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Disparar contra el árbitro
José Vicente Rangel
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Monseñor Roberto Lückert, que no es un cualquiera en la jerarquía de la Iglesia
Católica –actualmente vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV)–,
arremetió en estos días contra el gobierno del presidente Chávez, lo cual ya es
normal en él y no debe sorprender a nadie en este país. Pero también lo hizo
contra el Consejo Nacional Electoral. En declaración a los medios criticó
severamente "la falta de transparencia en el proceso electoral", y
responsabilizó de ello a los rectores del máximo organismo comicial. No es raro
que el obispo de Coro se exprese de manera estridente y agresiva. Él suele usar
con prodigalidad, y sin cuidarse de los excesos, la lengua con que lo dotó el
Señor. Hace poco, por ejemplo, incurrió en una macromentira cuando sostuvo que
Sofía Aguilar, la ex policía de Mérida agredida por Nixon Moreno –asilado en la
Nunciatura Apostólica–, se había retractado de la grave acusación que formuló en
contra de éste.
Aguilar, con motivo de semejante falsedad, ratificó su denuncia y se lamentó de
que la Iglesia, sus pastores, no la consideraran hija de Dios.
Pero las afirmaciones de monseñor Lückert no hay que banalizarlas. Ni
atribuirlas a un incontenible afán de figuración. O a la facilidad con que se le
van los tiempos cuando está ante los medios. Hay la tendencia en algunas
personas, incluyendo sacerdotes y hasta obispos, a decir más o menos lo
siguiente: "Ésas son cosas de monseñor Lückert". O sea, que las suyas serían
actitudes que no comprometen a la Iglesia por tratarse de reacciones personales.
De alguien con las características que a él lo distinguen. Pero resulta que lo
que el obispo de Coro dice a menudo, siempre en la línea de opositor al
Gobierno, de defensor de determinados intereses y de asumir políticas contrarias
a lo que formalmente es la posición de la Iglesia, jamás es refutado desde la
institución. Es más, casi siempre otros destacados colegas suyos coinciden,
tácita o directamente, con él.
Pienso que todo cuanto dice monseñor Lückert, sus palabras cargadas de
intemperancia, su reiterada inclinación a calificar o a descalificar a priori,
constituye un buen indicador de lo que traman ciertos sectores de la sociedad
venezolana. Es la voz que anticipa derroteros. Que expresa lo que subyace en el
escenario nacional, y lo que otros no se atreven a decir. Por eso le doy
importancia al señalamiento que él acaba de hacer sobre el "ventajismo del
gobierno de Chávez" en el campo electoral, y, en especial, al ataque que ni los
representantes de los partidos de oposición se han atrevido a hacer contra del
CNE. Textualmente afirmó: "Parece que son personas que no oyen ni ven los abusos
que se están cometiendo". Lo que en plata blanca significa que los rectores son
unos irresponsables entregados al Gobierno, que no garantizan imparcialidad en
la jornada electoral. Con lo cual su función específica está cuestionada, al
igual que los resultados del 23 de noviembre. Sin duda: comenzaron los disparos
contra el árbitro. Lo dicho por el prelado confirma algo que cocinan en la
trastienda sectores recalcitrantes. Con propósitos, por cierto, non santos.
Se emplea el inefable argumento de la descalificación –por anticipado– del
árbitro, en previsión de un resultado adverso. Porque hay quienes piensan que
llegó la hora de darle el palo a la lámpara.