Argentina: La lucha continúa
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El otro campo
La especialista en Historia Agraria Noemí Girbal analiza los términos en los
que se dirimió el conflicto del agro y aporta algunas claves para identificar a
una amplia variedad de actores que permanecen ocultos tras la palabra campo. El
campo, definitivamnete, no es para todos el mismo campo.
Verónica Engler
"A los que más rentabilidad tienen no les interesa ser los dueños de la
tierra", dispara la especialista en Historia Agraria Noemí Girbal, segura de que
muchos de quienes se manifestaron en las rutas en contra de la Resolución 125
propuesta por el Poder Ejecutivo no son los poderosos del momento en la patria
sojera que se extiende sin cesar por los suelos argentinos.
Hay un sector en las sombras al que no le interesó verse inmiscuido en esta
disputa. "El poder no lo tiene Miguens (presidente de la Sociedad Rural
Argentina), lo tiene Gustavo Grobocopatel", afirma contundente Girbal a poco de
asumir una de las dos vicepresidencias del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Tecnológicas (Conicet), desde donde secunda a la astrónoma Marta
Rovira, la primera mujer en asumir la presidencia del organismo desde su
creación, hace cincuenta años.
"Las ciencias sociales tienen que ser una de las áreas prioritarias del Gobierno
nacional a la hora de pensar las políticas públicas –señala la responsable del
Centro de Estudios Histórico-Rurales de la Universidad Nacional de La Plata–. Me
parece que el Conicet ofrece un plantel de asesores de primera línea."
Desde el Senado de la Nación, cuenta, mandaron a pedir bibliografía un par de
semanas antes de la votación que derogó la Resolución 125, presentada por el
Poder Ejecutivo para subir las retenciones a los sectores del agro que más
ganancias obtienen con la producción de soja. "Desde el Conicet mandamos dos
bolsas llenas de libros como para nutrir la discusión y el debate. ¿Cuánto se
usó? No lo sé", duda.
"Con la Resolución 125 se habían logrado algunos avances para los pequeños y
medianos productores, pero con la caída de esta medida esos posibles avances
también caen", señala una de las coordinadoras –junto a su colega brasileña
Sonia Regina Mendoça– del recientemente editado Cuestiones agrarias en Brasil y
Argentina, libro declarado de Interés por la Secretaría Técnica Permanente del
Parlamento Cultural del Mercosur.
¿Cómo se modela la Argentina agroexportadora?
–Este es un país agrario, que difícilmente se reconozca como tal, que se
construyó de espaldas a su pasado aborigen, mirando desde el puerto de Buenos
Aires hacia Europa, pensando que somos absolutamente distintos al resto de
América latina y que podemos ser para América del Sur lo que Estados Unidos es
para América del Norte y Central. Eso lo dijo la dirigencia argentina y lo llevó
adelante durante mucho tiempo con una diplomacia que dejó mucho que desear. Esto
es innegable y nos pesa a lo largo de toda nuestra trayectoria. En la división
del trabajo, la Argentina pasó a ser un país productor de materias primas
agropecuarias, y a partir de ahí se preocupó poco de ver qué alternativas había.
La Argentina careció de una burguesía industrial, de riesgo. Hoy no sé si las
oportunidades están dadas para que las pymes puedan lograr una expansión, pero
cuando la tuvieron, durante el gobierno del peronismo histórico, en realidad
usaron los créditos para pagar los beneficios sociales que el gobierno dio a los
sectores trabajadores, para pagar deudas con la DGI, para pagar deudas con el
sistema previsional, para comprar materias primas, pero no para realizar las
inversiones fijas que se supone debe hacer un industrial para ponerse a la
vanguardia, sólo lo hicieron durante un par de años.
¿De qué hablamos cuando hablamos de "el campo" hoy en la Argentina?
