Latinoamérica
|
Pandillas y Maras: protagonistas y chivos expiatorios
Dennis Rodgers *
Revista Envio Nº 309
Pandillas en Nicaragua y maras en El Salvador, Honduras y Guatemala. ¿De qué o
de quiénes son herederos estos jóvenes, violentos y organizados? De lo que no
hay duda es que son actores sociales protagónicos en la Centroamérica que dejó
atrás los conflictos militares. De lo que no debe quedar duda es que son chivos
expiatorios de quienes concentran el poder en sociedades muy injustas, con
profundas desigualdades, sin oportunidades para ellos.
Aunque el último conflicto militar en Centroamérica fue formalmente resuelto en
1996 en Guatemala, la región sigue estando muy afectada por altos niveles de
violencia: las tasas de homicidio se encuentran hoy entre las más altas del
mundo y los actuales niveles de violencia superan, en muchos casos, los que hubo
durante las décadas de conflictos militares, aun cuando se puede argumentar que
existe una diferencia significativa, ya que la violencia de hoy es
fundamentalmente delictiva y criminal y la de ayer fue principalmente política
En Guatemala, la tasa anual de homicidios excede las muertes relacionadas con la
guerra. El costo económico de la delincuencia en El Salvador en 2003 fue
estimado por el PNUD en unos 1 mil 700 millones de dólares, un equivalente a
11.5% del PIB del país, una cifra mucho mayor que la pérdida del 3.3% del PIB
que se estima perdió El Salvador anualmente durante los años de guerra. Un
informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito,
publicado en 2007, ha identificado la violencia criminal como el principal
obstáculo al desarrollo sostenible en Centroamérica.
¿Son el problema mayor?
érica se asocia con la juventud, y más específicamente, con la población
masculina. No es una novedad: estadísticamente, la mayoría de los actos
criminales que se cometen alrededor del mundo tiene como protagonistas a varones
entre los 15 y los 24 años. Más de la mitad de la población de Centroamérica
tiene menos de 24 años. Lógicamente, cuando una mayoría poblacional pertenece a
este grupo demográfico, mayor será la vulnerabilidad a la violencia de esa
sociedad. Son específicamente varones agrupados en pandillas los que han
emergido como protagonistas de la violencia en la Centroamérica de hoy.
Aunque las pandillas han estado presentes en las sociedades centroamericanas
desde hace mucho tiempo, han venido desarrollándose de formas sin precedente
durante las últimas dos décadas. Esto las ha colocado en la mira de los análisis
y hoy son acusadas de toda una gama de delitos, desde hurtos y asaltos hasta
violaciones sexuales y narcotráfico. Incluso, se ha intentado ligarlas a
actividades de oposición armada y al terrorismo global. Un informe del Instituto
de Estudios de Guerra del Ejército estadounidense publicado en 2005 sostiene que
las pandillas centroamericanas constituyen una "nueva insurrección urbana" que
tiene como objetivo "derrocar a los gobiernos de la región". Anne Aguilera,
encargada de asuntos antinarcóticos para Centroamérica del Departamento de
Estado de Estados Unidos afirmó en una entrevista publicada en "La Prensa
Gráfica" de El Salvador el 8 de abril de 2005 que las pandillas son "el problema
de seguridad más grande que hay en estos momentos para la región
centroamericana".
Una definición
Las pandillas juveniles son un fenómeno social muy común que puede encontrarse
con frecuencia en casi todas las sociedades del mundo, aunque mayoritariamente
son grupos efímeros de jóvenes que se juntan en las esquinas de las calles de
sus barrios para expresarse con comportamientos etiquetables como "antisociales"
que hacen parte de su proceso de crecer y desarrollarse.
Las pandillas centroamericanas actuales son claramente otra cosa. Son
organizaciones colectivas mucho más definidas, que exhiben una continuidad
institucional que es independiente de su membresía. Tienen convenciones y reglas
fijas, que pueden incluir rituales de iniciación, una jerarquía, y códigos que
pueden hacer de la pandilla una fuente primaria de identidad para sus miembros.
Estos códigos también pueden exigir patrones de comportamiento particulares:
ropas características, tatuajes, pintas o graffitis en la zona que dominan,
señales con las manos y un argot. Y por supuesto, una participación regular en
actividades ilícitas y violentas. Estas pandillas están muy frecuentemente
-aunque no siempre- asociadas a un territorio preciso y sus relaciones con la
comunidad de ese territorio pueden ser tanto amenazantes como protectoras,
pudiendo además cambiar de un papel al otro muy fácilmente.
