Argentina: La lucha continúa
|
Lecciones del conflicto
Ezequiel Meler
"Articular históricamente el pasado no significa conocerlo tal como
verdaderamente fue. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra
en un instante de peligro."
Walter Benjamín.
La querella de las imágenes
En estos días, casi todos los referentes de los principales espacios
políticos, así como destacados intelectuales, han trazado bocetos parciales de
lo que constituiría un primer balance respecto del saldo político arrojado por
el conflicto agropecuario. Si bien en la mayoría de esos bocetos late una
percepción común –a saber, que este es el comienzo de una nueva etapa-, debemos
decir que es muy poco lo que comparten fuera de ello. Así, para Claudio Lozano,
diputado de Movimiento por Buenos Aires, integrante de Proyecto Sur, el legado
principal de los ciento veinte días de confrontación reside en la
"profundización del proceso democrático" [1] . En tanto,
la socióloga Maristella Svampa fue todavía más allá, al señalar que la votación
del jueves marca "el final de la era K" [2] .
Desde una perspectiva opuesta, para Rubén Dri, docente de la UBA y miembro del
espacio "Carta Abierta", el resultado más claro estriba en un golpe
institucional, consumado en la derrota parlamentaria, por el cual se ha
garantizado el sometimiento del Estado nacional a las corporaciones que rigen la
economía [3] . En la misma línea que Dri han razonado sus
colegas, Eduardo Grüner y León Rozitchner, para quienes:
"Sin duda, hay un antes y un después. Con el triunfo de la derecha campestre
se han dado las condiciones para producir el sentido común de que "los que
mandan" son las corporaciones privadas y no las autoridades políticas electas.
Insistamos: esto no es un problema sólo para este gobierno, sino para toda la
sociedad, se sienta o no representada por el Gobierno. Es un retroceso
gigantesco, del cual se tardará mucho tiempo en recuperarse. El discurso
neoliberal de la "patria" agroexportadora –con todas sus consecuencias
económicas, políticas sociales, y ahora encima con base "de masas"- volverá a
reinar sin competencia seria sobre el fondo del terror que circula."
[4]
¿En qué quedamos? ¿Cómo articular lecturas tan distintas respecto de un mismo
fenómeno? Sin dudas, buena parte de la distancia que separa tan dispares
interpretaciones refiere a las apuestas políticas de los agentes. Lozano, en el
artículo referido, deja en claro su percepción del kirchnerismo como un espacio
agotado [5] . De hecho, su entero análisis recuerda al
realizado por quienes, desde la izquierda postularon, históricamente, la
necesidad táctica de "agudizar las contradicciones", para mostrar la "verdadera
naturaleza" de la dominación. En esta clave interpretativa –el famoso "a peor,
mejor", la desaparición del kirchnerismo de la escena política abriría paso a la
gestación de nuevos actores que su presencia obtura, actores más comprometidos
con las transformaciones "estructurales" que requiere el país. Sólo de ese modo
puede entenderse su llamado a construir, inmediatamente, "una nueva fuerza
política". Lo que no queda tan claro es cómo quien dice representar los ya
bastardeados intereses de los pequeños y medianos productores puede votar por la
derogación de las retenciones móviles –que, en el dictamen aprobado por
Diputados, atenuaba, vía diferentes subsidios, el impacto de las mismas hasta
llegar, en algunos casos, a guarismos menores al 25%- para forzar el retorno del
esquema de retenciones fijas, del 35%, a todos los productos y para todos los
productores. Pero bueno, eso queda entre Lozano, Buzzi y las "bases" de la
Federación Agraria Argentina, que son, junto al gobierno, los grandes perdedores
de esta coyuntura [6] .
Quienes integran el espacio "Carta abierta", en cambio, han percibido desde el
comienzo un clima "destituyente", motorizado por una "nueva derecha", cuya punta
de lanza inmediata residiría en el discurso monolítico de los medios masivos de
comunicación [7] . En ese sentido, sus propuestas han
buscado integrar el fortalecimiento del régimen político democrático como
objetivo primario sustantivo –sin por ello ahorrar críticas para el desempeño
del gobierno, antes y durante la coyuntura- con la enunciación de aquellas
transformaciones necesarias para la consolidación del Estado como actor político
independiente de los intereses dominantes, condición indispensable para la
continuidad o profundización de cualquier proceso de reformas a mediano plazo.
