El legado de Marulanda y los caminos de la revolución en
nuestra América
Narciso Isa Conde
Al recibir la noticia del fallecimiento del camarada Manuel Marulanda, a quien
siempre admiré y valoré como uno de los luchadores y conductores revolucionarios
más firme, persistente, sagaz, inteligente y abnegado de las insurgencias
modernas, pensé en la necesidad de volver sobre el debate de las formas de lucha
y los caminos de la revolución en nuestra América.
La guerra sucia contra el pueblo colombiano se inició a raíz del asesinato de
Gaitán y del Bogotazo, y jamás cesó ni mermó un ápice. Todo lo contrario: ella
se ha tornado cada vez más cruel y destructiva, y ha sido impuesta y asumida con
una perversidad record por la implacable y voraz oligarquía de ese hermano país,
por el imperialismo estadounidense y por los generales de horca y cuchillo;
reforzada ahora durante el régimen de Álvaro Uribe
La necesidad, la pertinencia de esa heroica insurgencia, justamente iniciada y
asombrosamente sostenida durante largos años; la continua vigencia de ese
combate multifacético, que en 1964 dio origen a las hoy poderosas FARC, solo la
explica esa realidad maliciosamente ocultada o minimizada y la imperiosa
necesidad de enfrentarla.
Creo, por tanto, sumamente inconsistente poner en discusión la validez de la
lucha armada en la Colombia actual, en la Colombia que ha devenido en el régimen
narco-paramilitar-terrorista de Álvaro Uribe Vélez.
Pero como esa inconsistencia se expresa desde una visión política- ideológica
que a su vez, quizás con más razones aparentes y superficiales, exhorta a
descartar totalmente a escala continental la violencia revolucionaria, la
insurgencia popular, la lucha armada… es preciso que nos dediquemos a hacer un
esfuerzo serio por debatir aquí no simplemente el valor de determinadas
victorias electorales progresistas o de izquierda, el valor de lo procesos de
reformas avanzadas que tienen lugar en una serie de países del continente, sino
también –y sobre todo- los caminos de la revolución en nuestra América
Los caminos…
Hay quienes han pretendido tomar las diferencias generadas por la reciente
posición del comandante Chávez respecto a las FARC y al conflicto armado en
Colombia, para reducirla al tema "vía armada" vs. "vía pacífica",
camino violento vs. camino electoral; obvio, por supuesto, el interés en
reeditar el simplismo aquel que tanto contribuyó a la división de las izquierdas
en los años ´60 y ´70 del pasado siglo XX.
Y no se trata de eso. Ni tampoco, en mi caso y en el de mucho(as) otros(as),
este ha sido el eje conceptual de las objeciones hechas a la actual posición del
comandante Chávez, de Evo Morales, Correa y de otros líderes de izquierda
latino-caribeños. Ni el punto de partida para critica la línea oficial cubana
frente a la insurgencia colombiana y al régimen de Uribe.
Ruptura de esa trampa mental
Hace ya mucho tiempo que no pocos dirigentes y militantes de la izquierda
latino- caribeña nos zafamos de esa trampa mental.
Años antes de que el camarada Jorge Schafik Handal escribiera el artículo
titulado: "El Debate de la Izquierda en América Latina", que ahora se
esgrime fuera de contexto, y en el que se analizan básicamente las diferentes
conductas de las izquierdas del continente respecto al tema de la participación
electoral y de los posicionamientos dentro del sistema dominante, se desplegó un
gran esfuerzo para aclarar ciertas confusiones, insistiendo en la necesidad de
diferenciar y precisar los vínculos entre:
La vía de la revolución y la vía e la toma del poder.
Gobierno y poder.
Reformas y revolución.
También se insistió en todo lo relativo a las formas y métodos de lucha, a
las condiciones para su desarrollo, a su relación con el sujeto o los sujetos
sociales de la revolución, a su eventual combinación y despliegue, a su
desarrollo desigual por países y al valor de la creatividad popular en todo
esto.
Igual en esas reflexiones ocupó entonces un lugar importante el tema de la
violencia, sus formas y expresiones, sus modalidades y vertientes.
Recuerdo todo lo que contribuyó al esclarecimiento de estos temas la experiencia
vietnamita, especialmente la creatividad, la firmeza estratégica y la
flexibilidad táctica en su conducción revolucionaria; que a su vez impregnaron
la teorización y el aprendizaje de las enseñanzas de su proceso liberador.
