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Latinoamérica

El liderazgo de Ollanta Humala

Gustavo Espinoza M. (*)

Bajo el título de "Nuevo rumbo" anunciamos recientemente desde las páginas de "Nuestra Bandera"  la voluntad de llamar a la unidad de todas las fuerzas avanzadas de la sociedad peruana en torno a Ollanta Humala, afirmando su liderazgo como abanderado del movimiento popular en el periodo.

Nuestra propuesta –lo dijimos- era un camino concreto para un propósito definido. Y surgía, claro, en una  circunstancia en la que en diversos sectores de la izquierda peruana brotaban gérmenes de confusión y escepticismo.

Es sin embargo necesario precisar más algunos elementos a considerar en el análisis de la perspectiva, respondiendo a los interrogantes básicos que se abren ante el escenario político de nuestro tiempo.

Lo primero que debemos advertir es que nuestra lucha forma parte de un torrente muy amplio. No se trata solamente del combate del pueblo peruano contra una oligarquía envilecida y en derrota que usa los resortes del poder para afirmar sus privilegios.

Se trata más bien de una pugna global entre los pueblos y el imperialismo, la fuerza principal del escenario contemporáneo, empeñada en perpetuar el modelo de dominación capitalista en el mundo.

Este modelo ha agravado las diferencias sociales y económicas del planeta de manera considerable, al extremo que, como lo recuerda Ricardo Badani en su trabajo sobre el Mundo aterrador que se avecina, en su informe referido al Desarrollo Humano correspondiente a 1992, ña ONU se vio forzada a admitir ya en 1989, que el 20% más rico de la población contaba con el 82.7% del ingreso, el 81.2% del comercio, el 80.6% del ahorro interno, el 80.5% de la inversión y el 94.6% de los préstamos comerciales; en tanto que el 20% más pobre contaba solamente con el 1.4% del ingreso, el 1.0% del comercio, el 1.0% del ahorro interno, el 1.5% de la inversión, y el 0.2% de los préstamos comerciales. Como un signo adicional de inequidad, se aseveraba que los países ricos - menos del 25% de la población mundial- consumían el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de los alimentos. En cambio, el 75% de la población mundial debían contentarse apenas con el 30% de la riqueza energética, el 25% de los metales, el 15% de la madera y el 40% de los alimentos

Este escenario, tiene que cambiar y puede hacerlo pero solo a partir de la lucha internacional y solidaria de los pueblos. En esa lucha, se inscribe el esfuerzo de los peruanos.

En segundo lugar, cabe reconocer que en nuestro continente las fuerzas que promueven el cambio social no son sólo los trabajadores de uno u otro país. Hoy son pueblos enteros, y gobiernos, los que actúan al unísono en una batalla que bien puede compararse a las que libraran nuestros antepasados en la gesta emancipadora de los libertadores.

Como se recuerda, en esa circunstancia, patriotas argentinos lucharon en Chile, en los campos de Maipú y Chacabuco. Y guerreros de ambas nacionalidades -y de otras- combatieron en el Ejército Libertador de Sucre y Bolívar en Junín y Ayacucho.

Hoy no tendría entonces por qué parecernos extraño que en Venezuela, en Ecuador o en Bolivia se libren acciones de envergadura continental en pos de la liberación de América del yugo imperial, y que ellas incidan decisivamente en suelo peruano como parte de una estrategia revolucionaria más amplia. Hugo Chávez, Ricardo Correa o Evo Morales son  hoy los exponentes de una lucha que tiene historia,  pero que, además, tiene perspectiva liberadora de excepcional importancia.

Por eso con sus nombres afirman un derrotero al que se suman las angustias, las necesidades y la voluntad de lucha de nuestro pueblo.

El nacionalismo bien entendido -que no es el nacionalismo estrecho y chovinista de los patrioteros de siempre- debe mirar con ojos internacionalistas la colaboración y ayuda entre pueblos y gobiernos empeñados en un mismo objetivo.

En tercer lugar, debe considerarse aquí el carácter de la transformación social que tenemos planteada en nuestro país en la orden del día. Aunque desde el punto de vista estratégico, luchamos por una Revolución Socialista, y que nuestra voluntad en ese sentido es irrenunciable, somos conscientes que ahora está ante los ojos de los peruanos una batalla más inmediata y urgente: la que nos obliga a destruir el Poder de la Mafia, forjar un orden social realmente democrático y más justo, que interesa vivamente no sólo a los socialistas, sino también a fuerzas avanzadas y progresistas de la sociedad que no quieren vivir más sometidas y expoliadas por el Gran Capital.

Por eso, cuando se habla de unidad, no se alude sólo a los trabajadores ni a las fuerzas más radicalizadas, sino a amplios sectores de nuestro pueblo que aún tienen una débil conciencia política o que incluso, ignoran sus propios derechos y sus posibilidades de participar en la lucha nacional liberadora que se torna tan apremiante.

Una transformación para las mayorías nacionales, exige un Programa amplio y unitario, que responda a las exigencias de nuestra realidad y a las demandas esenciales de nuestro pueblo.

Hay que requerir entonces, en cuarto lugar, que la unidad que se forje sea programática. No sólo porque eso constituye una exigencia de principios que nunca debió ser abandonada, sino también una manera de enmendar la torpe conducta de cierta Izquierda que en los últimos procesos electorales se abocó a buscar acuerdos referidos a cupos parlamentarios, abandonando principios y programas.
Demandas globales de amplios sectores empeñados en esta lucha que nos compromete a todos, deben ser los puntos  de cualquier entendimiento que aspire a representar la voluntad de millones de peruanos.

El liderazgo de Ollanta Humala, labrado en una difícil contingencia y sometido a presiones y ataques provenientes del Gran Capital y  del gobierno que lo representa, tiene virtudes y defectos y no debe ser un condicionante en la coyuntura.

Puede ejercerlo porque, objetivamente, ha logrado la adhesión de centenares de miles, y aún, millones de peruanos; pero debe afirmarlo con un comportamiento que se coloque a la altura de las necesidades de nuestro pueblo.

Y eso pasa por interpretar adecuadamente los intereses de las masas, responder a las inquietudes esenciales de la ciudadanía, pero también escoger correctamente a los elementos de su entorno, que no pueden ser los Torres Caro, ni los Alvaro Gutiérrez  del pasado reciente.

Gentes descalificadas por su oportunismo electorero o por sus antecedentes oscuros en el proceso peruano, pueden opacar el liderazgo de Ollanta Humala, que él mismo debe contribuir a forjar limpia y serenamente.

Ninguna ambición personal, ningún interés subalterno o electoral, ninguna exigencia de capilla o de grupo, debe prevalecerse lo que realmente se quiere, es afirmar la voluntad unitaria y constructiva de nuestro pueblo.

El hecho que debamos afrontar una contienda electoral en el 2011 no debe hacer perder la cabeza a nadie. Se trata de una confrontación de contenido  política, aunque adquiera la forma de un proceso eleccionario. Para el movimiento popular, entonces, debe ser una coyuntura que nos permita, por encima de todo, construir Poder Popular  es decir, organizar, politizar y educar a las masas alentando y promoviendo su lucha independiente y de Clase   (fin)

(*) Del Colectivo de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com

Fuente: lafogata.org