Argentina: La lucha continúa
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A veces alguien vuelve
Miguel A. Semán
(APe).-
La noticia dice: "Misiones: Repatrían a una adolescente que ejercía la
prostitución en Brasil". La palabra "repatriar" me lleva a pensar en restos.
Aunque también se aplique a las personas, no sé por qué, creo que lo que vuelve
siempre es mucho menos que lo que se fue.
En el titular menciona también que la chica "ejercía la prostitución" como si se
tratara de una profesión estudiada y elegida. Como si fuera una arquitecta que
se fue a instalar su estudio a Puerto Madero.
Después nos enteramos que la que se fue y volvió es una nena de quince años que
a los doce había entrado a Brasil, en canoa, por un paso no habilitado.
No nos dicen quiénes, cómo ni por qué se la llevaron.
Pasaron tres años, es decir tres siglos.
Tenía once hermanos. La familia no denunció su desaparición. Al menos ésa es la
versión oficial, y así parece que la hubiesen dejado ir con tristeza y alivio,
sin saber muy bien dónde terminaba una y empezaba el otro.
Indocumentada, la detuvieron en Crissiumal, Rio Grande do Sul. Intervinieron dos
jueces, un cónsul y la gendarmería para mandarla de vuelta. Ahora su familia no
la recibe. No quieren o no pueden. O ya todos se han gastado tanto que ni
siquiera saben reconocerse entre ellos.
No podemos permitirnos el asombro. Mordida por la vergüenza y el hambre, esa
familia también somos nosotros. La hemos repatriado, decimos, pero ¿a qué
patria? Sólo la hemos trasladado de un exilio a otro.
¿Y para qué? Para obligarla a arder en la noche con esa lucecita húmeda de los
quince años que muy pronto se le irá en cenizas.
II 600 chicas de 13 a 24 años desaparecen desde enero de 2007 hasta hoy y casi
no se habla. En la cifra no están incluidas las dominicanas ni las paraguayas,
porque no hay parientes que hagan la denuncia y porque además no existen. El
reclamo de los amigos, los conocidos o los desconocidos no se toma en cuenta.
Tampoco hay datos oficiales. El Estado, impenetrable y adusto, como la frente de
algunos de sus ministros, no se ocupa de ciertos temas. Celoso guardián de las
libertades individuales, el poder no se mete con los gustos de sus ciudadanos de
primera, aún cuando para satisfacerlos sea necesaria la esclavitud de los de
segunda.
Además de la red criminal que conoce las vulnerabilidades sociales como la palma
de la mano, existe otra telaraña, la de los hombres comunes, que recibe mujeres,
las fagocita y las deshace con la complicidad de un silencio que se expande como
la niebla por comisarías, despachos, plazas y prostíbulos.
El hombre de hoy, tal vez el de siempre, parece que siente debilidad por las
prostitutas niñas. El estereotipo que demanda el "hombre argentino" (estas
comillas son nuestras), dice el sociólogo Esteban De Gori, en Clarín del 4 de
junio de 2008, son las "colegialas". Colegialas sin colegio, por supuesto, sin
libros ni maestras. Chicas talladas a pura falta de caricias, que en muchos
casos, apenas saben dibujar su nombre.
A veces, de tarde en tarde, alguna vuelve del exilio. Nos mira y descubre con
horror que ella ya no es ella, ni nosotros, nosotros.