Argentina: La lucha continúa
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No escondamos nuestras bengalas
Juguetes Perdidos
1.
Este texto parte de una necesidad: hablar sobre Cromañón pero con nuestras
propias palabras, hablar como generación, plantarnos como jóvenes, afirmarnos y
no dejar que hablen por nosotros ni los medios, ni los viejos chotos, ni los
psicólogos, ni los especialistas, ni las publicidades, ni nadie.
Porque sentimos que Cromañón aguarda ser pensado; el tiempo de una generación se
detuvo ese jueves del 2004, y es necesario que hagamos lo posible por entender
lo que allí pasó, pensarlo. Porque todavía uno de nuestros rostros no puede
dejar de mirar a ese boliche envuelto en llamas y humo esa medianoche de verano.
En primer lugar, tenemos que llevar a cabo un parricidio simbólico; desechar
todas esas palabras mudas de los especialistas y de quienes hablaron de Cromañón
tanto desde la culpabilización como desde la compasión o la victimización.
Decimos que esas palabras se pierden en el abismo generacional, que nuestros
oídos no se ven conmovidos ni interpelados por estos relatos escritos con el
estilo y la tonalidad de la voz paterna.
Por un lado, los discursos compasivos o culposos de no habernos sabido cuidar no
reconocen que están mirando el nuevo contexto social con los ojos ciegos por la
obnubilación que produce la nostalgia y la melancolía de lo irremediablemente
perdido; no queremos ni necesitamos que nos cuiden, si es que realmente supieran
o pudieran hacerlo, porque la mayoría de las veces en ese "cuidado" percibimos
un desconocimiento de nuestro mundo y una mirada despectiva hacia él. En
nuestros nervios hay más información del presente que la que ellos pueden
darnos. Por otro lado, escuchamos también críticas y culpabilizaciones sobre el
mundo en que nos movemos: éstas son pronunciadas siempre desde una exterioridad
asombrosa, como si nuestra época y la de quienes nos critican no tuvieran
ninguna conexión. (Esa bomba de hoy, la que llevás entre tus manos... Eso es
todo y sin embargo...)
Pero también circula un tercer discurso: el discurso de la indiferencia. Esta
mirada opera en forma distinta a las otras dos, ni acaricia la cabeza del joven,
ni lo repudia insultándolo; no lo ve. El discurso de la indiferencia,
parte de la ausencia de una ética colectiva, lo que produce la ausencia de
empatía ante el sufrimiento del otro, es decir, la imposibilidad de sensibilizar
nuestros cuerpos ante el dolor ajeno. Este sentimiento de empatía necesario para
la producción de una ética colectiva no se encuentra en muchos de los vínculos
actuales. Aquí no hay negación de la otredad (en cualquiera de sus dos rostros:
culpabilización o victimización), sino que el otro no ingresa en mi campo de
inteligibilidad cultural, no ingresa en mi radar de lo posible. Por ende, los
muertos de Cromañón no emergen como problema, ni como interrogante, porque no
están presentes como vidas en mi mundo cotidiano.
La ausencia de un umbral ético que reconozca al otro como parte mía, y la
captura de la sensibilidad a manos de los monstruos mediáticos, hace que muchos
pibes de nuestra generación no perciban a las victimas de Cromañón como "sus
muertos". Es decir, no sienten en el cuerpo el sufrimiento por las 194 vidas
jóvenes que han abandonado la historia con la velocidad de una vuelta de página.
Esta mirada, convive con las miradas de la victimización y de la culpabilización
a los que hacíamos referencia anteriormente. Estos discursos no están cerrados
sobre si mismos, sino que circulan de manera conjunta y se pierden en grises.
Pensemos sino como estos relatos se expresan en la banalización de lo social,
todo es producto de parodia y de risa, el chiste cínico deja de emerger como
verdad cruel (pero enmascarada) sino que irrumpe como única forma de leer lo
social; la muerte, la tragedia, todo se licua en la risa vacía y desvitalizadora.