Ayudó mucho, además, el examen crítico y auto-crítico de las experiencias de la
lucha armada y no armada, de la lucha política y social, de la lucha electoral y
no electoral, de las acciones violentas y no violentas, así como la emergencia
de nuevos actores sociales y nuevas modalidades de lucha en nuestra América.
De todo ese esfuerzo me siento parte inseparable.
Nuevas reflexiones sobre la revolución necesaria
Por esos vericuetos de la reflexión y del pensamiento
fuimos arribando a una visión mucho más integral, abarcadora y profunda; tomando
siempre como eje irrenunciable la necesidad de la revolución, en tanto cambio
radical en la hegemonía de clase, de género, ideológica, cultural…; cambio de
los sujetos sociales en materia de poder y no solo de poder estatal: nuevo poder
en cuanto Estado y en cuanto a sociedad, en cuanto a las relaciones de propiedad
y a naturaleza del Estado, partidos y movimientos sociales, en cuanto al sistema
jurídico político, a la participación y decisión democrática, a la
institucionalidad, a las bases constitucionales del sistema y al proyecto
estratégico del "no poder" y de la sociedad sin Estado.
Así fueron fluyendo las ideas (volviendo a Marx, a Engels, a Lenin, a Gramsci, a
Mariategui, al Che, a Trosky, a Rosa Luxemburgo…; recuperando las cosmovisiones
indígenas y el feminismo revolucionario) y los nuevos aportes sobre el tema de
poder; enriqueciéndolo todo desde las experiencias vividas y sufridas, capaces
de nutrir una estrategia de creación y de ruptura destinada a dar al
traste con el viejo orden y a construir el nuevo poder transitorio y la nueva
sociedad.
Y de esta manera de pensar resultó necesario valorar que no era equivalente la
vía de la revolución a la vía de la toma del poder central del Estado, ni
tampoco eran cosas iguales hablar de vía de la revolución o de la vía de la toma
del poder y de las vías de aproximación a esos objetivos.
Y dentro de esta lógica fue necesario entender que el poder no simplemente se
"toma", sino que se crea, se construye, se desarrolla, y también se toma con la
participación y decisión del pueblo; concebido fundamentalmente como hegemonía,
como autoridad bien ganada, como influencia político-cultural decisiva en el
tejido social y en las nuevas instituciones, como proyecto transformador de la
sociedad, como poder popular. No como simple control del Estado y si como
transición a una sociedad basada en asociación de seres humanos absolutamente
libres.
Vía de la revolución, toma del poder, aproximación a ella y formas de lucha.
La vía de la revolución en nuestras sociedades
capitalistas-neoliberales y dependientes, es realmente la suma, combinación,
articulación y sucesión de formas y métodos de lucha que posibiliten en un
cierto periodo histórico el cambio revolucionario y la construcción y
preeminencia del nuevo poder hacia una nueva sociedad socialista.
Y me refiero a los medios pacíficos y a los violentos, a los armados y no
armados, a los institucionales y a los extra-institucionales, a los electorales
y no electorales, a los que se circunscriben a la batalla de las ideas y a los
que incursionan en el campo de lo militar.
En gran medida la variedad de métodos y formas de lucha empleados por los
sustentadores y beneficiarios del orden dominante, determina la necesidad de la
variedad y la integralidad de ellos en el camino hacia la liberación y la
revolución. Siempre ha sido así históricamente.
Ni le receta rígida, ni la exclusión de métodos y formas de lucha –mucho menos
la unilateralidad en su empleo- pueden conducir a procesos exitosos.
La vía de la toma del poder central del Estado está determinada por las
formas y métodos que predominen para producir la ruptura, reemplazo y superación
del viejo Estado y de sus instituciones, lo que incluye su poderoso aparato
militar-policial al servicio de la clase dominante (ya sea en su expresión
dentro del territorio nacional o como invasión, ocupación e intervención de las
fuerzas armadas imperialistas)
Y la vida nos indica que tampoco en este aspecto hay dogmas, aunque si es claro
que se precisa contar con una acumulación no solo política, social y cultural;
sino también militar; capaz de vencer la resistencia violenta del viejo orden,
así como contrarrestar, con o sin confrontación sangrienta, todo el despliegue
de fuerza militar dirigido a impedir la transformación revolucionaria planteada.