–Sin duda de algo muy distinto de lo que hablábamos a principios del siglo
veinte. El primer llamado de atención en este cambio se da en la década del ‘70,
porque aparece la figura del contratista, que nos muestra que la tierra está en
poder de unos y la tecnología está en poder de otros. No siempre la tierra está
en las manos de aquellos que tienen el capital, la tecnología y el conocimiento,
a lo que aluden los principales empresarios de la soja que, en parte, se han
apropiado de ese lenguaje del conocimiento. Por eso a mí no me resulta muy claro
hoy el término oligarquía, por lo menos en el sentido que tenía a principios del
siglo veinte, porque tampoco hoy la Sociedad Rural Argentina tiene el mismo peso
que tenía cincuenta años atrás. Es bastante más matizado "el campo". Pero
históricamente, "el campo" siempre reacciona en conjunto, más allá de que todo
lo que hay dentro de ese concepto sea muy diverso, se muestra como un sector
único, aunque sabemos que no tienen los mismos objetivos la Sociedad Rural, la
Federación Agraria, Coninagro o Carbap. Nadie se tiene que sorprender de que "el
campo" aparezca unido, pero creo que si se sentaran todos a dialogar, no
pensarían lo mismo a la hora de definir cuál es el perfil que el campo argentino
tiene que tener, ahí se podrían ver las diferencias de los distintos sectores.
Eso es lo que habría que poder conducir, pero no es fácil en un ambiente como el
que se ha generado. Falta todavía un gran ejercicio de la ciudadanía y mucha
política deliberativa, que la Argentina no tuvo durante años debido a los
quiebres institucionales que ha sufrido.
Si no hay oligarquía, ¿quiénes conforman los sectores patronales del agro?
–Hoy hay commodities, capitales internacionales que invierten dentro y fuera
de nuestra frontera. Ayer leí un reportaje a Gustavo Grobocopatel, que ha
participado muy poco de esta disputa de los últimos meses, en el que decía que
ya se ha posicionado en Brasil. Esto habla de que hay intereses diferentes de
los que se podían encontrar en la Argentina de mediados del siglo veinte. Hoy, a
los que más rentabilidad tienen no les interesa ser los dueños de la tierra,
porque la rentabilidad pasa por otro lado. A mediados del siglo veinte se podía
decir que un empresario agrario exitoso era aquel que tenía una gran extensión.
Pero hoy una unidad productiva es económicamente rentable no siempre porque es
más extensa, sino porque hay una relación entre lo que rinde y lo que se
invierte. Por eso mucho de este proceso de siembra directa hace que los dueños
de la tierra en verdad ofrezcan su tierra para que otro siembre, en este caso
soja, pero el que obtiene el producto fundamental es precisamente el que
comercializa la soja.
¿Cómo se puede entender desde una perspectiva histórica el conflicto surgido
a partir de la Resolución 125 por la cual el Gobierno pretendía subir las
retenciones a los productores que más ganancias obtienen con la producción de
soja?
–Desde el punto de vista histórico, las retenciones no son nuevas. Aunque no
se llamaran retenciones vienen desde los tiempos de Mitre, pero aparecen como
retenciones a mediados de los años ‘50. Lo que ocurre es que este sistema de
retenciones que está pensado para que de alguna manera las fluctuaciones en
relación con el dólar las maneje el Gobierno y no un determinado sector, en este
caso el campo, para los sectores agrarios históricamente siempre fue visto como
una apropiación de la renta que no siempre se tradujo en un redistribución del
ingreso. Según estos sectores (de la patronal agraria), y a la luz de algunas
denuncias históricas, fueron siempre para paliar déficit gubernamentales. La
Argentina hace rato que carece de políticas públicas de mediano y largo plazo,
por lo tanto me parece que esta forma de confrontar no es la primera vez que
ocurre, quizás lo que habría que preguntarse es por qué llegamos a esta
situación crítica en un período en que la situación externa nos ayuda. Es casi
como si la cultura de la crisis se nos hubiera hecho carne, pareciera que no
podemos vivir sin una crisis.