Esta es la manera en que muchos periódicos o programas de televisión leen
Cromañón; todo es producto de morbo y de parodia: las bengalas, las victimas,
los sobrevivientes, etc.
La singularidad del discurso de la indiferencia, se puede expresar a través de
la imagen de lo frío y de lo distante. Es como si una victima de Cromañón se
paseara por el campo de un mega-festival de rock, organizado por alguna empresa
caníbal, cargando sobre sus hombros su cadáver demacrado, veríamos a este
cadáver y su espectro vagan sin rumbo, y sin ser vistos por los jóvenes que
disfrutan alegremente del recital de una banda multitudinaria. Nadie percibe a
la victima, la banda de rock sigue tocando sus solos de guitarra y cantando sus
temas políticamente comprometidos, mientras los juegos de luces iluminan el
momento festivo del nuevo entretenimiento cultural. A los costados del escenario
vemos inmensas iconografías con los rostros de victimas de Cromañón, pero nadie
parece reparar en ellas más que en los carteles de publicidad, o en la
entretenida banda de moda. Abajo del escenario la victima y su cadáver siguen
deambulando sin brújula, entre el pogo divertido que desata el ultimo hit
radial.
2.
Creemos que para escapar de las victimizaciones, de la indiferencia o las
culpabilizaciones necesitamos afirmar nuestras prácticas, nuestros saberes,
nuestras maneras de divertirnos, de sociabilizar, de encontrarnos, de aguantar.
Luego de aquella noche que vivimos en Cromañón, triunfaron esas tres visiones.
Por eso es que muchas veces se escuchan entre los pibes los discursos de
arrepentimiento y de auto-culpabilización. Estos discursos privatizan el dolor,
lo vuelven personal, y niegan todo lo que somos, todo los que nos hace felices,
creativos y autónomos. De esta manera todas nuestras formas de divertirnos, de
sociabilizar y de resistir fueron oscurecidas y negadas; porque en vez de
recordar todo lo que hacemos e hicimos como generación, en vez de leer nuestras
prácticas de una forma positiva, activa, dejamos que se nos niegue y nos
negamos, quedando atrapados en relatos tristes, en relatos que nos ponen en el
lugar de criminales, irresponsables, víctimas, o, directamente, como aquello que
no interesa, que no merece ser recordado, como si fuera una generación perdida.
Sentimos que en cambio necesitamos leer la historia desde nosotros mismos,
recuperando aquellas maneras de movernos que aprendimos en el tiempo que nos
toco vivir, este mundo marcado por los riesgos, por la precariedad y la
incertidumbre. Porque andamos por un mundo regado de minas y cada paso es una
chance de implosión. Porque aprendimos a viajar trepados a los trenes (sin tener
a donde ir), a no saber si aparece algún laburo o si el que tenemos sigue la
semana que viene. Necesitamos recuperar todas las maneras de adaptarnos y saber
movernos que supimos crear en un entorno resbaladizo y cambiante, necesitamos
retomar nuestras marcas como generación.
En estos tiempos donde todo es efímero, donde nos exigen hacernos cargo de
nosotros mismos, nuestras prácticas confluyen en el individualismo y la
competencia. Pero ¿cómo zafamos de esto? Ahí aparece el Aguante: Es una forma de
resistir y crear ámbitos alternativos a esta vida que se escurre de nuestras
manos, que carece de sentido y nos angustia. En este escenario plagado de
choques fugaces y desencuentros ¿Cómo se construye un nosotros, un yo, una
banda, un terreno de referencia, un "terreno sagrado"?
Vemos que es alrededor del "aguante" como se arma un relato, como se articulan
las reglas en un grupo de pibes y pibas, como se arma consistencia, como se
ordena de alguna manera el caos o como operar en él. Alrededor de la figura del
aguante, concretamente, se está en una esquina, o se está con otros. Se trata de
no ser un engranaje de una época donde el orden implica el caos, sino de
construir un mundo donde el orden sea liberador y autónomo.