Estado, partidos y corporaciones
Pero la explicación basada en el expediente del oportunismo, con toda su
relevancia, no agota la brecha interpretativa. Tal vez, el problema principal
resida en una confusión corriente en el ideario progresista: la suposición de
que todo fortalecimiento de la sociedad civil a costa del Estado es necesaria y
directamente progresivo. Esta premisa, de añeja raigambre libertaria, debe no
obstante cumplir con un segundo parámetro para ser en verdad correcta, esto es,
el aspecto de las mediaciones políticas a través de las cuales se expresa la
nueva ecuación de poder. En efecto, en estos ciento veinte días ha existido un
fuerte avance de la sociedad civil sobre la autoridad estatal, pero ello no ha
significado un fortalecimiento de los canales democráticos, como parece suponer
Lozano, sino a la inversa. Los partidos, que son desde luego, junto al
Parlamento, el eje de mediación política de la democracia moderna, no se han
recuperado de la crisis de representación abierta en la coyuntura de 2001, y por
ello no pudieron canalizar adecuadamente los intereses sectoriales, para
traducirlos en términos de demandas de bien común. En su lugar, han reaparecido
las asociaciones de interés, las corporaciones tradicionales, -o, como se las
llama en la jerga política criolla, los "factores de poder"- dispuestas a luchar
por intereses de definido sesgo sectorial, en un tipo de acción política que,
lejos de fortalecer al régimen democrático, lo debilita.
Veamos: si la función central de los partidos en un régimen representativo
consiste en el diálogo, en la negociación, en el consenso, y, en última
instancia, en la resolución de los conflictos a través de reglas aceptadas por
todos los participantes del juego político, la conducta de las corporaciones es
completamente opuesta, pues se basa en el ejercicio de una forma perversa de
acción política, esto es, aquella que se realiza negándose. Las corporaciones,
carentes de representación política propia en el Parlamento, siempre presentan
sus demandas en términos de relaciones de fuerza, de presión económica y de
confrontación política.
En el caso que nos ocupa, el lock out agropecuario declarado en marzo se tradujo
de inmediato en cortes de ruta, desabastecimiento o boicot al mercado interno, y
diversos tipos y escalas de presión que implicaron que los representantes de un
sector de la economía se arrogasen prerrogativas de derecho público por sobre el
resto de la sociedad. La indudable complicidad de los medios masivos de
comunicación, cuyos propietarios se mostraron solidarios con las necesidades de
la fracción más concentrada de la clase dominante, permitieron a las
corporaciones dar el salto cualitativo que identificó su defensa de intereses
sectoriales con una causa "nacional", inscripta tanto en las decisiones
coyunturales como en la historia de la patria. Armados con este invalorable
recurso, los representantes de la "mesa de enlace" pudieron incluso convocar a
todos los sectores desafectos u opuestos al gobierno, pero incapaces de traducir
su disidencia en una opción superadora desde las mediaciones partidarias
propiamente dichas.
Esto no implica negar el papel de la oposición, o desconocer el devenir de los
debates parlamentarios, sino analizar su papel exacto en la ocasión. Pues, si
bien los liderazgos opositores adhirieron en bloque al reclamo sectorial, no
pudieron canalizarlo ni supieron explotar el desgaste presidencial. Asimismo, si
el mensaje de los partidos se traduce en un Parlamento capaz de procesar los
intereses sectoriales y resolverlos a través de los procedimientos de la
democracia, el fracaso del Poder Legislativo en esta tarea demuestra a las
claras el cariz del proceso iniciado en marzo. En la medida en que, ni desde el
partido gobernante, ni desde los sectores opositores, pudo implementarse una
acabada representación de la totalidad de los intereses en disputa, la
interpretación que sostiene Lozano resulta insostenible, puesto que su corolario
ha sido el avance de los grandes grupos económicos ligados al negocio de la
soja, sobrerrepresentados en las instancias corporativas, tanto por sobre una
autoridad estatal incapaz de fijar los términos de su proyecto de regulación,
como por sobre los intereses objetivos del resto de la población, carente en la
coyuntura de una voz propia que le permitiese defender sus posiciones en el
debate.
