Argentina: La lucha continúa
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Crónica de una crisis anunciada
Atilio A. Boron
Página 12
Crónica de una crisis anunciada A escasos seis meses de su gobierno, la
Presidenta sufrió una significativa derrota política que trasciende con creces
la aritmética de la votación senatorial: se deshilachó hasta la irrelevancia la
transversalidad kirchnerista; se dividieron la CGT, el PJ y la bancada
oficialista en el Senado y la Cámara de Diputados; se desplomó la popularidad de
la Presidenta y de Néstor Kirchner; la economía, sobre todo en el interior, está
semiparalizada y, para colmo, se perdieron unos 4 mil millones de dólares, todo
para obtener con las retenciones móviles un ingreso adicional que en el mejor de
los casos no habría llegado a los mil millones. Como si lo anterior fuera poco,
se puso en discusión algo que no lo estaba: la legitimidad del Estado como
regulador del proceso económico y redistribuidor de la riqueza.
Y, además, se instaló en la agenda pública el tema del raquítico federalismo
fiscal, fuente de irritantes inequidades regionales.
Por eso, apelar a categorías tales como traición, deslealtad u otras por el
estilo para comprender lo ocurrido sólo servirá para debilitar aún más el
menguado poder de la Casa Rosada. Lo que hay que explicar no es tanto por qué
Cobos votó como lo hizo, sino por qué los senadores que acompañaron a los K
durante todos estos años ahora apenas si lograron un agónico empate.
Es evidente que ante la primera prueba crítica planteada después de la
recomposición capitalista posterior al 2001 el modelo de construcción política
de los K -y especialmente las heteróclitas "colectoras" pergeñadas para
enfrentar la elección presidencial del 2007- desnudó su insanable fragilidad.
A la Presidenta le quedan todavía tres años y medio de mandato, y sería una
catástrofe que no pudiera cumplirlo en su totalidad. Pero se trata de un
trayecto que sólo será transitable si se modifican ciertas premisas que informan
la labor de su gobierno.
Premisas en crisis En primer lugar, la Presidenta debe comprender que más que
saber hablar, cosa que ella hace muy bien, lo decisivo para un buen gobernante
es saber escuchar. Si algo probaron estos cuatro meses de abusos retóricos e
irresponsables maniqueísmos cultivados ad nauseam tanto por "el campo" -esa
tramposa ficción que mantuvo en la penumbra a los agentes del nuevo capitalismo
agrario: el "agronegocio"- y sus representantes mediáticos como por el Gobierno
es que tanto la Presidenta como el jefe del PJ padecieron de la peor de todas
las sorderas: esa que sólo permite oír lo que se desea escuchar. Olvidaron una
enseñanza básica de la historia del peronismo: "desconfiar de los consejos y la
supuesta sabiduría del entorno", precepto que nadie obedeció con más
intransigencia que Eva Perón. Si hubieran podido escuchar los reclamos que
procedían de la sociedad -y que el complaciente entorno áulico atribuía a la
perversidad de los "movileros"-, esta derrota podría haberse evitado. Predominó
una visión paranoica y una gritería desenfrenada que impidió oír lo que decían
las propias bases sociales del kirchnerismo, un sinfín de intendentes y
políticos del FpV, algunos técnicos e intelectuales con una larga trayectoria de
izquierda (seguramente no "los mejores", elogio que en un alarde de sobriedad y
mesura José Pablo Feinmann reserva sólo para quienes se encuadran con la postura
oficial) e inclusive algunos periodistas o colaboradores de este diario, como
Mario Wainfeld, Eduardo Aliverti y Mempo Giardinelli cuyas sensatas
observaciones fueron igualmente desoídas. Otra habría sido la historia si la
Presidenta y su esposo hubieran sabido escuchar.
Segunda premisa: "Para ganar hay que avanzar, siempre". Aparentemente ése es el
"estilo" K de hacer política y de gobernar. Pero una compulsión a ir siempre
para el frente más que valentía o firmeza de convicciones revela temeridad. Aquí
es conveniente recordar las continuidades existentes entre el arte de la guerra
y la lucha política. Y al igual que en la guerra, en la política no puede ser
bueno el general cuyo arsenal estratégico y táctico se limita a avanzar bajo
cualquier circunstancia y sin medir las consecuencias.