Protagonistas indiscutibles
Las pandillas centroamericanas son un fenómeno social que se entiende muy mal.
Existen muchos mitos y estereotipos sensacionalistas sobre ellas. Hay poca
información confiable y las estadísticas oficiales son particularmente
problemáticas, debido a un registro deficiente, a un proceso de recolección de
datos defectuoso y a mucha interferencia política. Aunque las cifras oficiales
sugieren que existen unos 70 mil jóvenes integrados en pandillas en
Centroamérica -lo que indicaría que hay más pandilleros que militares en la
región-, estimaciones de ONG y académicos sugieren que podrían ser muchos más:
hasta 200 mil.
De igual modo, las estimaciones de la violencia delictiva y criminal atribuible
a las pandillas oscilan entre un 10 y un 60% del total de la violencia que
padece la región. Sin disponer de muchos datos cuantitativos dignos de
confianza, lo que sí existe es una cantidad creciente de estudios cualitativos
que sugieren unánimemente que las pandillas se han constituido en actores
importantes del panorama regional contemporáneo, protagonistas indiscutibles de
la violencia centroamericana.
Estos estudios destacan la diversidad entre estos grupos en los diferentes
países de la región. El Salvador, Guatemala y Honduras tienen pandillas más
violentas que las de Costa Rica y Nicaragua. En base a estos estudios
cualitativos, y calculando sobre una escala de 1 a 100 y alineando el país más
violento, El Salvador, con 100, Honduras estaría probablemente en un 90,
Guatemala alrededor de 70, Nicaragua alrededor de 50, y Costa Rica alrededor de
10, aunque también existen grandes diferencias en la violencia de estos grupos
al interior de cada país.
Un fenómeno urbano
En todos los países centroamericanos la gran mayoría de los actos de violencia
protagonizados por pandillas ocurre en áreas urbanas. Es lógico: se necesita una
masa crítica de población juvenil masculina para que pueda surgir un grupo de
éstos y eso sólo sucede en las ciudades.
Algunos estudios afirman que hasta el 15% de los jóvenes de una comunidad pueden
juntarse a una pandilla local, aunque la mayoría afirma que el número más
cercano es del 3-5%. Las pandillas pueden estar integradas por entre 15 y 100
miembros, aunque el promedio es de 20-25 miembros. La mayoría surge en barrios
pobres, aunque no necesariamente siempre en los más pobres. Una investigación
realizada en la Ciudad de Guatemala encontró que los barrios que estaban dentro
del cuartil más bajo de ingresos sufrían menos violencia juvenil que los que
estaban dentro del segundo cuartil.
Con edades muy variables
Una inmensa mayoría de los miembros de las pandillas son varones, aunque también
existen miembras. Y hay evidencia que en el pasado existieron pandillas
"amazonas" en Nicaragua y Guatemala. La edad de los pandilleros o mareros es muy
variable. Un estudio de 2001 basado en casi mil entrevistas con pandilleros de
El Salvador, realizado por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP)
de la UCA, encontró que, en promedio, tenían 20 años y se integraron a la
pandilla a los 15. En Nicaragua, las edades oscilan entre los 7 y los 23 años.
En Guatemala y Honduras, entre los 12 y los 30 años.
El estudio del IUDOP preguntó a los pandilleros por qué se integraron a una
pandilla. El 40% dijo que lo había hecho para "agarrar la onda", el 21% por
amistad con un miembro de la pandilla y el 21% para escapar de los problemas
familiares. El estudio encontró una correlación parcial entre pertenecer a una
pandilla y estar desempleado: sólo el 17% de los pandilleros entrevistados
trabajaban y el 66% se autocaracterizaban como "desocupados".
¿Por qué ser pandillero?
ía de los estudios que existen han destacado las dificultades para establecer
los factores que explicarían adecuadamente por qué un joven se une a una
pandilla. Los "determinantes estereotípicos", como la fragmentación familiar, la
violencia en el hogar o una sicología particular no aparecen como factores
sistemáticamente significativos. El único factor que parece afectar
constantemente la no afiliación a una pandilla es el religioso: los jóvenes
evangélicos -al menos en Nicaragua- no se integran a una pandilla. Se puede
especular que esto sucede por la naturaleza totalizante de las iglesias
evangélicas, que al proporcionar a sus miembros un tan completo marco
organizador de la vida (identidad, tareas, mensajes, moral, criterios..) son
grupos institucionalmente equivalentes a las pandillas.