Las "vías de aproximación" a la revolución y a la toma del poder central
de Estado, son en realidad sumamente variadas y siempre previas al
desplazamiento total del poder de la clase gobernante dominante.
Ellas incluyen de manera sobresaliente las demandas económicas, sociales,
políticas y culturales y las formas y métodos de lucha aglutinadoras de los
sujetos del cambio, movilizadoras del pueblo, confrontadoras con los actores
políticos y sociales gubernamentales, propiciadoras de cambios sustanciales en
las correlaciones de fuerzas.
En unos casos, es la lucha anti-dictatorial o anti-despótica y la movilización
contra sus protagonistas.
En otros, las movilizaciones y rebeldías sociales contra las políticas
empobrecedoras, contra sus ejecutores y beneficiarios.
En algunas situaciones pueden hacer de detonantes las sublevaciones militares o
cívico-militares por objetivos muy sentidos por el pueblo.
En otras, el factor dinámico puede ser una gran fuerza electoral capaz de vencer
los partidos de la oligarquía, la partidocracia tradicional.
A veces se suceden una y otras produciendo efectos variados de acumulación y
aproximación a cambios más trascendentes.
Una victoria electoral, sobre todo si es protagonizada por una fuerza política
transformadora, puede ser una vía de aproximación efectiva a la revolución o a
reformas profundas que la faciliten; siempre que logre poder en todos los
órdenes.
Otras formas no institucionales de conquista del gobierno -que no es sinónimo de
conquista del poder (aunque esto resulta ser palanca importante, pero no
decisiva)- pueden también servir de vías de aproximación a los cambios
propuestos.
Los procesos pueden ser muy variados, muy originales y hasta inéditos; aunque
ciertamente en determinados periodos a nivel continental pueden darse, en un
buen número de países, situaciones parecidas con caminos parecidos. Nunca, claro
está, procesos uniformes o idénticos. Nunca excluyente de diversidades y hasta
de situaciones realmente díscolas o fuera de serie.
Algo clave es no contraponer métodos, formas de lucha, vías de aproximación y
variante en la ruptura del viejo poder y la construcción de la nueva
institucionalidad.
No se trata por tanto de clausurar uno u otro camino, una u otra modalidad de
lucha.
Lo que ayer fue posible, hoy puede no serlo. Pero mañana bien podría volver a
tener vigencia. Un paso puede servir y hacer posible el otro.
No hay que ponerle camisa de fuerza a los procesos en materia de formas de
acción, métodos de lucha y expresiones por el cambio. Más cuando ellos, ellas,
brotan de realidades, actores, tendencias y procesos concretos.
El papel de la vanguardia transformadora, la misión del revolucionario(a) es
impulsarlo, articularlo, politizarlo, darle conducción y sentido de poder
transformador.
Experiencias que ilustran
En una fase de predominio de procesos violentos,
Salvador Allende y la Unidad Popular lograron acceder al gobierno por la "vía
pacífica", a través de un proceso electoral.
No se trató, claro estaba, de un nuevo poder.
Lo fallido en ese caso no fue alcanzar esa victoria, sino la incapacidad para
defenderla y avanzar; la incapacidad política y militar para responder a la
violencia y al poder militar de los enemigos de ese proceso. Las limitaciones
para producir el paso de ser gobierno al poder real del pueblo.
Desafíos similares pueden plantearse, por ejemplo, en procesos actuales como el
boliviano y el ecuatoriano, sobre todo si no se mediatizan y asumen con firmeza
el camino de profundizar las reformas en dirección a la revolución, a partir de
una activa movilización popular y de procesos de recreación de las vanguardias
transformadoras, hoy casi inexistentes.
No parece lógico desde una óptica revolucionaria objetar esos avances logrados
por vía electoral, como cualquier otro triunfo electoral de carácter
progresista, avanzado, inspirado en la idea de avanzar hacia un proceso
revolucionario.
Eso no es lo que está en cuestión.
Lo que se discute es si ese logro basta o no basta, si se debe detener la marcha
en ese contexto institucional, si se debe o no ir más lejos, si en caso de
pretender avanzar hacia un nuevo poder y hacia las transformaciones
estructurales, se deben o no ignorar las respuestas necesarias a las consabidas
resistencias que eso entraña, si se debe o no ceder frente a las reacciones de
bloqueos diversos, con variados grados de violencia, de desestabilización y
subversión reaccionaria, de parte de la reacción oligárquica-imperialista.