Allí armamos un relato, un paisaje de símbolos y experiencias que es nuestro
refugio en un mundo plagado de espectáculo, de imágenes vacías y de plástico
descartable. Un relato que coloque en el centro nuestro cuerpo y su
sensibilidad, y el encuentro con otros cuerpos, la búsqueda de una vida
autónoma. Se trata de escapar de un entorno artificial que roba nuestra
sensibilidad; se trata de construir un mundo propio que coloque en el centro la
creación, la pulsión de nuestros deseos, en pos de superar lo caótico y
angustiante de nuestra cotidianidad, de nuestros laburos y el barrio.
La cultura del aguante emerge como una ventana en medio de los muros semióticos
que el mercado produce cotidianamente sobre nuestras vidas. Es, sin dudas, una
línea de fuga de la noche eterna que pinta sobre nuestras cabezas la lógica de
mercado actual. Aguantar es vivir, es decir, apostar por vivir nuestras vidas de
forma autónoma y creativa y no cediéndola a los monstruos mediáticos ni a los
relatos del consumo y del individualismo de la época del pos-deber. La cultura
del aguante expresa esa afirmación de la existencia frente al dolor y al
sufrimiento que nos provoca la soledad, la incertidumbre y la ausencia de
brújulas para navegar los mares caóticos de nuestra época.
Decimos que aguantar es afirmarse, es apostar por vivir, dando un portazo al
refugio privado que nos ofrecen las tecno-cuevas actuales, para salir a afrontar
la intemperie y el frío que acecha a nuestra generación. Es enfrentando a la
intemperie y caminando sobre terrenos movedizos donde nos encontramos con otros
individuos solitarios y desamparados. Sabemos por haber leído en un libro no
escrito, que si nos quedamos encerrados en nuestras casas jamás nos vamos a
conocer. Por eso elegimos la noche fría del barrio, para comernos nuestro dolor.
No queremos resignarnos al mundo bobo e infantilizado que nos proponen día a día
nuestros verdugos. En ese mundo vemos nuestro dolor iluminado y sonriente
alejándose de nuestras manos. Preferimos la intemperie y el frío de las calles
de la incertidumbre antes que el cálido y afectivo útero digital. Solo nos mueve
la posibilidad de afirmarnos, de ser creativos, de juntarnos, de abrazarnos, de
emborracharnos, de reírnos, de llorar, de velar derrotas, y de dejar encerrados
en nuestros cuartos a los fantasmas de la soledad.
Es en la esquina, en donde de forma aleatoria y epicúrea nos encontramos con
otros cuerpos desorientados. Siempre la esquina es un lugar para acampar y hacer
un fuego junto a los demás viajeros nómadas del desierto digital. Múltiples,
infinitas esquinas nacen y desaparecen en los barrios de nuestras ciudades.
Esquinas del infinito, sin coordenadas del tiempo y del espacio, solo
localizables por aquellos náufragos generacionales. Quizás, la esquina es un
lugar del paisaje cotidiano dibujado por el mercado que quedo sin colorear,
quién sabe. De lo que sí estamos seguros es que sabiéndola buscar en el corazón
de la noche, aparece, casi mágicamente, como aquel teatro del lobo estepario;
muchas veces pasamos de día por sus mismas veredas, y no la podemos localizar,
no la vemos, no la percibimos.
La esquina guarda en sus cavidades mas profundas (casi imperceptibles para oídos
mayores) ecos de nuestras voces y de nuestras vidas, quejas por trabajos de
mierda, precarizados y súper explotados, parejas que se esfuman con un pestañeo,
puteadas hacia los viejos chotos (siempre sordos y mudos cuando intentamos
dialogar), violencias de policías y de patovas, quilombos de guita... En fin,
todo aquello que nos conmueve y que queremos gritar. Ese dolor que nos aqueja se
pierde con los fondos de botellas vacías, no lo dejamos que se transforme en
ecos de sollozos, que retumban solitarios en cuartos oscuros.