Las pandillas también están vinculadas a otros factores más estructurales,
incluyendo el profundo machismo existente en Centroamérica -muchos de los
códigos de las pandillas son claras expresiones de una cierta forma de entender
la masculinidad-, a los altos niveles de exclusión social y de desigualdad, a la
larga historia de conflictos y guerras, a la disponibilidad de las armas -se
estima que hay más de 2 millones de armas no registradas en la región- y a la
debilidad y ausencia del Estado en tantos espacios vitales, lo que crea "vacíos
políticos locales" que llenan las pandillas.
Considerando que todos estos factores afectan a toda la juventud
centroamericana, pero que no todos los jóvenes se hacen pandilleros, estos
factores deben ser considerados como variables contextuales más que
determinantes. Una variable estructural que es una de las más significativas es
la migración masiva. Esto se ha traducido en la conformación diferenciada de
pandillas y de maras. Porque se trata de dos tipos de grupos.
Pandillas y Maras: dos realidades distintas
Aunque persiste la tendencia de hablar genéricamente de estos grupos como
"pandillas", la distinción entre pandillas y maras resulta clave. Las maras son
un fenómeno con raíces transnacionales, mientras que las pandillas son
instituciones nacionales, localizadas, grupos de cosecha propia, herederas de la
tradición de los grupos juveniles que siempre hubo en Centroamérica. Aunque hace
20 años las pandillas estaban presentes en toda la región, hoy perviven en
Nicaragua, y en un grado mucho menor en Costa Rica, mientras que este fenómeno
de agrupamiento juvenil ha sido suplantado casi completamente por las maras en
El Salvador, Guatemala, y Honduras.
Pandillas: su herencia
Las pandillas emergieron de manera significativa en los años 90, como
consecuencia de la paz que puso fin a los conflictos armados, cuando jóvenes
militares de ambos bandos en conflicto, soldados y guerrilleros, volvieron a sus
comunidades de origen, y ante la incertidumbre económica y política del momento,
y partiendo de la tradición aprendida de la acción colectiva juvenil, algunos
formaron pandillas como grupos locales de autodefensa para establecer una medida
de orden y de previsibilidad para sí mismos y para sus comunidades.
Lo hicieron con patrones particulares y semi-ritualizados de conflicto con otras
pandillas, conflictos regulados por códigos bien definidos, que incluían
proteger a los habitantes de sus comunidades locales. Hasta cierto punto, las
pandillas de los años 90 tienen paralelos con las pandillas centroamericanas de
los años 60 y 70, surgidas muchas veces como organizaciones informales de
defensa en los asentamientos marginales y espontáneos creados por los masivos
procesos de urbanización de la época.
Las pandillas de los años 90 fueron mucho más numerosas y también más violentas,
por la herencia de los años de insurrección y de guerra, conflictos que
proporcionaron a toda una generación de jóvenes habilidades bélicas sin
precedentes. Las pandillas de los 90 estaban también mucho más
institucionalizadas que las del pasado, dándose nombres -los Dragones, los
Rampleros o los Comemuertos de Nicaragua- y desarrollando jerarquías y reglas
que tenían continuación en el tiempo, a pesar de que sus miembros se renovaban.
Se puede decir que estas pandillas eran una respuesta institucional orgánica,
localizada y autóctona a las circunstancias de inseguridad y de incertidumbre
del contexto post-conflicto centroamericano. Aunque es importante entender que
existían ya variables significativas entre las distintas sociedades
centroamericanas y al interior de cada una de ellas.
Maras: su origen
Las maras son otra cosa. Son organizaciones más uniformes, que tienen un origen
muy bien definido que se pueda ligar directamente a patrones migratorios
particulares. Existen dos maras, la Mara Dieciocho (18) y la Salvatrucha (MS),
que funcionan actualmente en Centroamérica sólo en El Salvador, Guatemala, y
Honduras, aunque han comenzado ya a extenderse a México.
