El pueblo defiende la vida. A pesar de tantos herodes redivivos y multiplicados,
las mamás de los que después serán considerados números, ningunos, nadies y
cualquieras, esas mujeres del pueblo apuestan por la vida que llevan en sus
vientres.
Y bancan hasta lo imbancable.
Resisten hasta donde pueden.
El pueblo defiende la vida.
Hacen sagrada a la existencia del que está por venir porque es probable que esas
hijas, que esos hijos, serán lo único verdaderamente suyo que tengan.
Por eso el pueblo resiste y convierte en sagrada la familia aunque sus luchas
cotidianas no merezcan altares ni vitraux multicolores.
Esas madres de los nadies, de los ningunos, de los cualquieras, son capaces de
resistir las imposiciones de la desidia acumulada y el desprecio planificado.
Hasta que no pueden más.
Sucedió en Salta, en uno de los techos de la Argentina, donde la conocida matriz
de los años noventa repitió su obscenidad: en el pueblo de Iruya privatizaron el
hospital de niños. Pusieron dinero los integrantes del grupo español Santa Tecla
a cambio de ganancias. Lucro por lucro, afuera cualquier consideración social o
humanista.
El capitalismo quiere ganancias y nada más.
Los partos deben dar dinero. Lo demás, la vida de los ningunos, de los nadies,
de los cualquieras, de los que cotidianamente construyen la existencia y la
defienden como sagrada, poco y nada importa.
Dice la psicóloga social Alicia Torres, grita y denuncia sobre los grabadores y
micrófonos de los periodistas que después de veinticuatro horas de una cesárea
aquellas madres del pueblo son regresadas en colectivo y que deben caminar
kilómetros para llegar a sus parajes.
Así cierran los números para la empresa Santa Tecla, la que hizo negocio con los
servicios del ex hospital de niños de Iruya, en la provincia de Salta.
La profesional denunció el caso de un pibe "de un paraje cercano al pueblito de
Iruya, que fue dado de alta a pesar de no tener el peso adecuado para abandonar
el hospital que regentean los españoles. El niño murió a las cuarenta y ocho
horas de haber recibido el alta. El caso estaría paralizado en la justicia, sin
responsables de la muerte del niño", consignan las informaciones periodísticas.
Las madres bancan hasta donde pueden. Subidas a un colectivo después de una
cesárea abrazan a sus chiquitos y resisten. Saben de lo sagrado de la vida. Pero
a veces no pueden ante tanto desprecio planificado.
Y ese desprecio tiene un número: los catalanes que integran la denominada
Fundación Santa Tecla se llevarán sesenta millones de euros hasta el año 2017
por gerenciar el hospital de niños.
Negocios y lucro, por un lado. Resistencia y amor, por el otro.
El pueblo defiende la vida hasta donde puede a pesar de las traiciones de los
funcionarios que construyen gobiernos cómplices del capital privado.
Allí están las madres de Iruya esperando ser convocadas para treparse a otro
colectivo, aquel que definitivamente las lleve a un paraje de justicia y en
donde sus familias sean sagradas como ellas demuestran todos los días.