La esquina es una memoria de nuestra generación, una memoria frágil, difusa,
balbuceante, que solo retorna a oídos que no creen en nada de lo que oyen. Es
uno de los tantos momentos que sostienen la cultura del aguante, allí siempre un
grupo de pibes miran de reojo a las sirenas luminosas y a sus cantos impotentes,
prefieren amarrarse a la esquina, quizás uno de los pocos lugares en donde el
diablo meó y no hizo espuma. Pero sabemos también que la esquina no es el punto
de llegada sino un punto de salida al que siempre podemos retornar cuando la
cosa se pone jodida, porque siempre llevamos un pedazo de esquina en nuestros
bolsillos que nos acompaña en cada batalla y cada afirmación.
Sabiéndonos habitantes efímeros de las infinitas esquinas, estamos convocados a
encontrarnos, a afirmar nuestra existencia, nuestro sufrimiento. Esa afirmación
siempre es alegría, porque es un acto propio, que nadie hace por nosotros.
De lo que se trata entonces, es de juntarnos, haciendo perdurables nuestros
encuentros para planificar cómo vamos a robarle la gorra al diablo. Lo único que
tenemos de ese plan es el primer punto que reza: patear la mesa que encontramos
servida, en donde rebasan el dolor, la culpa y la compasión.
Pasa el tiempo y la lógica de consumo absorbe más espacios, y es el contexto por
excelencia de los más jóvenes, creando barreras entre ellos y otros jóvenes que
han vivido una transición entre estos mundos. Queremos dar una pelea
generacional, donde nuestras habilidades sean el piso ineludible de donde
emergiera el aguante.
3.
Cromañón es nuestro acontecimiento como generación. ¿Qué es un acontecimiento?
Es un hecho clave, una grieta en la historia. Muestra de manera elocuente lo que
ya no es tolerado, lo que vive en las profundidades y ahora emerge a la
superficie. Luego del acontecimiento, las cosas no vuelven a ser las mismas. Se
abren distintos caminos y posibilidades de acción. Debe haber una pugna por
darle significado a los hechos y crear instancias de acción para darle realidad.
Cromañón es un acontecimiento por que implica la muerte de casi 200 pibes.
Porque pone al descubierto lo precario de nuestras vidas, el trasfondo caótico
donde debemos movernos. Evidencia el suelo de todos nuestros pasos, la
plataforma de nuestro mundo actual que funciona a través de contratos miserias,
condiciones de trabajo asfixiantes, legislaciones truchas, transportes
precarizados, escuelas a las que se les caen los techos. Y es la lógica
empresarial, la que busca maximizar la ganancia aprovechando y produciendo este
escenario precario. Esta lógica empresarial no es un detalle atípico, sino que
es el plano cotidiano en el que se mueven nuestras vidas. En este cuadro
Cromañón no representa la excepción sino el ejemplo cruel de la lógica
mercantil. Que es sino elegir una media sombra para ahorrar unas monedas a
la hora de poner en funcionamiento un boliche. Y en medio de este terreno
precario, nuestras fiestas eran la forma que teníamos de resistir, de
crear un suelo por el cual transitar sin dolor. Por eso no debemos
caer en auto-culpabilizaciones que borran nuestras fiestas, que ocultan y niegan
todo lo que hicimos para vivir en aquel terreno resbaladizo. Las bengalas,
el pogo, las banderas, y todo aquel ritual que construimos, no son culpables de
ninguna tragedia, ya que no fuimos nosotros los que dejamos un mundo repleto de
dinamita. Nuestras fiestas son nuestro tesoro, ahí se encuentra toda una
variedad de respuestas que tuvimos y tenemos como generación. Y quién nos puede
enseñar a cuidarnos, quién puede decirnos como esquivar golpes, si somos
nosotros quienes supimos y sabemos esquivarlos. Cómo renunciar al pogo, momento
en que los cuerpos se desarman y se constituyen en una sola fuerza que fluye y
desafía el individualismo de este mundo, cómo renunciar a portar las frases y
todo nuestro lenguaje en el que somos creativos y libres, cómo podemos renunciar
a iluminar nuestros momentos, a darle nuestra luz a la noche eterna.
