Latinoamérica
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Lunes de recompensas
ABP
Colombia
'Como de desgraciado es este pueblo cuando llueve' murmura el abogado Revelo
(apellido ficticio), cuando un soldado de la Policía Militar desde la garita de
entrada al batallón los manda a aguardar al otro lado de la calle, él acompaña
al padre de uno de los muertos que el Ejército ha mostrado a los medios como
"dados de Baja en combates con la Guerrilla". Hay otras personas que
esperan , pero, no a todas ordenan retirarse; .'los de las recompensas
pasen a la oficina del Dos', dice el soldado.
Esto sucede en Ipiales, la última ciudad de
Colombia hacia el Sur, si uno sigue la carretera Panamericana.
'No hay un pueblo mas frio que éste',
nuevamente murmura el abogado tratando inutilmente de distraer la mente de su
acompañante, los minutos son eternos, él y los demás parientes de los muertos
que yacen tirados en un campo de entrenamiento de este batallón esperan que esos
cuerpos no correspondan a los hijos que dejaron sus hogares para ir a trabajar o
al encuentro con una novia al que no llegaron, han pasado 8 dias y en el camino
tortusos en medio de los insultos de los militares que los lleva a ese encuentro
fatal , todavía hay un rincón para la esperanza.
Los muertos allí tirados son doce muchachos que
fueron detenidos en retenes nocturnos que miembros del Grupo Cabal del
Ejército habian montado en algunas veredas de los municipios de Aldana, Cuaspud,
Cumbal y Guachucal, municipios de los Andes nariñenses y luego llevados a un
paraje solitario donde fueron tiroteados; las ropas de uso militar con las que
fueron vestidos no presentaban orificios las que quitaron para entregar los
cadáveres, había actas de Medicina Legal de autopsias que nunca realizaron y que
el oficial del Dos entrega a los dolientes; este oficial está mas pendiente del
reparto que en la oficina contigua hacen otros oficiales de la recompensa por la
muerte de estos campesinos que del trámite que debe seguir con cada uno de los
familiares que ahora recojen los despojos mortales. 200 o 300 millones de
pesos que se van a los bolsillos de los oficiales de este batallón y, claro,
algo sacan los que hacen el oficio de informantes. Luego vienen los funerales a
los que casi nadie asiste, todos tienen miedo. En las noches solo se escucha el
croar de los sapos. hasta la tristeza hay que esconderla.
Han pasado algunas semanas desde el asesinato de
estos muchachos y uno de los padres de los ajusticiados por el Ejército se
encuentra en la calle con un compañero en tiempos escolares de su hijo y al
saludo de 'buenos dias teniente' el oficial le replica Coronel, ahora soy
coronel y a la pregunta de ¿cómo está? El oficial le responde: 'feliz matando
guerrilleros'. 'serán muchachos como el mio', piensa el campesino; no hay
lugar para los reclamos y los dos siguen su camino.
El oficial ha llegado desde Ocaña de algún
batallón donde los oficiales debieron repartirse la recompensa por los muchachos
de Soacha y que me ha hecho escribir sobre este delito hasta ahora impune y que
se repite. y dolorosamente se repite, y se sigue repetiendo; esto sucede en la
provincia en donde los Derechos Humanos son letra muerta.
"Este oficial que pagó su ingreso a lo que llaman
Escuela Militar secuestrando niñas indígenas las que su padre vendía a
prostíbulos o como esclavas para el servicio doméstico en ciudades del interior,
¿qué sentimientos puede tener a la hora de matar muchachos? Ahora que las
proezas militares se miden por el valor que les corresponde al repartirse una
recompensa" dice el padre en voz baja con el dolor de no haber reclamado por la
muerte de su hijo Sigo escuchando
testimonios y los lunes de recompensa se dan en cada batallón de Colombia, en
cada uno de los batallones y cuarteles que llenan de dolor y de rabia. Hay mucha
rabia comprimida en humildes hogares de los campos o de las barriadas de los
pobres.