Los orígenes de las maras se encuentran en la Calle 18 de Los Ángeles, en una
banda fundada por inmigrantes mexicanos en los años 60, que muy pronto empezó a
aceptar como miembros a cualquier latino. La mara de la calle 18 creció mucho
durante los años 70 y 80 por la afluencia de refugiados salvadoreños y
guatemaltecos, muchos de los cuales se incorporaron a la mara para sentirse
incluidos en un contexto estadounidense que excluía a los latinos.
A mediados de los años 80, jóvenes de una segunda ola de refugiados salvadoreños
fundaron un grupo rival, posiblemente un fragmento de la mara original: la Mara
Salvatrucha, un nombre que combina la palabra: "marabunta", un insecto
"salvadoreño", con "trucha", que significa "agudo" en el argot salvadoreño. Muy
pronto, la Mara 18 y la Salvatrucha empezaron a pelearse en las calles de Los
Ángeles y se vieron involucrados en la violencia desatada cuando el caso Rodney
King en 1992. Después de este episodio, el estado de California elaboró nuevas
leyes contra las maras y empezó tratar a sus miembros juveniles como
delincuentes adultos, enviando a centenares a la cárcel. Después, en 1996, una
ley del Congreso de Estados Unidos ordenó la deportación de todo delincuente no
estadounidense o recién naturalizado estadounidense condenado a más de un año de
cárcel, una vez que hubiera cumplido su condena. Consecuentemente, entre 1998 y
2005, Estados Unidos deportó a casi 46 mil centroamericanos que cumplieron
condenas y además, a 160 mil inmigrantes ilegales.
Las clicas de las Maras
El Salvador, Guatemala y Honduras recibieron a más del 90% de estos deportados,
muchos de ellos miembros de la Mara 18 y la Salvatrucha, jóvenes que habían
llegado a Estados Unidos de niños. Después de ser deportados y de llegar a sus
países de origen -que apenas conocían- no resulta asombroso que trataran de
reproducir las estructuras y los patrones de comportamiento que les habían
proporcionado seguridad e identidad en Estados Unidos.
En sus nuevas comunidades, los deportados comenzaron rápidamente a establecer
"clicas" o capítulos locales de sus maras. Éstas empezaron a atraer a la
juventud local y las nuevas maras suplantaron rápidamente a las pandillas
locales. Al contrario de lo que se proyecta en los medios de comunicación,
aunque cada clica se afilia explícitamente con una de las dos maras, y aunque
las clicas de diferentes barrios afiliadas con la misma mara pueden juntarse
para pelearse con clicas afiliadas con la otra mara, ninguna de las dos maras
son verdaderas estructuras federales y mucho menos transnacionales. Tampoco la
18 o la Salvatrucha se componen de una sola cadena jerárquica. Sus naturalezas
federativas deben interpretarse más como elementos simbólicos de un origen
histórico particular que como expresión de una verdadera unidad, sea de
dirección o de acción.
¿Cooperación entre Maras?
La naturaleza federada de las maras es, más bien, una morfología social
emergente imaginada, debida al flujo constante de deportados de Estados Unidos
que comparten un lenguaje y puntos de referencia comunes. A lo mejor, las maras
pueden entenderse como redes débiles de pandillas locales entre las que no
existe mucha comunicación más allá de las bandas vecinas, y entre las que no hay
ni mucho menos coordinación.
No hay ninguna evidencia de cooperación entre las maras de El Salvador,
Guatemala u Honduras, ni mucho menos entre ellas y las maras originales en Los
Ángeles. Cualquier lazo que exista se funda en la experiencia común de ser
marero en Estados Unidos y de ser deportado en el propio país. Estos factores
explican también por qué Nicaragua no tiene maras. La tasa de deportaciones de
Estados Unidos a Nicaragua es muy baja: menos del 3% de todos los deportados
centroamericanos son nicaragüenses. Además, los nicaragüenses que han emigrado a
Estados Unidos van principalmente a Miami y a otras zonas de Florida, en donde
no existe la misma cultura de pandillas latinas que hay en Los Ángeles, aunque
sí hay pandillas cubanas, que no dejan entrar a los nicaragüenses.
Según datos del censo de Estados Unidos, sólo el 12% de los nicaragüenses que
migran a Estados Unidos van a Los Ángeles, en donde constituyen apenas el 4% de
los centroamericanos. En Miami representan el 47%. Esto también explica por qué
las pandillas nicaragüenses son menos violentas que las maras de los otros tres
países, en cuanto no han exportado patrones de comportamientos, que en el caso
de la cultura marera estadounidense ha dado lugar a una brutalidad aumentada por
no estar imbricadas en un contexto local que les imponga límites.