En efecto, en el núcleo del debate no se hallaban, pese a su ubicuidad
discursiva, las retenciones a las exportaciones graníferas, sino la matriz
política del actual régimen de acumulación. El ataque corporativo a la
resolución aduanera 125 representó, en verdad, un cuestionamiento explícito a la
intervención estatal en la economía, un rechazo al tenue intento de la autoridad
pública de expandir –o, al menos, recuperar- aquellas funciones y posiciones
abandonadas en el repliegue neoliberal de los años noventa, efectuado al calor
de las políticas "solicitadas" por Washington y los organismos multilaterales de
crédito. Si bien en lo inmediato se observa una derrota gubernamental, detrás de
la misma se esconde el fracaso de un proyecto político para reconstruir un
agente estatal capaz de modificar de modo eficaz, sea a través de una política
tributaria, sea a través de una política de ingresos, las condiciones bajo las
cuales funciona el régimen de acumulación heredado de la etapa posterior a 2001.
La reforma cultural
Con todo, las escenas más preocupantes de cara a un futuro siempre abierto no
procedieron del accionar de las corporaciones, ni tampoco del desembozado apoyo
que recibieron de los medios de comunicación y la entera industria cultural. Lo
más grave es el apoyo social que concitó un reclamo esencialmente antisocial,
explícitamente antiestatal y, al menos en su forma discursiva, antipolítico. Las
cacerolas de teflón que resonaron varias veces en apoyo de la escalada
corporativa, demandando un "diálogo" que equivalía lisa y llanamente a una
claudicación, revelan la existencia de un sentido común arraigado en buena parte
de la población, sentido común que, aunque desmentido por toda estadística,
insiste en la nostalgia de los "gloriosos" años de nuestra belle epoque
como "granero del mundo", y en la posición fundamental que ostentaría el campo
en la economía nacional, así como en su papel en nuestra reciente recuperación.
En ese sentido, la derrota política nace como una derrota cultural, como una
derrota en la pugna por la dirección ideológica de la sociedad, firmemente
monopolizada por los sectores agroexportadores, los agentes financieros y sus
socios en los multimedios.
No en vano, tanto en este trabajo como en muchos de los análisis que circulan en
estos días, reaparece la figura y el pensamiento de Antonio Gramsci
[8] . En ese sentido, me parece importante detenerme en otro de los
diagnósticos de la hora: la necesidad de recuperar el "terreno perdido" en el
campo cultural y su relación con la profundización del rumbo económico. Gramsci,
excelente analista de las relaciones de fuerzas propias del Estado moderno,
señalaba ya hace tiempo:
"¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los
estratos más bajos de la sociedad, sin una precedente reforma económica y un
cambio en la posición social y en el mundo económico? Una reforma intelectual y
moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o
mejor, el programa de reforma económica es precisamente la manera concreta de
presentarse de toda reforma intelectual y moral" [9]
La profundización del camino de transformaciones iniciado en 2003 aparece,
entonces, como el único medio de garantizar su continuidad. Sólo que ahora
tenemos un poco más claro que la instancia simbólica representa una batalla por
sí misma, que no puede ni debe librarse al acaso del "mercado cultural", en el
cual son predominantes los mismos actores, y son prevalecientes las mismas
lógicas, que en el resto de la economía. Trabajar sobre la construcción de
sentido, estructurar una nueva sociedad civil, más poderosa, pero a la vez más
democrática, liberada de la prisión corporativa, parece la primera de las
lecciones de la hora. Vendrán nuevas batallas, en las que se jugará el sentido
de esta derrota. Debemos prepararnos para ello, en la conciencia de que, como
señalara Benjamín, "tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste
vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer".
[1] "En la práctica, hubo un salto de calidad institucional,
una profundización del proceso democrático […] Se abre un tiempo donde el
matrimonio Kirchner deberá aceptar (de lo contrario, habrá más complicaciones)
socios en las decisiones. Socios que no son otros que aquellos que ellos mismos
habían elegido como tales. En todo caso, queda claro más claro que la
democratización a fondo, la batalla por la igualdad y contra la pobreza, siguen
demandando la construcción de una nueva experiencia política". Véase Lozano,
Claudio: "La derrota parlamentaria del gobierno profundizará el proceso
democrático", en