Por eso recuperamos Cromañón, porque es el acontecimiento que nos marcó
como generación y que expresa todo el entramado social hiper precario en que nos
toca vivir. Cromañón abre, saca a la superficie la precariedad por donde pasan
nuestras fiestas, nuestros laburos, nuestros barrios, y nuestras vidas enteras,
pero también muestra -por lo que tiene de excepcionalidad, de acontecimiento
trágico- todo aquello que hacemos para vivir así, para que no esté pasando
Cromañón todo el tiempo, para armar una vida en este contexto en donde nos toca
vivir, para intentar crear una vida mejor con lo que tenemos.
Dijimos que Cromañón es el acontecimiento de nuestra generación, el momento en
el que se condensaron el pasado, el presente y el futuro. Todavía no está
clausurado ese acontecimiento: todos los días es Cromañón, los 194 pibes están
circulando como espectros sin calma por las calles de Once y por los barrios en
donde se juntaban a escabiar o fumar, porque el vacío y la ausencia de sus vidas
faltantes es una presencia opresiva y sofocante; ellos están en las canchas de
fútbol en las que alentaban a sus clubes, están en sus laburos precarizados y
explotados, están en las risas de un grupo de pibes que resisten a esta lluvia
de mierda que es la vida en nuestra época, están en los besos de una pareja en
una plaza, están en los cánceres que carcomen las vísceras de sus madres que se
consumen llorándolos, están presentes, son omnipresentes en las calles de los
suburbios del conurbano y en los barrios bajos de capital de donde eran la
mayoría de ellos, y están (aunque muchos se hagan los pelotudos y los nieguen)
en el mundo del rock, en las bandas que siguen convocando a la amistad y a la
pasión de la vida, en los pibes que agitan un tema, y en los hijos de mil putas
que llenan sus bolsillos con nuevos hiper-mega-festivales para lavar la cara de
empresas caníbales. Cromañón no esta cerrado por que está hecho no sólo de
cuerpos sino de símbolos: las zapatillas topper, las remeras de bandas de rock,
los tatuajes sobre las pieles calientes, los flequillos, las banderas.
Cromañón fue una irrupción violenta de la verdad cruel, de lo que significan las
políticas de violencia sistemáticas contra una generación que vive inmersa en un
estado de excepción permanente, en donde el gatillo fácil o las condiciones
carcelarias se complementan con las políticas más sutiles de exclusión; y todo
esto en convivencia con las fuerzas del mercado y su maquinaria para fabricar
jóvenes consumidores de productos y de vidas prediseñadas.
Los jóvenes portamos la referencia bifronte de ser sujetos estigmatizados por
los medios como peligrosos, y al mismo tiempo, ser los referentes de un mundo de
consumo y estilo de vida. Pero nosotros debemos afirmarnos desde la lógica del
aguante, resistiendo al caos organizado de los laburos precarizados y la
represión en los barrios. Creer en la creatividad autónoma de mundos de vida
donde nosotros proponemos el paisaje a vivir y no los expertos en marketing.
4.
En el pos-cromañón primo la lógica de la victimización, la culpabilización y la
indiferencia. La recuperación del aguante solidario de los pibes, de las cosas
creativas y autónomas que podemos hacer, no tuvieron un protagonismo en los
diferentes significados que se le otorgaron al acontecimiento. Dentro del propio
rock, asistimos a la entrada definitiva del rock espectáculo, que ya venia
ganando terreno, pero poscromañón se transformo en la lógica hegemónica en el
rock. El rock militante, como plan barrial, espacio del aguante de muchísimos
pibes quedo relegado a una periferia. ¿Pero que significa concebir al rock como
plan barrial?
