Latinoamérica
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La esquizofrenia latinoamericana
Guillermo Almeyra
Por un lado, en los medios académicos, mientras las reacciones de los
gobiernos, empezando por el de Washington, ante la crisis mundial muestran
incluso a los ciegos el papel de clase del aparato estatal y exponen con luz
cruda el carácter de clase de sus políticas destinadas a salvar a los
capitalistas, hay quienes, impertérritos, siguen castigando los cerebros de sus
desdichados alumnos con las elucubraciones de Toni Negri sobre la desaparición
de las clases y los estados o las de Ernesto Laclau sobre un "populismo" fuera
de las relaciones de clase y de la historia o con las charlas sobre lo nocivo
que es el vicio de la política y lo dañino que puede resultar el tratar de
quitarles el poder a los que lo están utilizando para acabar con todos nosotros
y, además, con el planeta.
Por otro lado, en el terreno de los gobiernos calificados de "progresistas", se
dan pasos muy importantes, como la convocatoria de la reunión de Unasur con Cuba
y los países caribeños, pero sin Estados Unidos ni Canadá (ni Uribe y Alan
García, los perritos falderos de Bush), o la incorporación de Cuba al Grupo de
Río, rompiendo una cuarentena diplomática de 46 años, y la protesta unánime
contra el bloqueo estadunidense a Cuba (que Cristina Fernández romperá
simbólicamente con su visita a La Habana del mes próximo). También hacen
declaraciones fuertes e importantes sobre la necesidad de reformar la ONU o hay
quienes defienden la posición ecuatoriana sobre el no pago de la deuda ilegítima
o formulan duras críticas al capital financiero, que precipitó al mundo en la
crisis. Pero, mientras tanto, no sólo siguen trabajando en orden disperso y cada
país cuida su huertito, sino que también se mantiene una actitud fratricida,
como la de Montevideo, que sigue vetando la candidatura del ex presidente
argentino Néstor Kirchner a la secretaría general de Unasur.
Es más: las medidas económicas anticrisis son conservadoras, erróneas,
ineficaces y muy semejantes a las que tomaron, llevados por el pánico, los
grandes países imperialistas. Por ejemplo, Argentina subsidia a las empresas
automotrices (que perdieron la mitad de su mercado en el Mercosur) para que no
despidan obreros. Pero las políticas de las filiales en el extranjero de General
Motors, Ford, Fiat, Renault y otras está dictada por lo que pasa en el país de
origen de dichas empresas y los cierres y suspensiones, por tanto, no cesarán
ni, por otra parte, un subsidio estatal les podrá compensar la pérdida de la
mitad del mercado ni promover, en tiempos de crisis, la compra de autos nuevos.
Por ejemplo: se da dinero "estatal" (en realidad, de los jubilados) a los bancos
–que son en su mayoría extranjeros– para que den créditos hipotecarios y al
consumo. Al mismo tiempo, se le quitan impuestos a los trabajadores que ganan
más de 2 mil 500 dólares mensuales, pero en cambio no se toca el IVA, ni
siquiera sobre medicinas y alimentos básicos, y a todos los jubilados se les da,
por única vez, 65 dólares para las compras de fin de año. O sea, se da poder de
compra a quienes más tienen y no a quienes lo necesitan realmente, y no se toman
medidas contra las suspensiones y despidos, que empiezan a ser masivos (y que
requieren defender el empleo, es decir, los ingresos, es decir, el mercado
interno).
En cuanto al plan de inversiones masivas en obras públicas, aparte de que 80 por
ciento del mismo ya estaba en marcha, efectivamente podría crear cientos de
miles de empleos (unos 330 mil, según los cálculos más optimistas), pero a costa
de reforzar la actual dependencia del petróleo, del gas y del transporte por
autopistas y en camiones fabricados por las trasnacionales. Tanto en la academia
como en los gobiernos hay una manifiesta incapacidad para ver la realidad de
frente y desprenderse de los vendajes ideológicos del capitalismo que los
ciegan.
Sin embargo, si las automotrices cierran, es posible ocuparlas y mantenerlas en
producción y el Estado puede financiar el cambio de la producción de autos
individuales para fabricar vehículos y maquinarias agrícolas de bajo costo y
potenciar el transporte público, del mismo modo que, en vez de subsidiar a las
petroleras extranjeras, es posible desarrollar la energía eólica de la Patagonia
o la utilización de las mareas patagónicas (hay estudios al respecto desde hace
casi 80 años, que fueron saboteados por las compañías eléctricas privadas). Y si
se trata de hacer un plan anticrisis, ¿por qué no hacer una consulta, con las
poblaciones rurales y urbanas y especialistas universitarios, sobre las
prioridades y la factibilidad y costo de los proyectos que ellos presenten, para
formular un plan nacional de desarrollo, en vez de dejar todo a la merced de la
improvisación de los tecnócratas y de los aventureros y corruptos que plagan el
supuesto sistema de control público de los gastos?
Si para hacer frente a la crisis y, aún más, a lo que pudiera venir en los años
próximos, se sigue dependiendo del libre mercado mundial para determinar qué
producirán los campos argentinos y de la apuesta a que China no producirá soya y
seguirá importándola, el país, por rico o por gran productor de alimentos que
sea, estará en manos de un puñado de grandes exportadores de granos, de un
mercado de productores rurales parecido a una ruleta, no tendrá ni siquiera
firme su seguridad alimentaria y en las ciudades podrían estallar incluso
hambrunas y motines: la multitudinaria marcha obrera en Buenos Aires del 12 de
diciembre no por casualidad se hacía "contra el hambre". Financiar a los bancos
y a las grandes empresas y supermercados (todos ellos, para colmo,
trasnacionales), como muestra el ejemplo estadunidense, equivale a tirar dinero
por el inodoro porque unos y otros seguirán despidiendo si sus trabajadores se
lo permiten y si no hay trabajo garantizado y un futuro previsible, nadie gasta
en cosas superfluas. Lo realista, en cambio, es invertir en un desarrollo
alternativo, no guiado por el lucro capitalista, y dar la voz a quienes "los
progresistas" consideran sólo objetos de las políticas ministeriales.