Latinoamérica
|
Trabajo esclavo en Brasil
"Si contara la mitad de las cosas que viví en esas haciendas, no me creerías"
Joana Moncau
Ojarasca
Antonio vive en la periferia de Açailândia, estado de Maranhão, región noreste
de Brasil. Mientras conversa, dos de sus nietas corren de un lado a otro, pasan
entre sus piernas y en un instante ya están en la calle levantando polvo. Ellas
son una pequeña parte de su gran familia. Todos los parientes viven en los
alrededores, menos los que salieron en busca de trabajo, en su gran mayoría
hombres. ¿Cuándo regresarán? Nadie sabe: meses, años, tal vez una vida. En estos
casos, sin dar noticias, hacen que aumente el número de viudas de maridos vivos.
En tiempos de sequía, el flujo de hombres que sale a cazar empleo y se topa con
la esclavitud aumenta, como si eso fuera tan inevitable como el proceso de la
naturaleza que disminuye las lluvias todos los años.
Antonio también salió muchas veces de su municipio y de su estado en busca de
trabajo. De regreso con los suyos y ya de cabellos blancos, espera frente a la
sala de uno de los núcleos del Centro de Defensa de la Vida y de los Derechos
Humanos (CDVDH) de Açailândia para atestiguar su propia historia. Por primera
vez verá el documental Correntes ("Cadenas"), que registró, entre los
testimonios de otros Antonios, el suyo: un trabajador más que huyó de la
condición de trabajo esclavo al que había sido sometido.
En el video Antonio aparece como un luchador que para rescatar su dignidad y sus
derechos, aún bajo amenaza de muerte, huye de una hacienda. "¡Puedo morir, pero
me voy! No pienso quedarme aquí trabajando toda la vida esclavizado para no
mandar nada a mi familia", dice en el documental. Sin embargo, en vivo, al verse
narrando su propia historia, no tiene ese mismo aire de dignidad recuperada.
Tanto le molesta que antes de que la proyección termine se levanta rumbo a la
puerta de salida. "Para mí ya basta. No lloro porque soy muy hombre, pero
recordar eso me causa un dolor que no tiene cura. Si te contara la mitad de las
cosas que viví en esas haciendas, no me creerías". En el Brasil de hoy los casos
de tortura, castigo físico y humillación como los que Antonio sufrió incontables
ocasiones no son tan escasos como deberían.
El de Antonio no es un caso aislado. La Comisión Pastoral de la Tierra (CPT)
calcula que anualmente 23 mil trabajadores rurales caen en las redes de
esclavitud de las áreas de la frontera agrícola de la Amazonia y de El Cerrado
brasileños.
La vieja modernidad. La esclavitud contemporánea difiere de la esclavitud
colonial, abolida en Brasil en 1888. En vez de cadenas, los trabajadores ahora
son atrapados por mecanismos más sutiles, como una deuda ilegal, y otros no tan
sutiles, como las recurrentes amenazas físicas y psicológicas durante su
cautiverio.
"¡Atención! ¡Necesitamos 40 trabajadores para una hacienda ganadera en Pará! ¡Es
empleo garantizado! ¡Quien esté interesado por favor entre en contacto con Zé,
aquí en la estación!" Este anuncio fue transmitido por una radio en la periferia
de Maranhão. No les será difícil contratar rápidamente a esos 40 trabajadores
que, engañados por la propuesta del "coyote" Zé, perpetuarán las estadísticas
del enganche: 31.3% de los trabajadores liberados provienen de ese estado. El
reclutamiento no siempre sucede así, pero en todos los casos la propuesta llega
a los oídos del trabajador como la única oportunidad de conseguir sustento para
su familia. Su destino son principalmente las haciendas ganaderas (58%), cañeras
(11%) y de carbón (3%), distantes de su lugar de origen. Muchas veces son
embriagados por el "coyote" para que no reconozcan el trayecto y no puedan huir
cuando se den cuenta de la real condición a la que serán sometidos: condiciones
inhumanas de trabajo, frecuentemente vigilados por hombres armados. Al final del
mes, en vez de recibir el salario, descubrirán que deben pagar el transporte, la
comida vendida a altísimos precios en las cafeterías de las haciendas y el uso
de las herramientas de trabajo. Ese mecanismo de esclavitud por medio de la
deuda ilegal es eficiente, pues resulta impagable (aumenta cada mes). Hay
algunos Antonios que se arriesgan y huyen a pie, viajando durante días hasta
encontrar abrigo, con el riesgo de ser "cazados" en el camino.
Gracias a los testimonios de estos trabajadores, el problema del trabajo esclavo
salió a la luz pública. En 1995, el gobierno federal brasileño reconoció
oficialmente la existencia del trabajo esclavo contemporáneo. Ese mismo año, se
creó el Grupo Móvil de Fiscalización, coordinado por el Ministerio del Trabajo y
del Empleo (MTE), que fiscaliza las haciendas, libera los trabajadores y coloca
el nombre de los empleadores que usan trabajo esclavo en una lista negra.
La ciudad de Antonio. Ni el caso de Antonio ni el de Açailândia son
aislados. La ciudad, como muchas otras de Brasil, sufre efectos colaterales de
uno de los grandes proyectos de "desarrollo nacional". Por ella pasa el tren de
la empresa Vale, gigante mundial en el área de minería, que conecta a Paraupebas
(Pará) con la Terminal Marítima de Ponta da Madeira en São Luís (Maranhão).
A lo largo de la vía férrea hay más de diez fábricas que componen el polo
siderúrgico de Carajás. Cinco de ellas están en los barrios periféricos de
Açailândia. Uno es el de Antonio. Estas industrias utilizan la línea del tren
tanto para recibir de la Vale su principal materia prima (el hierro mineral),
como para transportar el arrabio producido. La producción de arrabio requiere el
uso de mucho carbón vegetal. Y el carbón vegetal exige la quema de mucha madera
para ser producido. Una gran parte de la vegetación nativa de la Amazonia es
quemada o cede espacio a las plantaciones de eucalipto para abastecer las
carbonerías de las siderúrgicas. Además del daño ambiental, esas carbonerías
frecuentemente usan mano de obra barata, infringiendo leyes laborales o
sometiendo a los trabajadores a una condición sólo comparable con la esclavitud.
Campos Lindos, en el estado de Tocantins, región centro oeste de Brasil, es otro
municipio en el que se pretende aplicar este tipo de "progreso". El discurso del
desarrollo trajo a la región miles de hectáreas de plantaciones de soya que
abastecen a grandes empresas del sector, como la Bunge y la Cargill. Donde antes
era El Cerrado se extiende ahora un gran desierto de soya. Muchas familias
fueron expulsadas de sus tierras por el miedo a las amenazas, o forzadas a
abandonarlas a cambio de indemnizaciones irrisorias. Con la reducción de las
tierras y de la producción agrícola familiar y con el fin de la vida
comunitaria, muchos hombres se ven obligados a trabajar en esas haciendas de
soya desarrollando los trabajos más pesados, como la extracción de raíces.
Antonio ahora resiste, incluso a su incredulidad de poder superar las marcas que
el trabajo esclavo le imprimió. Su fuga y su adhesión a la cooperativa por la
dignidad Codigna, donde produce carbón ecológico junto con otros trabajadores y
trabajadoras víctimas del trabajo esclavo, lo comprueban.