Esto lo planteó Sun Tzu 500 años antes de Cristo, cuando anotó que "una de las
maneras más seguras de perder una guerra es cuando el general se deja llevar por
la pasión irracional". Esa pasión, ligada a una concepción absolutista del
poder, inflamó la conducta del oficialismo desde el estallido del conflicto
hasta los momentos finales del mismo: desde la ridícula, además de injusta,
caracterización de un dibujo de Hermenegildo Sábat como un "mensaje mafioso"
hasta la insólita alusión del presidente del PJ a los "comandos civiles" y los
"grupos de tareas" para calificar algunas repudiables iniciativas de sus
opositores. Si el adversario se dejó llevar por las pasiones la única respuesta
políticamente ganadora era la que se desprendía de la serenidad y la
racionalidad. Si la oposición apela a consignas incendiarias o se agrupa detrás
de un energúmeno o un demagogo, manipulando el "sentido común" más reaccionario,
es responsabilidad del Gobierno instalar el debate en otro nivel. Y si no quiso,
o no supo, o no pudo hacerlo mal puede lamentarse del resultado de este
enfrentamiento. A lo largo del mismo se dieron algunas oportunidades en las que
con un paso atrás el Gobierno podría haber dado dos o tres pasos adelante poco
después. Las desaprovechó todas, porque la racionalidad política sucumbió ante
los embates de la pasión y una autodestructiva obcecación.
¿La salida? Sólo por la izquierda.
¿Está todo perdido para el kirchnerismo? De ninguna manera; ha sufrido un
impacto muy fuerte si bien a años luz de la tan temida "destitución".
Dependerá de la rapidez de su reacción y la orientación política de sus actos de
gobierno para saber si estamos o no asistiendo al comienzo del ocaso de su
hegemonía. Lo que está claro es que la única chance de sobrevivencia del
Gobierno reposa sobre su voluntad de impulsar profundas políticas de cambio y
transformación económica y social, algo que hasta ahora los Kirchner no han
siquiera insinuado. Es decir: la única salida a esta crisis, la única
alternativa a una prolongada -y tal vez muy tumultuosa- agonía sólo se encuentra
por la izquierda. Ante ello no faltarán quienes aseguren que "a la izquierda de
Kirchner" está la pared -recurso retórico que a menudo, más no siempre, oculta
una penosa resignación o un impresentable macartismo-. Pero ésa es una verdad a
medias que ignora la densidad y gravitación que tiene una "izquierda
sociológica" que hasta el día de hoy (pero atención que esto puede cambiar) no
encuentra una expresión política que la contenga. Además también podría
argumentarse que "a la derecha de Kirchner", aunque un poco más lejos, también
está la pared. En materia de política económica si la "nueva derecha" que
algunos juran percibir culminara exitosamente su "ofensiva destituyente" no es
mucho lo que le quedaría por hacer. En efecto: toda la riqueza del subsuelo ha
sido privatizada y extranjerizada; en la tierra los procesos de concentración y
extranjerización avanzaron extraordinariamente; la regulación económica es
endeble, intermitente e ineficaz porque el Estado destruido por el menemismo no
fue siquiera comenzado a reconstruir desde el inicio de la hegemonía
kirchnerista. Por otra parte, si no existe un plan de desarrollo agropecuario
(¡como tampoco hay un plan minero, de hidrocarburos o industrial!) es porque
este gobierno y el anterior aceptaron, algunos abierta y otros veladamente, los
preceptos del Consenso de Washington y dejan que sea el mercado, y no el Estado,
quien oriente las actividades económicas. Es imprescindible revertir el funesto
legado de los noventa; si el Gobierno rehúsa salir de la crisis por la izquierda
y opta por el continuismo su suerte estará echada. Si, en cambio, avanza en una
reforma tributaria, suprime los privilegios impositivos de que goza el gran
capital quitando las exenciones impositivas que favorecen a los grandes pools de
siembra (¡que al funcionar como fideicomisos no pagan el impuesto a las
Ganancias!), grava con fuertes retenciones a los más grandes productores de soja
y acaba con los privilegios de que gozan los exportadores mineros destinando
esos fondos a combatir la pobreza y reconstruir la infraestructura física del
país, su suerte podría ser bien diferente.