Un relevamiento realizado por el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia
de Buenos Aires -a pedido del gobernador Daniel Scioli- arroja datos graves. El
35% de los jóvenes entre 15 y 20 años que viven en el Conurbano -que no estudian
ni trabajan- creen que dentro de cinco años estarán "muertos".
Las duras ochavas del paco en las asimétricas urbanizaciones del desamparo
parecen darle la razón. Para los pibes -entonces- no cabe pensar en la
producción de futuro, sino apenas el consumo desesperado del presente.
Los jóvenes, organizados o no, que parecen nacidos "de aquella página arrebatada
al libro de los horizontes" se convierten en un "termómetro" para medir los
tamaños de la exclusión, la distancia creciente entre los que caben y los que
no. Es decir, los "no viables", los que no pueden acceder a este modelo y que
por lo tanto no alcanzan el estatuto de ciudadanos.
Deviene entonces necesario el tratamiento punitivo de la miseria que no obedece
tanto a un aumento en la cantidad o virulencia de los delitos como a una nueva
forma de entender el papel que le cabe al Estado frente a problemas como la
marginalidad y la pobreza. Tiempos feroces que nos llevan a empujones a la
mercantilización total de los vínculos individuales y sociales, que exige una
nueva gestión estatal de la miseria urbana. Tantas muertes para inscribirnos en
una renovada y humillante "sensatez penal".
Cuando hablamos de los derechos fundamentales de la persona -aquello que se le
asigna valía axiológica- que expresa sentido de la vida, en definitiva aquello
que contribuye a garantizar a los humanos la vigencia del amor, es decir
permitirle a un niño sus 6 años inocentes o sus 10 años de risa despeinada. Un
país -diría Italo Calvino- donde la inevitabilidad de la muerte, no sea nunca el
término de una vida sumergida.
No obstante, nuestros pibes saben que la verdad tiene una consistencia no
jurídica porque viven en un eterno estado de excepción donde se les puede
mutilar o matar sin rendir cuentas a ninguna angustia. También se trata de
señalar, que los jóvenes no están ausentes en la producción de los tiempos
humanos como quiere hacernos creer cierto tipo de discurso desmovilizador. Puede
decirse que los pibes, son la negación más apasionada de un país que ya no
existe y están inaugurando "nuevos" lugares de protagonismo político, nuevos
lugares de emancipación, nuevos lugares de comunicación alejados de los códigos
convencionales y tienen la desafiante valentía de madrugar poeta, nómada, al
crudísimo día de ser hombre, diría Vallejo.