Delincuencia y narcotráfico
Abundan las informaciones sensacionalistas que ligan las pandillas y las maras
centroamericanas con el tráfico migratorio, el secuestro, el narcotráfico y el
crimen organizado internacional. Sin embargo, en base a los varios estudios
cualitativos que existen, queda claro que la gran mayoría de pandillas y maras
se vinculan principalmente a pequeños hurtos y asaltos, delincuencia que
realizan la mayoría del tiempo de manera individual. Sin embargo, se ha notado
que en El Salvador, Guatemala y Honduras las maras están ahora implicadas
colectivamente en chantajear autobuses y taxis que pasan a través de los
territorios que controlan para que les paguen "impuestos". También extorsionan a
negocios locales para que les entreguen dinero como "impuesto de protección".
Durante la última década, las pandillas y las maras se han ido implicando más y
más en el tráfico de drogas. Nada sorprendente considerando que el consumo de
drogas está íntimamente asociado al hecho de ser miembro de una pandilla o de
una mara y que Centroamérica se ha convertido en puente clave del tráfico de
drogas, pasando por la región más del 80% de la cocaína que circula entre los
países productores andinos y los países consumidores del Norte.
En Centroamérica el tráfico de drogas está descentralizado, con la gran mayoría
de los envíos circulando entre pequeños cárteles locales, donde cada uno se
queda con una parte del alijo para sacarle beneficios vendiéndolo, creándose así
mercados locales que antes no existían. El papel que maras y pandillas han
empezado a desempeñar en este proceso es principalmente el de fuerzas locales
que brindan seguridad a estos pequeños cárteles o el de pequeños vendedores
informales en las calles.
Ciertamente, ni pandillas ni maras están implicadas en el tráfico de drogas a
gran escala ni tampoco en su venta al por mayor, aunque ciertos estudios en El
Salvador, Honduras, y Nicaragua han destacado que los líderes de estos pequeños
cárteles locales son a menudo antiguos miembros de la pandilla o mara local que
ya se han "graduado".
En general, las maras parecen estar más involucradas en el comercio de las
drogas que las pandillas, quizás porque tienen un más claro monopolio de la
violencia a nivel local. Existen también evidencias que sugieren que la
implicación de pandillas y maras en el tráfico de drogas conduce al desarrollo
de patrones de conducta más violentos.
La gran mayoría de estas expresiones de violencia está muy circunscrita y tiende
a ocurrir en las comunidades pobres en donde surgen las maras y las pandillas.
De hecho, la mayoría de las víctimas de esa violencia surge de las mismas maras
y pandillas, como ilustran muy trágicamente las auténticas guerras que se
desatan, por ejemplo entre los miembros de maras rivales encarcelados en las
prisiones guatemaltecas. El 15 de agosto de 2005, miembros de la Mara 18
atacaron a miembros de la Mara Salvatrucha en la prisión del Hoyón, cerca de la
Ciudad de Guatemala, matando a 30 y dejando a más de 60 heridos. Un ataque de
represalia por miembros de la Salvatrucha ocurrió en el Centro de Detención
Juvenil de San José Pinula el 19 de septiembre de 2005, matando a 12 miembros de
la 18 e hiriendo a otros 10. En ambas ocasiones, hubo mareros que se dejaron
arrestar sólo para poder matar después en la cárcel a miembros de la mara rival.
Política de "mano dura"
El factor que ha intensificado más la violencia de las maras en los últimos años
es la puesta en práctica de una verdadera "guerra" contra ellas de parte de los
Estados centroamericanos. La primera etapa de este nuevo conflicto regional fue
la adopción en El Salvador en julio de 2003 de la política de "Mano Dura", que
abogó por el encarcelamiento inmediato de todo miembro de una mara sin necesidad
de más pruebas que el hecho de tener tatuajes o comportarse en público de manera
que permitiera pensar que era marero. Ser marero se castigaba con penas de dos a
cinco años de cárcel, medida aplicable a todo miembro de una mara desde los doce
años de edad.