Desde hace varios años antes de Cromañón una movida roquera latía en los
barrios, un agite que intentaba, como podía, hacer del rock una forma de vida,
una vía de escape, de aguante y de creación. Una movida sin programa que se
inventaba y se mezclaba también con elementos mercantiles y subjetividades
atravesadas por lógicas de mercado, mejor dicho, crecía desde esas condiciones y
si bien en los hechos proponía algo distinto a lo establecido, nunca estuvo a
salvo del mercado y sus lógicas –¿cómo se puede estarlo?–. Inserto en estas
condiciones, el rock como expresión de una movida cultural suburbana, se
concebía como un plan barrial, es decir, una forma (entre tantas) en las
que un grupo de amigos intentan organizarse y dibujar un futuro posible.
Este plan barrial consta de varios puntos: crear una banda de rock, encontrarse
a componer temas, salir a escarchar paredes del barrio para instalar la banda,
buscar espacios para tocar, armar fechas, etc. Pero el plan barrial, no se
reduce a la militancia que realizan las bandas de rock que pueblan cada barrio,
solo constituyen una singularidad de esta movida cultural. El grupo de rock es
el significante para convocar a los pibes de los barrios, que también participan
de la planificación, organizando el aguante para la banda: pintar las banderas,
preparar los viajes para que cada fecha en que la banda sale a tocar se sienta
apoyada desde abajo, es decir, encargarse de la mística del grupo (las banderas,
los papelitos, las bengalas). Por eso, ellos también se saben parte de la banda,
y sienten como propios sus ascensos. Que una banda de rock del barrio llegue a
ser escuchada en otras ciudades y calles es un motivo de gratificación personal,
es sentir que el plan barrial esta bien encaminado. Por todo esto, se entiende
que el rock como movida cultural suburbana, se haya caracterizado por la
masividad. Los recitales de rock de las bandas mas grandes (aquellas con las
cuales se inicio esta movida) son el acontecimiento que junta a los pibes y
pibas que desde cada barrio, participan de este plan barrial, estos recitales,
que se viven como grandes fiestas son "un congreso de esquinas". Esto es lo que
muchos impugnadores de este movimiento suburbano no entienden, la masividad de
estos recitales no es producto de las estrategias de publicidad y marketing para
"vender " un show de rock, sino que constituyen espacios en donde se vuelcan
colectivamente deseos y fuerzas que ya laten de manera dispersa en cada esquina.
Por eso, el grupo de rock moviliza a las bandas barriales es el hormiguero que
aglutina a los pibes y pibas que en los diferentes barrios apuestan por crear
otros mundos posibles en donde vivir sus vidas. Cromañón irrumpe pateando ese
hormiguero.
Cromañón es una herida profunda a esa innovación, a ese proceso; altera e
interviene las energías que circulaban por el rock en ese momento: la industria
cultural se apropió del duelo, difundiendo el miedo y los riesgos de los
recitales. Luego vino el auge de los festivales: allí se prometía un
entretenimiento seguro y sin peligros, al amparo de los sponsors. La industria
cultural inmediatamente se puso a ordenar ese inseguro e irracional mundo del
rock. Sin dudas, este cambio de pantalla que se da en el poscromañón constituye
un gran golpe a este Plan barrial que es el rock. Sobretodo porque golpea a su
centro; las bandas de rock que están comenzando. Es decir, a través de la
emergencia de relatos que pregonan "el riesgo del rock barrial, que desencadeno
Cromañón", proponen por oposición la realización de hiper-mega-festivales, en
donde el rock se viva como una fiesta-controlada, en forma segura y ordenada.