Si de antemano se debe desistir de la contrapartida revolucionaria y de la
respuesta también violenta desde el pueblo en caso de esas obstrucciones
reaccionarias.
Si se debe proceder de manera tal que el monopolio de las armas sea eternamente
de las derechas y del imperialismo.
Lo que se cuestiona es si hay que declarar definitivamente clausurada la vía
violenta, las guerras de guerrillas, las insurrecciones populares armadas, los
levantamientos cívico-militares, los contragolpes revolucionarios, las guerras
patriótica contra los invasores, las guerras de todo el pueblo, las guerras
asimétricas…Más cuando no estamos frente a oligarquías, derechas políticas e
imperialismos con vocación precisamente pacifista.
Lo que se cuestiona, aun con mayor fuerza, es que anticipadamente líderes que
actuaron a nombre de las izquierdas de sus respectivos países y que ganaron
elecciones con esas banderas- casos específicos como el de Lula y Tabaré
Vásquez- anticipadamente resignen, por esos riesgos, la necesidad de cambios
profundos, y se limiten a paliar algunos males, a hacer reformas
intrascendentes, a ceder frente a las contrarreformas neoliberales, a
contemporizar en vertientes importantes de la dominación
oligárquica-imperialista, a moverse parcial y limitadamente con cierta
independencia en la política exterior y a plegarse en otros aspectos
significativos, a administrar y moderar inteligentemente el modelo neoliberal.
Si los sandinistas, después de esta reciente victoria lectoral y retoma del
gobierno, deben limitarse a administrar lo existente o deben o no proponerse
reemprender el camino revolucionario.
Y no menciono los casos de Chile y Argentina porque no son propiamente opciones
asumidas como izquierdas, si no salidas parcialmente moderadas y progresistas de
una derecha inteligente y no totalmente sumisa.
La experiencia del proceso hacia la revolución en Venezuela ha sido diferente.
La violenta masacre militar a raíz del "Caracazo", rompió en Venezuela la
quietud del dominio de la partidocracia, de la oligarquía, de las
transnacionales y del imperialismo estadounidense, generó como contrapartida del
levantamiento militar del MRB-200 encabezado por Chávez.
Se trató de una especie de insurrección militar impactante. Un acto de rebeldía
armada, nada pacífico, que posibilitó una original acumulación de poder militar,
garantía posterior de todas las victorias (electorales y no electorales) y
transformaciones en paz; paz precaria, amenazada, asechada, no solo por el
golpismo violento, sino por los proyectos de intervenciones militares gringas.
Si vemos las revoluciones como procesos, ni tan pacífico ha sido el proceso que
ha tenido lugar en la Venezuela bolivariana de los últimos años. Su esencia,
pese al peso de la vía electoral después del levantamiento militar de principio
de los 90, no es el simple civilismo sino la alianza pueblo-fuerzas armadas. Y
se trata, además, de un proceso inconcluso y todavía cargado de las
incertidumbres que pueden generar planes funestos del imperialismo, peores que
las sediciones anteriores y que el golpe derrotado. Un proceso constantemente
amenazado por la violencia contrarrevolucionaria imperialista y oligárquica,
amenazado por el magnicidio y la intervención directa d EEUU, tal y como lo
revelan las recientes denuncias.
Revolución pacífica pero armada, dice Chávez. Por lo que desde ella no es
correcto negar persé la pertinencia de la vía armada, sobre todo cuando la
actual dirección revolucionaria venezolana -la misma que cara a las FARC-EP
considera "fuera de moda" y "de orden" la lucha armada- se ve
precisada a diseñar un proyecto de "guerra asimétrica", de "guerra de
todo el pueblo", frente a las claras intenciones de guerra e intervención
del imperialismo estadounidense y del "sub-imperialismo" colombiano.
Cuba tuvo que hacer dos años de revolución armada para vivir 50 años de paz,
independencia y conquistas sociales trascendentes, pero nunca jamás ha desistido
volver a la vía armada frente a la posible ejecución de los designios violentos
de la contrarrevolución imperial. Por el contrario, su determinación ha llegado
hasta el punto de darle cuerpo, como medio de autodefensa de masas, a la tesis
de la guerra de todo el pueblo de inspiración vietnamita.
Y por eso en la Cuba actual está planteada la posibilidad, sin grandes
sobresaltos (como es deseable), de un relevo generacional y un cambio hacia un
modelo preferiblemente de orientación socialista, mas participativo y eficiente.
