Argentina: La lucha continúa
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Cero a la izquierda
Si esto sigue así el gobierno centrista de los Kirchner va a tener la culpa de una vuelta victoriosa de la derecha.
Martín Caparrós.
Critica de la aArgentina
El problema es después. Ahora estamos como estamos –más o menos– y se diría
que esto va a durar: tengo la sensación de que los tres próximos años van a ser
pura mediocridad semejante. Es una sensación: una mezcla de ideas que no puedo
llamar un análisis pero que, si analizo, me parece acorde con los datos que
tengo, las experiencias, las palabras. Creo que, a menos que se produzca alguno
de esos shows inesperados que la Argentina siempre ofrece, los tres años de
kirchnerismo que nos quedan van a seguir siendo, en el mejor de los casos, como
éstos: un gobierno confuso, sin objetivos claros, sin pertenencia definida, sin
una base firme, que va y viene entre la realidad y su discurso y que, de vez en
cuando, puede intentar incluso alguna medida con la que estoy de acuerdo.
Pensando en los gobiernos previos no parece tan grave: sólo será otra de esas
pérdidas de tiempo, de esos clásicos desperdicios de oportunidad que han hecho
grande y tonto –tan fracasado– a este país.
El problema es después. Porque, para desgracia de propios y ajenos, este
gobierno dice que promueve ciertos cambios progres –y ha convencido a buena
parte de la ciudadanía desatenta, la mayoría, que no siempre tiene ganas de
ponerse a analizar matices. Si un señor te recibe en un consultorio con una bata
blanca y un estetoscopio y te dice sacate la camisa y decí treinta y tres, vas a
pensar que es un doctor. Y después, cuando te diga que tenés pie de atleta
aunque lo que te duele es una oreja no vas a pensar que no es doctor, vas a
decir qué pelotudos son los médicos, no entienden una goma.
Los K se la pasaron diciendo que eran médicos, y sería injusto culparlos por
eso. Después de 2001 era notorio que se había abierto un espacio de cambio: la
¿izquierda? lo dejó libre, y la naturaleza y el ¿peronismo? tienen horror al
vacío. Entonces los K corrieron a asaltarlo: desenterraron, tras mantenerlas
sepultadas 25 años, sus pequeñas historias juveniles y supusieron que con eso
les alcanzaba para borrar sus años de negocios impresentables y menemismo
activo. No hay por qué culparlos: ellos tenían que intentarlo. Los que no
teníamos por qué tragarlo éramos los demás, pero parece que, tras declararnos
huérfanos orgullosos, nos asustamos y salimos a buscar un papá.
Así que vinieron, ocuparon ese espacio, usaron algunos de sus símbolos y
proclamaron que su gobierno es progre o que es de centroizquierda o que está del
lado del pueblo o esas cosas y se pusieron a hablar de justicia social y
derechos humanos y redistribución de la riqueza –aunque acumulen miles de
millones y los usen para pagarles a los países centrales mientras las escuelas y
los hospitales no funcionan, aunque sigan gobernando con los caciques
habituales, aunque mantengan la desigualdad más insidiosa. Pero el discurso
seguía tan progre y hubo quienes lo creyeron o simularon creerlo o pensaron que
les convenía creerlo. Entonces los K cooptaron algunos de los movimientos
sociales más reconocidos y los integraron a su aparato, con funciones cambiadas:
las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo pasaron a ser su mejor firma de relaciones
públicas, la legitimadora incuestionable; los piqueteros pasaron a ser su fuerza
de choque, los clientes más fieles; ciertos intelectuales respetables pasaron a
ser su coro griego, aplausos prestigiosos. Yo estoy absolutamente a favor de que
ese tipo de movimientos se involucre en política partidaria: son políticos y
toman partido, no podrían hacer otra cosa. La pena es que se peguen a un
gobierno que no cambia nada, que desdeña las metas que esos movimientos
proclamaban. Uno de los mayores logros del kirchnerismo –que el establishment
alguna vez le agradecerá como merece– ha sido deslegitimar y esterilizar a las
Madres, los piqueteros y compañía limitada.
Pero el problema central es que las mayorías distraídas –fogoneadas por ciertos
medios y ciertos grupos muy atentos– aceptan el discurso: sí, claro, es un
gobierno medio zurdo, fijate, están las Madres, los piqueteros, mirá lo que
dicen. Sí, así es como gobiernan estos tipos, un desastre, lo que hace falta es…
Ése es el problema y es, ahora, sobre todo, un desafío para los que nos decimos
más o menos de ¿izquierda? Digo izquierda para tratar de entendernos; ya sé, lo
tengo escrito: somos confusos, tan confusos que no tenemos ni siquiera un
nombre. Pero se pueden establecer ciertas características generales, casi
obvias: cuando digo izquierda hablo de los que eligen creer que no tiene que
haber ricos y pobres –que la diferencia entre los que tienen más y los que
menos, si la hay, debe ser muy escasa. Los que eligen creer que todas las
personas deben tener las mismas posibilidades de alojarse, curarse, aprender,
trabajar, desarrollarse, y que el Estado sirve para garantizarlo. Que debe haber
formas reales de participación de los ciudadanos en las decisiones políticas y
en el control del gobierno. Que la justicia debe hacer justicia. Que ninguna
institución religiosa o militar o económica puede imponer sus normas a los
ciudadanos. Que el nacimiento, el género, las preferencias sexuales no deben
definir el tratamiento que cada cual recibe de los otros. Que las personas son
más importantes que las patrias.
Son puntos básicos, pero ahora se alejan y se alejan. Si todo sigue así, si de
nuevo conseguimos no hacer nada, dentro de tres años –con suerte– esto termina
en un gobierno Macri-De Angeli, Carrió-Miguens, Solá-Balestrini o lo que sea que
la nación bendiga. Ése es el problema: no este gobierno mediocre, sin objetivos
claros, sin pertenencia definida, sin una base firme, que va y viene entre la
realidad y su discurso, ya perdido, sino el efecto que este gobierno puede tener
sobre los diez próximos años. Si esto sigue así el gobierno centrista de los
Kirchner va a tener la culpa de una vuelta victoriosa de la derecha todavía más
derecha a la política argentina. El período K terminará siendo un terrible cero
a la izquierda.
En eso, creo, debería consistir una política de ¿izquierda? en estos tres años:
en tratar de buscar opciones que eviten el desastre anunciado. Hay tiempo, ideas
nunca hubo. Pero ya estamos grandes –yo, por lo menos, ya estoy grande: no me
quedan muchas otras chances. Si no hacemos algo más o menos pronto, los años
diez van a ser otros años noventa y van a ser otra vergüenza, tan tristes de
vivir, tan denigrantes.