Estos nuevos discursos se articulan con el gobierno de la inseguridad y con la
gestión del miedo, teniendo como correlato políticas concretas; hablamos del
cierre masivo de espacios en donde las bandas under daban sus primeros pasos. En
la actualidad, son muy escasos los lugares para tocar de 20, 50 o 100 personas,
la banda que recién comienza se ve obligada a tocar o bien en casas particulares
o en lugares "clandestinos", ya que alquilar un lugar con capacidad para 400
personas se les hace cuesta arriba. Este nuevo terreno de juego es el que
potencio la hegemonía del rock espectáculo, la industria cultural leyó este
nuevo escenario proponiendo festivales de rock, auspiciados por sponsors de
multinacionales, que no solo otorgan todas las facilidades a las bandas de rock
(creando inclusive, fechas y horarios especiales en sus grillas, para las
"bandas nuevas") sino que ofrecen un lugar seguro y ordenado a los espectadores,
no ya concebidos como roqueros-militantes, sino como roqueros-consumidores. Aquí
vemos la importancia "estratégica" de destruir el rock "barrial" desde sus
comienzos, la imposibilidad que tienen las bandas chicas para tocar, nos pone en
el alerta de ver como posible la extinción de esta movida cultural suburbana,
destruir las condiciones en que emergían y crecían las bandas de rock de los
barrios, es pegar en el centro del plan barrial, patear el hormiguero que
juntaba a los pibes y pibas .Después de esto, sobreviene la dispersión , y por
supuesto como el show debe continuar, la mesa ya esta servida; ¡vamos a escuchar
rock bajo el refugio de los sponsors!
Cromañón volvió constantemente bajo la lupa de la seguridad, aparece como algo
externo a la sociedad, como un suceso excepcional, y como el resultado de "malas
medidas" de "seguridad". "Todos podemos ser Cromañón", "…esto es un Cromañón en
potencia", son unas de las frases cotidianas que se escuchaban, y el
acontecimiento terminaba reducido a errores empresariales. Entonces se termina
pidiéndole al mercado –también al Estado, que se le exigía con las mismas
características que al mercado- que nos de lugares seguros, y bajo esas "medidas
de seguridad" –"festivales seguros" y "trabajos seguros" con sus salidas
de emergencia- se escondía que esos errores empresariales son las base de su
reproducción, y se ocultaba el mantenimiento de la precariedad por donde pasan
nuestras vidas, y la perdida de nuestra autonomía. Nuestros lugares aparecieron
como peligrosos y excluidos de las medidas de seguridad. El rock es "inseguro",
"peligroso", "inmaduro", "desnutrido", "déjenlos en nuestras manos que se lo
vamos a dejar todo servido".
No pretendemos hacer juicios morales sobre estos festivales, de lo que se trata
es de leer el nuevo escenario, las lógicas de mercado intentan organizarnos, y
esto inevitablemente nos despotencia. Perdemos autonomía, el plan barrial estaba
(mejor dicho, sigue estando, aun sigue latiendo) signado por la posibilidad de
juntarnos a crear, y a organizarnos con autonomía. Desde ya, que convivíamos con
las lógicas de mercado, pero esta lógica no lograba organizarnos, no nos
encadenaba. Sabemos también que Cromañón no es una herida que viene de afuera.
Porque la movida roquera que levantaba el manifiesto del plan barrial era una
innovación que se daba al interior de la excepción misma, con la excepción como
suelo, como punto de partida, y ya en su interior circulaban tensiones y lógicas
de mercado. Creemos que es imposible leer este viraje en la movida del rock
barrial como un cambio rotundo venido de la nada, como si no hubiese ya una
relación entre el rock y el peligro o una idea del rock como peligroso
circulando entre su "público", entre nosotros, que merece ser pensada. No
obstante, todas estas lógicas de mercado que circulaban en el rock de manera
periféricas, solo ingresan al centro de la escena en el pos-cromañón. Cuando el
mercado deja de convivir con nuestra fiesta y nuestra movida, para pasar a
organizarla, allí perdemos la potencia y la autonomía. De la organización y el
aguante que significaba el rock del plan barrial, pasamos a una pantalla de
juego en la que nos ofrecen un mundo bobo e infantilizado. Nos ofrecen
festivales en donde no hace falta que nos encarguemos de nada; solamente de
asistir a consumir un excitante entretenimiento cultural, la fiesta sigue siendo
organizada, pero no por nosotros. También corremos el peligro de que los relatos
del rock barrial, dejen de interpelarnos, lo nuevo que nos traen los festivales
de rock, las radios, y las discográficas es un rock-Light, apto para todo
público pensado para oídos de niños.