En Colombia: menos aun
En Colombia existe una especie de engendro macabro en términos de Estado y
de poder. Es la nota más discordante a escala continental.
Un Estado narco-paramilitar, terrorista, feroz.
Un gobierno sintonizado con la lógica guerrerista de los halcones de Washington.
Una dominación violenta, fascistoide, corrupta, asquerosa, criminal, en todos
planos y vertientes, como la caracterizo el comandante Marulanda y todos lo
dirigentes e intelectuales revolucionarios de ese país.
Un país con grados elevados de presencia militar estadounidense y arrastrado a
jugar un papel puntero en los planes de agresión estadounidenses y de conquista
militar de la Amazonía; así como en los programas contrarrevolucionarios contra
Venezuela y Ecuador.
No hay que repetir aquí los datos que prueban su vocación persistente por el
genocidio y las masacres.
Esto dura ya 60 años y cada día ese poder se torna más violento y empobrecedor,
más excluyente y saqueador. La era neoliberal y el poder de los halcones allí lo
potencia todo en el peor de los sentidos.
La insurgencia, las FARC, el ELN, los movimientos radicales han sido una
necesaria contrapartida; independientemente de cualquier error cometido en su
largo y heroico batallar.
Ese mérito estará definitivamente vinculado a la historia, al pensamiento y al
accionar de esa leyenda viva y trascendente que el pueblo humilde de bautizó
cariñosamente con el sobrenombre de "Tiro Fijo"
Se trata, por demás, de un importantísimo acumulado político-militar, no solo
para enfrentar lo que está cruel realidad depara, sino además lo que viene, que
todo indica será peor.
Me refiero a lo que viene en Colombia dentro de la escalada militarista,
guerrerista e intervencionista del Pentágono-USA, y a lo que puede venir en esa
región, apuntando con fuerza contra los procesos avanzados de Venezuela, Ecuador
y Bolivia; apuntando hacia la conquista militar de la Amazonia por EEUU y hacia
la revocación de los avances políticos en la región.
En tales condiciones, pensar en el camino armado, en la resistencia
popular-militar, en la insurgencia armada de los pueblos, es una necesidad; sin
desmedro de otras formas de lucha, de una combinación de métodos de lucha y
movimientos políticos y sociales alternativos.
Salta a la vista lo infundado e inconsistente que es afirmar, así las cosas, que
la lucha armada "pasó de moda", o se quedó en la historia, o que en el
caso de Colombia es una "excusa" para agredir a otros.
Sugerirle a las FARC que libere sus prisioneros y rehenes a cambio de nada (y
este no es el aspecto más lesivo, aunque si injusto y difícil de implementar con
seguridad), que se desmovilice y acceda a la vida pública y legal en el contexto
de un Estado con las características descritas y en una situación como la que
preside Uribe en Colombia, es como pedirle que lo arriesgue todo y se exponga al
exterminio, que liquide de sopetón al patrimonio político-militar construido en
décadas de sacrificios y pase a ser víctima de seguras retaliaciones sin
posibilidad de responder.
Aceptar ahora esa sugerencia, o decidirla por cuenta propia en cualquier otra
oportunidad, es sencillamente suicida; porque es un paso hacia un abismo mortal.
Una especie fosa común que los "garantes" propuestos, algunos de ellos
tremendos cabrones denunciados por el propio Chávez, no podrán tapar y que los
halcones de Washington y el pérfido uribismo tienen bien diseñada para las FARC.
Esto equivale a disolver a cambio de nada, o de muy poco, el único ejército
popular, irregular antiimperialista, pro-socialista, de Colombia y de esa sub-región.
Y digo el único, porque esa misma receta es válida también para el ELN, que es
aunque diferenciado y en menor escala, es otro componente de ese ejército y de
la contrapartida popular-militar insurgente colombiana.
Más allá de Colombia
Pero tampoco es correcto decretar la clausura de la vía armada a escala
continental con los nubarrones de guerra e intervención gringa que se ciernen
sobre nuestros países y especialmente en esa zona de Suramérica, y en México
(donde existe el EZLN)
La creciente y perfeccionada cadena de bases militares estadounidenses no es
para jugar fútbol o pelota.
Tampoco lo es la activación de la IV Flota del Army.
Ni las operaciones "Nuevos Horizontes" o "Confraternidad con las
Américas", mucho menos la vertiente de la guerra global hacia la Amazonía
Nada de eso.