Entre julio de 2003 y agosto de 2004, 20 mil mareros salvadoreños fueron
arrestados, aunque el 95% fueron puestos en libertad cuando la ley de "Mano
Dura" fue declarada inconstitucional por la Corte Suprema por violar la
Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños. Una nueva
iniciativa, llamada "Mano Super Dura", fue rápidamente impulsada, ya respetando
las provisiones de la Convención de las Naciones Unidas, pero aumentando las
penas de prisión para todo marero de más de 18 años hasta cinco años y hasta
nueve años para los líderes. La población carcelaria de El Salvador se duplicó
entre 2004 y 2007: de 6 mil reos pasó a 12 mil, el 40% de ellos arrestados por
ser mareros.
"Cero tolerancia"
áneamente con El Salvador, en agosto de 2003 una política comparable, llamada
"Cero Tolerancia", inspirada en parte en la política de quien fue alcalde de
Nueva York, Rudy Giuliani. Esta medida promovió una reforma del Código Penal y
la adopción de una legislación que establecía penas de doce años de prisión por
ser miembro de una mara, aumentadas más adelante a 30 años. También se
establecieron en Honduras medidas para estrechar la colaboración entre la
Policía y el Ejército en el combate a las maras, realizando patrullajes urbanos
conjuntos, en algunos casos hasta con tanques.
Guatemala también adoptó su "Plan Escoba" en enero de 2004. Aunque no tan
draconiano como la "Mano Dura" salvadoreña o la "Cero Tolerancia" hondureña, la
legislación permitía tratar a los jóvenes como delincuentes adultos e incluía el
despliegue de miles de tropas de reserva del Ejército en barrios "problemáticos"
de la Ciudad de Guatemala.
A partir de 1999, Nicaragua ha desarrollado iniciativas en contra de sus
pandillas, pero de naturaleza perceptiblemente "más suave", en gran medida
porque son mucho menos violentas que las maras y también por la falta de
capacidad de patrullaje de la Policía Nacional, que tiene una presencia muy
limitada en muchos barrios y asentamietnos urbanos.
Todas estas medidas de endurecimiento de penas y leyes han sido acogidas con
satisfacción por las poblaciones centroamericanas, en zozobra por la actividad
de las maras y las pandillas. Pero han sido denunciadas firmemente por grupos de
defensa de los derechos humanos, porque podrían alentar abusos sistemáticos de
los derechos de cualquier sospechoso. Amnistía Internacional ha presentado
evidencias -corroboradas por el Departamento de Estado de Estados Unidos- que en
Honduras y Guatemala existen escuadrones de la muerte paramilitares que apuntan
deliberadamente al exterminio de los mareros, teniendo a menudo en la mira a
toda la juventud marginal.
Alianzas y coordinaciones
Los gobiernos centroamericanos han solicitado cooperación y establecido alianzas
para defenderse de lo que en la cumbre regional de Jefes de Estado celebrada en
Tegucigalpa en septiembre de 2003 declararon ser "una amenaza de
desestabilización, más inmediata que cualquier guerra o guerrilla convencional".
El 15 de enero de 2004, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua acordaron
levantar todas las barreras legales a la persecución de mareros y pandilleros de
cualquier nacionalidad en toda Centroamérica. El 18 de marzo de 2005, los
presidentes Tony Saca de El Salvador y Oscar Berger de Guatemala acordaron
establecer una fuerza común de seguridad para patrullar su frontera común y
enfrentar la actividad marera.
También los gobiernos centroamericanos intentaron implicar a Estados Unidos en
esta "guerra". Inicialmente, Estados Unidos se resistía a participar en
iniciativas contra las pandillas y las maras. Hasta junio de 2004, cuando el
ministro hondureño de seguridad, Oscar Álvarez, alegó -absurda alegación- que
alguien de quien se sospechaba era miembro de la organización terrorista Al
Qaeda, el saudí Yafar Al-Taya, había llegado a El Salvador para establecer lazos
con líderes mareros. Aunque era una afirmación infundada, el FBI creó en
diciembre de 2004 un grupo de trabajo focalizándose específicamente sobre las
maras. Y en febrero de 2005 anunció la creación de una oficina especial en San
Salvador para coordinar esfuerzos regionales contra las maras y las pandillas.
Después de un nuevo -y también absurdo- anuncio de Oscar Álvarez en abril de
2005 diciendo que había frustrado una acción de colaboración entre las maras y
las FARC colombianas para intentar matar al presidente Ricardo Maduro, los
líderes militares de la región invitaron formalmente al Ejército de Estados
Unidos a ayudarlos a crear una fuerza multinacional para intervenir y contener a
las maras y pandillas centroamericanas, iniciativa que aún no se ha puesto en
marcha, pero que seguramente no tardará en operativizarse.
