Argentina: La lucha continúa
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Propiedad y uso social de la tierra: un debate ausente
Emiliano Bertoglio*
Gobierno o campo. Asumir esta dicotomía simplificadora y enrolarse en una u otra fila, equivale aproximadamente a embanderarse en el proyecto de vasallaje que intenta estructurar la gestión presidencial para reproducir su espacio de poder, o apoyar el real crecimiento privado de alguna parte del sector agrario. Para nada ingenuas, estas posturas sólo discuten quién se apropia de la renta, pero en ningún momento cuestionan la lógica de producción privada: no atienden al uso social que podría y debiera hacerse de los medios de creación de riqueza. Mientras tanto, alguna parte de la izquierda movilizada, de la izquierda intelectual y de organizaciones de derechos humanos, parecen entretenidos en ser orgánicos al gobierno y en no generar disputas más allá del interés corporativo inmediato, quizá buscando rédito político propio.
Estado centralista feudal o monárquico por un lado y, por el otro, el
desarrollo de latifundios dedicados al monocultivo de especies transgénicas, se
instalan en la mesa de "debate" y / o en el imaginario colectivo de estos días
como los únicos dos modos posibles de pensar el progreso del país.
La controversia acerca de la propiedad y el uso de la tierra no existe, no es
formulada de manera seria o no es reproducida públicamente.
En torno a este eje central, giran muchos otros problemas cuyo abordaje tampoco
se escucha: la dependencia comercial hacia empresas como Monsanto o Cargill, la
sostenibilidad del modo de producción actual, la generación de diversidad
productiva, la de cómo lograr la soberanía alimentaria del país, el
cuestionamiento al monocultivo de especies modificadas genéticamente, la
protección de bienes naturales (como por ejemplo los bosques nativos) devastados
por grupos económicos dedicados a la agricultura y producidos con la complicidad
del Estado nacional, el repoblamiento del campo. Tampoco se polemiza sobre cómo
garantizar la producción de alimentos sanos para toda la población, cómo
resignificar la idea de oligarquía (puesto que la oligarquía de hoy no es la
misma que la de décadas atrás), la forma de detener los desalojos de familias
campesinas o indígenas, la recuperación de las identidades regionales, las
diferentes formas de entender el espacio de producción campo (puesto que no son
lo mismo las miles de hectáreas que trabaja el senador nacional Roberto Urquía,
que la pequeña parcela que un humahuaqueño cultiva con verduras), etc.
En suma, el planeamiento de una reforma agraria auténtica; producida hacia
adentro del país y afectando las relaciones de producción que en él se dan, pero
también reformulando la posición y los roles que asume Argentina en el mundo.
Decisiones necesarias para generar, a mediano y a largo plazo, realidades
beneficiosas para todos y no sólo para el sector terrateniente o para el Estado
recaudador.
Resulta interesante escuchar por estos días a Rafael Bielsa, ministro del
gobierno que creara el "modelo" económico actual, recuperar el análisis según el
cual el cultivo de la soja genera sólo un puesto de trabajo cada quinientas
hectáreas sembradas. En tanto que la agricultura campesina "tradicional" produce
treinta y cinco puestos genuinos cada cien hectáreas [2] .
Curioso que se use esta idea para dar solidez a medidas que probablemente
favorezcan al crecimiento de los denominados pooles de siembra que se
dice combatir, además de apuntar claramente a la centralización del poder y al
antifederalismo [3] .
Llamativo es escuchar a medios, a los mandatarios nacionales, incluso a buena
parte de la sociedad, cuestionar a los productores cuando tiran leche que no
pueden comercializar debido a las medidas de protesta asumidas desde el sector
agrario. "¿Cuánta gente pobre, cuántos niños desposeídos, comerían con eso que
ahora se derrama, así sin más?", no dudan en moralizar.
Extraña pregunta si se tiene en cuenta que el planteo es olvidado o no formulado
en las condiciones "normales" de un país que produce alimentos para un número
muy superior al de su población, pero en el cual ellos poseen un valor
financiero como cualquier otro producto de mercado (por ejemplo, un coche de
lujo). ¿Los indigentes deben esperar estos momentos únicos de la historia, de
"anormalidad", en los que los trabajadores se deshacen de sus productos para
poder alimentarse?
Ausentes o no reproducidos por los medios, el país carece de debates serios,
fundados, en torno al modo de producción del campo, acerca de cómo encontrar
alternativas para no ser sólo productores de materias primas, y de cómo producir
alimentos y trabajo para todos [4] .
