (los bolivianos). No puede imaginar la sensación de justicia que experimento en este momento, por cuanto, ciertamente, les odiaba con un odio casi fanático. Nuestra compañía ahora vale algo", decía mister George_Hicks, gerente de la Compañía Salitrera de Antofagasta (subsidiaria del consorcio inglés Melbourne y Clarke), en una carta dirigida a Londres informando sobre la invasión del ejército chileno a las costas marítimas de Bolivia.
La invasión se produjo el 14 de febrero de 1879 con la finalidad de impedir que el Estado boliviano imponga un tributo del 10% sobre la extracción de salitre y guano a las compañías anglo-chilenas que operaban en la zona. La
Guerra del Pacífico estalló entonces y el 23 de marzo de aquel año (fecha en que cae el último bastión de resistencia en Calama) Bolivia y Perú salieron derrotados del conflicto con una mayor pérdida para los bolivianos que se quedaron sin Litoral.
La toma del Litoral boliviano por el despiadado ejército chileno supuso una ola de terror, persecuciones y ejecuciones sumarias en contra de los habitantes de los ricos territorios ocupados. Según testimonios que recogimos de descendientes de aquellos últimos bolivianos y peruanos residentes en poblaciones como Antofagasta, Mejillones, Calama, Iquique y Arica, junto con las poblaciones urbanas fueron masacradas importantes núcleos de población indígena aymara que transitaba en la zona intercambiando productos agrícolas provenientes del altiplano y productos marítimos generados en estas costas. No olvidemos que la mano de obra utilizada para la extracción del salitre y el guano era mayoritariamente indígena. El milenario flujo aymara de los Andes al Litoral se había interrumpido violentamente.
Y es que la
presencia aymara en las costas del Pacífico, que aún es visible en el norte de Chile, tiene una memoria larga y existen vestigios que permanecen desde el imperio incaico. De hecho, no se debe perder de vista que en aquel territorio habitó y habita una importante y variada masa originaria que todavía hoy lucha por sobrevivir ante los embates de la colonia exterminadora, de la república excluyente y de la modernidad etnicida.

LOS MARINEROS AYMARAS

De Huarochiri emergió una hermosa leyenda según la cual el inca quechua Tupac Yupanki que gobernó entre 1471 y 1493 aproximadamente, se vio obligado a rendir devoción a uno de los dioses más influyentes del mundo aymara, Pariacaca, exigiendo a cambio que, con su mediación, otras deidades colaboren con el Inca en su guerra contra los ayllus rebeldes. Si el Inca los buscaba para dialogar, es que
esos dioses existían, al menos políticamente. Pariacaca mandó al Cuzco a su hijo Macahuisa para negociar una agenda simple: Si el Inca quiere que los aymaras respetemos sus afanes civilizatorios, pues que desista de su compulsión monoteísta y medie para que el dios Inti comparta su gozo con las demás deidades. Así el Inca quechua retrocedió en el plan monoteísta-dinástico del Imperio y oficializó el culto politeísta-comunitario que reclamaban los devotos aymaras desde el sur del Titicaca.
Cuando Tupac Yupanki y Macahuisa finalmente concertaron la paz, el Inca, que no logró cooptar con prebendas al hijo de Pariacaca, quiso celebrar el consenso convidando manjares al dios aymara, mandando matar una llama; pero Macahuisa le dijo: "Yo no suelo comer estas cosas" y pidió que le trajeran corales. Mientras hablaba, de su boca salía un aliento muy denso cual si fuese humo verde. Se dice que cuando le trajeron corales, los comió con rapidez, ronzando, haciendo sonar "k’ap, k’ap".
Los corales son frutos de mar con los cuales los señoríos collas elaboraban deliciosos platillos en base a quinua. Las estrellas de mar eran para los sacerdotes aymaras estrellas caídas del cielo; y aún son usadas por los
yatiris bolivianos para enriquecer esos mágicos inciensos llamados "k´oa". Los lagos Poopó y Titicaca eran una extensión natural del Océano Pacífico, que los marineros aymaras surcaban navegando en sus naves de totora hasta atravesar no sabemos qué confines del Abya Yala o acaso siguiendo rutas marcadas por cantos de sirenas, como Odiseo.
Cuando Bolivia perdió su costa oceánica tras la guerra con Chile, nuestro país perdió también un invalorable patrimonio intangible al ser despojado de una
población indígena estrechamente ligada a la cultura marítima. El mar que perdimos en 1879 fue un mar aymara.
La invasión anglochilena a Antofagasta y nuestra derrota en la Guerra del Pacífico implicaron también un
genocidio étnico del cual poco se dice en la historia oficial de aquel despojo.

Fuente: lafogata.org