Cierto que en tiempos recientes, auque precedidas y/o combinadas con otras
formas de lucha, los mayores avances políticos se han dado a través de
elecciones.
Pero cierto también es que esto tiene límites y fragilidades más que evidentes,
puesto que las amenazas de desestabilizaciones violentas y no violentas, de
conspiraciones internas y de intervenciones y guerras imperialistas, son más que
reales; puesto que se trata, en algunos casos de procesos que se proponen tareas
superiores a la contemporización con el status quo.
Por eso, no le veo el sentido revolucionario a los pronunciamientos y/o
iniciativas basadas en la negación, cara al presente y al futuro, de la validez
del recurso de las insurgencias armadas y en una propuesta de desmovilización de
lo que en ese orden se ha podido acumular, ya sea en Colombia (FARC Y ELN), en
México (EZLN y otros movimientos políticos militares), o en cualquier otro país
del continente o del mundo.
Visto este panorama continental y sus perspectivas, la insurgencia armada, la
resistencia popular armada, la alianza pueblo y militares patriotas, podrían
tornarse cada vez más necesarias en no pocos casos y a escala de Patria Grande.
¡Y en la situación colombiana ni hablar!
Esto es así independientemente de los resultados de las elecciones
estadounidenses, dado que el poder permanente, el complejo militar industrial,
las corporaciones transnacionales, la claque militar reaccionaria, la CIA y el
sistema de inteligencia, el sionismo y su poder interno real, los petroleros y
contratistas vinculados a la guerra, tienen en EEUU más poder decisorio que
cualquier presidente, ya liberal, ya conservador.
Barak Obama, que ha tenido la posibilidad de despertar y captar sentimientos
anti-guerreristas y pro-paz y de generar ilusiones posiblemente más allá de sus
límites y compromisos sistémicos soterrados, además de una posibilidad todavía
incierta, deberá demostrar si está dispuesto más allá del discurso a desmontar
la tesis de las guerras preventivas y a dejar sin efecto el programa de guerra
global. ¡Y en el mejor de los casos habrá que ver si los dueños de ese gran
poder se lo van a permitir!
Obsérvese además, como una vez electo candidato, el propio Obama hizo gala de
pro-sionismo ante los representantes del gran capital judío, hasta niveles cuasi
repulsivos, lo que indica propensión a ceder ante los poderes fácticos. También
selecciono un candidato a la vicepresidencia que apoyo la guerra contra Irak y
Afganistán.
Ese tema debería seguirse con mucha atención, pero también con mucha prudencia.
Con disposición a aprovechar los respiros temporales y las distensiones efímeras
que ocasione, así como las contradicciones secundarias que pueda generar. Sin
desbocamientos, sin cálculos falsos en cuanto a cambios esenciales en un poder,
en un "establecimiento" y en una línea hegemónica bipartidista, que para ser
superados precisarán de una gran crisis política y de una gran conmoción todavía
en gestación, pese a todos los factores de decadencia exhibidos hoy por ese
imperio.
No esperemos, aun en el mejor de los casos, de ese fenómeno electoral, cambios
sustanciales en la política de EEUU, ni tolerancia o neutralidad respecto a los
procesos hacia la nueva independencia, la nueva democracia y el socialismo
participativo en nuestra América; salvo en los casos en que realmente se le
conceda renunciar de hecho a esos valores y mediatizar y tranzar los procesos
más avanzados como el de Cuba, Venezuela, Ecuador Bolivia…Y eso solo equivale a
tolerar lo que ellos desean tolerar: lo que no afecta ni su hegemonía ni su
estrategia de dominación imperial.
Esa lógica imperial explica el por qué, incluso en pleno gobierno de los peores
halcones, el tratamiento a Chávez ha sido uno y el tratamiento a Lulá y a Tabaré
Vásquez, otro.
De todas maneras, no parece acertado aplaudir las opiniones que propugnan por
empeñar la necesidad de profundización de los cambios en marcha y las
posibilidades de nuevos avances en países amenazados de crisis de gobernabilidad
y de poder, en aras de algo que todavía está por concretarse y que en tal caso
solo puede conducir a un pacto perjudicial al proceso de autodeterminación de
nuestros pueblos y naciones.