Es necesario cuestionar, para comenzar, la lógica establecida en lo referente al
uso de la tierra concentrada: ¿las superficies que generan alimentos pueden ser
propiedad privada, o debieran ser utilizadas socialmente?
Probablemente no se trate sólo de la redistribución más o menos igualitaria de
los espacios productivos entre cientos de pequeños terratenientes, sino de hacer
un uso social de los mismos, a manos de quienes los necesiten y además quieran
trabajarlos.
Es fundamental debatir el tema, al menos teóricamente y para pensar, para
imaginar, para idealizar, para molestar al poder estatuido que reproduce la
desigualdad, para planificar opciones…
Lo contrario sería dejar intacta, como supuesto válido, la verdad según la cual
un sujeto puede enriquecerse, en cualquier esfera de la producción, apropiándose
del trabajo generado por otro y retribuyéndole sólo una parte de la riqueza que
sus brazos han creado.
¿Resulta posible pensar un país diferente, incluyente, nuevo, igualitario,
justo, sin revisar las lógicas que ocultan otros intereses? ¿Se puede dejar de
reivindicar la importancia de compartir intereses verdaderamente colectivos, de
tejer nuevamente lazos de solidaridad que sustenten a la sociedad en tanto
conjunto?
Asociado a esto, ¿quiénes se hacen cargo verdaderamente de estos ejercicios de
reflexión? ¿Asumen los sectores que se dicen "progresistas" una mirada realmente
radical, acorde a la coyuntura actual del país? ¿O se han tornado pragmáticos y
oportunistas?
Formulados de diferente modo, estos planteos son equivalentes a preguntar por
qué quienes supuestamente bogan por una transformación significativa del orden
social, toman como real este pseudoclasismo estatal que no discute efectivamente
la formación de las clases sociales; por qué apoyan un proyecto de clientelismo
político que a estas alturas ya es monumental [5] …
Pero no: eso no se toca, no se lo cuestiona o –en el mejor de los casos- las
críticas emergentes no son oídas.
Es así que la lucha gobierno – campo queda reducida a "buenos contra malos", a
un "verdadero o falso", por momentos casi a un "Boca vs. River". Y aunque tanto
ruralistas como mandatarios nacionales se los disputen diciendo favorecerlos
desde su sector, esta construcción dual no contempla en ningún momento a las
mayorías, nunca a los desposeídos, jamás a los nadies, menos aún a los más
antiguos moradores de estas tierras.
Mientras tanto, el debate sobre la propiedad compartida y el uso social de la
tierra podría acontecer ahora, en las condiciones actuales, o… ¿cuándo?
[1] Por Emiliano Bertoglio, Lic. en Ciencias de la Comunicación. 14 de
Junio de 2008. Río Cuarto.
[2] Otros estudios menos elocuentes indican que cien hectáreas de soja
generan un puesto de trabajo, contra quince del algodón y cincuenta puestos de
los cítricos. Estos fueron los datos que refirió en algún momento el Ministro de
Economía Martín Lousteau para justificar las retenciones móviles que detonaran
el actual conflicto.
[3] La aplicación de las mencionadas medidas a las exportaciones de
algunos cereales, permitirán al Poder Ejecutivo el control y manejo discrecional
de gran cantidad de recursos económicos.
[4] Se hace necesario reflexionar además sobre otros aspectos. Primero,
lo llamativo que resulta oír a medios y gobierno agitar con alarma el fantasma
del desabastecimiento, por momento mostrado como la única consecuencia del
conflicto. La situación podría confirmar que para los grupos de poder la
sociedad importa en tanto sociedad de consumo, antes que como clase civil –
política. ¿El consumo es condición para la disciplina social?
En segundo término, no debe dejar de llamar la atención ver en primera fila a
algunos de los empresarios e industriales que en Argentina se beneficiaron con
las políticas neoliberales de los noventa, celebrando ahora los discursos
presidenciales que hablan de redistribución social…
[5] Aún más, vale plantear por qué muchos sectores que reivindican el
signo de la izquierda, así como organizaciones y movimientos de derechos
humanos, siguen siendo orgánicos a un gobierno que bebe de fuentes
"justicialistas" pero que ante algunas manifestaciones de protesta social,
amenaza y avanza con sus fuerzas de choque (institucionales o no
institucionales). Contradictorio, sobre todo cuando históricamente estos
espectros, siempre que fueron auténticos, denunciaron la agresión proveniente de
arriba, y cuando a nivel mundial hoy más que nunca están claramente orientados
hacia la no violencia.