Esta es la situación actual, es evidente que el rock como movida cultural
barrial sufre un revés del cual aun no se repone. Comprobamos que de la tristeza
y la desolación postragedia no se activó una movida en la cual nos podamos
afirmar frente a lo sucedido y regenerar una expresión político-cultural con
poder de debatir y luchar con vigor frente a la hegemonía de la industria
cultural
Cromañón es la herida con sabor a final del juego, pero también es el tablero
mismo del juego, de cualquier experiencia que intentemos como generación. Pero
no debemos dejarnos aplacar por estas condiciones ni dejar de hacernos preguntas
sobre nuestros modos de relacionarnos con esa precariedad, con el mercado, con
los poderes. Intentamos pensar Cromañón –ese acontecimiento que reorganizó todo
y que cambió las relaciones de fuerza al interior del rock– justamente para ver
qué preguntas nos abre, qué podemos ver en él, qué podemos aprender, y cómo es
que pudo haber pasado.
5.
Luego de tantas muertes, la desesperación y la tristeza nos corroen a muchos.
¿Qué pasó con ese dolor? ¿Qué relatos se montaron sobre el dolor de lo sucedido;
cómo fue leído? ¿Qué podemos hacer nosotros con este dolor?
La indiferencia, la culpa o la victimización son maneras de tratar lo sucedido,
de relacionarse con el dolor, con ese acontecimiento que no deja de reaparecer
ante nosotros.
Esas alternativas, decimos, son falsas maneras de elaborar el dolor porque nos
niegan, niegan lo que somos, lo que sabemos, lo que hacemos, negando también a
los pibes que no están; son relatos que intentan transformar el dolor en una
cuestión personal, privada. De aquí las figuras de la víctima, el sobreviviente,
el arrepentido o el culpable.
Es sobre esas lecturas del dolor de lo sucedido donde se montan los grandes
festivales que detestamos ("estos sí son seguros, aquí sí está todo bien
organizado, etc."). Son movidas que se aprovechan de un dolor no elaborado o
falsamente tratado, un dolor concebido como dolor personal…
Cromañón es un acontecimiento doloroso que reaparece en nuestras vidas todo el
tiempo. Y cada vez que nos golpea entra en juego la elaboración o reelaboración
de lo sucedido; cada vez es una oportunidad para elaborar o reelaborar
positivamente el dolor, es decir, volverlo colectivo, volverlo político,
volverlo acto, motivo de pensamiento, de encuentro y de duelo, claro, pero de un
duelo colectivo. Un duelo colectivo es reconocernos en los chicos que no están,
reconocer que una parte nuestra quedó adentro de ese boliche y que tenemos que
reconstruirnos entre todos luego de esa pérdida (no nos interesa una "curación"
individual).
Ese reconocimiento habilita la recuperación de nuestras prácticas, nuestras
fiestas, nuestro saber movernos en este contexto de precariedad. Porque sólo
volviendo colectivo el dolor (desprivatizándolo) podremos entender Cromañón como
parte de nuestras vidas, como el suelo precario en donde nos movemos, como parte
de un entramado de precariedad que conocemos muy bien. Y aquel reconocimiento
nos permite pensar como aquel dolor puede ser compartido con un montón de
experiencias que van más allá del mundo del rock y de los jóvenes, con una
pila de sufrimientos y muertes resultado del mundo precarizado que transitamos
en nuestros trabajos, en nuestras viajes y en nuestras ficciones.
Apostamos, decimos, por un vínculo desde el cuerpo. Sólo así, recuperando
nuestras experiencias, nuestros cuerpos, podemos aspirar a politizar el dolor,
elaborarlo, desprivatizarlo y lograr reconectar con nuestros deseos, nuestros
sueños. Sentimos que es esta una tarea fundamental que excede una terapéutica
post-tragedia: se trata de re-sensibilizar(nos), construyendo lazos,
re-sensibilizar el cuerpo colectivo, nuestro cuerpo, nuestro pogo y nuestra
canción...
No escondamos nuestras bengalas.
Agosto de 2008
Juguetes Perdidos