Y lo digo así, porque siento que se está gestando un clima (promovido por los
sectores más blandos de esta oleada de cambios), bastante favorable a replegar
banderas y dinámicas radicales para reducir presiones; entendiendo que el cambio
de administración en EEUU creará condiciones favorables en esa dirección y a
menor precio, y considerando además que es preciso alentar esto desde ahora.
Cierto que las presiones imperiales son inmensas. Pero "quitarse presiones"
abandonando ejes esenciales del nuevo proyecto revolucionario, haciendo
concesiones a costa de la profundización y ampliación de los procesos, podría
conducir a una incontenible mediatización, camino a la liquidación, de esta
promisoria onda transformadora.
Recordemos lo que nos enseñó el querido Che: al imperialismo no lo podemos ceder
"ni un tantito así". ¡Asumamos esta sabia sentencia en homenaje a sus
ochenta años de edad y a su eterna trascendencia!
En lugar de desarmarse, los movimientos populares y los procesos avanzados en
marcha, deben pensar en armarse más y mejor. Y esto es válido tanto desde el
punto de vista teórico-político, como desde el punto de vista militar.
En lugar de desmovilizarse, las FARC, el ELN, el EZLN, el EP y otras
organizaciones insurgentes, deben pensar en armarse y fortalecerse en todas las
vertientes del quehacer revolucionario. Igual los componentes y las estructuras
más avanzadas dentro de las administraciones interesadas en avanzar hacia nuevas
revoluciones.
El estigma contra las rebeldías armadas, promovida por la dictadura mediática
estadounidense, ha logrado una gravitación bestial…Esto hace extremadamente
difícil la pelea por su reivindicación, pese al rol de las armas en la gesta de
Bolívar y los próceres de América y todos los episodios y gestas heroicas de
nuestros pueblos.
Pero por difícil que sea, es preciso rechazar el chantaje y poner cada cosa en
su lugar; más cuando se avecinan momentos en que desarmarse ideológicamente en
ese aspecto podría resultar fatal.
Y si nuestras sinceras apreciaciones no convencen a los que asumen como bueno y
válido el nuevo giro dado por el respetable y admirable líder de la revolución
bolivariana, los invito a profundizar este trascendente debate, a seguir
intercambiando ideas con respeto y altura, a debatir entre camaradas en busca de
la verdad y la certeza. A esforzarnos por superar esta contradicción, por
despejar la gran confusión creada y procurar un enfoque común, o por lo menos
puntos de encuentros, normas de respeto y actitudes complementarias.
Al propio comandante Chávez le sugiero contribuir a crear ese clima de discusión
e intercambios, promoviendo las instancias de debates necesarias y apropiadas
para el caso. Debemos escucharnos, abrir nuestras mentes y corazones para que en
el caso colombiano y a escala continental el imperio y las oligarquías no se
salgan las suyas y no logren debilitar este difícil pero estimulante proceso
hacia la nueva independencia, ahora en riego de reversión.
Y para terminar debo decir algo que me sale del alma:
Cuando leo y oigo todo lo que la mafia uribista le atribuye a las computadoras
de Reyes y de Iván Ríos, cuando escucho todos esos planes para adquirir cohetes
y elevar la capacidad de combate de las FARC, cuando oigo decir del traspaso de
altas tecnologías militares a los movimientos subversivos, cuando leo sobre los
portentosos planes de expansión de la insurgencia armada –sabiendo que no es
cierto, y aun conociendo la perversidad y los fines nefastos que lleva a esos
señores a verter tantas y tan grandes mentiras- desearía de todo corazón que
todo eso -y mucho más- fuera absolutamente cierto y se estuviera ejecutando.
Porque en verdad-verdad, no hay nada tan desgraciado, tan fatal para la
humanidad, como un imperio con tantas armas, con tan alta tecnología militar,
con tanta vocación destructiva, con tanta capacidad genocida… sin la
contrapartida política-militar necesaria para detener sus fechorías y derrotar
sus pretensiones totalitarias.
Eso lo tuvo siempre presente el Che desde su aguda visión continental y
mundial del proceso liberador. Lo llevó también en la mente y en el corazón de
manera muy persistente el comandante Marulanda y nos legó así en ese plano una
construcción político-militar admirable.
Ambos fueron ejemplares continuadores de Bolívar, que amó la paz sin renunciar a
la insurgencia necesaria para liberar la Patria Grande.
Ese gran objetivo está pendiente y sospecho que va a requerir de las más
diversas y consistentes formas de lucha, resistencias y ofensiva.