Algunas representaciones sobre el campo, como por ejemplo el trabajo rural,
que en otra época estuvieron más presentes en el debate, prácticamente no
aparecieron en el escenario de la disputa de los últimos meses. Cuando Eva Perón
presentó el Plan Agrario, por ejemplo, se hacía fuerte hincapié en el trabajo
como motor de la reactivación del campo.
–Claro, pero lo que ocurre es que hoy hay una alta tecnología en el campo y
se necesita muy poca mano de obra.
Esto es lo que denuncia el Movimiento Nacional Campesino, que se tiende a un
campo sin personas que lo trabajen.
–Sin trabajadores agrarios. Además, en nuestro imaginario y en nuestras
propuestas el trabajo ya no ocupa el lugar que ocupaba antes, porque ya no es un
mecanismo para el ascenso social. Entonces, no me extraña que no se hable del
trabajo rural, porque en verdad pareciera que hoy eso importa poco.
¿Cómo es este campo sin trabajadores?
–Produce casi sólo soja. En el nordeste la gente ya no produce algodón
porque no hay quién lo compre. Por eso aquel que tiene la pequeña y mediana
propiedad la destina para que alguien plante soja, y se preocupa poco de cómo
queda su tierra. Pero no es que puede decidir, me parece que es porque no tiene
opción, porque si siembra trigo, lino o cebada para que no se deteriore el
suelo, ¿quién se lo compra? No es casual que los que más ganan con esta
agricultura sin gente no participaron demasiado en estas protestas (patronales).
Cruzaron la frontera y están invirtiendo en otro lado.
¿Los sectores que más usufructo tienen en este momento fueron los que menos
se manifestaron en las rutas?
–Ellos no aparecen porque no les interesa. Y no es sólo Grobocopatel, está
la Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa), que es una
entidad que los agrupa. A mí lo que más me hace ruido en esta cuestión es que
los que más ganan, no importan cuánto les apliquen, cambian de frontera y ya
está, ahí se terminó su problema. Una unidad económicamente rentable no depende
de la extensión, depende de cómo se la haga rendir, por eso generalmente la
tecnología y el capital importan y eso está en manos de los que no tienen la
tierra. Pero a mí me ofende que Gustavo Grobocopatel se llame a sí mismo "un Sin
Tierra" y se ufane de eso, porque el problema de los Sin Tierra en Brasil es
absolutamente grave y tiene históricamente una connotación muy fuerte en América
del Sur.
Los sectores patronales del agro que se manifestaron parece que pudieron
construir una cierta hegemonía, en el sentido de que lograron que una importante
proporción de la población que no pertenece a ese grupo se identifique con sus
valores.
–Hay una encuesta de hace unos años donde se confrontaban de acuerdo con los
índices de medición quiénes serían clase media y a su vez quiénes se veían como
clase media, y la pirámide era exactamente invertida. Aplicando los indicadores
mostraba que la clase media había bajado, pero si se tomaban las
representaciones que las personas tenían de sí mismas, se seguían viendo de
clase media. Nos vemos como si estuviéramos detenidos en el tiempo. Cuando hace
tres años atrás el gobierno nacional decidió, después de 125 años de Exposición
Rural, no concurrir a la inauguración, y no sólo el presidente sino ningún
miembro del gobierno, Miguens llevaba preparados dos discursos, uno por si se
asistían representantes del gobierno y otro por si no se presentaban. Sacó el
segundo discurso, que empieza con un extracto de las palabras con las que
Nicolás Avellaneda inauguró la primera exposición Rural en Palermo. Eso da la
pauta clara de que dicen: "Bueno, nosotros todavía seguimos siendo este sector".
Me parece que en ese aspecto es como un flanco más débil, que nos deja inermes
frente al otro que se abroquela, que tiene todo un pasado que le permite
abroquelarse y hace gala de ese pasado. No basta con que salga a combatirlos
diciendo que son la oligarquía, les tengo que mostrar que hay algo más hoy, y
que esto que antes valía hoy ya no tiene el mismo valor, que se devaluó en
términos de sector.