Más represión, más violencia
Mientras estas iniciativas parecieron inicialmente reducir la delincuencia
marera y pandillera, aumentaban las evidencias que eran sólo éxitos temporales y
que estos grupos simplemente se han hecho menos visibles y más radicales. Varios
estudios han descubierto que mareros y pandilleros han empezado a utilizar
símbolos menos obvios de su pertenencia a una mara han empezado, por ejemplo, a
quitarse los tatuajes- para evitar ser detectados y arrestados por la Policía.
Han empezado también a reorganizarse en líneas más verticales y a achicar sus
grupos. Están estableciendo también coordinaciones con otros grupos y
recurriendo a expresiones de violencia más intensa.
Una de las reacciones violentas a la política de "Mano Dura" se expresó
dramáticamente entre algunas maras hondureñas en julio de 2003. Un mes después
de la promulgación de la nueva legislación, el 30 de agosto de 2003, miembros de
una mara atacaron durante el día un autobús en San Pedro Sula, matando a 14
personas, hiriendo a 18 y dejando una carta para el Presidente Maduro,
ordenándole retirar la ley. Al mes siguiente, en Puerto Cortés, la cabeza de una
mujer joven fue encontrada en una bolsa de plástico con una carta a Maduro
diciéndole que era una respuesta al asesinato extrajudicial de un marero por la
Policía. Durante el año 2004, más de 10 cadáveres descabezados fueron dejados en
varias ciudades de Honduras con mensajes de maras al Presidente, siempre como
respuestas a otras matanzas extrajudiciales de mareros.
El 23 de diciembre de 2004, en Chamalecón, un grupo de mareros atacó de nuevo un
autobús, matando a 28 personas y dejando otra carta: la acción era en venganza
por la muerte de 105 mareros en una prisión estatal en mayo del 2004.
Acontecimientos similares, aunque no tan dramáticos, han ocurrido en otros
países centroamericanos.
Uuna solución: darles oportunidades
Está claro que la política represiva de los gobiernos centroamericanos no está
funcionando. Parece haber agravado el problema, radicalizando a las pandillas y
a las maras y provocando una espiral de violencia con venganzas y represalias.
La represión falla porque puede estar generando una nueva "ética" marera y
pandillera: desafiar al Estado. Y también porque la represión nunca remedia los
problemas subyacentes que generan estos fenómenos sociales.
Las pandillas y maras pueden ser vistas como instituciones que intentan crear un
espacio de inclusión con sentido de pertenencia para sus miembros y, a veces,
para sus comunidades locales. También como intentos desesperados de construir
vehículos institucionales para la acumulación de recursos. Vistas así, no debe
sorprender que la experiencia mundial haya demostrado que las iniciativas más
efectivas para reducirlas son las que proporcionan oportunidades a sus miembros.
Aunque hay algunos ejemplos de iniciativas de este tipo, mayoritariamente la
respuesta ha sido represiva. La cuestión crucial es: ¿por qué tanta represión?
Los chivos expiatorios de sociedades muy injustas
Toda política social refleja el contexto económico y social del cual surge. Por
eso podemos decir que el obstáculo más grande para la implementación de una
política coherente y eficaz con relación a las pandillas y maras de
Centroamérica es la naturaleza profundamente desigual de la distribución del
poder en las sociedades centroamericanas, donde todo el poder político y
económico está concentrado en las manos de una pequeña élite que excluye
activamente a la mayoría.
Los gobiernos centroamericanos reprimen a las pandillas y a las maras para
evitar tomar otras medidas que resuelvan la exclusión social, la falta de
oportunidades, los abismos de desigualdad que son la base de su poder y de sus
privilegios. Esta situación provoca algo más que parálisis política. La verdad
es que las maras y las pandillas se constituyen, para quienes se atrincheran en
su poder, en los mejores chivos expiatorios a los que culpar por la
inestabilidad de la región, ocultando así las verdaderas raíces de los
problemas. La estrategia oficial es riesgosa: queda claro que intentar preservar
los esquemas de sociedades tan injustas con métodos de violencia represiva puede
resultar explosivo a largo plazo.
*Dennis Rodgers es antropólogo de la universidad de Manchester, Gran
Bretaña y colaborador de la revista nicarguense Envío.